Los poetas y "la bomba" atómica

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Poéticas de Milán

Un ejemplar humano más o menos demente como Putin —con mucha razón, poca razón o sin ella— puede intentar decidir el destino del mundo.

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Uno no elige bajo qué se cría. Tampoco bajo qué se crea. Y mucho menos bajo qué se cree. Y a veces se junta todo. Mi generación de nacidos en los cincuenta se formó poéticamente bajo la sombra de la poesía comprometida. Es decir, la sombra de un poema que refería directamente a una promesa de transformación sistémica. La revolución cubana hizo de guía de la poesía comprometida en su proyección de liberaciones nacionales. A veces, tanto era el magnetismo, que la mímesis —elemento dominante en la poesía comprometida en relación al espejo realidad-lenguaje— era casi completa. Un adolescente con el pelo largo caminaba por la calle y no lo insultaban por hippie. Lo acusaban de creerse el Che Guevara o Camilo Cienfuegos. La poesía comprometida llevaba el “espejo de la revolución” (para parodiar el libro extraordinario de Baudrillard, El espejo de la producción) a la literalidad. Lo que sí me queda claro hoy es que en aquellos años sesenta vivimos poco en la América Latina poética bajo la sombra del peligro nuclear. Claro que la tensión EEUU/Cuba puso todo en suspenso y hasta la palabra poética hizo un paro. Pero más allá de esa contingencia: no recuerdo un poema “comprometido” que hablara abiertamente de “la bomba”, dicha así, en singular como se la mencionaba socialmente, como si fuera una y definitiva, La. Sí recuerdo poemas escritos por poetas norteamericanos: algunos beats (Ginsberg, Ferlinghetti) y algunos “modernos” que respaldaron a los beats (William Carlos Williams, e.e. cummings). Pero en Latinoamérica no se me aparece nadie.

¿Se creía que la revolución anulaba el peligro de una confrontación atómica? ¿Era tan capaz el “principio esperanza” de convencer de su capacidad de conjuro de la devastación general? ¿O se pensaba que la emancipación —palabra utilizada más hoy que en aquel ayer— te libraba (“liberaba” era la palabra social) “del sol y de la luna y del amor”, como dice Gran Borges?

No es lo mismo estar bajo amenaza de una guerra total que estar viviendo la realidad de una guerra total. Hoy estamos más cerca del contagio bélico que ayer, con un miedo muy atento, sobre todo luego —y todavía— bajo la experiencia de una pandemia. Lo que me llama la atención no es tanto la cercanía o la lejanía de una catástrofe sino el deseo puesto en juego y la ilusión que despierta. Que el deseo aleja o acerca peligros reales parece más evidente. Un ejemplar humano más o menos demente como Putin —con mucha razón, poca razón o sin ella— puede intentar decidir el destino del mundo según su antojo de un lejos o de un cerca.

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