Hitos del rock post dictadura

Los Tontos: el rock divertido y desfachatado como antídoto contra la solemnidad del Canto Popular

Grupo que, en pleno éxito, fue bajado a pedradas de un escenario

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Los Tontos
Los Tontos
(Archivo)

por Luis Fernando Iglesias
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En 1985 asumía en Uruguay el primer gobierno democrático luego de doce años de dictadura. Las elecciones del año anterior habían sido ganadas por el Partido Colorado y Julio María Sanguinetti ocupaba la Presidencia de la República. Un par de años antes, algunos jóvenes peleaban para que en la música también corrieran nuevos vientos. Una banda formada en Pando, Los Estómagos, comenzó a ser conocida al tocar en lugares como El Templo del Gato donde los escuchó Alfonso Carbone, un joven uruguayo que volvía al país luego de haber vivido en Londres y conocido de primera mano el post punk que se escuchaba en Europa. Carbone fue contratado por el sello Orfeo de Palacio de la Música para descubrir nuevos grupos que tuvieran condiciones para llegar al disco. Cuando en 1984 Los Estómagos graban su primer trabajo, el baterista Gustavo Marriott se había alejado de la banda. Gabriel Peluffo, Gustavo Parodi y Fabián Hernández consiguen a un nuevo baterista que se había hecho conocido por tocar en varios lados: Leonardo Baroncini. El nuevo integrante tenía también otro proyecto privado: formar una banda que interpretara sus canciones aún sin terminar, con letras muy locas y satíricas. Renzo Guridi (Teflón) le contó a Mauricio Rodríguez en el excelente libro En la noche (2012), reseñado en El País Cultural Nº 1216, que conoció al baterista en épocas en que éste también tocaba con el Cuarteto de Nos y con Alberto “Mandrake” Wolf. Andaba con una carpeta llena de letras de canciones y a Renzo le entusiasmó la idea de formar una banda. Hubo dudas en el nombre. Se barajó Los Calefones pero enseguida Los Tontos los convenció a los dos. “Era la época del canto popular, donde todo ‘somos todos trascendentes’, y esto era una bomba de mierda arriba… Estaba bárbaro”.

Integraron a Santiago Tavella para una actuación en el ciclo “De los Bueyes Perdidos” organizado por el Taller Uruguayo de Música Popular (TUMP), donde según ellos mismos sonaron horrible. Tavella se va y llega un guitarrista de nombre Fernando Rodríguez. Como Baroncini seguía tocando en Los Estómagos, y a éstos no les gustaba que integrara otra banda, adoptó el seudónimo Trevor Podargo. Rodríguez tenía una calvicie incipiente así que pasó a ser Calvin Rodríguez, y en una entrevista donde Renzo no había ido, se les ocurrió cambiar el Guridi por Teflón, cosa que al bajista le encantó y siguió usando ese apellido hasta su fallecimiento en 2018. Baroncini se va de Los Estómagos y Podargo pasa a ser un Tonto a tiempo completo.

A fines de ese año 1985 llega el segundo mojón que los llevaría a ser la banda de mayor éxito del llamado rock uruguayo post dictadura. Orfeo edita un compilado de canciones de varios grupos con el nombre Graffiti en el que estaban Los Estómagos, Zero, Neoh 23, Los Traidores y Los Tontos, de los que se incluyó el “Himno de los conductores imprudentes”, canción con letra de Baroncini y música de “Mandrake” Wolf, inspirada en que vivía en una casa cerca de una intersección donde los choques de vehículos eran constantes. El álbum fue presentado en la navidad de ese año en el Teatro de Verano y fue un bautismo de fuego. Pronto las radios comenzaron a repetir esa canción que parecía un himno al puré más que a los choferes irresponsables.

