Libros sobre mujeres en librerías
De Simone de Beauvouir a Vanessa Springora, pasando por la reedición de "Mujeres uruguayas" prologado por Blanca Rodríguez, muchas cosas han pasado.
Del abigarrado conjunto de libros sobre mujeres que se ha vuelto habitual encontrar en librerías llegaron a manos de esta cronista dos recientes reediciones y la traducción de un libro testimonial de Vanessa Springora aparecido en francés al inicio de 2020. Guiada por el azar de los encuentros, la lectura traza caminos entre las obras. La idea es proponer uno posible y señalar algunos de los múltiples cambios en la manera de abordar el tema. La dirección elegida va de lo general a lo particular, del pasado al presente, del clásico El segundo sexo de Simone de Beauvoir al revulsivo El consentimiento de Springora.
La mujer
“¿Simone de Beauvoir fue feminista?” se pregunta Séverine Auffret en su amena y extensa Historia del feminismo. Formulada a propósito de quien es un icono del o los movimientos feministas la pregunta parece paradójica o provocadora. Sin embargo, resulta pertinente. Auffret dice que Simone de Beauvoir “solo se declaró feminista veinte años después” de publicar El segundo sexo (1949). Afirma, a partir de la lectura de sus memorias y su correspondencia, que escribió el libro instigada por Sartre y sin mayor pasión. Señala como hito del “llegar a ser feminista” —parafraseando la famosa frase de De Beauvoir— la firma, en 1971, del “manifiesto de las 343” que reclamaba la libertad de la anticoncepción y del aborto. Hay declaraciones de De Beauvoir, en diversos medios en las que explica su evolución. Por ejemplo, en una de esas entrevistas, dijo que tuvo que cambiar los puntos de vista que sostenía en El segundo sexo pues se dio cuenta de que “la lucha de clases no lleva a la emancipación de la mujer. Abolir el capitalismo no significa la abolición de la tradición patriarcal mientras se conserve la familia” (Crisis 42, mayo 1986, https://www.elhistoriador.com.ar/simone-de-beauvoir/).
Poner el foco en el proceso de producción de El segundo sexo permite calibrar la potencia del acto de escribir pues remueve y amplía la conciencia de quien escribe y hace posible iniciar un movimiento interior que es en sí mismo imprevisible. No hay una contraposición sustancial entre quien piensa y quien actúa, sino fases en un camino de transformación en relación al mundo en que se busca incidir. El libro de De Beauvoir proporciona un ejemplo privilegiado de escritura vuelta acción. Según Celia Amorós “es uno de los libros más importantes del siglo XX, y para entender el siglo XX”.
Releído hoy, la capacidad revulsiva de El segundo sexo ha decaído en la medida en que, en parte gracias al libro, han cambiado las condiciones que denuncia. La reedición que se encuentra en librerías reúne en un tomo los dos de la primera. En tiempos de lecturas rápidas, la frase rotunda e iluminadora que abre el primer capítulo de la Cuarta parte del libro, “No se nace mujer: se llega a serlo” resultó un eficiente emblema de la obra. Con el bagaje de la filosofía existencialista, De Beauvoir demuestra que no hay nada natural que justifique la postergación de la mujer: su situación es el resultado de una elaboración cultural y, por lo tanto, puede, y debe, ser revisada en aras de una mayor justicia e igualdad entre los sexos. La mujer ha sido construida como “el otro” del hombre, eje esencial del que se parte al considerar lo humano. En la perspectiva de la dinámica del amo y el esclavo, De Beauvoir analiza las dependencias mutuas que esta situación desigual genera. “No es solo para poseerlo por lo que el hombre sueña con otro, sino también para ser confirmado por él”, explica. El conflicto es inevitable porque la mujer es “como todo ser humano una libertad autónoma” al que los hombres pretenden fijar como objeto. La filósofa y escritora despliega sus ideas con numerosos ejemplos surgidos de datos estadísticos, libros de medicina, literatura, psiquiatría, en fin, de referencias culturales muy amplias. La fuerza convincente de su argumentación depende, en gran parte, de su capacidad para observar y narrar las diferentes situaciones en las que se encontraba la mujer de su tiempo.
