El dolor de Carmen de Patagones, Argentina
El director de Implosión, Javier Van de Couter, buscó llegar a la mente de los chicos, la del perpetrador y la de los sobrevivientes.
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Javier Van de Couter es el director de uno de los largometrajes obligatorios estrenados en Argentina en 2021. Implosión, su película sobre la primera masacre infantil en Latinoamérica —sucedida en la localidad de Carmen de Patagones, en 2004— se adjudicó el Gran Premio en el último Bafici, sigla del Buenos Aires Festival Internacional de Cine Independiente. Además, Javier fue destacado por la Fundación Konex como uno de los guionistas argentinos más importantes de la última década.
Ecos del horror
En septiembre de 2004, Rafael Juniors Solich, de 15 años, entró a su escuela en la ciudad argentina de Carmen de Patagones y disparó el arma de su padre sobre sus compañeros. Mató a tres chicos e hirió a otros ocho. Por rotularla de algún modo, Implosión es una película sobre esta primera masacre escolar de Latinoamérica, pero en realidad no es tal cosa. Implosión hurga en los ecos de ese horror; mira con lupa hacia los interiores de un duelo inevitablemente suspendido y se detiene en la búsqueda específica de dos sobrevivientes. Para hacer esto, Van de Couter no se limita a guionar una ficción y a hacer un casting de actores random, sino que elige zambullirse en la realidad viva: los dos actores protagónicos de esta road movie, Rodrigo Torres y Pablo Saldías Kloster, son los mismos chicos que hace 17 años recibieron las balas en aquél atentado. A ellos les propone que suban a una camioneta y salgan en busca de su agresor.
Me encuentro con él en un café. Nos sentamos y me mira desde atrás de unos anteojos de bordes metálicos y vidrios nítidos. Los marcos impactan porque Javier mira fuerte y el encuadre plateado subraya la contundencia. El barbijo cuelga de una oreja porque está tomando café. No planeé la entrevista ni llevo anotador. Sé de sobra todo lo que quiero preguntarle porque la conversación viene diagramándose en mi cabeza desde que supe de la existencia de su película o quizás, inconscientemente, desde 2011, cuando vi Mía, su primer largometraje. Sus dos películas —Mía, y ahora Implosión— tienen la virtud de la valentía extrema. Porque Javier tiene ese habito de meterse en la boca del lobo.
Diez años atrás, Mía entraba de lleno en el corazón de la Aldea Gay, aquella suerte de asentamiento emblemático de la resistencia LGTB en un Buenos Aires de los 90 que el gobierno porteño se encargó de marginar, hostigar y finalmente desmantelar. “Yo vivía cerca del gondolín y veía ese universo estigmatizado y maltratado. Me fascinaba”, dice el director. Para filmar esa película sobre la vida de una cartonera transgénero, Javier también se animó a atrincherarse en el hueso: su actriz protagónica fue una actriz transgénero —la enorme Camila Sosa Villada— y en el reparto también figuraban varios baluartes de la lucha LGTB en Argentina, como Naty Menstrual, Romina Escobar y Rocío Rocha.
En Implosión, la bravura de Javier viene redoblada. Siendo él mismo de Carmen de Patagones, recapitular sobre este atentado y su tendal de fracturas involucra —se va haciendo cada vez más obvio durante nuestra charla— también revolver dentro de su propio esqueleto. Ya desde las primeras escenas aparece en estampas un Patagones bello y patriarcal: la caza de animales es un juego naturalizado, el amor entre amigos se demuestra un poco a los alaridos, un poco a los golpes. El bullying es moneda corriente. Además, hilar este relato desde las voces de Pablo y Rodrigo equivalió a cuatro años de rodaje caminando sobre una cuerda tensa entre ficción y realidad, sosteniéndole la mirada fija a una herida por momentos enquistada, por momentos supurante. En la realización lo acompañaron dos coequipers brillantes: Anahí Berneri colaboró en el guión y Laura Huberman fue su productora.
