Manual para ciudadanos

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László Erdélyi

EL COMPORTAMIENTO de los individuos ordenados en una fila suele ser revelador. Mientras este cronista esperaba para abonar en una caja de las Galerías Lafayette de París, una señora mayor se coló. Era turista, italiana, cercana a los 60, con pantalón apretado y abundantes joyas. El gesto de desprecio en su rostro lo decía todo. Los primeros en la fila, un grupo de cuatro jóvenes veinteañeros también italianos, comenzaron a burlarse de esa actitud: "Ah, la bella Italia", decían en voz alta con ironía y amargura. El orden establecido para alcanzar una meta en grupo -la fila- había sido violado, sin consecuencias para el violador. "La señora es Berlusconi, y los jóvenes el futuro de Italia" pensé enojado.

Otro italiano, Giovanni Sartori, publicó en Italia en 2008 un pequeño libro titulado La democrazia in trenta lezioni, que llega al español en 2009 como La Democracia en 30 Lecciones. Son textos breves, de dos páginas, que discuten temas como qué es la democracia, la libertad, la participación, la opinión pública, y los desafíos que plantea la cultura musulmana a la convivencia democrática, entre otros temas. El lenguaje es sencillo, claro, tipo manual para ciudadanos que busca dar luz en los temas donde la política y los políticos suelen echar sombras. Pero en su origen no era un libro, sino treinta breves programas de TV de cuatro minutos emitidos en el horario central de la RAI -en medio de los programas de entretenimiento- para hacer reflexionar a los italianos sobre las bases de la democracia, su "fila", su sistema de convivencia.

DERECHA E IZQUIERDA. Mientras caminaba por los estudios de la RAI, un señor se le acercó a Sartori y le espetó: "Profesor, ¿usted es de izquierda o de derecha?". El gran teórico de la democracia de la actualidad, profesor ilustre en Harvard, Yale, Columbia y Florencia, y autor del libro clásico Teoría de la Democracia, le contestó: "Yo también quisiera averiguarlo, pero todavía no lo he logrado".

El buscador curioso se resiste a ser encasillado. Sabe que, por ignorancia o desgano, la mayoría de los conceptos en uso están cargados de equívocos, falsedades, o medias verdades. "Todos sabemos, más o menos, cómo debería ser una democracia ideal, mientras que se sabe demasiado poco sobre las condiciones necesarias para conseguir una democracia posible, una democracia real", afirma el autor. Por ejemplo, respecto a la idea muy arraigada de que a medida que participa más gente, más eficiente y mejor es la democracia. Sartori dice que "existe una relación inversa entre la eficacia de la participación y el número de participantes". Un individuo que vota en una comunidad de 100 siente que su voto importa; no ocurre lo mismo con quien vota en una comunidad de diez millones.

Las técnicas electorales, entonces, han permitido que las democracias masivas sobrevivan. Pero eso no lo inventaron los griegos antiguos. Los primeros grupos de hombres que eligieron votando en forma estable fueron las órdenes religiosas medievales atrincheradas en los conventos-fortalezas. El voto secreto y las reglas del voto mayoritario se las debemos a los monjes. Pero nada de respetar minorías, algo sagrado en la democracia moderna, donde todos -mayorías y minorías- obtienen algo. Si los monjes no lograban que la elección resultara unánime, molían a garrotazos a los rebeldes.

Los monjes, a su vez, no hablaban de democracia. Ni se les ocurría. Durante dos mil años el gobierno ideal fue la res publica, la república, que no es lo mismo que democracia, un término muy desprestigiado: "el rechazo de la palabra democracia hasta el siglo XIX atestigua lo memorable y definitivo que fue el derrumbe de la democracia antigua" explica Sartori. "Si el término vuelve a emerger cuando lo hace, es para designar una realidad totalmente nueva, totalmente inédita. Nuestras democracias son, en realidad, democracias liberales", democracias que no son inmediatas sino llenas de mediaciones, y donde las minorías son importantes.