Como toda gran obra, la de De Beauvoir ha recibido innumerables críticas fuera y dentro de la corriente feminista. Ciñéndome solo a los reparos internos habría que anotar: universalismo (¿Qué es “la mujer”?), igualitarismo (¿El problema está en ocupar un lugar equivalente al hombre?), “horror” al cuerpo y la biología (El llamado “feminismo de la diferencia”, entre otras revisiones, reconsideró el papel que la maternidad tiene en la visión de De Beauvoir). También se le ha reprochado el dejar de lado su experiencia personal en un libro que analiza la condición de la mujer.
Las mujeres
Se ha señalado que la generalidad del análisis sobre “la mujer” esconde desigualdades de clase, de grupo étnico, de opción sexual. Algunos enfoques sobre “las mujeres” pretenden dar cuenta de estas variables o simplemente mostrar (“visibilizar”) a quienes, hasta hace poco, estuvieron relegadas de la Historia. El libro Mujeres uruguayas, reeditado en 2020, reúne las figuras de mujeres excepcionales: la mayoría fueron capaces de conquistar una fama. Son fundamentalmente artistas: Delmira Agustini, Blanca Luz Brum, Juana de Ibarbourou, Rosa Luna, María Eugenia Vaz Ferreira, Petrona Viera, Margarita Xirgu, y/o mujeres que conmocionaron su entorno con posturas y acciones que escapaban a los estrechos marcos de lo que les era permitido (Carlota Ferreira y la mayoría de las nombradas) o compañeras de maridos destacados (Cándida Díaz de Saravia, Bernardina Fragoso de Rivera, Ana Monterroso de Lavalleja). Se puede decir que estas dos últimas son las que adquirieron “visibilidad” al formar parte de este libro.
El feminismo surge como movimiento político en el siglo XIX europeo, con actual proyección mundial, según Auffret. Ninguna de estas mujeres fue feminista en un sentido “fuerte”, pero, por sus gestos, actitudes y logros desafiaron a la sociedad de su tiempo. En esta segunda edición de Mujeres uruguayas desapareció el subtítulo “El lado femenino de nuestra historia” que, en la tapa de la primera (1997) definía una perspectiva que excluía la necesidad del sesgo confrontativo que tienen las historias de mujeres en una visión feminista. La mención a lo “femenino” amparaba la presencia de las tres “mujeres de” (Saravia, Lavalleja y Rivera) que forman parte del conjunto. En la nueva edición, sin el subtítulo y con la avalancha feminista de los últimos años, su inclusión resulta más problemática. Tanto Bernardina Fragoso de Rivera como Ana Monterroso de Lavalleja parecen mujeres destacadas por una capacidad de acción que transgrede el mito de la pasividad propio de la dama, pero se plegaron al proyecto de sus cónyuges. Carecen de rasgos de autonomía, aunque al apoyar a sus maridos excedan los límites de lo que en su época se esperaba de una mujer. Más allá de esta perplejidad provocada por la relectura reciente, el libro mantiene su interés y se lee bien.
Un caso
El consentimiento de Vanessa Springora coloca al lector ante un caso concreto contado por una mujer que reconoce, muchos años después del acontecimiento, haber sido víctima de abuso sexual. Fue pareja, cuando tenía 14 años, del conocido y multipremiado escritor Gabriel Matzneff, entonces de 50 años. Autor de ensayos, novelas y un diario íntimo que fue publicando en diversos tomos a lo largo de los años, Matzneff exponía en sus obras sus amores con niños y niñas. Su relación duró dos años: generó algunas alarmas y exclamaciones destempladas, pero, en definitiva, fue aceptada por el conjunto de la intelectualidad y la sociedad francesa del momento. Puede verse en Youtube una emisión del famoso programa Apostrophes, dirigido por Bernard Pivot, en el que Matzneff presenta su diario de 1983-1984, titulado Mes amours décomposés (1990). Springora alude a esta escena en su libro para señalar la actitud en general complaciente con que se recibían las manifestaciones de Matzneff y la presencia de algunas voces que se opusieron, como la de la escritora canadiense Denise Bombardier, que se salió de libreto en la mesa de diálogo organizada por Pivot e increpó duramente al escritor.
