Pianista excéntrico y genial

Mario Trajtenberg

LAS GRABACIONES de Glenn Gould (1932-1982), el pianista canadiense que dejó de tocar en público en plena fama, a los 32 años, crearon un estilo propio de interpretación y de escucha sin parangón. Comparado con el de otros maestros del piano parecía un señor de la claridad y del contrapunto, entronizado en su banqueta casi a ras del teclado y con el pie derecho bien lejos del pedal. Esas cualidades eran soberanas en sus grabaciones de las Variaciones Goldberg y muchas otras obras de Bach. También era lo que podía considerarse una elección arbitraria del tempo y un canturreo recogido por el micrófono, que podía hacerse insoportable.

No puede decirse tampoco que Gould haya dejado de provocar el sentido común con su apariencia física, que recuerda así Jonathan Cott: "Se pasó la mayor parte de los últimos seis años de su vida encerrado en un estudio de un hotel de Toronto. Su atuendo era esperpéntico: guantes, mitones, camiseta, camisa, chaleco, jersey, abrigo y bufanda, todo ello a pesar del calor que pudiera hacer".

De algunas de estas rarezas quedan rastros en varias películas dedicadas a su persona. Varias de Bruno Monsaingeon revelan aspectos menos públicos de la personalidad de Glenn Gould como creador de documentales para la Canadian Broadcasting Corporation y como inventor de figuras fantasiosas e imaginarias del mundo musical. También existe un testimonio de gente que lo conoció, Thirty-two short films about Glenn Gould (1993), de Francois Girard, así como varias biografías y repertorios de sus escritos. Glenn Gould Variations (William Morrow and company, Nueva York, 1983) es una rica antología de escritos de y sobre el pianista, motivada por la admiración y la pena.

Con su desaparición se perdió un escritor incomparable en varios registros - el humor, la crítica, el diálogo y la reflexión sobre la personalidad y la geografía de Canadá- además de un músico de una originalidad que para algunos pudo ser exasperante en su estilo interpretativo y en sus decisiones de repertorio. Evitaba los contactos personales, sentía horror por el público de conciertos, cuidaba obsesivamente la perfección de sus grabaciones y se olvidaba de comer. No es excesivo pensar que le cupo una parte en la génesis de la hemiplegia que se lo llevó a los 50 años.

Al margen de la gesticulación y de la mala publicidad, que tuvo una pausa luego de su repentina muerte, Gould fue un asceta, sin más amores ni vida social que la música y la realización de documentales de radio y de televisión. Los documentales lo retratan dirigiendo una orquesta con la mano izquierda, movimiento que extendía al piano cuando la tenía libre.

La entrevista de Jonathan Cott lo muestra en su entrega total a la música, no sólo en calidad de pianista (su lado más conocido) sino en su actividad como director y en sus opiniones personales y arbitrarias sobre las épocas de la historia musical, así como sobre cuestiones técnicas de grabación que han perdido actualidad, como la cuadrafonía. Gould abominaba de la música romántica y de los Beatles; reverenciaba en cambio a Petula Clark y a los compositores ingleses del siglo XVII.

Un aficionado desprevenido que aborde estos textos los encontrará estimulantes cuando no caprichosos. Por ejemplo en su apreciación sobre Mozart, que según él pierde interés como compositor instrumental no bien se dedica a la ópera.

La traducción de Ferrán Esteve cultiva el galimatías y la ignorancia de la música. Sirva como muestra este párrafo: "La unidad de la obra nace de una percepción intuitiva, del arte y de la observación, y madura con el dominio. Y se nos revela aquí, como tan raras veces sucede en el arte, gracias a un diseño subconsciente que refulge con todo su esplendor". Otros pasajes son más tolerables, pero no lo es la confusión apopléctica de la caracterización de Beethoven como paradigma del compositor cuyas "habilidades profesionales en los desarrollos" contrastaban con la "sencillez de los motivos del aficionado" o la importancia analítica de la "sincronía en el cambio de cara", ni la afirmación de que Tristán e Isolda tiene una "obertura".

CONVERSACIONES CON GLENN GOULD, por Jonathan Cott. Global Rhythm Press. Barcelona, 2006. Distribuye Océano, 141 págs.

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