EL VELO ISLáMICO. Otro gran problema que enfrenta la democracia tiene que ver con el Islam. Hoy en día las democracias europeas albergan a millones de musulmanes, y las tensiones de dicha convivencia están en los titulares de los diarios. En Francia, por ejemplo, la violencia está en el aire. Los suburbios de grandes ciudades como París o Lyon han llegado a vivir verdaderas noches de terror. El presidente Sarkozy anunció que iba a prohibir el velo islámico para las mujeres en la enseñanza pública francesa. Acaso el mandatario confundió multiculturalismo con pluralismo. Para Sartori pluralismo es sinónimo de tolerancia, de aceptación de las diferencias. Pero el multiculturalismo "va en sentido contrario. En vez de promover una diversidad integrada, promueve una identidad `separada` de cada grupo y a menudo la crea, la inventa, la fomenta. El resultado es una sociedad de compartimientos estancos e incluso hostiles". Al prohibir el velo islámico Sarkozy expulsa a las mujeres musulmanas de la enseñanza pública francesa hacia las diversas escuelas religiosas islámicas que pueblan toda Europa, financiadas por abundantes petrodólares saudíes o iraníes.

A partir de la mitad del libro, el académico calmo deja paso al italiano calentón. Se apoya, por ejemplo, en Arnold Toynbee -el enorme y polémico historiador británico de las civilizaciones- para sentenciar que el Islam se siente avasallado por la cultura occidental y que responde con violencia porque es una cultura sin capacidad de adaptación a lo nuevo. Se enoja, a su vez, con el premio Nobel Amartya Sen, a quien maltrata en la lección "Exportabilidad de la democracia": refuta su tesis de que la democracia se puede exportar ("la democracia de los demás no existe") y lo trata de ridículo por intentar identificar una "vía India" a la democracia, cuando -dice- la democracia en India es un producto de importación británico.

También hay espacio para la decepción. Michael Burleigh, en su monumental Causas Sagradas, Religión y Política en Europa (Taurus, 2006), identificaba como uno de los grandes problemas de la civilización occidental actual a las minorías que defienden sus derechos en forma belicosa (ej., minorías musulmanas en Europa) pero que ponen poco énfasis en sus responsabilidades para con la comunidad que los alberga. Este tipo de actitudes corporativas está bastante difundido en el orbe democrático occidental, con diferentes grados de intensidad. Poco hay de eso en estas 30 lecciones. Sólo la aparición, de tanto en tanto, de quien Sartori llama "niño mimado" moderno que, con sus caprichitos, desprecia a la democracia "real" porque no siempre funciona bien.

La Democracia en 30 Lecciones es un libro brillante y polémico. Su virtud está en que no discute desde la distancia académica, sino desde la inmediatez y el fragor humano. "El hombre es, por definición, un animal parlante, con tendencia a discutir", parece disculparse Sartori (pág. 108). Pero tiene razón. Una buena discusión entre la señora y los jóvenes italianos de la fila de las Galerías Lafayette habría quizá sacado a luz el tema de los derechos y las responsabilidades, y hasta quizá les habría permitido llegar a un acuerdo. Pero no, se ignoraron e insultaron por lo bajo, ante la mirada del resto de la fila. Y la señora fue estereotipada como "amiga de Berlusconi", cuando quizá sólo tenía urgencia por ir al baño.

LA DEMOCRACIA EN 30 LECCIONES, de Giovanni Sartori. Taurus. Montevideo, 2009. Distribuye Santillana. 150 págs.

Sartori dixit

Igualdad: "La libertad y la igualdad siguen siendo enemigas, pero bajo etiquetas nuevas: la igualdad negadora de la libertad se canaliza hacia el socialismo, mientras que la igualdad afirmadora de la libertad confluye en la democracia antisocialista, en la democracia liberal".

POLíTICAMENTE CORRECTO: "Lo políticamente correcto no es ni siquiera heredero de un pensamiento. Se limita a ser una guerra donde se combate en base a epítetos que eliminan las palabras `incorrectas`, declaradas incorrectas. Lo que nos deja a merced de una pura y simple ignorancia armada".

PARADOJA: "Marx es un individualista que protege el costo del trabajo de cada individuo, mientras que el mercado debería considerarse `socialista` porque no protege al individuo sino que, por el contrario, lo sacrifica al interés colectivo. La paradoja es, por tanto, que Marx es inconscientemente individualista, mientras que el mercado es, sin darse cuenta, colectivista".

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