Como un desquite puede interpretarse la presencia de la novel autora en el programa La grande librairie del 16 de enero de 2020. Así como Matzneff acaparó la atención de Apostrophes, treinta años después Springora fue el centro del otro gran programa televisivo sobre libros dirigido por Francois Busnel. En un momento de una conversación contenida e inteligente, Springora señaló la felicidad experimentada al empezar a trabajar, muchos años después de haberse perdido en el dolor y el sinsentido de su experiencia, en una editorial y recuperar su sueño de ser escritora. En otro momento Busnel tomó la referencia a Lolita de Vladimir Nabokov, citado por Springora en su libro, y le preguntó qué pensaba de ella. Springora encuentra en la novela de Nabokov una condena al pedófilo. Pero, fundamentalmente, como amante de la literatura, reivindica los derechos de la ficción y su importancia para investigar las zonas más oscuras de la subjetividad. Esto no es solo un detalle de una entrevista sobre un testimonio conmovedor contado con delicado temple. Springora no quiere ser leída en una versión puritana y servir de excusa para que se coarte la libertad de la imaginación.
Escribió y reescribió El consentimiento a lo largo de diez años. Pudo separarse de Matzneff, pero no impedir el hundimiento personal causado por el hecho de haberlo aceptado. La escritura es la fase final de un largo ejercicio de recuperación que implicó, entre otras ayudas, años de psicoanálisis. Su testimonio vuelve una y otra vez a su “consentimiento” para tratar de comprenderlo. Cuenta el abandono de su padre, el deslumbramiento que le produjo saberse el objeto de la atención de alguien tan “importante” como Matzneff, dice que se sintió protagonista de un amor único. Descubrió la calidad de “depredador” de su amante, fundamentalmente, leyendo —a escondidas— sus diarios y ensayos. En las páginas de sus libros se vio reflejada como una pieza más de la caza que el escritor practicaba habitualmente. Después de la separación, seguirá sintiéndose atrapada y perseguida al comprobar que era transformada, ella también, en personaje de otros libros. Le llevó años reconocerse como víctima, entender cabalmente —aunque no hubiera golpes— la desigualdad y la violencia de la trampa en la que había caído.
El reclamo más doloroso de Springora es hacia su madre, porque no impidió la relación. La rechazó cuando se enteró, pero cedió a las declaraciones de buena fe del novio y las exigencias de su hija adolescente. El libro da testimonio del amor de la madre y el esfuerzo que realizó para criar sola a su hija. La madre trabajó en distintas editoriales y estaba, por lo tanto, en contacto frecuente con artistas. Ese mundo deslumbraba a la jovencita: le proporciona todos los elementos para su caída, pero es también el medio por el que logra reencontrarse como persona madura después de una larga crisis. En una de esas cenas en las que habitualmente participaba la madre, Vanessa, de trece años, empezó a ser seducida por Matzneff.
Para entenderla, Springora recuerda que su madre tenía dieciocho años en mayo del 68 y que hizo suya la consigna “Prohibido prohibir”. Menciona la Carta abierta del año 1977, también firmada por Simone de Beauvoir entre otros importantes intelectuales franceses, que pedía, a partir de la prisión preventiva de tres hombres, la despenalización de las relaciones sexuales entre menores y adultos. La ley francesa aceptaba en ese entonces el consentimiento a una relación sexual a partir de los 15 años. Los medios franceses se hicieron eco del “caso” y cuestionaron a los firmantes en los tonos más dispares. Algunos periodistas realizaron el esfuerzo por comprender y contextualizar los sucesos, pero abundaron las acusaciones categóricas realizadas de manera destemplada.
La sociedad castigó al “pedófilo”: la editorial Gallimard retiró sus diarios de circulación y el gobierno francés anunció la suspensión de una ayuda económica que le otorgaba desde hacía años. En contraste, el clima creado por el testimonio de Springora es reflexivo y sufriente. Escribió un libro intenso que, sin injurias ni insultos, encerró al “depredador” entre sus páginas, como antes había hecho Matzneff con sus víctimas.
EL SEGUNDO SEXO, de Simone de Beauvoir. Trad. Juan García Puente. Lumen, 2018. Buenos Aires, 725 págs.
MUJERES URUGUAYAS. Prólogo de Blanca Rodríguez. Lumen, 2020. Montevideo, 307 págs.
EL CONSENTIMIENTO, de Vanessa Springora. Trad. Noemí Sobregués. Lumen, 2020. Montevideo, 192 págs.
HISTORIA DEL FEMINISMO, de Séverine Auffret. Prefacio de Michel Onfray. Trad. Silvia Kot. El Ateneo, 2019. Buenos Aires, 652 págs.