"Antes de Mateo la nada", dijo Jaime Roos
Eduardo Mateo fue un letrista que sembró metáforas plenas de belleza y locura, como también un cantante hipnótico y seductor.
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Parecía imposible que aquel hombre se convirtiese algún día en un referente. Lucía desaseado, decadente. Tenía cara de desequilibrado —de hecho algún “tornillo” de menos contaba en su haber—, tartamudeaba al hablar y se dedicaba a mendigar por la muy montevideana Avenida 18 de julio. Vivía en casa de amigos hasta que estos se hartaban y le pedían que se fuera. Tomaba prestados discos e instrumentos musicales que luego se negaba a devolver.
Para colmo su música era hermética, misteriosa, casi atemorizante. Cantaba con una voz de anciano que estaba por fuera de todo estilo y lógica. Sus melodías no se parecían a ninguna y sus letras tenían una poética tan sorprendente como incómoda. Sin embargo Ángel Eduardo Mateo López está cómodamente aposentado en el Olimpo de los más grandes dioses de la cultura uruguaya en general, y de la música popular vernácula en particular. Aquel decadente e incómodo personaje, aquel intruso en el medio social uruguayo, era un genio. Un creador a todas luces magistral. Y, sin proponérselo, un docente para sus contemporáneos y las futuras generaciones. Lo dijo Jaime Roos en la nota de carátula de su disco Cuerpo y alma: "Antes de Mateo la nada".
Otros dirán que Eduardo Mateo le puso el mango a la sartén en la música de fusión a partir de ritmos afro-uruguayos, o que inventó la propia sartén. Músicos como Hugo y Osvaldo Fattoruso, Ruben Rada, Jaime Roos, Jorge Galemire o Alberto "Mandrake" Wolf hubieran sido muy diferentes sin su presencia.
Fue un guitarrista único, con una mano derecha ritmista prodigiosa y una mano izquierda con una sabiduría armónica apabullante. Un percusionista personalísimo con acentos y síncopas donde nadie más los ponía. Un cantante hipnótico, seductor sin quererlo y sin saberlo. Fue un letrista sembrador de metáforas plenas de belleza y locura, que retrataron el micro mundo afro-uruguayo y volaron con sus propias alas hacia universos desconocidos.
Derecha rasgeadora
Eduardo Mateo nació en Montevideo el 19 de setiembre de 1940, hijo de Ángel Mateo y Silvia López. Su madre eligió el nombre en homenaje al pianista y compositor uruguayo Eduardo Fabini, a quien admiraba y de quien había sido empleada doméstica.
Desde niño su vida estuvo signada por la música, empezando por los rudimentos de la percusión en un tamboril que recibió como regalo. Se dedicó al tambor repique, el más creativo y juguetón de los componentes básicos del candombe.
Luego de cursar la primaria en la Escuela No. 98 "Juan Zorrilla de San Martín", ingresó al Liceo Joaquín Suárez donde, según sus propias palabras, "fui el peor de la clase". Mientras fracasaba como estudiante —apenas llegó a segundo año— fue más allá de la percusión afro-uruguaya, asimilando la influencia del samba brasileño por intermedio de nombres como Waldir Azevedo y el grupo "Os demonios da Garoa", entonces muy en boga. En 1957 se formó el grupo "Bando da Lua", un conjunto constituido sobre el modelo de sus ídolos brasileños, al que Eduardo se integró junto a un futuro gran cantante de candombe, Hugo "Cheché" Santos. Aprendió los rudimentos del cavaquinho, una minúscula guitarra de cuatro cuerdas nacida en Portugal y que en el samba brasileño establece un puente entre la armonía y el ritmo.
Quizá allí, en ese instrumento que lleva el vertiginoso pulso del samba, comenzó a gestarse la legendaria mano derecha rasgueadora de Mateo. Pero era el final de la década del 50 y estaba naciendo una nueva música brasileña que le haría perder la cabeza a Eduardo. En julio de 1958 un cantante desconocido llamado Joao Gilberto grabó los dos temas de un simple que sonaba diferente a todo lo conocido en Brasil y que sería la piedra angular de la llamada bossa nova, con la rítmica del samba tradicional sustentada por los complejos acordes del jazz. Gilberto cantaba "Chega de saudade" y "Bim bom" con una voz suave, aterciopelada y a un volumen inusualmente bajo, modalidad que al joven Mateo le resultaría irresistible. Realizó un largo viaje por Brasil de donde se trajo su primera guitarra eléctrica y, a su regreso, se integró a la barra de músicos jóvenes de la movida de jazz local, participando de las sesiones de improvisación habituales en el Hot Club de Montevideo. Allí conoció a los hermanos Hugo y Osvaldo Fattoruso, a Ruben Rada, a Manolo Guardia y a Federico García Vigíl.
