Viajar haciendo literatura

Recordar es, más que nada, hacer ficción: el por qué de la narrativa de viajes de Liliana Villanueva

Su más reciente viaje a China produjo otro libro

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Liliana Villanueva

por José Arenas
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“Yo solo voy a tomar un agua¨.
Liliana Villanueva se acomoda entre las ráfagas de conversaciones que vienen de las otras mesas. El lugar está lleno de gente. Aunque quisiera comer o tomar otra cosa, no habría lugar en la mesa diminuta en la que nos sentamos para conversar. Apenas caben nuestros celulares, dos vasos, un servilletero y la cantidad de palabras que se llueven por todos lados. Si las voces fueran goteras, allí estaría lleno de recipientes recibiéndolas, exhaustos.

La autora de Las clases de Hebe Uhart llegó hace unas horas a Montevideo y volverá a Buenos Aires mañana. Tiene el aspecto de alguien que ha debido complacer demasiadas demandas; una reunión editorial, entrevistas, amigos, lectores. Ahora solo quiere agua. Mientras tanto el entorno engorda un nudo gordiano de voces y se vuelve un coro impertinente, texturado. Estamos rodeados por un canto de boyardos modernos a quienes se les antojó merendar justo cuando hay una entrevista que hacer.

Voy a dejar el celular acá porque me está por llamar la hija de María Esther— dice a modo de disculpa —y tengo que atenderla. En 2018 Criatura Editora sacó a la calle su libro Lloverá siempre. Las vidas de María Esther Gilio, un libro donde Villanueva recompone la voz de una de las periodistas más importantes del Río de la Plata para que queden a modo de retrato o de memoria en su visión y su escritura. Allí rearma extensas horas de conversación con su amiga y las revive de tal manera que pareciera que uno está de mirón entre la charla de ambas.

Fue a partir de su amistad con Gilio que nació la amistad con sus hijas. Una de ellas, Carmiña, es quien la llamará dentro de un rato y, más tarde, vendrá a su encuentro junto con Álvaro, su compañero. Por ahora el celular queda expectante sobre la mesa mientras Liliana charla.

El asombro. La memoria es la materia con la que Liliana Villanueva ha ido refundando sus visiones sobre la Alemania de 1989, o sobre Rusia en los 90, o más cerca, sobre un impensado viaje a China que la hizo concebir Viento del este, un libro que se editó hace unos meses. Pero para que aparezca un texto tienen que estar presentes algunas constantes; los personajes que llamen la atención, el asombro, un cristal íntimo desde el cual ver las cosas y, luego, la memoria, que, a diferencia de lo que decía Borges en El Aleph, no parece ser en Liliana algo poroso para el olvido. Por otro lado el tiempo es quien dice cuándo algo ha de volverse memoria de viajes, crónica o qué tipo de texto. En la maquinaria creativa de Villanueva, pareciera que las cosas aparecen por sorpresa luego de haber guardado un recuerdo que se sabía útil pero no se sabía para cuándo ni para qué.

