Biografía de una musa
Mónika Zgustova noveliza la vida de Gala, la mujer de Dalí, quien puso patas arriba al surrealismo.
Elena Ivánovna Diákonova, quien fuera conocida como Gala, nació en 1894 en Kazán, una ciudad situada a orillas del Volga, a unos ochocientos kilómetros al este de Moscú. Su padre falleció cuando ella tenía once años, y su madre volvió a casarse con un abogado judío que ejercía en Moscú, al que Gala siempre estuvo muy unida. Gran lectora de los clásicos rusos, en particular de Dostoievski, en la capital conoció a la excepcional poeta Marina Tsvietáieva, de quien se haría amiga de por vida. Siendo una adolescente contrajo tuberculosis y a los 19 años fue enviada a un sanatorio en Clavadel, cercano a Davos, ciudad ubicada en los Alpes suizos, donde supuestamente reinaba el mejor clima para el tratamiento de la enfermedad.
En el hospital conoció a otro joven internado, el poeta Paul Éluard, un año menor que ella, y pronto establecieron una relación íntima. En 1917, tras un breve retorno de Gala a Moscú, se casaron en París en los meses finales de una guerra que seguía desangrando al continente. Un año después nació Cécile, única hija de la pareja, en tanto Éluard publicó sus primeros libros bajo la influencia del movimiento dadaísta, del que luego se apartaría para incorporarse al surrealismo de la mano de André Breton y Louis Aragon, cabezas visibles de una vanguardia que empezaba a estremecer el panorama del arte europeo.
Para entonces Gala ya se había transformado en una guía insustituible en la vida y en la poesía de Éluard. Musa, esposa, madre (aunque poco presente en la vida de su hija), compartía cada segundo de la vida del poeta. Al poco tiempo el matrimonio conoció al pintor Max Ernst, de quien ella se hizo amante, y con escasas excepciones (Buñuel y Breton no la soportaban), su protagonismo se hizo cada vez más intenso en una generación que daría al mundo algunos de los artistas más importantes del siglo XX.
El primer beso
Monika Zgustova nació en Praga en 1957 pero desde hace muchos años reside en Barcelona. Narradora y traductora (entre otros de Jaroslav Hašek, Václav Havel, Milan Kundera e Isaac Babel), es autora de una serie de novelas donde los temas del exilio y de la lengua madre parecen reverberar. Es por ello que en su obra aparecen personajes como el ruso Vladimir Nabokov (Un revólver para salir de noche), el checo Bohumil Hrabal (Los frutos amargos del jardín de las delicias) e incluso la hija del dictador Iósif Stalin (Las rosas de Stalin). También dio a conocer un libro en el que, a la manera de la premio Nobel Svetlana Alexiévich y su famoso Voces de Chernóbil, reúne los testimonios de nueve mujeres que vivieron en los campos de concentración soviéticos (Vestidas para un baile en la nieve). Entrevistada a propósito de este trabajo, Zgustova afirmó que en primera instancia había quedado “sorprendida por la presencia de mujeres en el gulag. Pensaba que era un tema más o menos dedicado a los hombres”, que luego se atrevió a retratar en sus más dramáticas circunstancias.
Ahora ha publicado una breve y exquisita biografía, La intrusa. Retrato íntimo de Gala Dalí, en la que se adentra en la figura de esta mujer que, más allá de su permanente exposición pública a lo largo de décadas, continúa para muchos siendo un misterio. Una de los momentos claves de la vida de Gala data de agosto de 1929 cuando, junto a Éluard, René Magritte y otros amigos, viajó a Cadaqués, un pueblo de pescadores ubicado en Gerona, Cataluña, con la intención de conocer a Salvador Dalí, un joven, tímido y extravagante artista plástico que había colaborado con Buñuel en el filme El perro andaluz, y que rápidamente se había incorporado a la pléyade de creadores surrealistas. Apenas verse, Gala y Dalí sintieron una irresistible atracción.
Dalí recordaría años más tarde el primer beso a Gala en unas rocas de la costa: “Besé sus labios que se entreabrieron. No había besado nunca así, profundamente, e ignoraba que pudiera hacerse... Y ese primer beso en el que nuestros dientes entrechocaron y nuestras lenguas se mezclaron no era sino el principio de esa hambre que nos movía a morder y comer hasta lo más hondo de nosotros mismos”. Pocos meses después ella se divorció de Éluard y tres años más tarde se casó con el pintor en París.
La vida de los dioses
“Picasso se enamora de mujeres, una tras otra. Una tras otra se van a vivir con él, comparten su vida, posan para él. De la pasión que se enciende de nuevo con cada nueva amante, las Doras y Pilares a quienes la suerte trae hasta la puerta del artista renacen en arte imperecedero. Así es como se hace”, escribe J.M. Coetzee en Juventud, uno de los títulos de su trilogía autobiográfica, y acaso la comparación entre ambos casos no resulte en absoluto forzosa. “Sufrimiento, locura, sexo: tres maneras de convocar en él el fuego sagrado”, sigue Coetzee. “El sexo y la creatividad van juntos, todo el mundo lo dice... Porque son creadores, los artistas conocen el secreto del amor. Las mujeres ven el fuego que arde en el artista gracias a una facultad instintiva. Ellas no poseen el fuego sagrado (salvo excepciones: Safo, Emily Brontë). En la búsqueda del fuego que les falta, el fuego del amor, las mujeres persiguen a los artistas y se entregan a ellos. Al hacer el amor los artistas y sus amantes experimentan brevemente, de manera tentativa, la vida de los dioses. De esta experiencia el artista regresa a su trabajo enriquecido y fortalecido, la mujer vuelve a su vida transfigurada.”
Gala aparece invocada en decenas de cuadros que Dalí pintó a lo largo de su vida, incluso en aquellos de contenido religioso, representando ya a la Virgen María o a María Magdalena, ya a la modelo por excelencia a quien brindó su desbordado fuego y de quien tomó sus inagotables energías, a pesar de ser diez años menor que ella. Gala siguió manteniendo una vida sexualmente libre, y no dejó de verse esporádicamente con Éluard hasta la muerte de este, ocurrida a fines de 1952. Cuando cumplió sesenta y ocho años entabló una relación con un muchacho de veintidós que había conocido en Nueva York a la salida del metro, un homeless que “buscaba cigarrillos a medio fumar por la calle” y que le recordó a Dalí cuando joven.
La pareja fue famosa durante décadas, admirados y criticados simultáneamente: por su genio, por su avaricia, por su fortuna, por la ambigua posición que tomaron ante la dictadura de Francisco Franco. Ya en los últimos años de su vida, preocupada por la soledad en la que dejaría a Dalí de morir antes que él, Gala escribió: “¿Qué es el amor? En primer lugar es la pérdida del peso, luego la ascensión ligera, segura, de un vuelo directo...”. Ambos murieron en la provincia de Gerona: ella en Cadaqués en 1982, él en Figueras, en 1989.
LA INTRUSA. Retrato íntimo de Gala Dalí, de Monika Zgustova. Galaxia Gutenberg, 2019. Barcelona, 144 págs.