Referente de la novela histórica uruguaya
Primero poeta, luego Marcia Collazo se consolidó con la novela histórica. Su ficción sobre las mujeres de José Artigas cumple ahora diez años.
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Marcia Collazo (Cerro Largo, 1959) es escritora, abogada, profesora y autora referente de la novela histórica uruguaya. Charlamos de literatura e historia y, sobre de todo, de lo que pasa en el medio.
—Según mis cálculos tu primera novela Amores cimarrones. Las mujeres de Artigas (2011) cumple 10 años de publicación.
—Parece mentira.
—De tus libros es el que más reediciones tiene, va por la 11.ª.
—Cuando escribí esta novela la atesoré, porque era algo que quería hacer y creí que a nadie más le iba a interesar. Me sorprende que hayan pasado 10 años, y vuelvo una vez más a la filosofía (soy una apasionada del existencialismo y de la hermenéutica), porque los humanos somos seres tirados en el mundo y tenemos frente a nosotros un abanico de posibilidades de las que no somos conscientes.
—El libro inaugura para vos la relación entre lo literario y lo histórico.
—Sí. Se ha ido transformando, porque esa primera novela está muy vinculada al dato histórico. De a poquito comencé a darle cabida a otros personajes. En La tierra alucinada (2012) hay más ficción.
—También aparece la obsesión por retratar un pasado fundacional en el que aún hay espacios en blanco.
—Ahí va, esa es la obsesión que tengo desde que me recibí de profesora de Historia, a los 22 años. Me resistía a creer que no hubiera quedado nada. La historia es una ciencia social.
—Y es parcial.
—Por supuesto. Hay una frase de Luis Bonavita —médico e historiador— que dice: “De Isabel (Sánchez, uno de los amores de Artigas) no se sabe nada, es una sombra”, y para mí eso era como una puñalada.
—Tus personajes secundarios cobran fuerza.
—Totalmente.
—Me sigue resonando la nota introductoria de Heber Raviolo a ese libro.
—Él siempre fue muy justo y parco.
—¿Qué pensás de Raviolo, a 10 años?
—Te puedo contar que en el entierro de Heber increíblemente nadie dijo nada. Nos dimos cuenta de eso con Alicia Torres. Éramos unos cuantos ese día. Nos mandamos mensajes con los ojos, como diciendo “esto no puede pasar”. Cuando nos dimos cuenta de que nadie iba a decir nada, le dije a Alicia vamos para ahí a decir algo. Eso me dio el impulso. Yo sabía que era una careteada total lo que iba a hacer, pero entre las cosas que dije, que no las recuerdo en su totalidad, cerré con el poema de Martí: “Yo soy bueno, y como bueno,/ moriré de cara al sol”.
—Bien.
—Además fue él quien se atrevió a publicar Amores cimarrones. Imaginate que fui con el mamotreto así de grueso y quedó atónito. Me tenía fe con esa novela. El tema es que me habían ofrecido un buen dinero para publicarla en otra editorial y eso me mostró el camino.
—Nada despreciable.
—Claro, con esa oferta latente fui a ver a Raviolo. Me quedó mirando con esa cara que ponía cuando desconfiaba. Bueno, lo martiricé al pobre. Recuerdo que se iba a Valizas y se llevó el manuscrito. Cuando volvió me llamó: “se publica”. Me quedé como loca. Luego lo presentamos en la sala mayor del Cabildo.
—Es que Artigas sigue siendo Artigas.
—Sí, y además el libro se movió en torno a su figura, a su idea, no a la mía.
A capa y espada
—Pensando en tu siguiente novela, La tierra alucinada, ¿es una secuela?
—No, pero ambas están conectadas ya que una artigüista de la primera ola vuelve a escena en un momento tremendo de los orientales, que es cuando nos crean, con toda esa polémica en torno. Tuvo bastante eco en Argentina, porque viste que ellos siguen creyendo que somos su paraíso perdido.
—La provincia perdida.
—Bartolomé Mitre cada 18 de julio decía que se ponía de luto.
—Volviendo a Artigas, no tenemos tanta idea de quién fue.
—Desgraciadamente.
—Sumado al hecho de su ida al Paraguay. Se cortó la conexión.
