Mumford sabía que las máquinas (y hoy los algoritmos) no tienen la culpa

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Lewis Mumford

Valiosas reediciones

Lewis Mumford vuelve ahora en lujosas reediciones. Supo decir, hace casi 100 años, que no fueron las máquinas sino las decisiones morales y políticas las que marcaron el destino de la civilización.

Hay una idea que, por reiterada, parece verdad. Dice que la máquina apareció con la revolución industrial, y que así determinó la vida de todos y para siempre. Que lo mismo ocurrió más tarde con la computadora. Pero es una idea falsa. Para desarmar esta falacia un escritor trabajó a lo largo de seis décadas. Se llamó Lewis Mumford (1895-1990), y caminó por el difícil pretil que corre entre numerosas disciplinas sin casarse con ninguna, desde la literatura a la filosofía, pasando por la ciencia, la historia y la arquitectura. Así voló libre, ató cabos y dijo que no fueron las máquinas sino las decisiones morales, económicas y políticas las que determinaron nuestras vidas. Publicó numerosos libros, fue un divulgador activo, y también periodista, iniciando una gloriosa tradición de crítica en arquitectura y urbanismo desde las páginas del prestigioso The New Yorker, tarea que sigue haciendo escuela, a pesar de que jamás pisó un aula en una facultad de Arquitectura. Quienes lo leyeron —sobre todo los arquitectos— hablan de él con admiración y agradecimiento.

Su obra viene siendo reeditada en bellas y cuidadas ediciones para el lector en español por la editorial Pepitas de calabaza. Entre ellas destaca una de sus obras más importantes, Técnica y civilización, de 1934. Los lectores familiarizados con la obra de Mumford recordarán la edición de editorial Alianza de este libro, de 1971, con traducción del inglés a cargo de Constantino Aznar de Acevedo. Esta edición de Pepitas se apoya en esa traducción, que es revisada por Emilio Ayllón Rull. El producto es una escritura que fluye nítida, actual y directa, una lectura accesible al gran público que hace honor a ese genio que fue Mumford.

El autor rastrea el vínculo entre hombre y máquina a lo largo de los últimos mil años. Sí, leyeron bien, la relación no empezó con la Revolución Industrial o con James Watt (algo que, claro, desplaza a los ingleses del foco, un golpe a su ego). Para Mumford no importa tanto la máquina es sí, por su capacidad para producir y aliviar las cuestiones arduas de la vida. Ella es, en realidad, una manifestación de la espiritualidad, la sensualidad, y la capacidad del ser humano para conectar con la naturaleza y su entorno. No todo es conquista y control; hay un abanico de motivaciones que subyacen, incluso devoción religiosa o satisfacción estética en la ciencia y la ingeniería, que no pueden ser soslayadas si se intenta comprender el fenómeno en toda su complejidad.

Para Mumford hubo una larga preparación cultural previa que hizo posible los éxitos de la máquina en la Revolución Industrial. Uno de los momentos más memorables de Técnica y civilización está en el relato de la relación entre el monasterio medieval y el reloj. En aquellos fríos y oscuros recintos sagrados la vida espiritual estaba dividida en unidades de tiempo, lo que se conocía como unidades canónicas. El monje, acicateado por su devoción, seguía ese ritmo para estar más cerca de Dios. Si respetaba esos límites de tiempo mejor que otros monjes, más cerca estaba. Vieron que hacían falta dispositivos para mejorar la medida del tiempo. Aparecen, entonces, los primeros relojes confiables. Según Mumford los monasterios de la Europa medieval “contribuyeron a dar a la empresa humana el latido regular y colectivo y el ritmo de la máquina; pues el reloj no es simplemente un medio para controlar las horas, sino también para sincronizar las acciones de los hombres”. Solo los benedictinos tenían 40.000 monasterios en toda Europa. Lo mismo pasó con el vidrio, que “contribuyó a enmarcar el mundo: permitió que determinados elementos de la realidad se vieran más claramente y concentró la atención en un campo más definido: el que quedaba delimitado por el marco”.

Su validez, hoy

La cuestión, con Mumford, es su vigencia, qué utilidad tiene hoy para entender a las computadoras y su influencia en la vida actual, alimentadas de forma polémica con datos íntimos de las personas por bots, cookies y otras tecnologías espías y que, a partir de allí, dirige atenciones, anticipa actos y moldea voluntades mientras merodea como un dron en los smartphones. Siguiendo a Mumford, cabe preguntarse si son nuestras decisiones o son los algoritmos los que determinan nuestras vidas.

Técnica y civilización ofrece herramientas para lidiar con los problemas éticos que plantea el uso actual de la tecnología. Escribió Mumford en 1934: “Las máquinas automáticas pueden conquistar un terreno cada vez mayor en la producción básica. Pero deben estar contrapesadas por el papel que las artesanías manuales y mecánicas han de desempeñar en la educación, el esparcimiento y la experimentación. Sin lo segundo, el automatismo acabará siendo una plaga para la sociedad, y su existencia futura estará en peligro”.

TÉCNICA Y CIVILIZACIÓN, de Lewis Mumford. Pepitas de calabaza editor, 2020. La Rioja, 646 págs.

El reloj más que el vapor

—La máquina no pide ni promete nada: es el espíritu humano el que pide cosas y el que cumple lo prometido.
—El monasterio era la sede de la vida ordenada, y un instrumento que diera las horas a intervalos o que recordase al campanero que era el momento de tañer su instrumento era un fruto casi inevitable de ese modo de vida (...). El tiempo se medía, se usaba, se contaba y se racionaba, y la Eternidad poco a poco fue dejando de ser la medida y el centro de las acciones humanas. El artefacto clave de la era industrial no es la máquina de vapor, sino el reloj. (...) Ser regular “como un reloj” se convirtió en el ideal burgués.
—Entre la fantasía y el conocimiento exacto, entre la ficción y la tecnología, hay una estación intermedia: la de la magia.
—El triunfo específico de la imaginación técnica se basó en la capacidad para disociar el poder elevador del brazo y crear la grúa; para disociar el trabajo de la acción de los hombres y animales y crear el molino hidráulico; para disociar la luz de la combustión de la madera y el aceite y crear la lámpara eléctrica. Durante miles de años el animismo impidió ese desarrollo, pues ocultó la entera faz de la naturaleza tras un cúmulo de formas humanas.
—Cuando el miedo y la desorganización predominan en la sociedad, los hombres tienden a buscar un absoluto. La disciplina dio a los hombres de la época una finalidad que no podían descubrir en ninguna parte (...), la rutina metódica del instructor militar y del tenedor de libros, del soldado y el burócrata. Estos maestros de la disciplina adquirieron pleno protagonismo en el siglo XVII.
—El robo es quizá la más antigua técnica de ahorro de trabajo, y la guerra rivaliza con la magia en su afán por conseguir algo a cambio de nada.
                                      (tomado de Técnica y civilización, de Lewis Mumford)

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