Nueva novela
En su nueva novela, Aniquilación, Occidente aparece en un coma inducido y letal.
En el 2019 prepandémico, Michel Houellebecq recibió la Legión de Honor de manos de un presidente que no admira, Emmanuel Macron. Éste, que tampoco lo admira a él, lo calificó de “romántico perdido en un mundo materialista”. Es una definición curiosa para este francés antisistema, islamófobo (misántropo si se amplía el zoom), que tira bombas lingüísticas contra toda ortodoxia bienpensante. Son conocidos su defensa de Donald Trump en el artículo “Trump es un buen presidente”, aunque venga envuelta en delgada ironía; sus ataques a la Unión Europea; y su preferencia por el presidencialismo vitalicio y la democracia directa, eliminando el sistema parlamentario. También es conocida su amistad con el expresidente Sarkozy y con el escritor Frédéric Beigbeder, sus coincidencias con Julian Assange, o la amistad que lo unía con una de las víctimas de los atentados de 2015 contra el semanario Charlie Hebdo. Para la literatura, nada de esto lo define por completo. Houellebecq es, ante todo, el artífice de una feroz ingeniería narrativa que en algunas obras se luce a fondo. Es el caso de Aniquilación, donde su proverbial cinismo exhibe lucidez, como siempre, y esconde necesidad, como casi nunca.
Recta final
El protagonista, Paul Raison, es inspector de Finanzas y ayudante del Ministro de Economía Bruno Juge. Durante tres cuartas partes de la novela Raison tiene dos frentes que atender: uno público, laboral, y otro privado, íntimo. En el primero, las elecciones presidenciales de 2027 están enmarcadas en un clima de incertidumbre provocado por ataques informáticos (mensajes amenazantes por internet que no pueden ser desencriptados ni por los mejores hackers del gobierno) y por terrorismo físico: un atentado contra un portacontenedores chino, otro contra un banco de semen danés y el último contra un barco cargado de inmigrantes.
En el frente personal, Paul Raison llega a la cincuentena viviendo bajo el mismo techo que su esposa, Prudence, pero separados, sin conexión emocional ni sexual. Édouard Raison, su padre, ex “servicio secreto”, está en coma en una institución de cuidados paliativos, acompañado incondicionalmente por su segunda esposa, Madeleine, y por la hermana de Paul, Cécile, una católica devota casada con un notario desempleado votante de Marine Le Pen y ex integrante del Bloc Identitaire, organización de extrema derecha prohibida. Ambos son los padres de una chica que se prostituye para pagarse los estudios. El árbol familiar se completa con un tercer hermano, Aurélien, casado con una periodista sin alma, y padre adoptivo de un niño negro concebido por su mujer bajo la modalidad de inseminación artificial.
La yuxtaposición de esos frentes no parece afectar a Raison, el típico personaje houellebecquiano dispuesto a la inercia, a algún arranque nostálgico y al sexo casual. Sin embargo, la última cuarta parte de la novela introduce el elemento que lo cambia todo: la incurable enfermedad, la llegada de lo irreversible. En ese punto, cuando ya casi toda Aniquilación está escrita, se pueden empezar a ver las costuras de esta construcción minuciosa donde cada personaje —desde sus nombres significativos hasta sus rasgos— y cada detalle tienen su razón de ser. Es brillante que el ex “servicio secreto” transite la novela en comatoso silencio a causa de un derrame cerebral; que la compañía literaria del enfermo provenga de la literatura de evasión (Sherlock Holmes, Poirot); que la religión (sea la católica de Cécile o la wicca neopagana de Prudence) no basten al fin y al cabo para salvar, sino que sea el sexo como una “prolongación de la ternura” lo único que rescate al personaje. En 2017 Houellebecq declaró que aún no había llegado al fondo en el tema del amor.
Aniquilación es en muchos sentidos una novela de amor, que no intenta explicarlo, pero lo muestra y de algún modo avisa que tiene que ver con la comprensión y la calma.
Sueños lúcidos
También es una novela “onírica”. Houellebecq se da el lujo de incluir algo que siempre se aconseja no poner en un texto de ficción realista: los sueños del personaje. Aquí aparecen por lo menos once sueños de Paul Raison, de factura común y pesadillesca. ¿Por qué están, y por qué en un personaje cuyo apellido alude a la razón? No aparecen ligados a ninguna voluntad interpretativa de tipo sicológico, sino como último reducto corporal y político de intimidad inviolable (habría que releer la novela El palacio de los sueños de Ismail Kadaré para ver hasta dónde esto es así). El resto, la vida diurna, la de la razón y sus propios sueños, está amenazado.
Aniquilación es el mapa de Occidente en crisis, que Houellebecq remonta a los orígenes de la Revolución Francesa (con sus inefables horrores y sus soberbias declaraciones). Síntomas de esa crisis pueblan la novela, desde la justificación por “motivos de seguridad” de cualquier intrusión en la vida de un individuo —a menudo basta con un “clic”— hasta la desconexión intrafamiliar en la que se puede vivir por años. Pero hay dos cuestiones que Houellebecq remarca como epítomes de esa crisis. Una tiene que ver con la posición de la vejez y la enfermedad en un sistema de valores imperante que las considera vergonzosas y por tanto las oculta y las degrada, disfrazando de atencionalidad superficial lo que en el fondo es indiferencia. Para Houellebecq el grado último de este olvido es la eutanasia. La otra cuestión tiene que ver con la pérdida de contacto con el mundo real que la sociedad tiene desde el siglo XX y de modo alarmante en el XXI. Conectados solo y en modalidad obsesiva con las pantallas (TV, ordenador, teléfonos, etc.) podemos fácilmente caer en lo que Houellebecq describe cuando Raison va a ver a su padre internado: “La habitación en sí era bastante grande, alrededor de seis metros por cuatro, y las paredes estaban pintadas de un color amarillo pollito, en fin, bastante claro y cálido, Paul ya no se acordaba de la última vez que había visto un pollito, seguramente nunca había visto ninguno, en la vida real tenemos pocas ocasiones de ver ese tipo de cosas, en todo caso era un tono agradable, al igual que la habitación, las estanterías adosadas a la pared aguardaban a que las llenasen”.
El diagnóstico a este estado de cosas no es bueno, por eso el título de la novela abarca el destino individual y colectivo. Solución no hay. Es visible en Houellebecq (n. 1958) la idea de que el poder terrenal siempre usa la premisa gatopardiana de cambiarlo todo para que todo siga igual. Su respuesta es individual y nihilista y también en esta novela, que coloca en primer plano la necesidad humana del amor, se desliza como un mar de fondo la certeza de que la humanidad está condenada, por sus propios méritos, a la inexistencia.
ANIQUILACIÓN, de Michel Houellebecq. Anagrama, 2022. Barcelona, 604 págs. Traducción de Jaime Zulaika.