Cuentos completos
Acaban de llegar los Cuentos completos del argentino Ricardo Piglia en una bella edición de Anagrama.
Mirado en perspectiva, si así puede verse a un hombre, Ricardo Piglia hizo de la literatura su segunda naturaleza. Sumó una épica personal en la vejez, al vencer la masiva parálisis del ELA gracias a un programa de computación que en su último año de vida le permitió escribir con el movimiento de los ojos. El hito concentra la figura de su estilo: escribió como un lector.
Prolongó el legado de Borges con la misma voluntad con que veneró a Roberto Arlt, dos íconos contrastados de la cultura argentina del siglo XX, depositarios de las tensiones sociales y políticas que, iniciado el XXI, no acaban de dirimirse, dibujan una permanencia y, acaso, una forma de la fatalidad.
Antes de morir el 6 de enero de 2017, a los 75 años, publicó sus diarios en tres tomos (Los diarios de Emilio Renzi), sus seminarios universitarios (Las tres vanguardias, Teoría de la prosa), y los Cuentos completos que acaba de editar Anagrama en un volumen de más de ochocientas páginas. Sus narraciones breves abarcan cinco libros (La invasión, Nombre falso, Prisión perpetua, Cuentos morales y Los casos del comisario Croce) a los que incorporó revisiones, añadió cuentos publicados en revistas y los relatos biográficos de Historias personales. Leídos en conjunto, muestran varias series narrativas que se abren en abanico. Una explora las formas del cuento tradicional y coincide mayormente con sus inicios (“Las actas del juicio”, “Mata-Hari 55”, “El Laucha Benítez cantaba boleros”). Otra incorpora experiencias biográficas (los dos relatos de Prisión perpetua y los de Historias personales); otra serie reúne el cuento y el ensayo en tramas especulativas, cargadas de ideas y juego teóricos (“Un pez en el hielo”, “Homenaje a Roberto Arlt”, “La nena”, “La isla de Finnegan”, entre otros), y una más está dedicada al relato policial y al comisario Croce, un personaje nacido en su novela Blanco nocturno (Los casos del comisario Croce). Son las series más evidentes, en las que probó otras formas de relato, menos interesado en la concentración dramática y los desenlaces que en el desarrollo de métodos narrativos.
La consagración de Ricardo Piglia en el canon de la vida intelectual argentina gracias a su brillante talento crítico, distorsionó los méritos y las limitaciones de sus relatos, presionados de muchas formas por su abrumadora conciencia literaria. Si el vuelo intelectual es alto, hay cosecha de ideas, pero cuando hay poco que admirar, también hay poco en qué creer, porque incluso cuando hunde las manos en el barro de la vida con imágenes fuertes y expresivas, salvo excepciones la estrategia y las operaciones narrativas se interponen a la experiencia sensible, atenuando la credulidad del lector.
Reiteración y desborde
La publicación de los Cuentos completos de Piglia tiene la virtud de comprimir el paso del tiempo entre sus relatos y mostrar otra serie menos visible, alrededor de los sentidos de la reiteración, un asunto que ocupó sus reflexiones a lo largo de muchos años.
En “El pez en el hielo”, un relato de 1970 revisado en varias ocasiones, Emilio Renzi viaja a Turín para estudiar la obra de Pavese y al reflexionar sobre los amantes abandonados dice que, frente al carácter único del amor perdido, el mundo se puebla de réplicas y el suicidio irrumpe como el único acto unívoco capaz de acabar con la repetición.
La figura reaparece en “La loca y el relato del crimen” que integra Nombre falso (1975), pero ya no vinculada al amor sino a la compulsión verbal. Una demente es el único testigo de un crimen y en las incongruencias de su discurso Renzi entiende que está la clave para descifrarlo, si se apartan las pequeñas variaciones que desbordan el modelo fijo de sus continuas reiteraciones; en ellas estaría la información que la mujer pretende comunicar.
En “Encuentro en Saint-Nazaire”, de Prisión perpetua (1988), la repetición ya cobra la forma de una teoría: “en una vida la red de actos exactamente iguales alcanza, digamos, el 73,2 por ciento”, dice el irlandés Stephen Stevensen. “Hay que pensar en el resto (los restos), en lo que se filtra por los intersticios de la repetición y sucede una sola vez” para detectar “el jeroglífico donde se filtra el porvenir”. Debajo de la afirmación late la idea de que la estructura de la repetición coincide con la estructura de la dilación, a la que cabría sumar la de la muerte —de hecho, un muerto está muerto un día y al siguiente, y al siguiente, única y paradójica prueba de la eternidad—, mientras que fuera de los hábitos, las convenciones y rutinas alienta la oportunidad de cambio y de futuro. La salida del encierro ya no es el suicidio, como en la pena de amor, sino la variación, por la voluntad, el azar, o el desborde de una conciencia enajenada, como en las filtraciones verbales del loco.
La preocupación por el peso muerto de las reiteraciones vuelve a dar un giro en el relato “En el umbral”, de Historias personales (2015-2017), cuando sentado en un bar, Renzi revisa su experiencia de vida para interpretar “la multiplicación microscópica de pequeños acontecimientos que se repiten y se expanden”, la insistencia de los temas, de los lugares, de las situaciones, las “circunstancias que repetidas creaban la ilusión de una vida”. “Una acción —un gesto— que insiste y reaparece y dice más que todo lo que yo pueda decir de mí mismo”. La idea regresa más adelante, en el mismo relato: “No hay evolución, nos movemos apenas, fijos a nuestras viejas pasiones inconfesables, la única virtud, creo, es persistir sin cambiarlas, seguir fiel a los viejos libros, las antiguas lecturas”. Y se afianza en la última nota de autor que cierra el volumen: “No creo que un escritor evolucione… Uno se relee y encuentra tonos y ritmos en los que no había pensado, pero son esos fraseos y esas modulaciones de la prosa lo que, en última instancia persiste y persevera a lo largo del tiempo. Esas manías y esas maneras son lo único que uno busca narrar. Y esos ritmos son, en definitiva, lo que llamamos un estilo personal”.
La repetición como estructura de un encierro, sobre el final de la vida es asumida como reconocimiento de identidad. Aun podrían añadirse otras reflexiones sobre las copias, las réplicas, las imitaciones, y la deliberada reiteración de episodios ya contados en sus diarios o en otros relatos: la mudanza familiar de Adrogué a Mar del Plata, la persecución política a su padre, los secretos del abuelo, la madre, la revelación de la desnudez de una prima, entre otros. Por sobre todas estas figuras, el propio Emilio Renzi, más que un personaje es una réplica que le permite narrarse en las fronteras de la realidad y la imaginación, una copia de sí mismo en reiteración real. El crimen de Piglia. Haberse convertido en su reflejo.
CUENTOS COMPLETOS, de Ricardo Piglia. Anagrama, 2021. Barcelona, 825 págs.