—Sí. Muchas veces he dicho que los pueblos aman su bandera cuando sienten que representa el triunfo, que de alguna manera redime el dolor y tanta sangre derramada. En el caso nuestro las dos cosas no terminan convergiendo, porque por acá tenés la revolución y por allá tenés un Estado que muchos llaman “tapón”, fraguado por intereses de Inglaterra, Argentina y Brasil. Como que las dos cosas no están y fue necesario crear este producto, e imprimirle un proceso de identidad histórica y nacional.
—Proceso al que se invitó a Artigas.
—Sí, y devolvió todo sin hablar. Porque también Artigas era un obcecado y lo demuestra muchas veces. Era un típico revolucionario al que no le podés pedir que sea diplomático.
—Aunque hay perfiles diferentes de revolucionario, pienso en Bolívar.
—Bolívar llegó a ser peor con su consigna “Guerra a muerte”.
—No se puede ser libertador sin ser tirano.
—Claro. Hoy se horrorizan al saber que el Che Guevara fue un revolucionario que mató gente. Fidel Castro, José Martí, eran revolucionarios. Éste último murió porque no estaba preparado para la guerra.
—Estaba preparado para la pluma.
—Exacto, su gran error fue pretender ser un guerrero. Lo tiraron abajo de un balazo, a la primera. Artigas era un radical porque era un revolucionario.
—Tengo entendido de que este era un proyecto de trilogía que no concretaste.
—Cierto, me hacés acordar en realidad, porque había pensado trabajar con la Guerra Grande (1839-1851).
—Ahí avanzabas hacia nuestros días.
—Si yo te digo que tengo 300 páginas escritas....
—Te diría que lo meches con lo nuevo.
—Totalmente. Para esa novela había pensado en dos voces, en dos tiempos (ayer y hoy), desde la visión de una investigadora. Esa novela está escrita pero se fue quedando.
—Según tu experiencia docente, ¿percibís interés en las nuevas generaciones por la novela histórica?
—Percibo que hay un resurgimiento del interés por la historia en general. Desde los años 80 la historiografía mundial ha dado un giro enorme: la historia social, de la vida privada, de los pobres, de los anónimos, provocó una transdisciplinariedad que llegó a la literatura de diversos modos. En el boom latinoamericano hay buenas novelas históricas. El discurso histórico, con una nueva mirada, se ha relacionado más con el discurso literario, sobre todo en Latinoamérica.
Hacer arte y ser parte
—En varias entrevistas aclarás que tus novelas no son de género.
—Cierto. En realidad no creo que en el arte haya que catalogar las obras por género. Entiendo que el género como tal es una categoría de análisis, pero me rechina. Me parece muy válido el género para la lucha social y política pero no para el arte, porque el arte tiene que ser un canal de expresión incontaminado, que ni siquiera pasa por lo estético.
—Me refería a la utilización de voces femeninas como protagonistas.
—Sí, claro, hay una intención, y es poner en ese mundo cosas que a mí me parecen injustas. Ahora, llamarle a eso una cuestión de género, no estoy de acuerdo. En este sentido tuve una áspera discusión con Teresa Herrera, porque ella quería tomar Amores cimarrones como una especie de bandera de la cuestión de género. Le dije que no.
—¿Los escritores varones se sintieron “amenazados” por esto, en el campo literario e histórico?
—Eso pasó, sí. Cómo no. Incluso tuve que hacer un esfuerzo adicional de validación.
—Es que trabajos como el tuyo abrieron la cancha a otras mujeres también.
—Me doy cuenta de eso, sí. No es que piense que pude haber aportado algo, pero por qué no. La literatura tiene un gran poder en la trama discursiva de la sociedad.
—Hablando de poder, ¿la historiadora le ganó a la poeta? Previo a esto sacaste dos poemarios: A caballo de un signo (2004) y Alguien mueve los ruidos (2010).
