Ni un ápice

Felipe Polleri

EN 2005 me prestaron una obra de arte genial, que describe íntegramente al autor, a su patria y muchísimo más; es una de esas obras inmensas y teóricamente debería ocupar diez volúmenes gruesos. Se trata del relato "Expediente" de Imre Kertész, incluído en Una historia: dos relatos. Tiene 32 carillas, 16 páginas. El otro relato es un homenaje, menor, de Esterházy a Kertész.

"El expediente que se presenta a continuación está escrito con el propósito de contrarrestar otro de carácter más oficial, desde luego, pero en absoluto más fiable..." Resulta que Kertész, por motivos de trabajo, tiene que ir de Budapest a Viena. En el tren, a mitad de camino, un aduanero lo interroga, lo encuentra culpable y lo hace descender en una estación perdida. Por supuesto, toda esta bufonada no tiene otro objeto que mostrar la omnipotencia del aduanero y, ya que estamos, de incautarle o robarle una buena suma de dinero al viajero.

Esta anécdota mínima y cierta, que cualquier otro hubiera guardado en la botella de los malos tragos, es para Kertész (y para sus lectores) una iluminación deslumbrante. Gracias a ese viaje interrumpido, tenemos la inolvidable descripción de un Kertész sesentón y amargado, ridículo y humillado, impiadoso y, sobre todo, vencido. Y, sobre todo, invencible. Se niega a firmar el expediente donde figura su "culpa", y regresa a Budapest donde escribe "Expediente" para contrarrestar otro de carácter más oficial, desde luego, pero en absoluto más fiable. También, desde luego, lo escribe para mostrarnos que este mínimo episodio es el perfecto reflejo de su propia vida y la de todos los húngaros; vida, por llamarla así, hecha de humillaciones, persecuciones, leyes malignas, gobiernos opresores y burócratas abyectos. (Como los burócratas que lo deportaron y atormentaron en Auschwitz y Buchenwald por ser un pequeño judío, aunque de eso casi no habla en "Expediente"). "Nuestro expediente no ha sido redactado con la intención de rectificar, minimizar o amplificar los hechos, como si creyéramos en la importancia o la verdad de los hechos, por así decirlo. A estas alturas, no creemos ya en nada; sordos y ciegos tanto a la verdad como a la mentira, sólo confiamos en la fuerza de la confesión, que nos convierte en hermanos de nuestra propia soledad y nos prepara, como quien dice, para nuestro conocimiento definitivo, que ha perdido de pronto su nombre terrible y se ha convertido en el cordero que nos precede, al que llevamos tiempo siguiendo —ahora nos damos cuenta— y al que quizás alcanzaremos si no cedemos ni un ápice en nuestro empeño". Ni un ápice. Años después recibirá el Premio Nobel por no haber cedido ni un ápice en su empeño de ser un hombre íntegro y un escritor, pero "no hay amor en mí".

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