por László Erdélyi
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La crisis de Venezuela se hace presente con los refugiados dispersos por toda América Latina —siete millones habían salido del país hasta el 2022, y hoy siguen saliendo. Su presencia despierta solidaridad, y también recelo. El refugiado es una figura paradójica, un ser humano a la deriva que perdió su tierra, sus afectos, sus vínculos laborales y personales, y debe comenzar de cero con ese dolor a cuestas. Tiene hambre de volver a ser, y merece solidaridad. Pero esa hambre despierta desconfianza en el local, el nativo, que tiene a un nuevo competidor en el mercado laboral, en economías ya de por sí frágiles como lo son las latinoamericanas. O despierta cosas peores.
El libro de Arianna de Sousa-García, Atrás queda la tierra, narra en modo crónica su periplo personal en breves pinceladas de página, página y media. Es periodista, fue premiada por su investigación relacionada a la cadena de control alimentario en Venezuela, y un día se dio cuenta que así no se podía vivir más, y debía irse de un país donde la muerte se presenta de varias formas, pero sobre todo por el hambre, pues “el desnutrido siente sobre sí un aliento, una sombra que espera con paciencia y apetito”. El día que vio a la salida del diario una torre de peras en venta en una esquina, pensó que su hijo pequeño no conocía su sabor, hurgó en sus bolsillos y juntó lo suficiente para comprar una, que luego él disfrutó más o menos por su textura, pero la devoró en minutos. Luego Arianna se fue a la cocina a comer las cáscaras.
Si en la primera parte hay hambre, cuando parte hacia Chile lo que prima es el desasosiego, el vacío de vínculos, el constatar que en un país extraño siempre correrás en desventaja frente al nativo. Halló manos solidarias, pero también odio y xenofobia. Vio crecer las marchas multitudinarias contra los inmigrantes al grito ¡Chile para los chilenos! “Subimos montañas, atravesamos desiertos, agudizamos el oído para disfrazarnos con otros acentos, nos mimetizamos”. Chile demora entre nueve meses y tres años en otorgar una visa que permita trabajar. Esa es la demora real. En las oficinas de migración insisten que el trámite demora 120 días hábiles. “Si este país sabe de algo, es de mantener su imagen cueste lo que cueste”.
Un libro necesario que revela la condición humana en toda su complejidad.
ATRÁS QUEDA LA TIERRA, de Arianna de Sousa-García. Seix Barral, 2024. Montevideo, 144 pág.