En 1986 sale su primer álbum llamado Los Tontos que suma otras canciones de éxito como “Pasame la escoba”, “Elmer, el gruñón”, “Ana la del quinto”, “Mi guatercló azul (ayer se me perdió)” en alusión al tema de Silvio Rodríguez “Mi unicornio azul”. El humor de sus letras junto a una música directa y bailable, con fuerte influencia de The Police y rastros de reggae sin olvidar algo de punk en la actitud, conquistó rápido al público. Los Tontos era una banda con raíces acaso más profundas de lo que se percibía en una primera audición. En la última entrevista que le hizo Fernando Errandonea pocas semanas antes de su fallecimiento (El País Cultural Nº 1316), Renzo reconocía que “con Leo nunca hablamos de humor, nunca me dijo ‘hacé una canción que tenga humor’. Me enseñó a escribir letras. Era como un taller, yo llevaba canciones y me decía ‘esto es una porquería”’. Sintió que tomaba clases particulares con el baterista y “dejé cuando empezó a dar clases grupales. A lo que él me instó fue a hacer mis propias canciones, me dijo que tenía que componer más”. Con su forma de ser más tranquila y callada, Calvin colaboraba con los arreglos y en la composición de algunas canciones de ese disco. A fines de ese año parecía un grupo establecido con una carrera prometedora a su frente.

Crisis. Cuando en su comienzo una banda cosecha un éxito tan grande e inesperado pueden pasar dos cosas: la consolidación o la crisis. En 1987 viajan a Chile. Dan un par de conciertos y el “guatercló” pasa a ser su tema más famoso en la capital trasandina. Su manager Miguel Olivencia instrumenta una gira nacional donde Renzo recuerda que hicieron “87 toques”. Es en la grabación en Buenos Aires del segundo álbum, Tontos al Natural (1987), donde la tensión entre Baroncini y Renzo crece. Teflón contó que hubo muchas discrepancias y que por poco no llegaron a pelearse ante las imposiciones del baterista. Baroncini recuerda que de un lado estaban Calvin y él y del otro Renzo. A la vuelta consiguen algo impensado para ese tiempo. Canal 4 les ofrece que conduzcan un programa de rock como anfitriones. La Cueva del Rock se emitió desde julio a diciembre e invitaron a muchas bandas para que mostraran su material y se difundiera por todo el país. Tuvo muy buen rating, buen apoyo comercial y eso fue también el inicio de ciertos mal disimulados celos por otra gente del ambiente. También fue un tiempo de polémica con algunos representantes del canto popular, como Jorge Bonaldi, que criticó al rock definiéndolo como una música del imperio que quería desideologizar a la juventud uruguaya. La polémica fue larga y en ella participaron músicos, periodistas y público.

Los Tontos habían tenido un gran éxito en el Montevideo Rock I, también organizado por Olivencia, por lo que la sorpresa de los que asistimos al Montevideo Rock II en febrero de 1988 ante la reacción de cierta parte del público fue grande. En ese evento, donde había bandas argentinas, brasileras y uruguayas, cuando tocaron Los Tontos su primer tema, comenzaron a caer cosas sobre el escenario. En la segunda canción ya era una cantidad importante de piedras y otros objetos no identificados que agredían a los músicos. La banda abandonó el escenario y fue el comienzo del fin. Dieron algunos toques más en ese comienzo de año, el último en Tacuarembó, pero la crisis era inevitable.

Las razones de la agresión que sufrió la banda en el Montevideo Rock II nunca quedaron claras. Acaso la desaprobación de su gran popularidad por tener un programa en televisión u otros motivos difíciles de entender. Baroncini lo relaciona con algo orquestado por una banda, a la que no menciona, que participó en La Cueva del Rock. No había forma de hacerles entender que no podían grabar al volumen extremo que querían. Ante su negativa a bajar el volumen el personal técnico los grabó, pero la actuación nunca salió al aire lo que generó furia en los músicos. El baterista sospecha que seguidores de esa banda fueron los que organizaron la agresión, pero la verdad quizá nunca se sepa. Es posible que alguien la comenzara y otros, por diversas causas, se sumaran a uno de los episodios más tristes e injustificables del rock nacional.

