por Fernando García
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Ya con la conversación terminada, Laura D’Amato declarará su amor incondicional por Spinetta y haber estado en conciertos de Almendra de adolescente y, antes, haber llegado a ver un hito cultural de Buenos Aires como fue la ambientación La Menesunda en el Instituto Di Tella. Pero la cita en un café del barrio de Belgrano era para hablar de Perón, de las políticas monetarias del primer período que se analizan en el voluminoso libro La economía de Perón (1946-1955). Reeditado en 2024 por Siglo XXI Editores, reúne artículos de economistas críticos de la experiencia argentina, una muy diferente del resto de la región en la posguerra. D’Amato se desempeñó como Gerente Principal de Modelos y Pronósticos Macroeconómicos del Banco Central hasta 2019, y es una de las editoras del libro junto con otros reconocidos economistas como Gerardo della Paolera, Javier Ortiz Batalla y Roberto Cortés Conde. De este último surgió la idea del libro y que haya sido, entre otras cosas, el encargado de cerrar el Di Tella en 1970, completa la parábola de D’Amato, entre sus días de juventud y su rol en la función pública.
—¿Por qué cree que hacía falta un libro como este?
—Todo lo que se había escrito sobre la economía del primer periodo peronista estaba muy disperso. Y este libro trata de abarcar cómo fue la transformación que se produjo, que afectó mucho a las instituciones en su redefinición del rol del Estado dando nueva configuración de la Argentina. Y era necesario que esto fuera analizado sin parcialidad. Por eso los autores son tan variados. Muchas de las dificultades que hoy tenemos en Argentina tienen su génesis en esa etapa. Si bien procesos de este tipo no fueron propios de la Argentina porque a partir de la Primera Guerra Mundial la concepción de un mundo integrado se deshace y priman las políticas proteccionistas.
—Con la aparición del Welfare State. ¿No es eso el peronismo?
—No, porque en Argentina tuvo características muy peculiares.
—En el libro no hay ningún economista que se reconozca como peronista. ¿O me equivoco?
—Eh… no, no hay economistas peronistas. Pero sí hay economistas que tienen visiones diversas acerca del peronismo.
—¿Por qué no están?
—Y… bueno, la verdad es que la interacción con los economistas peronistas se ha angostado mucho en los últimos años. En el libro hay quienes son más o menos críticos con la economía peronista, pero ninguno podría ser caracterizado de esa manera, es cierto. Pero no creo que haya sido una decisión tomada desde la exclusión sino más bien por afinidades que se fueron dando en el mundo académico. Tiene más que ver con eso. Hay demasiada segmentación y ese dialogo se ha vuelto cada vez más difícil.
—¿No forman parte del sistema académico?
—Habiendo trabajado treinta años en el Banco Central de la Argentina por supuesto que he conocido y trabajado con muchos de ellos. Pero se ha dado como una escisión en el mundo académico y desde hace veinte años es cada vez más difícil una colaboración como esta.
—Tenemos a mano siempre la explicación de Jorge Luis Borges: el peronismo no es ni bueno ni malo sino incorregible. Ahora, si se le pidiera una descripción breve, ¿sería correcto pensarlo como una desviación del keynesianismo?
—No me gustaría llamarlo así porque Keynes no pensaba en un modelo tan corporativo. Keynes tiene las limitaciones de su época y él pensó una teoría para resolver los problemas de un mundo con deflación y desempleo. El problema es convertir su teoría en dogma. Y ese fue en parte el problema del peronismo, convertir una teoría que era útil para un momento determinado en algo cristalizado y pensar que la solución siempre es estimular la demanda generando gasto. Reasignar recursos para que un sector tenga mayor capacidad de consumo no resuelve los problemas. Y tampoco es el recurso para que se desarrolle una economía. No sé si llamarlo una desviación entonces.
—Pero sí tomó esa teoría como modelo, ¿o no?
—No creo que haya sido la mayor inspiración de aquel programa económico. En el caso del peronismo hubo un Estado cooptado para transferir los ingresos del agro en favor de la industria para protegerla y que se desarrolle, o para que los asalariados tengan mejores ingresos, etc. Esto es muy distinto de un Estado republicano donde, en todo caso, se proveen bienes públicos que facilitan el ascenso social. Como la buena educación pública, por ejemplo.
—¿Es pecado mortal que los asalariados ganen bien?
—Es deseable que los asalariados tengan buenos ingresos, por supuesto. El problema es si lo hicimos bien. Porque la bonanza se acabó muy pronto. Argentina sorteó muy bien la crisis del 30 porque tenía personas muy capaces como (Federico) Pinedo y (Raúl) Prebisch con la idea de un Banco Central creado para estabilizar el ciclo. Eso cambia totalmente con el gobierno peronista cuando en 1946 cambia la carta orgánica del Banco Central, nacionaliza los depósitos, desarma la intermediación financiera y reasigna los recursos de forma centralizada. Lo mismo ocurre con el sistema jubilatorio que empieza en esa época con muchos aportantes respecto de quienes tenían que cobrar con lo cual se genera otro ingreso fuerte para el fisco de una manera poco transparente. Ese es el mayor problema. Era un momento de superávit comercial y buenos precios de los productos agropecuarios, pero luego los precios caen y eso se agota. Y te comiste todos los recursos.
—El libro concluye que esta crisis es fundante y se sostiene hasta hoy. Sin embargo, el peronismo no fue el PRI de México. Estuvo muchos años fuera del poder desde 1955 hasta hoy. ¿Cómo se explica?