Entonces explotó la beatlemanía.
El Kinto
Hugo y Osvaldo forman Los Shakers a imagen y semejanza de los cuatro de Liverpool y Eduardo Mateo, no muy convencido de esa nueva música, que carecía de los intrincados acordes de jazz, pasa a integrar en 1964 el grupo "beat" Los Malditos, donde destacó el sonido de las guitarras de Eduardo Mateo y Walter Cambón. Eran diferentes a todo lo escuchado hasta el momento. Pese al éxito de Los Malditos, la banda sufre cambios y bajo el nombre de The Knights graba un disco simple para el sello Sondor con los temas "Como el brillo de sol" y "Tú", ninguno de los cuales fue compuesto por Mateo, luego un prolífico autor.
Cuando se acercan los años finales de la década de los 60, Mateo lidera un grupo de músicos jóvenes que se nuclean en la discoteca "Orfeo Negro" de Carrasco. De esa banda residente que toca bossa nova, jazz y boleros surgirían las primeras canciones escritas por Mateo, Rada y Urbano Moraes, que serían las que provocarían la aparición de El Kinto Conjunto o El Kinto a secas, banda fundacional de la corriente llamada "Candombe Beat" y cima creativa de ese estilo. El Kinto apenas llegó a grabar un disco simple y solo se conservan 16 grabaciones, la mayoría meros play backs para el legendario programa de TV "Discodromo Show" que Ruben Castillo conducía los domingos al mediodía en Canal 12. Esos play backs grabados en toma uno con el técnico Carlos Píriz son un prodigio de creatividad y buen gusto, una auténtica usina de ideas, y el único testimonio que queda de un grupo cuyo sonido en directo era magnífico. Las autorías de Mateo, las voces de Rada y del propio Eduardo, la finísima batería de Luis Sosa —en general tocando con escobillas—, la voz y el pulso del bajo de Urbano Moraes, y sobre todo la magia de las guitarras de Mateo y Walter Cambón no tienen igual en la música popular del Uruguay.
Allí nacieron clásicos como "Qué me importa" o "Muy lejos te vas" de Ruben Rada, "Yo volveré por tí" de Urbano Moraes, "Suena blanca espuma" de Walter Cambón, "Don Pascual" de Mario "Chichito" Cabral y "Esa tristeza", "Mejor me voy", "José", "Ni me puedes ver" y "Príncipe azul" de Eduardo Mateo.
La huella dejada por El Kinto está documentada por tres discos, Musicasión 4 y 1/2 (De la Planta, 1971), Circa 1968 (Clave IEMSA, 1977) y El Kinto Clásico (Sondor, 1998), éste último coordinado y comentado por Jaime Roos.
El evangelio según San Mateo
Con El Kinto, acompañando a cantantes como Diane Denoir o Verónica Indart, o presentándose como solista, Mateo presentó espectáculos como las cuatro "Musicasiones" en el Teatro El Galpón, producidas por el propio Mateo y Horacio Buscaglia. O los legendarios "Conciertos Beat" del Teatro Odeón, coordinados por el comunicador Bernardo Bergeret.
Para 1970 El Kinto ya no existía y Mateo viajó de un proyecto a otro sin lograr consolidar ninguno, hasta que grabó un primer disco solista en 1971. Su carrera a partir de allí tiene discos de interés como La máquina del tiempo presenta a: Eduardo Mateo, Mal tiempo sobre Alchemia (Ayuí, 1987), o La máquina del tiempo/ La Mosca (Orfeo, 1989). Pero el legado fundamental de Mateo está representado por la Santísima Trinidad de su discografía, Mateo solo bien se lame (De la planta, 1972), Mateo y Trasante (Sondor, 1976) y Cuerpo y alma (Sondor, 1984). Allí está no sólo el cerno de su producción sino su aporte al desarrollo de una música popular auténtica uruguaya.
