Salvada de los nazis por su amor a Francia

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Françoise Frenkel. Dibujo de Ombú

El testimonio de Françoise Frenkel

Libro autobiográfico de una mujer indefinible.

Entre los episodios más conocidos de la Segunda Guerra Mundial figura la invasión alemana a Francia, con la consiguiente división del país en varias unidades: la Francia libre que desde Inglaterra comandaba Charles de Gaulle; la Francia ocupada por las fuerzas invasoras (medio país hacia el Norte, incluida París); y la Francia de Vichy (medio país hacia el sur), gobernada por el colaboracionista y otrora héroe de la Primera Guerra, Mariscal Pétain.

Un cuarto espacio lo ocuparon fuerzas italianas, en una delgada franja paralela a la frontera con Suiza. En ese territorio peninsular se gestaron historias tanto de colaboracionismo como de resistencia, y entre estas últimas tuvieron notoriedad póstuma algunas protagonizadas por mujeres escritoras o artistas de origen judío, letradas y bien posicionadas económicamente que bien pudieron haberse cruzado, aún anónimas, en esas calles.

La más famosa: Irène Némirovsky (1903- 1942) nacida en Ucrania, educada en Francia y muerta en Auschwitz, autora de un conjunto excepcional de novelas conservadas gracias al empeño familiar y hoy hipertraducidas. O la joven pintora Charlotte Salomon (Berlín, 1917- Auschwitz, 1943) recordada en parte gracias a una singular novela de David Foenkinos (Charlotte, 2014) que cuenta las múltiples tragedias de su vida y cómo se salvó (no literalmente) pintando. O la parisina Hélène Berr (1921-1945), estudiante de la Sorbona muerta en Bergen-Belsen y autora de un Diario escrito entre 1942 y 1944, que por fin se publicó en 2008, con un prefacio del multipremiado Patrick Modiano. También de él es el prólogo a Una librería en Berlín, libro autobiográfico y único de una mujer tan indefinible y evanescente como los personajes que novela Modiano.

SIN RASTROS.

En junio de 1943 una polaca de origen judío radicada en Niza consigue en su segundo intento cruzar la frontera suiza y salvarse de una probable y fatal deportación. Françoise Frenkel había nacido un 14 de julio de 1889 con el nombre de Frymeta Idesa, y quizá en honor a esa conmemoración centenaria de la toma de la Bastilla había sido una fervorosa francófila desde su juventud. Luego de estudiar Letras en La Sorbona abrió hacia 1921, junto con su esposo Simon Raichenstein, la primera librería francesa de Berlín, donde vivían. Concurrida y alentada desde Francia por editores y diplomáticos La Maison du Livre tuvo su época de esplendor hasta que la llegada al poder del nacional socialismo y el cúmulo de disposiciones legales en relación a los judíos determinó su cierre y la salida del matrimonio de Alemania. Raichenstein huyó como refugiado a Francia en 1933 pero murió en Auschwitz. Frenkel resistió varios años más hasta que abandonó Berlín en 1939 y comenzó una odisea de traslados en Francia -Avignon, Vichy, Grenoble, Annecy, Niza- que la fueron acercando a Suiza y de los que da cuenta en Una librería en Berlín, cuyo título original era más acertado: Rien où poser sa tte. Literalmente: nada donde reposar la cabeza.

El libro fue publicado en Ginebra en setiembre de 1945 en Éditions Jeheber y hay dos detalles que llaman la atención. El primero es que no contiene ninguna mención a su esposo. Sí habla de su madre y otros familiares, y hasta narra las historias sentimentales de gente que conoció, pero de Raichenstein ni una sola palabra o alusión siquiera. Lo segundo es que desde que publica ese libro hasta su muerte en Niza en 1975, la propia Frenkel parece haberse esfumado y no hay registro de su existencia excepto en una oportunidad: cuando en 1959 firma en Berlín una declaración jurada en pos de una indemnización por un baúl de marca Mädler que la Gestapo le embargó en 1942. Esa declaración aparece como uno de los documentos adjuntados a la presente edición de Una librería en Berlín. El baúl contenía, entre otras cosas, dos máquinas de escribir, un paraguas, una sombrilla, vestidos, zapatos, un abrigo de piel de nutria, una almohadilla eléctrica.

Dice Modiano que prefiere no conocer el rostro de Françoise Frenkel ni cómo fue su vida después de la guerra, y señala que su impresión al leer el libro "ha sido como oír la voz de una persona cuya cara no se distingue en la penumbra y que te cuenta un episodio de su existencia".

CONSTANCIA.

En rigor, aunque cuenta muchas cosas, el relato de Frenkel narra un mismo episodio continuado, el de la búsqueda de la supervivencia. Cómo sobrevive a la persecución, al miedo, al insomnio y a la espera. De alguna manera se las ingenió para pagar sus alojamientos (en parte pasando a líquido sus bienes, lo poco que mantuvo consigo), y tuvo la inmensa fortuna de contar con la solidaridad de amigos y de desconocidos. Claro que no siempre. Entre las experiencias duras figura la de su primer intento de huida a Suiza, cuando el "pasador" que la guía la abandona a su suerte y es detenida y enviada a prisión, o la del primer hotel en el que recala en Niza, donde los judíos no son bien vistos. También cuenta instancias risibles por ridículas, como aquella en que procura un casamiento arreglado, que al final no se concreta.

Aunque su situación no llega a ser crítica (en el sentido de que no llega a ser enviada a un campo) y no le impide admirar la belleza del paisaje francés y la hospitalidad de una parte de su población, lo cierto es que la mayoría del relato versa sobre dificultades y tiene un tono amargo. Transmite el temor constante de ir a dar a los campos de Gurs o Drancy simplemente por ser detenida en la calle o hallada clandestina en un refugio o por la no renovación de sus documentos. Logra dar una idea del disturbio moral que vivía esa sociedad que la cobijaba a la vez que la expulsaba. Soldados desmovilizados que no entendían nada de la guerra en la que habían participado. Gente apacible que adhería a la propaganda del invasor. Alza de precios y afianzamiento del mercado negro. Necesidad de hablar con un lenguaje cifrado para no ser descubierto y delatado. Etc.

En última instancia lo que libera a Frenkel de la prisión de Annecy es una vieja carta de recomendación de 1939 escrita por los editores franceses de su época berlinesa, en la que hacen constar que "ha prestado a Francia un auténtico servicio en la difusión del libro francés en el extranjero. Es nuestro deseo que pueda disfrutar en nuestro país, por el que tanto y tan bien ha trabajado, de todos los derechos y de todas las libertades". Para la posteridad, en tanto, no la salva del olvido su escritura en sí misma que es correcta pero sin vuelo y con clisés que la despersonalizan-, sino el testimonio obviamente subjetivo que da de una época.

UNA LIBRERÍA EN BERLÍN, de Francoise Frenkel. Seix Barral, 2017. Buenos Aires, 293 págs. Trad. de Adolfo García Ortega. Distribuye Planeta.

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