“Cuando hay una tragedia, lo que interesa en general es averiguar qué hay en mente de esa persona que llegó al exabrupto” dice Javier. “A mí me interesó abordar el punto de vista de los chicos. Definir que eso era lo que me interesaba contar —y no lo otro— fue una decisión política, conceptual, ideológica. Siendo un pibe de Patagones, como soy yo, me sentí cerca de los chicos”.
Implosión se las arregla para atravesar el Horror, esa zona de silencio que se atrinchera en el imaginario colectivo luego de un trauma social. Quizás lo que más me impresiona, dentro de todas las particularidades de esta película, es que logra descongelar a fuerza de un trabajo sensible al cuco que quedó en forma de fantasma encriptado, intangible, desde el día de la masacre. Esa brutalidad que parece acecharnos siempre y que no es patrimonio exclusivo de los maragatos (ver Nota al pie), ni de los argentinos, ni siquiera de algunos, ni de muchos. Es patrimonio de todos. Y cualquier intento de hacer la vista gorda y decirnos ajenos a los síntomas del terror desemboca, necesariamente, en un nuevo exabrupto de pulsión de muerte repetido y repetido al infinito.
Ahora Javier está trabajando en un nuevo proyecto con Camila Sosa Villada, que además de actriz es una enorme escritora, ganadora del Premio Sor Juana Inés de la Cruz en 2020. El dúo está adaptando al cine una novela de Camila, Tesis sobre una domesticación, que publicó el diario Página/12 en una colección de 2019.
El cruce psicomágico
—¿Cómo fue el acercamiento a Rodrigo y a Pablo y tu propuesta de que protagonicen Implosión?
—El encuentro con Pablo fue en 2006, de casualidad. Investigando para la película, yo había ido a la escuela a hablar con un profesor para ver cómo era el trabajo educativo en el momento del atentado, y Pablo justo estaba yendo a estudiar para recuperar materias. Cuando lo vi entrar a ese Pablo de 16 años algo me movió. Yo no tenia ni idea de lo que iba a pasar, de que íbamos a hacer la película, de que íbamos a hacernos amigos. Nos cruzamos por azar, y fue un encuentro psicomágico.
—¿Y con Rodrigo?
—Con Rodrigo fue distinto. Yo fui a hablar con su mamá, y Rodri solo tomo la posta de salir a hablar. Fue fácil conectar con él; tomó la voz de todos los chicos. Rodri ya tenía la idea de un reencuentro con Junior, el agresor.
—¿El conflicto sostenido que aparece entre Rodrigo y Pablo durante el largometraje es parte de una ficción o es una realidad con la que te encontraste?
—Yo me encontré con dos chicos que habían pasado por la misma situación y lidiaban con eso de manera muy distinta. Eso los convirtió en personajes ideales para ir viajando y discutiendo en una camioneta. La negación de Pablo al principio con la idea de reencontrarse con su agresor habla de muchas cosas que le estaban pasando. Pablo decidió no hablar y hacer un corte con eso porque eso era lo que le estaba sirviendo. Pero la cercanía y la posibilidad del reencuentro lo fue haciendo transitar otra cosa. Se fue acercando de modo inconsciente.
—¿Cómo fue ir creando una ficción que estaba siendo alimentada tan de cerca por una herida abierta y real?
—Hubo situaciones que nos movilizaron mucho en el rodaje. Estábamos jugando, pero también estábamos sintiendo y así aportando verdad al relato; una verdad de ficción, pero también una verdad auténtica. Fue todo muy revelador para mí y eso fue moldeando el tono que terminó teniendo la película. Me guiaba la verdad. Yo necesitaba que la película fuera cierta. Con artificios, sí, pero cierta. El artificio meramente como excusa para contar la verdad. La verdad de cómo se hace carne el trauma dentro de una persona. Fue muy difícil dejar que todo esto pase, porque yo vengo del guion, y acá el guion funciona apenas como un sostén, como un inicio. Lo que aparecía era mucho más interesante que todas las cosas que a mí se me podían llegar a ocurrir. Tuve que aprender a no controlar el destino del proyecto y a no presionar a los chicos. Pensaba por ejemplo, en que tenía que terminar la película, pero después pensaba: ‘¿por qué lo tenés que terminar? Si realmente sos honesto con este proyecto tal como te lo planteaste, que es una búsqueda, ¿por qué lo tenés que terminar?
