Santiago Amigorena, el franco-argentino que se siente uruguayo

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Santiago Amigorena

Narrativa francesa

En su último libro en francés combina el lenguaje de la alta cultura con los términos futboleros de su barra de amigos de la calle Parra del Riego, en Montevideo.

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El palacete renacentista de la librería Albertine está ubicado sobre la Quinta Avenida frente al Central Park y a pasitos del Metropolitan Museum de Nueva York. Diseñado para la familia Payne Whitney por Stanford White, el arquitecto más famoso de la Edad de Oro norteamericana, fue descubierto para su actual dueño, el gobierno francés, por Claude Lévi-Strauss, el fundador de la antropología estructuralista.

A la centenaria mansión se entra a través de una rotunda con columnas de mármol que envuelven la estatua de un magnífico joven con arco y flecha, y luego se rodea una salita con paredes doradas y espejos venecianos salida de una novela de Henry James. La librería Albertine fue llamada así en honor a la elusiva heroína de Proust, y ofrece más de 14 mil tomos de lo mejor de la literatura francesa clásica y contemporánea como parte de los servicios culturales de la embajada. Sus estantes de madera están coronados con bustos de Descartes, Lafayette, Moliére, Tocqueville y el techo es un fresco de estrellas y constelaciones pintado a mano.

Con sólo poner un pie es imposible no sentirse de inmediato transportado a la biblioteca de algún hôtel particulier del exclusivo Triangle d´Or parisino. Hasta que se abre, por ejemplo, uno de los libros de la mesa de ejemplares seleccionados publicados por los sellos editoriales más prestigiosos.

—¿Qué tal, bo?
—¿Viste el partido?
—¡Qué penal atajó Manga!
—¿Vamo, bo?
—Ta.
—Pero el mejor sigue siendo Mazurkiewicz.

Esta es una cita directa de la página 145 de Le Premier Exil, el nuevo libro que salió en Francia de Santiago Amigorena y que acaba de cruzar el Atlántico para llegar a Albertine (“la mejor librería de Francia está en EE.UU.”, es la frase que más se repite en círculos lectores respecto a la tienda). Le Premier Exil tiene una tapa monocromática austera siguiendo la tradición gala de demostrar que se trata de alta literatura: sólo indica el título y el nombre del autor. El libro, publicado por P.O.L. Editions, está escrito en francés pero tiene amplios pasajes en el castellano vernáculo del Montevideo de los años 70.

Este, evidentemente, no es muy de hotel particulier del Triangle D´Or, pero su irrupción en el nuevo libro de Amigorena tiene una clara explicación. Amigorena nació en Buenos Aires en 1962 pero vive en Francia desde hace décadas. No sólo tiene publicada allí toda su producción editorial (Une enfance laconique, Une jeunesse aphone, Une adolescence taciturne, Des jours que je n’ai pas oubliés y Les premières fois son algunos de sus títulos anteriores) sino que fue pareja de mujeres tan emblemáticas en el imaginario popular francés como Julie Gayet y Juliette Binoche. Cuando salió su libro anterior, Le ghetto intérieur (P.O.L., 2019), finalista de los premios Goncourt y Médicis, nominado al Renaudot y traducido de inmediato al castellano como El gueto interior (Random House, 2020), los medios titularon las notas como “Santiago Amigorena. El escritor francés que se considera argentino”. Con Le Premier Exil se debería esperar una corrección a ese título: “Santiago Amigorena. El escritor francés que se considera argentino. Pero en realidad es uruguayo”.

Carrasco

Todo empezó para la familia Amigorena con el golpe de Estado del general Onganía en Argentina en 1966. Según narra en el libro, al conflicto ideológico y la creciente violencia se sumó un tema práctico. Los padres de Santiago eran psicoanalistas, pero el gobierno militar prohibió que hicieran terapia quienes, como ellos, no se habían graduado de la Facultad de Medicina. Entonces Santiago, sus padres, su hermano y su cocker spaniel Celeste (que obviamente devendría muy popular gracias a su nombre en su nuevo destino), tomaron el ferry como cada año para vacaciones en Piriápolis, Manantiales, La Coronilla. Sólo que está vez se instalaron —y de forma que estimaban permanente— en el “quartier de Carrasco”.