—La concepción corporativa siguió más allá del peronismo, también la tuvieron los gobiernos militares. No es trivial que Perón llegase a través de un golpe militar. Es cierto que el peronismo no es el PRI, pero su carácter esta enraizado en la sociedad misma y por eso el problema es más profundo. Está enraizado en una puja de intereses sobre la cual el Estado decide cómo se dirime a través de ciertos grupos: sindicatos, empresarios, el campo. Y según quien se apropia del Estado, se distribuye. Nunca primó una visión estratégica acerca del desarrollo del país. Bajo una forma republicana se pueden tener vaivenes sobre la cuestión social pero al menos la decisión de inclinar la balanza hacia los asalariados o no, se dirime en el Congreso, se lleva adelante a través de impuestos administrados de forma transparente.
—Ustedes comparan el peronismo con el laborismo inglés y el gobierno de Francia. Los califican como “socialistas”. ¿Por qué?
—El laborismo inglés y el gobierno francés tomaban mucha intervención en la economía, así como otros países europeos tenían un Partido Comunista fuerte. Pero siempre fue en un marco republicano y no en la disputa de corporaciones.
—De todas formas algo se le debe reconocer al peronismo: el impulso que le dio a los trabajadores. ¿O no?
—Ehmm… a ver… yo creo que sí en algunos derechos laborales pero el impulso a la puja distributiva y esa configuración social no aparece con el peronismo. Es antes. Sobre todo, lo que marca la diferencia en Argentina es su sistema educativo que también traía ascenso social. Sí hay que reconocer avances en la legislación laboral y en la salud pública. Pero ese bagaje al que haces mención se hizo posible antes del peronismo. Argentina tenía niveles de alfabetización muy altos ya en los años 20.
—¿Cómo habría seguido el peronismo sin el golpe del 55?
—No hubiera cambiado demasiado. Perón tuvo que acomodar un poco las cosas porque se dio cuenta que estaba entrando en problemas, pero no estaba dispuesto a hacer grandes cambios institucionales.
—Si este libro se reeditó es porque esa época se sigue viendo como la causa de todos los males o de todo lo bueno. Pero Argentina nunca se recuperó del golpe financiero de Martínez de Hoz.
—No coincido. El problema empieza cuando se comienzan a destruir las instituciones democráticas.
—¿Pero cree que la estatización de la deuda externa privada llevada a cabo en la dictadura fue una política responsable?
—Eh… lo que pasa es que a eso se llega cuando… cuando las políticas fiscales y monetarias son inconsistentes de forma persistente. Y aquí estamos pensando cuándo empezó esa idea.
—¿Entonces debería pensar que Martínez de Hoz y Cavallo siguieron la línea de Perón?
—No, intentaron revertir eso y… en el caso de Martínez de Hoz es una política de apertura con un montón de problemas y muy errada en muchos aspectos. La matriz de sostener el gasto público por razones políticas es transversal a todos y, sobre todo, en gobiernos militares. Onganía tuvo un vínculo muy fuerte con los sindicatos, por ejemplo, y también una idea muy corporativa del poder y de la sociedad. Pero hubo una raíz. Y eso empieza con Perón. La reforma de la Constitución de 1949 atacó la idea previa de la Argentina para siempre. Es donde se instala el problema de que el Estado debe cooptar la economía para beneficiar a determinados sectores.
—¿Sean los que fueran?
—Sean los que fueran, claro.
—Usted trabajó treinta años en el Estado. ¿En qué momentos diría que se intentó salir de esta matriz?
—Ingresé en 1988 al Banco Central y esa administración, con todas las dificultades, tuvo una visión distinta. En los 90 también se pueden rescatar cosas. Se cambió la carta orgánica del Banco Central para que no fuera un mero apéndice del Tesoro. La convertibilidad tenía problemas de diseño y no creo que haya que volver a eso. Yo nunca fui staff político del Central sino técnico, y las personas que estuvieron a cargo fueron, en general, muy capacitadas. Prat-Gay (2002-2004) llevó una buena gestión y lo mismo Redrado (2004-2010). Después ya no.
Javier Milei.
—¿Cómo veía que Milei hiciera campaña destruyendo una réplica del Banco Central?
—Yo no creo que haya que romperlo ni cerrarlo. No sucedió, de hecho, ni va a suceder.
—¿Por qué él tiene esa obsesión?
—Porque el Central es la institución a través de la cual se implementaron todas estas políticas que nos llevaron a estar así. Ese énfasis es simbólico para Milei, que es muy hábil en ese sentido. Lo que ataca es el descontrol del gasto y utiliza esa imagen para que la gente entienda la gravedad del problema. Es una estrategia de propaganda y nada más.
—Volvamos al 46 recordando a Braden, el embajador norteamericano que organizó la oposición al peronismo, citado en el famoso slogan político que inmortalizó el propio Perón: “¿Braden o Perón?”
—¡Perón no! ¡Braden! Yo no tengo dudas, eh. Como ciudadana no hubiera deseado un gobierno de esas características. Mis padres eran estudiantes de izquierda y los echaron de la escuela. Mi abuelo se fue de su trabajo por no querer usar el brazalete de luto cuando murió Evita. No hubiera podido estar de ese lado nunca. Quizás por estos registros familiares. Mi mamá no pudo terminar la secundaria…
—Y a la mía, con doce años, casi la matan en el bombardeo del 55…
—Es la historia de este país…
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LA ECONOMÍA DE PERÓN, Una historia económica (1946-1955), de Roberto Cortés Conde, Javier Ortiz Batalla, Laura D’Amato y Gerardo Della Paolera (editores). Edhasa, 2024 (segunda edición ampliada). Buenos Aires, 600 págs.
Vivir a costa de otro
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Los argentinos “no podríamos vivir solo del agro, toda la sociedad no puede vivir a costa del agro. Así no crecemos, así no nos desarrollamos. Y llevamos décadas de desequilibrios macroeconómicos permanentes. Mientras que la región pudo superarlo”.
Laura D’Amato