—¿Cómo fue trazado el final de esta película? ¿Cómo decidieron si los chicos íban a encontrar a su agresor o no?
—Con Pablo y Rodrigo teníamos claro el hacia dónde de la película. Era un hacia dónde de ficción que nos contenía y nos enmarcaba, pero hubo momentos en donde quizá yo necesite saber más. Descubrí que perderme era el mejor camino. Había imaginado cuatro finales posibles para la película, y creo que el elegido fue el mejor. Nunca nos planteamos un proceso terapéutico con los chicos, pero todo lo que se nos devolvía era psicomágico. Encontráramos o no a Junior, solamente pensar en el encuentro nos impulsaba hacia un lugar muy fuerte. La película entera giró alrededor de un fantasma. En el fondo dejó de importar si íbamos a encontrar a Junior o no; la búsqueda abandonó ese foco durante el rodaje, porque de otra manera era intolerable; no se podía jugar. Tenía que construirse el proceso alrededor de lo ausente; de alguien que nadie vio nunca más.
Linaje maragato
—En Implosión retratás un universo patriarcal muy tradicional. ¿Cómo fue para vos haber crecido en ese Carmen de Patagones regido que en la película parece admitir solamente una forma de masculinidad hegemónica?
—Para procesar mi vida en Patagones necesité distancia. Al momento de plasmar esas postales en la película, esa forma de masculinidad, me transporté al pasado. Patagones es una ciudad rural y yo tenía dos opciones: contar la casa de pueblo a la hora de la siesta —que no me resultaba interesante— o contar ese subtexto que yo guardo en mi recuerdo, que tiene que ver con la manera de relacionarnos entre hombres que vivíamos en el campo. Al estar relacionado con el arte, con una mirada más plástica, fui encontrando en ese modo agresivo de relacionarse un montón de respuestas que no tienen que ver sólo con Implosión. Mostrar esas postales fue plantear una idiosincrasia, fue decir: ‘de acá somos y de acá venimos’. Recuerdo habitar esos paisajes son cielos, paz y armonía, y que lo que viniera a contramano fuera la piedra en el agua, o responder a ciertas cuestiones para lograr pertenecer. En la película yo quise mostrar esa naturalización de la agresividad antes de que ellos salgan a la ruta. En realidad, también necesité relatar esa agresividad para que ellos salieran embrutecidos al viaje.
—¿Cómo nació la idea de hacer Implosión?
—En gran parte, Implosión se gestó en mi propia melancolía. Crecí en el mar, en una casita chiquita que hizo mi papá. Mi mamá es maestra, o sea que el sistema educativo fue algo muy presente en mi casa; siempre había boletines en la mesa. Todos quedamos consternados cuando pasó la masacre. El resultado fue un pueblo entero en silencio y a contramano los medios, los titulares, que estigmatizaban a una ciudad como si el atentado hubiera pasado solo ahí y no nos hubiera pasado a todos. Nos cuidamos mucho los unos a los otros allá. Tengo ganas de ir a ver la película con la comunidad. Va a ser algo súper fuerte. Patagones tiene una cultura de cuidado heredada de cuando entraban los portugueses con los barcos y bajaba el pueblo entero a defender. Solía ser una prisión geográfica antes, nada podía salir ni entrar si no era a través del agua. Hay algo de isla, una identidad potente y mucha belleza. A la vez es muy tramposo. Los calores son muy fuertes, podés estar en el mar todo el día, y hay tantos kilómetros de playa que podés perderte muy fácilmente. Si crecés en Patagones y tenés alguna conexión con lo poético, es un viaje de ida.
NOTA. Los habitantes de Carmen de Patagones reciben el nombre de maragatos, igual que los habitantes de San José, en Uruguay, debido a los primeros inmigrantes provenientes de la Maragatería, comarca de León, España.