Malvinas: una guerra que los argentinos siguen peleando

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Leila Guerriero
Rodrigo Nespolo

Crónica latinoamericana

Leila Guerriero supo que debía escribir la crónica del Cementerio Argentino de Islas Malvinas. No sabía que iba a levantar tantas ampollas.

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Cuando se escuchó el último disparo y la última bomba en la desolación de las Islas Malvinas y ganó el silencio, nadie recogió los cuerpos de los argentinos caídos en combate. El frío, el viento y la nieve acompañaron la soledad de esos muertos que, durante casi seis meses, sólo hablarían con Dios. Un día el ejército inglés envió a un joven oficial, Geoffrey Cardozo, a realizar tareas de apoyo a la tropa en la posguerra. Y encontró los cuerpos de los argentinos esparcidos por el campo de batalla.

Así se inicia la historia que cuenta Leila Guerriero en el libro La otra guerra, Una historia del cementerio argentino en las Islas Malvinas que, como comentó la autora a este cronista días atrás, fue escrito “con la intención de comprender el entramado extraordinariamente complejo que hay detrás del problema simbólico de la identificación de los cuerpos”. Un problema que, además, la involucra como argentina. “Eso me permitió quizás entender mejor muchas cosas. Entre otras, por qué el tema levanta toda clase de ampollas”.

Leila Guerriero sabe de dolor, ampollas y soledad. Lo supo cuando viajó a un pueblo frío y ventoso de la Patagonia, Las Heras, para entender qué había detrás de una sucesión de suicidios jóvenes, para publicar en 2005 Los suicidas del fin del mundo, Crónica de un pueblo patagónico. A partir de allí se consolidó como una estrella de la crónica latinoamericana con libros como Una historia sencilla, Opus Gelber, la recopilación Plano Americano, la selección de columnas Teoría de la gravedad, o como editora y compiladora en las reuniones de crónicas Los malditos, Los malos, y Extremas. Sigue publicando en medios latinoamericanos y españoles, tras colaborar muchos años con El País Cultural. Su prosa filosa de sonoridad poética envuelve al lector con una musicalidad austera, rítmica, que suma cada vez más adeptos y fans. La otra guerra confirma su gran momento.

Hombre prolijo

La guerra de las Malvinas sembró un dolor sordo que se instaló en los hogares de cada uno los caídos. En Inglaterra o Escocia es posible ver hoy, en muchas iglesias de pueblos pequeños, placas o cenotafios con el nombre de uno o dos jóvenes integrantes de la comunidad caídos en 1982 en las Malvinas. Muchas familias argentinas tardaron en tener ese beneficio. Tras el regreso de los combatientes a suelo continental, el ejército argentino no notificó, salvo excepciones, la muerte de quienes no volvieron.

El ejército inglés consultó con su par argentino y luego dio la orden a Cardozo de armar un cementerio. Recogió de los campos 230 cuerpos, pero 122 no pudieron ser identificados. Fue prolijo en reunir la información, el lugar de cada hallazgo y todo lo que podría ayudar en la posterior identificación;_puso esos datos con cada cuerpo y los enterró en el nuevo cementerio, que se inauguró en un desolado paraje del istmo de Darwin el 19 de febrero de 1983. Luego elaboró un informe detallado con todos los datos, las coordenadas, las fotos. Lo elevó al ejército inglés, que lo derivó a la Cruz Roja, quien lo envió al gobierno argentino en 1983. Luego el silencio.

A partir de allí se tejió una historia de silencios, odios y acusaciones que parece inverosímil. O no. Es Argentina. El problema simbólico de los restos de los caídos en una guerra, su hallazgo, identificación y posterior enterramiento, pesa mucho en el universo emocional de las comunidades, y más tras las guerras coloniales del siglo XX. Es el caso de los soldados portugueses caídos en la guerra de independencia de Angola, 1961-1975: la metrópoli no permitía a los familiares repatriar sus restos a Portugal porque el país africano era considerado suelo patrio (para entender el contexto hay que leer a António Lobo Antunes). Todo se agrava cuando ni siquiera hay una tumba. Es el caso de los dos mil prisioneros talibanes ejecutados y enterrados en Kunduz, 2001, en fosas comunes que todavía se siguen buscando. Los crímenes de guerra perpetrados en Afganistán por todos los bandos han llevado a algunas afganas a manifestarse en Kabul, con burqa, portando una foto del familiar desaparecido, en una cultura que apenas las registra como seres humanos.

El problema para los argentinos, en comparación, parecía más sencillo. Pero no.

Los absolutos

Geoffrey Cardozo se enteró casi dos décadas más tarde de que aquel viejo informe suyo no había ayudado a identificar a nadie. En 2008 decidió poner manos de un ex combatiente argentino, Julio Aro, la única copia que le quedaba, quien hizo lo que debía: impulsar la identificación. Entonces saltaron todas las ampollas. Algunas narrativas comenzaron a equiparar a los soldados sin identificar con los NN desaparecidos de la pasada dictadura. Otros lanzaron graves acusaciones, afirmando que la operación para identificar los restos era una maniobra británica para repatriarlos. La defensa de los absolutos (Patria, Soberanía, “Malvinas causa nacional”) entraba en colisión frontal con el dolor de las familias que, en su intimidad, no encontraban paz; algunos incluso creían que sus hijos podían estar vivos. De eso trata el libro, del choque furioso de esos dos trenes. De las mujeres, hombres, madres, padres, hermanas y hermanos convocados por la autora para que cuenten sus verdades y sus mentiras. Del Equipo Argentino de Antropología Forense, clave en el proceso identificatorio, del empresario Eduardo Eurnekian tanto en la remodelación del cementerio como en los vuelos gratuitos a las islas para los familiares, y del músico Roger Waters interviniendo a favor de las madres de Malvinas. Los testimonios se suman en el libro como esas pequeñas piedras que recogen los familiares del piso al visitar hoy el cementerio en Darwin, pero que los soldados británicos les quitan antes de volver.

En octubre de 2020 quedaban aun siete restos sin identificar, bajo placas que dicen “Soldado argentino solo conocido por Dios”.

LA OTRA GUERRA, de Leila Guerriero. Anagrama, 2021. Barcelona, 94 págs.

Leila Guerriero
Leila Guerriero

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