Murales y pinturas de caballete

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Mario Marotti

OLVIDADOS en la rutina diaria, escondidos tras la masificación y sus descuidadas fachadas, algunos liceos del Interior uruguayo poseen una rica historia. Resulta imposible dejar de relacionar a algunos de ellos con figuras relevantes de la cultura nacional: ¿cómo evitar asociar a Francisco "Paco" Espínola con el Liceo de San José o no vincular al Liceo de Mercedes con la obra de Washington Lockhart y la revista literaria Asir?

Fundado en 1937 como liceo popular, el hoy Liceo N° 1 "Manuel Rosé" de Las Piedras posee una singularidad: incorporadas a la arquitectura de su edificio, hay una serie de obras de arte realizadas por los integrantes del Taller Torres García; y en su biblioteca, en exposición permanente, hay muchas más. Fue Dumas Oroño (1921-2005), entonces profesor de dibujo en el liceo, quien en algún momento de 1963 -motivado quizá por la nobleza arquitectónica del local inaugurado en 1950- le propuso al director Volney Caprio la posibilidad de invitar a sus compañeros artistas para intervenir pictóricamente los muros del edificio. Las obras fueron culminadas en 1964. Oriundo de Tacuarembó, Oroño llegó a Montevideo con intención de estudiar en la Escuela de Bellas Artes pero terminó recalando en el Taller. Pintor, grabador, ceramista, Oroño, al igual que su maestro, entendía que el arte debía estar cerca de la gente tanto en los espacios públicos -plazas, edificios- como en los objetos de uso cotidiano; su personalísimo oficio de burilar y pintar mates ejemplifica bien esa opinión.

Arquitectura y arte. Tras la muerte de Joaquín Torres García en 1949, sus discípulos continuaron trabajando y enseñando en el taller que había fundado el maestro. Fue en los últimos años de actividad (cerraría definitivamente en 1967), cuando sus miembros ya se estaban dispersando por Europa y Estados Unidos, que se llevó a cabo el proyecto de Las Piedras. Ocho son las obras que, adosadas a las paredes del edificio, testimonian la propuesta del colectivo. Todas siguen los principios del "Universalismo Constructivo", aunque técnicas y materiales varíen mucho de una a otra: van desde el óleo y la cerámica al cemento y el vidrio, revelando una amplia gama de posibilidades dentro del estricto marco de referencia de los postulados del maestro.

Esa gran coherencia hace que el conjunto sea legible como una creación única. Oroño personalmente aportó dos obras de gran tamaño. La más notable está en el hall de entrada: un mural en cerámica con una muy delicada coloración, realizado junto con el ceramista Orlando Firpo. La otra realza el espacio de la cantina, ocupando completamente una de sus paredes: es un óleo sobre madera, donde se manifiesta un lenguaje geométrico simplificado, de motivo similar a los del maestro. Sobre un muro del patio interior, otra composición en cerámica es obra de Augusto Torres. Segundo hijo de Torres García, Augusto había regresado al país en 1962 después de vivir un tiempo en Nueva York. En 1973, partió nuevamente, entonces con rumbo a Europa.

Hay también dos obras de Francisco Matto. Un vitral en colores primarios, ubicado en una pared que da al norte permite, en horas de la tarde, un bonito juego de reflejos en los pasillos interiores del edificio. El interés de Matto por el arte precolombino es evidente en otra obra suya adosada a una pared del patio: un bajorrelieve de carácter geométrico en adobe que, con un gran sol central, incorpora elementos figurativos de estilo indoamericano. Oculto parcialmente por las plantas, su presencia, como un misterioso tótem de una cultura desconocida, no puede ignorarse. Según Cecilia de Torres, esas referencias al sol en la obra de Matto "tienen su origen en ese concepto de abarcar lo más elemental y universal".

Manuel Pailós aportó una de las obras más hermosas: un pez en cemento de color verde cuya superficie se ve salpicada por varios signos gráficos. Por último, dos obras más de aquel fértil 1964 son los mosaicos realizados en baldosines negros y blancos -por Julio Mancebo y Ernesto Vila- que visten los dinteles de pasillos interiores. A esas obras fijas incorporadas al edificio se agrega también una escultura en chatarra ubicada en el centro del patio, cuya realización data de 1960 pero que fue donada por su autor, Germán Cabrera, para el cincuentenario de la institución en 1987.

La colección de obras de caballete no es menos impresionante. Óleos de José Gurvich, Alceu Ribeiro, Manolo Lima, Jonio Montiel, Daniel de los Santos, Carlos Llanos y un grabado de 1958 de Luis Alberto Solari completan el acervo. Solari -quien no integró el TTG- es famoso por sus "mascaradas", escenas protagonizadas por figuras de cuerpo humano y rostro animal vinculadas a personajes de la fábula campera, como el lobizón. En este caso sin embargo se trata de una imagen de gauchos descansando.

El liceo posee además otras obras ajenas al Taller, como las de Miguel Ángel Pareja, Joaquín Aroztegui, Pablo Benavides (hijo del poeta Washington Benavides), Juan Antonio "Cacho" Cavo, Jacinto dos Santos, Daniel Gallo, Juan Mastromatteo, Juan Merino, Cristina Pérez Lena, Raúl Rijo y Rubén Sarralde, artistas afincados en la zona o con profundos vínculos con la institución.

Entre las obras que se perdieron, en un sector superior de una pared de un salón de clase, un mural de Luis Mastromatteo fue virtualmente cubierto con pintura blanca cuando, en la última reforma edilicia, alguien, irreflexivamente, juzgó que no estaba bien conservado.

EL LEGADO. Declarado Monumento Histórico Nacional, los días del patrimonio el liceo ofreció a los visitantes un recorrido programado. Un profesor de dibujo o historia del arte hizo las veces de guía. Rosa Fourment, Heber Freitas, Marcel Suárez, junto a otros profesores, mantuvieron una fuerte relación de amistad con Oroño.

El cuadro recuperado

LA PINACOTECA LICEAL no comenzó con la intervención edilicia de 1964, sino diecisiete años antes cuando luego de una retrospectiva de Torres García realizada en la ciudad, la APAL (Asociación de Padres y Amigos del Liceo) decidió adquirir un cuadro, Ponte Vecchio, óleo figurativo del maestro, de 1945, que recrea al famoso puente medieval de Florencia, posiblemente concebido en base a algún boceto traído del lugar.

Pero durante la dictadura, un inspector del organismo juzgó que un liceo no poseía la seguridad suficiente para conservar una obra de ese carácter. El cuadro se retiró y fue llevado al Consejo de Educación Secundaria para ser confinado en la oficina de algún jerarca. Su rastro se perdió, pero una vez recuperada la democracia una profesora lo reconoció detrás de un secretario que hacía declaraciones en la televisión. Se cursaron solicitudes pero cuando se llegó a la oficina, el cuadro ya no estaba. Hubo que esperar hasta el 9 de febrero de 2005 para que el Ponte Vecchio volviera a sus verdaderos dueños. Ese día, la consejera Carmen Tornaría entregaba en forma personal a la directora del liceo Adriana Cóccaro la secuestrada obra. Hoy se exhibe en la biblioteca junto al resto de la colección.

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