A impulsos de Diane Denoir y del técnico de grabaciones Carlos Píriz, Eduardo Mateo grabó su primer disco solista, Mateo solo bien se lame, en el estudio ION de Buenos Aires entre octubre y diciembre de 1971. Es una de las obras maestras de la música popular uruguaya y uno de los discos más influyentes de todos los tiempos. Mateo se trasladó a Buenos Aires con su pareja Nancy Charquero quien pugnaba por llevar al músico al estudio cada día, tarea por momentos titánica. Mateo iba soltando una maravilla tras otra en el estudio y al terminar cada sesión le pedía al técnico Carlos Píriz que borrara todo lo que habían hecho. Consciente del despropósito de tirar a la basura semejante música, Píriz empezó a guardar lo grabado y de allí eligió los 13 tracks que forman el disco.
En esos temas Mateo toca y canta prácticamente todo. Sus guitarras de cuerdas de nylon y acero brillan como diamantes. La percusión de insólita “llevada" y acentuaciones inesperadas es una viaje mágico y misterioso. Su canto es tan inclasificable como seductor. Este disco tiene momentos incomparables como la emblemática "Yulele", "Quien te viera", "Niña", "Lala", y los temas de base afro-uruguaya "Uh que macana" y "La mama vieja" (uno de los candombes más bellos jamás compuestos). También temas en ritmo de toco (un ritmo binario absolutamente mateístico) como "La chola", "¿Por qué?" y la bellísima "De nosotros dos". No falta un homenaje directo a Joao Gilberto con "Jacinta", una delicada bossa nova.
Mateo y Trasante
Desde 1975 Mateo venía ensayando con el percusionista Jorge Trasante los temas que darían forma a al disco Mateo y Trasante, cuya grabación a cargo de José Luis Musetti ocupó unas 100 horas en el estudio Sondor, y concluyó en setiembre de 1976. Este disco descolocó al público y a los músicos, generando disgusto. Una vez hecha la digestión se llegó a la conclusión de que estaban ante una obra maestra.
Sondor disponía desde hacía poco de un grabador AMPEX de 8 pistas, el primero en su tipo en el Uruguay, lo que permitió un trabajo de efectos y sobregrabaciones por momentos sorprendente. Mateo seguía componiendo, arreglando, tocando y cantando como siempre, y Jorge Trasante lograba integrarse al universo mateístico tocando mejor que nunca. Brillan con luz propia las canciones "Palomas", la mántrica "Un canto para mamá", la mágica "Voz de diamantes", "Dulce brillo" y la maravillosa "Canción para renacer".
Mateo llega a su cima discográfica con Cuerpo y alma, grabado en dos etapas, una en 1982, y otra entre 1983 y 1984 en el estudio Sondor a cargo principalmente de los técnicos Daniel Báez y Willy de León. Si bien participaron músicos como Hugo y Osvaldo Fattoruso, Urbano Moraes, el bajista Eduardo Márquez y el percusionista Walter "Nego" Haedo, una vez más la guitarra, la percusión y el canto de Mateo llegan desde ese misterioso universo de genio que le es propio. Lo revelan la colección de canciones más lograda de toda su obra, "Cuerpo y alma", "Nombre de bienes", "María", "Si vieras", la increíble "El boliche" con su loquísima trama armónica y sus monumentales incursiones en su forma peculiar de abordar la rítmica afro-uruguaya, como "El son oro scope", "Carlitos", "El tungue le" y "Lo dedo negro".
Eduardo Mateo murió en el Hospital de Clínicas de Montevideo el 16 de mayo de 1990, a causa de un cáncer. En sus últimas semanas en el hospital, las constantes visitas de los músicos se convertían en interminables tertulias donde reinaba un clima de desatado jolgorio. Al final Mateo estuvo rodeado de alegría y afecto.
Su legado es inmenso. Quedan muy pocos registros suyos en film o video, pero sí subsiste una discografía pequeña que es una reserva de placer para los aficionados, y una auténtica aula de enseñanza para las nuevas generaciones.
Aquel hombre descuidado, con algún “tornillo” de menos y dedicado a la mendicidad logró, sin proponérselo —ya que vivió y murió como quiso y como pudo— ser uno de los pocos uruguayos a quienes se seguirá recordando desde un tiempo futuro.