Una crónica involvidable
El hombre que es un piano universal sucumbe a la mirada aguda e inteligente de Leila Guerriero.
Leila Guerriero hace una apnea, esa suspensión voluntaria de la respiración, mientras desciende a las grandes profundidades. Por eso no tiene tiempo homologado; no tiene afán. Tiene resultados. Una paciencia oriental, un ojo certero. Eso sucedió en el libro Opus Gelber, que es un perfil del pianista Bruno Gelber, pero su mayor logro, quizás, es haberlo hecho parecer como una novela de 77 años de duración.
Asombra su estructura. Esa combinación de presente, flashback, especulación y profundidad son ingredientes para no quererse despegar de la lectura del libro, para no terminar tan pronto con el condimento sibarita. En Gelber se conjugan el virtuosismo pianístico, la banalidad, el subterfugio; sombras, curiosidad, juegos del lenguaje, sensibilidad, estética, epicureísmo. Una cosa es la profesión, el oficio, y otra la humanidad, sus gustos, su manera de ver el mundo, de sentir su pálpito. Pero, por encima de todo, Gelber es, parodiando el soneto de Quevedo, un hombre a un piano pegado, un piano superlativo. Y ese piano ha sido su todo. La vida le fue apareciendo alrededor. Él es su mayor composición, el mejor vehículo de la obra de otros. “Él es su propio instrumento: si se fractura, todo se parte, se rompe, se fractura con él.” Y para ser el mejor se preparó —se prepara día a día— desde que era un infante de cinco años, aún con una eventualidad como la poliomielitis, que lo hizo exclamar “no fui un discapacitado, sino un rehabilitado”.
Gelber parece decirle al mundo: sí, me sé a Rachmaninov, a Beethoven, Brahms, Chopin, ¿pero qué más hay ahí, en el universo? Soy una isla y un continente, también. Eso muestra Leila Guerriero, que seamos lo que seamos, somos la misma libélula que duerme, se viste, calza, come, trabaja y muere. Es Bruno niño, adolescente; siempre ante un piano. Bruno, mayor, en un escenario de cualquier lugar del mundo, pero sobre todo es él en su casa, con sus amigos, en el anonimato, ante una buena sopa. Sabe lo que es, pero solo busca la intimidad. Es como si tuviéramos esa esfera de dos frutos extraños: el artista, reconocido, premiado, que se codea en palacios con princesas; itinerante por cincuenta y cuatro países, que ha tocado más de cinco mil conciertos, y el hombre que te dice, ¿sabes cómo se hace un buen huevo frito? Y da la receta.
Toda esa conjunción, la filigrana, la discreción, que no es otra cosa que inteligencia, proviene de la cronista. La persistencia de sus visitas por espacio de un año, con ese saber ver y leer y extraer la información, dan el fruto que en manos del lector atento se convierte en manjar exquisito.
OPUS GELBER, Retrato de un pianista, de Leila Guerriero. Anagrama, 2019. Barcelona, 336 págs.