Una vez se plantó una semilla. Allí quedó para ver qué pasaba. De golpe, un día, transcurrido el tiempo, aparece un libro. Aquí está. Solo queda el trabajo de jardinería y mantenimiento. El asunto es cómo se elige el punto de partida de cada texto.
Algo te toca, te emociona, te atraviesa —dice Liliana, —En mi caso, por lo general, son los personajes. O sea, los lugares son un tema; los lugares, los viajes, una cultura. Pero así, en general, no me sirve. Yo puedo ir a París, ponele, como ejemplo concreto, pero no me pasa nada. No porque tienen que suceder cosas sino que a mí no me pasa nada con ese viaje. Hay montones de viajes que yo no he escrito porque creo que no tengo nada que contar, en cambio en el libro de China había muchísimo qué contar. Era un viaje que casi no estaba planificado. Lo único planificado era llegar, visitar a mi hijo y, bueno, tenía un libro por si él se iba y me quedaba sola. Pero, por ejemplo, el libro de Rusia; el país es un tema de por sí. Yo no tenía idea de escribir un libro, pero viví mucho tiempo afuera y cuando volví —entre comillas, porque no sé si uno vuelve o se sigue el viaje— y llegué a Buenos Aires, me di cuenta de que la gente empezó a definirme por el lugar en el que yo había estado o había vivido. Entonces si iba a una reunión o una fiesta me definían como “mirá, Lili vivió en Rusia”, era algo que yo no decidía. Ya era parte de mi identidad, la gente me definía de esa manera. Y la gente te pregunta, y cuando vos empezás a contestar vuelven un montón de recuerdos, experiencias. Entonces, yo volvía a mi casa y estaba con la cabeza llena de todo eso. Yo escribía, siempre escribí, pero no con la intención de publicar. Pero en aquel entonces iba a un taller, el taller de Hebe Uhart, entre otros, pero sobre todo al taller de Hebe, y a ella le interesaba lo que yo había vivido, le interesaba muchísimo. Y un día le pregunté, “bueno, ¿qué es lo que te interesa de Rusia?”, y ella me dijo “me interesa la gente”, entonces empecé escribiendo crónicas de personajes, de rusos y rusas que conocía.

A partir de las ideas que el taller de Hebe Uhart le fue dando a Liliana aparecieron sus crónicas, sus retratos y sus memorias de viaje. Reconstruir el “Universo Rusia” fue el inicio de sus primeras publicaciones. El interés por aquella tierra que en otro tiempo fue la URSS, y la vida de Villanueva en la patria de Tolstoi trajeron a la periodista y arquitecta que trabajaba como corresponsal en una agencia de prensa en Moscú, al terreno de estas narraciones detalladas que ponen en el lector colores, sabores y sensaciones. La memoria y la crónica entrelazan un poder en la narrativa de Liliana y se convierten en algo que podría tocarse. Su trazo guía a quien se adentra a sus textos de tal manera que el viaje rompe la contención de la literatura.
Entonces yo trabajé en el taller. Escribía crónicas, escribía sobre personajes, pero como ejercicio, nunca con la intención de publicar. Y una vez, Hebe, en sus críticas, me dijo “vos sobrevolás los temas, tenés mucho conocimiento del mundo, y eso te juega, a veces, en contra. Vos te tenés que concentrar en un lugar. Quedate. Quedate en un lugar. Si te quedás, ganás”. Y le hice caso, y escribí la crónica “La idea del frío”. Había escrito otras, que se habían publicado en España, para trabajos muy puntuales, pero con esa crónica me descubrió el editor Damián Ríos. Yo no estaba preparada para editar en aquel entonces, tenía personajes sueltos, otros textos, no lo que él me pedía. Pero eso fue ver lo que otros veían en mí: lo que te constituye porque viviste en ese lugar, porque conocés el idioma, porque al otro le interesa, eso es parte de la curiosidad del otro y no de la necesidad de contar. Y, al mismo tiempo, no es una exigencia pero, si un editor te dice “bueno, me interesa”, yo me pongo las pilas porque está bueno. Después, durante muchos años no logré armar nada. Me costó. Me costó tiempo.

Pero desde aquellos textos que costaron tanto y que terminaron en libros tan notables como Las clases de Hebe Uhart o Sombras Rusas pasaron años, donde aparecieron varios libros más hasta llegar a Viento del este, su libro más reciente.
Viento del este es un título que tengo hace veinte años. Yo, hace veinte años, no escribía, era arquitecta. Escribía sí, pero escribía periodismo. Si querés te cuento la historia de dónde viene ese título.
—Claro.
“Viento del este” en realidad era el nombre de un restorán en Berlín Este que se llamaba “Óstwind”, ¿querés que te lo escriba?

