Ricardo Pascale y el Uruguay del futuro

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Ricardo Pascale

Economía y más

Desarma preconceptos y aclara ideas. Es el camino que sigue Ricardo Pascale en su libro Del freno al impulso.

Hay que pensar el día después de la pandemia, y este libro del economista uruguayo Ricardo Pascale llega en el momento justo. Credenciales no le faltan, tanto a nivel académico como en la aplicación práctica de sus ideas —fue presidente en dos oportunidades del Banco Central del Uruguay. Además es un destacado artista plástico, realizador de inspiradoras esculturas que ocupan espacios públicos, tanto en su país como en el extranjero. Se ha declarado filosóficamente afín a la economía batllista —del batllismo de José Batlle y Ordóñez— lo que da una vaga referencia de origen, casi académica, pero que lo despega del barro ideológico que impera hoy en día, uno que tiende a oscurecer las ideas.

En plena pandemia por Covid, y en un país pequeño como el Uruguay de recursos materiales muy limitados, hacen falta ideas claras y de aplicación práctica en el mediano y el largo plazo. En el libro Del freno al impulso, Una propuesta para el Uruguay del futuro de Ricardo Pascale se piensa ese país futuro con energía juvenil, provocadora. Para eso invierte la carga que planteaba el libro clásico de Carlos Real de Azúa, El impulso y su freno (1964), obra clave para comprender el declive del Uruguay en la segunda mitad del siglo XX. El texto se desgaja en tres secciones: la primera analiza el Uruguay como problema, donde se busca comprender por qué se llegó a este punto; la segunda, “los elementos”, define pilares básicos en términos conceptuales para luego entrar en la tercera, “el futuro”, donde propone caminos a seguir para que el país defina su lugar en el mundo.

Pánico al riesgo

Que el Uruguay terminó siendo inviable, a pesar de las promesas que ofrecía a los inmigrantes en la primera mitad del siglo XX, es un dato de la realidad que hay que asumir con coraje. Pascale va del anecdotario al análisis conceptual para ilustrar, por ejemplo, con la historia de Ángelo Gallicchio, un italiano amigo de su abuelo que decidió venir a Uruguay a hacer “la América”, como decían entonces, y que prosperó con una carpintería hasta que, muchos años después, entendió que el lugar ya no ofrecía futuro. Habían cambiado las condiciones del país que lo había recibido. Cerró la empresa, pagó sus compromisos, y volvió a Italia.

El declive de ese “Uruguay batllista” es conocido y harto discutido, pero Pascale lo renueva en términos conceptuales y estadísticos. Que había demasiados empleados públicos (1,8% de la población en 1900, 8,2% en 1969), fuertes desequilibrios fiscales, una economía muy dependiente del agro que a su vez quedaba atada a los vaivenes de los precios internacionales, y poca capacidad política de la comunidad para enfrentar los problemas, lo cual terminó en la violencia ya conocida, con guerrilla y dictadura militar. La búsqueda de un modelo de país y de un lugar en el mundo continuó con el retorno de la democracia, pero persistían problemas más profundos, de índole psicológica. Escribe Pascale:_“Todo este proceso de estancamiento, políticas económicas erráticas, shocks externos e internos, rupturas institucionales, han dejado en el comportamiento de los uruguayos una severa aversión al riesgo y un alejamiento de la idea de que el conocimiento es la principal fuente de creación de valor y crecimiento”.

Menuda tarea, pues, la de este economista que se mete a psicólogo. Por ejemplo, logra demostrar que la aversión al riesgo puede acarrear mayores riesgos: la fuerte aversión al riesgo que detecta en el empresariado uruguayo, “altísimo”, llevó a que, evitando riesgos, “el empresariado terminó padeciendo, sin advertirlo, riesgos máximos”, lo cual es paradójico. Entonces, con paciencia de peregrino, Pascale desarma preconceptos y va instalando la idea de que asumir riesgos no es tan malo, porque en Uruguay hoy están dadas las condiciones institucionales —como en pocos países— para tomarlos sin miedo y de manera controlada. Propone como caminos a seguir la innovación y la creación de conocimiento. En un mundo, además, altamente interconectado, que funciona en redes. Concluye que el conocimiento ha pasado a ser el factor “que más explica el crecimiento económico” de los países. El camino, entonces, es el de la economía del conocimiento, apoyada en una educación que iguale las condiciones de acceso a las oportunidades.

Como buen docente va una y otra vez de lo anecdótico a lo conceptual, baja a tierra las ideas que pueden llegar a tener, peligrosamente, vida propia. El caso paradigmático que plantea es el del Institut Pasteur de Montevideo y su equipo liderado por el Dr. Carlos Batthyány, quienes han diseñado un proyecto piloto para generar empresas, las llamadas start-up científico-tecnológicas, basadas en la innovación y en descubrimientos científicos con propiedad intelectual, para proyectarse en el mercado “desde el día cero” aclara Batthyány. La idea está inspirada en el modelo israelí y se financia con fondos privados. Otros casos mencionados son el de Nicolás Jodal y su producto Genexus, o la solución dLocal para el pago digital de servicios, ya utilizada por Amazon, Uber, Spotify y Netflix. Un artículo de Benedict Mander en el diario Financial Times del último 29 de abril destaca que Uruguay, en términos per capita, ya es líder global en exportación de software.

Achilles

El autor declara que, si bien el libro está dirigido a un lector común, sin formación en economía, no renuncia al carácter académico. En ese sentido podrán resultar algo tediosas la abundancia de siglas, que cada tanto obligan al lector a volver páginas atrás para recordar su significado. Un glosario de siglas habría sido de gran ayuda.

Otro punto que resulta curioso es la reiterada mención de Nueva Zelanda, a esta altura una muletilla de políticos, periodistas y académicos a la hora de citar ejemplos en términos comparativos. El problema es que, si hay dos países que se parecen poco, más allá de su extensión geográfica y cantidad de habitantes, son Uruguay y Nueva Zelanda. En estas islas el carácter de sus habitantes ha sido modelado por una naturaleza muy hostil —la ciudad de Auckland, por ejemplo, está construida sobre más de 50 volcanes potencialmente devastadores. Su cultura es de matriz protestante, calvinista, austera, algo visible en la actitud individual del gasto de mucho neozelandés que a cualquier uruguayo le parecerá de “amarretes” o “tacaños”, y cuya incidencia en la cultura económica del país se podrá entender mejor leyendo el libro La ética protestante y el espíritu del capitalismo de Max Weber, que Pascale cita en la bibliografía. No muerde.

Pero además, quien viaje a Nueva Zelanda debería, antes de subir al avión, hacer una visita al Cementerio Británico de Montevideo. Allí yacen tres jóvenes marinos neozelandeses caídos en la batalla del Río de la Plata (1939), tripulantes del crucero neozelandés HMNZS Achilles que combatió al acorazado nazi Graf Spee. Tres marinos de 18, 19 años, que entregaron su posesión más valiosa, su vida, en aguas territoriales uruguayas, y en un barco lleno de jóvenes dispuestos a combatir hasta la muerte, hablan de un país que hace 80 años ya tenía bien claro su lugar en el mundo.

DEL FRENO AL IMPULSO, de Ricardo Pascale. Planeta, 2021. Montevideo, 382 págs.

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