—Bueno, vengo de una familia de poetas que son pesos pesados, como Sara de Ibáñez, con la cual tengo una relación de conocimiento permanente. Cuando publiqué Amores cimarrones me junté con Jorge Arbeleche y en ese momento le dije que había encontrado mi lugar en la novela, después de todos los periplos que pasé para publicarla. Le dije que iba a dejar de lado la poesía, y él me dice “en realidad nunca vas a dejarla de lado, ni la dejaste, lo que hiciste fue incorporarla a la narrativa”. De hecho ese desdoble entre lo poético y lo narrativo fue algo resistido por el propio Raviolo, que me señalaba pasajes muy poéticos para corregir. Decía que tenías frases ferrocarril. Le hice caso en muchas cosas, pero no en lo de las imágenes poéticas.
—Seguirte el vuelo me gustó porque trabajás con el género biográfico, como en el caso de Juan José Morosoli.
—Sí, entrevisté a la hija.
—El amor y el desamor son en realidad excusas para ingresar a las historias personales.
—Ahí sí me la jugué. Traté de hacer bien los deberes en este sentido, principalmente en el de la muerte de Artigas.
—¿Generó polémica?
—No, generó comentarios. A Ana Ribeiro le sorprendió pero le gustó. También recibí lindos comentarios de Benjamín Nahum, que fue el primer lector de Heroica (sobre el sitio a Paysandú) en su versión borrador. No es que me importe tener referentes, sino que me gusta aprender de la gente, lo bueno y lo malo.
—Comentabas cómo la vida privada y cotidiana se mezclan en la historia de la sensibilidad, y sus límites. Se corre el riesgo de ensalzar o degradar al personaje histórico en función de trabajar la ficción.
—Es verdad. Da mucho trabajo y es un gran desafío. Me tuve que meter con la intimidad de los personajes, pero en Seguirte el vuelo y Te acordarás de mí (2017), decidí desnudarme también, como para decir que no soy un ave de rapiña. Sentí que lo tenía que hacer como un acto de honestidad. No es que me quiero cebar en la intimidad ajena. Quiero entrar en ella, por eso también me abro. Es un ejercicio de interpretación.
—¿Qué estás leyendo ahora?
—Por milésima vez Historia de los orientales de Carlos Machado. Para mí es la obra maestra de la historiografía uruguaya. Terminé El imperio eres tú de Javier Moro y las Obras completas de Marguerite Yourcenar.
—¿Qué uruguayos te interesan?
—Daniel Mella, Ivonne Trías y Jorge Chagas. Me gusta Grompone, amo a Horacio Quiroga y admiro a Eduardo Acevedo Díaz, un adelantado. En poesía me hace llorar Circe Maia, y mirá que para que alguien me haga llorar...
—Jaja.
—Las más grandes poetas de este país deben ser Marosa, Armonía, Silvia Lago, Amanda Berenguer, Circe.
—¿Cuáles son tus influencias historiográficas?
—Eric Hobsbawm, sin dudas, y Fernand Braudel; también el vanguardista Jules Michelet. De los uruguayos, Barrán y Nahum. También Caetano, sólido historiador; Demasi, gran historiador. Lucía Sala de Touron y las investigaciones que hizo con Julio Rodríguez sobre el Reglamento de tierras de Artigas al que nadie le había prestado atención. Por supuesto que Ana Frega, Ariadna Islas y Ana Ribeiro. Para mí son los más relevantes.
—De tus libros, ¿cuál es el preferido?
—Heroica (2019).
—Porque es el último.
—Puede ser.
—Tiene trampa esa percepción.
—Tenés razón, ojo. Digo que es más potente porque estoy más jugada allí. Mario Delgado Aparaín en su momento, cuando escribí este libro, le dije: “mirá, que te voy a hacer la competencia”. Porque él había escrito No robarás las botas de los muertos (2002), también sobre el sitio de Paysandú.
—¿Y qué te dijo?
—Me dijo, “qué grande, porque tal vez debe ser el único caso en la literatura uruguaya de dos escritores que escriben sobre un mismo tema, y estoy seguro de que va a ser muy diferente al mío”. Eso ponele la firma, le dije.
Los libros
Marcia Collazo publicó las novelas “Amores cimarrones. Las mujeres de Artigas” (2011), “La tierra alucinada: memorias de una china cuartelera” (2012) y “Heroica” (2019), y las colecciones de cuentos “A bala, sable o desgracia” (2014), “Seguirte el vuelo” (2015), “Te acordarás de mí” (2017) y “La pintura perdida de Renoir” (2017).