Por qué reímos con César Aira, el que nos hace soñar

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César Aira

Un novelista imprescindible

El novelista argentino César Aira acaba de ganar el Premio Formentor, mientras llega a librerías un nuevo libro, La ola que lee.

"Para mí escribir es parte de mi higiene cotidiana y creo que no hay secretos ahí, no hay nada extraño. Para mí es lo más normal del mundo escribir una novela, después escribir otra y otra y otra y seguir así. Como son cortas, me puedo dar el lujo de jugar, de apostar fuerte a ideas un poco inviables, muchas veces inviables. Muchas veces abandono una novela a las diez, veinte páginas porque veo que no podía ser. A veces las termino y se publican, porque ahí hago como un corte epistemológico de mis facultades críticas. Cierro los ojos y eso se publica indefectiblemente. Y a veces siento que salió mal, que salió demasiado mal y aun así la publico. No me importa nada”. Así había hablado César Aira en una entrevista pública en la Universidad Nacional de Rosario en 2007 que el diario digital ElDiarioAr subió a Internet cuando se supo que el escritor de 72 años nacido en la localidad rural de Pringles (460 kilómetros al sur de Buenos Aires) ganó la edición 2021 del Premio Formentor. Y es que para saber lo que piensa Aira de su incesante máquina narrativa (107 libros publicados) hay que buscar entre estas mínimas, fugaces, apariciones. Porque Aira no da entrevistas y ni siquiera se expresa a través del departamento de prensa de una editorial ya que su cuerpo de obra se encuentra desperdigado entre los tanques y los sellos independientes; de Penguin Random House y el Grupo Planeta a la artesanal Eloísa Cartonera y otros que se crearon solo para editar un título suyo y autodestruirse (el caso del sello El Broche con la novela El juego de los mundos, 2000). La noticia del Formentor (que premió su trayectoria con 50 mil euros) no cambió nada: Aira sigue mudo, aunque entre el premio y esta nota que se está escribiendo ya haya un nuevo título suyo dando vueltas: la recopilación de artículos La ola que lee (Penguin Random House, ver nota siguiente).

Obra inabarcable

Una viñeta pinta por completo la actitud que Aira tiene hacia la máquina editorial a la que desafía con una producción que, antes que incesante, es inabarcable al punto que hasta su cronología es dudosa. Así, la que se cree que es su primera novela, la parodia gauchesca Moreira, se publicó en 1982 pero con fecha de impresión 1976, cuando Aira ya había publicado su celebrada Emma la cautiva. El cuento es que en 2018 la poetisa punk Patti Smith hizo un encendido elogio de sus novelas en la sección de libros del diario The New York Times sin que los medios argentinos pudiesen registrar alguna devolución del autor. Esa misma semana, Aira visitó la librería La Internacional Argentina, sede de Mansalva, una de las editoriales independientes que lo edita. Era una tarde calurosa de marzo y el escritor iba vestido de pantalones tipo bermudas y sandalias de cuero. Uno de los contertulios sacó el tema del artículo de Patti Smith con un entusiasmo que contrastaba con la media sonrisa inexpresiva del escritor, que guarda un ligero parecido con Stephen King (a quien tradujo varias veces). “Patti Smith… Sí, yo tenía (el disco) Horses”, fue todo lo que Aira, lacónico, tenía para decir sobre la repercusión que el comentario de una legendaria figura de la cultura pop como Smith había provocado.

Ese silencio incómodo que el escritor provocó en la tertulia de los miércoles (pre pandemia) en la que, cada tanto, se dejaba caer es consecuente con el desdén que Aira tiene hacia todos los decorados que sostienen el acto de escribir y publicar. Así, por ejemplo, el Festival César Aira organizado por la Biblioteca Nacional en 2019 contó con su (esperada) ausencia. La suya es una invisibilidad que va a contramano de la construcción pública que se hace hoy del escritor como estrella cultural, un personaje nómade que anima festivales y congresos, y que necesariamente debe tener una opinión de peso sobre la actualidad. Se trata de una máquina de promoción que se retroalimenta: un autor o autora adquiere visibilidad porque es premiado (o finalista a un premio) lo que le asegura un tour por festivales y la colocación inmediata de su próxima obra. Sobre Aira campea la sospecha de que su arte en serie (un paradojal fordismo de autor) no es serio y carece del pathos que acecha al escritor: ni romántico ni militante. Él mismo ajusta las cuentas sobre esto en la nouvelle Como me reí (2005) donde ironiza sobre el aspecto lúdico de su obra, algo que alcanzaría a los argumentos expuestos por el jurado del Formentor. “Me molesta que me lo digan y que sea lo único que me dicen (…) Nunca me dicen que se conmovieron, o que se interesaron, o que los hizo pensar o soñar. ‘Leí tu último libro: ¡cómo me reí!’ ”. Pero el arte de Aira radica en transformar un texto que reflexiona sobre la recepción de su obra en otro que provoca la misma reacción: por eso leerlo sin reírse es imposible. Es como el loop de Los dos payasos (1995), una rutina circense que desemboca en el paroxismo de una puerta vaivén enloquecida.

Lugones y más

Aunque el nombre de Aira esté desde hace años en el rumor del Nobel, el Formentor resultó una anomalía. En 2020 Aira publicó tres novelas, entre ellas Lugones, donde reescribió en su clave neo dadá el último día del suicidado poeta que representó al modernismo y al nacionalismo más cerril en partes iguales. Había sido escrita en 1990 pero no tenía marca de época alguna que lo hiciera sospechar. Lo que sí está fechado es la lectura. Lejos de la ucronía o de la biografía novelada, Aira llevó el suicidio de Lugones a su mundo disparatado para establecer un comentario sobre una figura incómoda del canon latinoamericano. Su novela de poco más de cien páginas pasó casi desapercibida en comparación con la atención que tuvo la adaptación queer del Martín Fierro hecha por la escritora Gabriela Cabezón Cámara (Las Aventuras de la China Iron). Lugones no dio noticias colaterales del estilo short list del Booker Prize y pasó como lo que también es, un libro más en esa instalación de arte contemporáneo que es su bibliografía en la que se suman ensayos, obras teatrales, diarios. Y acaso sea porque no atiende ninguna de las demandas de la agenda actual: nada que decir sobre la perspectiva de género, por caso. Del mismo modo, sus “cuentos de hadas dadaístas” (así ha definido él mismo sus novelas) no tienen posibilidad de calificar en concursos de novela negra, terror o el género literario al que se le esté poniendo el estetoscopio hoy.

Su relación con la corrección política hegemónica se parece a la que Jorge Luis Borges o Juan Carlos Onetti tuvieron respecto de la mirada revolucionaria en los 60 y 70. Es más, como con Onetti, la lectura de su narrativa disuelve cualquier posibilidad de manipulación o uso político; no hay manera de encasillarlo, etiquetarlo, tal es su independencia, su fuerza. Que sus textos puedan aparecer en las librerías quince, veinte años después de haber sido escritos sin tener necesidad de ser puestos en caja habla menos de clasicismo que de la autonomía que el arte alcanzó en el siglo XX. En ese sentido, César Aira es antes que un escritor profesional un artista.

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