“La Suiza de América Latina”, recuerda Amigorena, era entonces un “pequeño remanso de democracia perdido en un continente que fuego y sangre comenzaban a devorar por todos lados”. El autor relata con ternura estos años en suspenso, ese paréntesis en su vida hasta su exilio definitivo, a los 12 años, en París. “Hijo del mar, como tantos niños de Montevideo”, Amigorena dedica a su infancia, y en particular a una pasión por la pesca descubierta un fin de año en Portezuelo (“nadie llamaba a esas playas Solanas entonces”), pasajes entrañables.

También se los dedica al primer amor (“’te quiero’ es intraducible al francés, por mezclar tanto ‘pasión’’ como ‘deseo de posesión’ y ‘cariño de cierta alcurnia’”). También se los dedica al gomero que protegía a su banda de amigos. Por supuesto, al fútbol. Y a sus amigos “El Flaco” Juancho, Alvaro “Uno”, Alvaro “Dos”, Sergio “Lechuza”, “El Rara” Pepetto, “El Pato” Marcelo y Fabio “Chinche” Curcio, a los que describe como “príncipes seráficos con lenguaje de bravucones”.

“J’étais définitivement devenu un botija” (“me convertí definitivamente en un botija”), reconoce el autor. Es evidente que Amigorena se deleita con los modismos locales. Los usa con gran efecto en el libro, saltando de un francés “de una pureza de la que sólo los extranjeros tienen el secreto”, según Simon Liberati, ganador de los premios Fémina y de Flore, en su crítica para Le Journal du Dimanche francés. Si este juego de idiomas seguirá siendo efectivo cuando todo el texto se traduzca al español no está claro, pero, en la versión original el contraste de la lengua de Proust y el castellano de la pandilla de la calle Parra del Riego sirve para resaltar el exotismo y el escapismo de ese “minúsculo país eternamente dormido”.

Uruguay, de esta manera, “adquiere el relieve de una región de ensueño. Sus playas, sus balnearios, el hotel San Rafael, un hotel Tudor perdido por algún maleficio en las dunas de Punta del Este (recién demolido, y de forma polémica, N. de R.), se graban en la memoria del lector al punto de quedarse allí como verdaderos recuerdos de los que uno se apropia”, continúa Liberati.

Blancos, colorados y frenteamplistas

El ensueño del país minúsculo no iba a durar mucho tiempo. “La elecciones de 1971 hicieron que todo se politizara, mi calle, mi ciudad, mis compañeros de clase, mis vecinos, mis amigos” cuenta el autor.

Su escuela era el Instituto Crandon. “Mi propio Institut Poupon”, lo llama, en referencia al que asistió Sartre en París, y que el gran postulante del existencialismo recuerda en sus propias memorias de la infancia —que son modelo, junto a las proustianas, para la narrativa de Amigorena. Allí los alumnos de la clase de Santiago comienzan a realizar entre ellos votaciones y sondeos que siempre dan el mismo resultado: once votos para los Colorados, once votos para los Blancos. “Los dos partidos tradicionales uruguayos, equivalentes a los Demócratas y Republicanos en Estados Unidos (...) Es decir, los dos de derecha” dice de forma provocadora. Amigorena vota al Frente Amplio. “Líber Seregni, como tantos de nuestros amigos, será aprisionado y torturado”, apunta, cuando el libro desciende en el período de terror que termina con la familia encarando la partida a Europa.

Pero los juegos con el francés y el castellano no son lo único que distrae de la línea argumental. Amigorena es catalogado por la crítica como un flâneur, un caminante baudeleriano sin rumbo estricto que disfruta de perderse en digresiones sobre la filosofía y el poder de la escritura, o sobre política y el poder del capitalismo. Para parte de la crítica en Francia estas digresiones resultaron de menor interés que la historia que narra, pero para otros resultan su principal atractivo. Son muy distintas entre sí. Por ejemplo, en las disquisiciones políticas, Amigorena baja línea dura y no abre debate (y —oh so French— suspirará cualquier lector del hemisferio norte, ya que la culpa de todo termina siendo siempre de EE.UU. y la CIA).