“Qué linda letra, es rara”, dice con cierta admiración antes de buscar un espacio en blanco y saldar la deuda con las dificultades idiomáticas que pueden haber cuando se la entrevista. Sus anécdotas, sus paisajes van y vienen entre Rusia, Alemania y China. Como sus libros. Escribe con prolija tranquilidad para que sus apuntes queden claros y la grafía no se interponga.
Este fue el primer restorán chino de Berlín Este. Era de un chino, amigo de un amigo alemán, y yo sentí eso: “ese es el nombre, viene del este”. Había caído el muro de Berlín, este chino abrió su restorán y tuvo un éxito increíble. Yo estaba ahí y estaba encantada con el nombre, pensaba “qué buen nombre, dice tantas cosas: habla de Alemania del Este, de la caída de la Unión Soviética, del oriente, de algo fresco que viene”. Y bueno, tenía el título y no tenía escritura, no tenía el viaje, no tenía nada. Y cuando mi hijo me dice “me voy a China”, digo: el título. O sea, tenía el título muchísimo antes de tener el libro o el pasaje.

—¿Los títulos nacen antes que los libros?
Es muy raro. Con Otoño alemán también tenía el título, pero sobre todo tenía la primera imagen, que es algo que me sucedió en realidad. Yo fui a trabajar pero no fui como dice en el libro el primer día. Yo lo puse el primer día porque esa es la parte de ficción, de producción, de armado.

 

Pequeñas tretas. Esta idea de ficción o de armado en un texto que lleva la etiqueta de crónica o de memoria puede parecer una traición. Sin embargo, la memoria en sí es un hecho traicionero. Su funcionamiento, en realidad, se basa en pequeñas tretas para la construcción de algo que quizá no exista. En la memoria la fidelidad es la excepción. No es que gane la desmemoria, pero para crear un hecho y narrarlo de modo que pueda servir, el cronista rearma los pequeños azulejos rotos de sus recuerdos. Luego, con ellos, otra vez acomoda imágenes. Ese es el trabajo de una memoria. Recordar es, más que nada, hacer ficción.

Yo recuerdo que me voy desde una zona de trabajadores y de estudiantes de Berlín, de casas humildes, hasta el mejor barrio de Berlín Occidental y salgo hacia allí del subte, del metro, por la escalera. Empezaba el otoño y veo, en los dos últimos escalones, hojas secas, donde todo era perfecto. Lo único imperfecto, que era hermoso, eran estas hojas que había en el movimiento de los escalones, y durante años pensé “¿cómo se dice eso en palabras?”. Hasta que pasaron años y tenía el principio de un libro que era: “La veo. Todavía la veo. Después de treinta años, la ola de hojas secas en el último escalón de la escalera mecánica…” y ahí empezó la idea de la escritura. Y yo que quería escribir una historia personal con un alemán no quería escribir nada del muro porque ya todo el mundo había escrito sobre el muro, pero se metió como si fuera un personaje. Me puse a hablar de esa época y salió un libro diferente al que quería. Es muy raro. O sea, de dónde viene la escritura es muy misterioso.

Liliana Villanueva es una escritora que da forma a ese misterio. Si es cierto que cada uno de sus libros ha sido un devenir desbocado, también es verdad que ella ha logrado domar cada uno de esos arrebatos de ideas que aparecen y que luego van a dar a crónicas de viaje tan atrapantes como Viento del este, quizá, hasta ahora, el mejor de sus libros por más personal y misterioso. Hay, en esta serie de relatos de memoria donde también conviven la bitácora, el juego a lo Cortázar, la confesión o el temor, un plus: China. Siempre tan inextricable, pavorosamente oriental. Y Villanueva vive su viaje con un paso a paso minucioso, cuidadoso y delicado que lleva al lector al descubrimiento. Se asombra con la música que sale de sus letras. Todo es paisaje y canción sospechada. Quien lee, sin embargo, deberá tener mucho cuidado de no manosear con el prejuicio.
—En realidad, si te ponés a pensar, ¿cuándo termina el viaje y empieza la autobiografía, lo que estás escribiendo, la vida cotidiana?
—¿Y todo se vuelve materia de crónica?
—Ay, nunca había hablado de eso, y mirá que hablo como una radio.
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VIENTO DEL ESTE, de Liliana Villanueva. Blatt & Ríos, 2023. Buenos Aires, 264 págs.

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Liliana y Xiao Lan en Foshan
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