Igual comenzaron a planear el tercer álbum, dado que el segundo se había vendido muy bien, y Renzo pide más dinero para la banda. Era una excusa porque en su mente quería irse. Cuando Carbone les avisa que el sello acepta el pedido, ya era tarde. El bajista saca un álbum solista Je, je (1988) mientras Trevor y Calvin editan el tercer álbum llamado sugestivamente Chau Jetón (1988). El disco de Los Tontos que no fue, con la formación completa, se iba a llamar Nunca pasa nada en Islandia.

Rastros en las calles. Una mujer camina junto a su perra de nombre Buba, igual que la palabra que se repite al final del “Himno de los conductores imprudentes”. Con su mascota recorre calles de una ciudad donde se mezcla la Montevideo actual con la de hace cuarenta años. Su objetivo es llegar a la Avenida 18 de Julio, pero siempre habrá algo que se interponga y le impida conseguirlo. Varias de esas interrupciones tienen como protagonistas a personajes salidos de las canciones de Los Tontos, los que van uniendo partes de la historia de esa mujer junto a su perra. La protagonista encontrara, entre la suciedad agobiante que habita en las calles, elementos que perturban como un olvidado diario infantil casi destruido con dibujos de los Looney Tunes, como Bugs Bunny o “Elmer, el gruñón”, cuyas páginas se han diluido en la humedad del contenedor de basura. En el recorrido también aparecerán “La gordita 103”, “Ana la del quinto”, “Menéndez, el demente”, o Fuko, el perro de Calvin Rodríguez con su collar (“¿Conoce Ud. a Fuko?”) y varios personajes más. La historia salta en años indefinidos hasta el presente con algunas apariciones recurrentes, como los personajes de los Teletubbies, que van engarzando el relato. Es una ciudad atravesada por las canciones del primer álbum de la banda, con sus personajes extraños y reconocibles. Una ciudad en decadencia donde las historias se pierden entre la mugre.

La escritora, socióloga y gestora cultural Rosana Malaneschii era una veinteañera cuando el fenómeno Los Tontos. En este libro cuenta una ficción, con algún tinte onírico o incluso surrealista, que se relaciona una y otra vez con la banda. Desde sus canciones, donde se incluyen todas las letras a los personajes de esos temas que aparecen de una u otra forma en la historia. Una Montevideo con gente viviendo en la calle, sin acceso a sanitarios (“Mi guatercló azul (ayer se me perdió)”) o vida digna. Habrá lugares abandonados y en un descenso a uno de ellos se encontrará con Los Tontos. También una charla con el guitarrista el Gavilán, joven que resolvió ser músico cuando vio a Los Tontos en la televisión siendo él un niño. El músico cuenta cuando, desde su admiración de joven, se cruzó algunas veces con Renzo Teflón. El relato de la primera vez que hablaron demuestra la personalidad, y admiración, de dos músicos, así como la humildad de Guridi. Gavilán, junto con los dos “tontos” sobrevivientes, es una figura importante tanto en el relato como en lo que ha ocurrido con la memoria, y el resurgimiento de esa banda. En 2022 organizó un concierto homenaje reflotando el repertorio del trío, y el 9 de noviembre pasado tocó en el recital que significó la vuelta de Los Tontos, con Trevor, Calvin e invitados. El concierto fue filmado con varias cámaras y se intenta que se transforme en un documental sobre la historia y legado de la banda. El libro de Malaneschii es un complemento y a la vez demostración de la importancia del grupo para sus contemporáneos, y “fijar la música en literatura”, algo que consigue. Más allá de este aporte, la historia de Los Tontos merece una investigación a fondo por su particularidad e influencia en una generación, buscando las razones de una carrera tan efímera como exitosa.

LOS TONTOS/LOS TONTOS, de Rosana Malaneschii. Estuario, 2024. Montevideo, 177 págs.

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Los Tontos y sus discos de oro
(Solo rock Uruguay)
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Calvin en su garaje, Propios y Comodoro Coé
(Archivo de Calvin Rodríguez)
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Renzo en el garaje de Calvin, Propios y Comodoro Coé
(Archivo de Calvin Rodríguez)
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Trevor en el garaje de Calvin, Propios y Comodoro Coé
(Archivo de Calvin Rodríguez)
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Renzo Teflón por Ombú

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