Cuando habla de sí mismo es, a veces, de una grandilocuencia excéntrica difícil de comprender (se define, por ejemplo, como un “auguste crapaud graphomane”, algo así como un “augusto sapo grafómano”). En las reflexiones sobre la escritura, en cambio, Amigorena toma al lector gentilmente de la mano y lo lleva con sutil pedagogía a fascinantes perspectivas.

Las disquisiciones también convierten al libro en un híbrido entre la autobiografía, la novela y el ensayo. Pero más allá de un ejercicio de estilo, estas cuestiones formales existen para unir narrativamente cada libro con los anteriores y los que vendrán, ya que Amigorena busca hacer de toda su producción literaria una gran autobiografía. “Un rompecabezas gigantesco donde cada nuevo libro es una pieza unida a un todo que va tomando forma poco a poco, generando una autobiografía total donde el mundo exterior está presente a través de su relación con el narrador”, resume Francine de Martinoir en el semanario La Croix. A lo largo de los años, las publicaciones no han seguido necesariamente el orden del tiempo, pero el edificio literario, una vez reconstituido fiel a la cronología, “se convierte en una enciclopedia llevada por la memoria, por los recuerdos vividos y por figuras protectoras como Leopardi, Dante, Dostoievski y especialmente Proust”, subraya la revista.

Historias de familia

Un ejemplo de conexión entre libros está en el tema de la muerte, que recorre a Le Premier Exil de principio a fin, tanto en miedos y pesadillas infantiles como en las que refieren a tupamaros y militares, y también en historias familiares. El libro abre con la muerte del “abuelo Zeide” en Buenos Aires, el bisabuelo materno que había nacido en un shetl cerca de Kiev y en su juventud había atravesado a nado el río Dniepr en pleno invierno para poder huir rumbo a América del Sur. Cerca del final muere el abuelo Vicente Rosenberg, protagonista de El gueto interior. El autor reflexiona sobre el silencio de los campos de concentración donde fue asesinada la parte de su familia materna que quedó en el viejo continente. Sin embargo, se ve como descendiente tanto de víctimas como victimarios, y no se olvida del silencio “de los Pehuenches exterminados por José Francisco de Amigorena a fin del siglo XVIII al sur de Bariloche”.

Distintas ramas de la familia de Santiago Amigorena no sólo están plenamente presentes en la narración en sí. Su primo Martín Caparrós es el traductor de El gueto interior (otro primo famoso es el actor Mike Amigorena). Pero es cuando le escribe a su tía Victoria que ocurre el hecho fundamental de la historia de Amigorena. Por primera vez encuentra una verdadera patria a la que se mantendrá fiel por siempre: las de las palabras puestas sobre el papel que le permiten expresarse. Hasta entonces los compañeros lo llamaban “El mudo”, ya que después de una terrible pesadilla prácticamente no había vuelto a hablar.

Es válido, de todas formas, preguntarse qué hay de verdadero y qué es inventado en lo que narra Amigorena. Porque, ¿puede alguien recordar con tanto detalle lo que sintió de los 6 a los 12 años? El autor mismo lo encara con un diálogo de ese período que reproduce en la contratapa del original de P.O.L. Editions:

—¿Por qué escribes?
—Porque no hablo.
—No es cierto.
—Es por eso también que yo escribo, porque no es cierto.

Amigorena concluye enfatizando por qué en el período de “le plus pur Uruguayien” (“uruguayo de pura cepa”) se determinó su vida: “En Uruguay a fin de los años 60 y principios de los 70, aprendí a dar a mi silencio la forma que tiene hoy: una forma literaria. A esa tierra yo la he perdido, como he perdido mi lengua materna. Todo lo que queda es aquello a lo que estas páginas quieren rendir homenaje, esa patria que nos pertenece a todos porque ella no será jamás de nadie —la infancia”. Es también una gran razón para leerlo.

Nota: la traducción del original francés de Le Premier Exil es de Juana Libedinsky.

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