Libro valioso
Los abusos de ambos bandos fueron brutales. Pero, más allá de esas dos Españas, hubo lugares donde prevaleció el humanismo y la solidaridad entre los bandos.
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La Guerra Civil Española, inserta en ese período de brutalización de la política que fue la primera mitad del Siglo XX, dejó más muertos en las cunetas que en las trincheras. En el libro Retaguardia roja el catedrático Fernando del Rey estudia la violencia política en la provincia manchega de Ciudad Real, que no cayó hasta el final de la Guerra Civil, y en la que los conatos de alzamiento fueron mínimos y pronto sofocados. No obstante hubo cerca de 2.300 civiles muertos, la gran mayoría de ellos entre el alzamiento del 18 de julio de 1936 y febrero del año siguiente.
Un verano caliente
Era de uso en la España de esos días que el ganador de las elecciones a nivel nacional desplazara a las autoridades municipales de signo contrario y “depurase” al funcionariado. Triunfante el Frente Popular en las elecciones parlamentarias de febrero del 36, la izquierda se hizo con los municipios y sustituyó a la mayoría de los funcionarios por gentes de su confianza, lo que dio comienzo a un período de destrato y persecuciones tanto a la derecha como a los católicos, en especial sacerdotes. Era la revancha por los agravios sufridos por los partidos obreristas y los sindicatos a manos de las patronales y la derecha de signo católico desde la instauración de la República en 1931, y sobre todo tras la derrota de la insurrección socialista de octubre de 1934. La primavera del 36 prometía un verano caliente.
No obstante lo anterior, del Rey responsabiliza del caos a la insurrección militar. Al privar del apoyo absoluto de las fuerzas armadas al gobierno del Frente Popular, y establecer en los territorios bajo su control una despiadada política represiva, crearon en las provincias que no se plegaron al alzamiento un vacío de poder, pronto llenado por la misma violencia revolucionaria que los militares, falangistas, monárquicos y católicos integristas decían querer prevenir. Cada avance del Movimiento Nacional, con las víctimas que traía aparejadas, aguijoneaba nuevas represalias en la retaguardia republicana.
Los incontrolados, a quienes el bando republicano responsabilizó de los desmanes, fueron en gran medida un mito que favoreció a la República, pues los distanció de esos excesos. Pero los hubo, sí, sobre todo en el período de “violencia caliente”, durante las dos o tres primeras semanas de guerra. Hubo descontrol, luego, en las torturas que los milicianos se permitieron aplicar a sus prisioneros, sobre todo en los momentos previos a la ejecución. Casi de inmediato al alzamiento se tejió una red de comités revolucionarios que aplicaron, cada cual en su localidad —pero muchas veces irradiando hacia las vecinas y con el conocimiento de los sucesivos gobernadores civiles de provincia y el gobierno en Madrid— una política de limpieza selectiva, cuyos objetivos eran los políticos de derecha, los terratenientes y el clero. Aunque no hubiesen tomado acción concreta en pro del alzamiento militar. Se ha atribuido a la CNT, sindicato de orientación anarquista, lo más y lo peor del “descontrol”. Del Rey demuestra que, al menos en Ciudad Real, la CNT creció acogiendo —a sabiendas— a gente de derechas que en muchos casos salvaron la vida gracias al carnet sindical.
Los justos y su destino
En el capítulo 19 del Rey pone foco en los pueblos donde no hubo muertos, porque las solidaridades familiares y vecinales pudieron más que las diferencias políticas. Contrario al mito de las “dos Españas”, del Rey sostiene que hubo cuatro, pues en medio a los radicalizados “rojos” o “nacionales”, había personas de sensibilidad política democrática y de centro, como también una gran mayoría de personas con poco interés en la política. Estas “otras Españas” explican fenómenos como la dificultad de los dos bandos para imponer el servicio militar, o que los familiares de no pocas víctimas de la violencia de izquierda no reclamasen para sus difuntos el honor de ser declarados “caídos por Dios y por España”, con las ventajas que ello implicaba durante el franquismo.
El autor también rescata a un puñado de dirigentes izquierdistas que, no obstante sus convicciones políticas, fueron humanitarios con la población civil de derechas, salvando muchas vidas a riesgo de las propias. Pese a los muchos avales y testimonios favorables de sus vecinos, los consejos de guerra franquistas no se destacaron por su misericordia. Varios de estos justos fueron fusilados.
Moral revolucionaria
El autor no se lo propone, pero un lector radical de izquierda podría deducir de este libro una moral para orientar su praxis, cuyo primer principio es el de que ningún fin justifica todos los medios. Queda claro, también, que el odio no es un móvil ni un recurso que pueda llevar a buen puerto a ningún proceso político. Asimismo, del Rey hace evidente que, si se ha de emplear algún tipo de violencia contra quien no toma armas, debe ser la mínima posible, con las mayores garantías que permita la circunstancia y sin dar espacio al saqueo ni al sadismo: quien extorsiona a un enemigo rico, con la promesa de salvarle la vida, pero luego lo tortura y lo mata, no es revolucionario sino criminal. Si el enemigo deja de ser humano, el amigo también se deshumaniza.
En la Guerra Civil Española ambos bandos fueron brutales, y el vencedor continuó siéndolo por décadas, a otro ritmo, durante la dictadura del Generalísimo Franco. Todavía hoy persiste una España que no logra cerrar esas viejas heridas; es el ejemplo perfecto de lo que se logra haciendo política en base al odio y el rencor. Al evitar un enfoque maniqueo y sectario, este libro es un paso en la buena dirección.
La edición está muy bien cuidada. Presenta mapas y cuadros muy claros, con notas abundantes, precisas y didácticas, además de una bibliografía amplia y plural en lo ideológico. No presenta erratas graves.
RETAGUARDIA ROJA (VIOLENCIA Y REVOLUCIÓN EN LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA), de Fernando del Rey. Galaxia Gutenberg, 2019. Barcelona, 656 págs.