Poéticas de Milán

Sobre cómo gestionar la Nada con mayúscula, esa que hizo la gloria del poeta Stéphane Mallarmé

Pues abordó la Nada como un posible

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Eduardo Milán
(foto Leonardo Mainé/Archivo El País)

por Eduardo Milán
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En su parte evangelista Marcos dice: “Porque al que tiene se le dará. Pero al que no tenga se le quitará hasta lo que creía haber tenido”. Esa advertencia-amenaza me acompañó en su condición paradojal durante mucho tiempo. Marcos se refiere a la fe. Pero en determinado momento, quizás obvio, yo la referí al capital. O a la riqueza. O al poder financiero-económico. En efecto, nadie carente puede carecer más por sustracción o robo de lo que no tiene. Nadie se enriquece siendo pobre, etc. Es nuestro mundo, todo existente lo sabe. Menos, tal vez, los nostálgicos de una época de post-guerra del 45 que pensaron todavía en repetir el numerito norteamericano un poco tardíamente del self-made-man. Pero en tercer lugar de referencia vino la que más me interesa: la manera de “gestionar” (esa palabra poco gestual que inunda los noticieros cotidianos y parece que nos pone en un movimiento desconocido pero auspicioso, feliz) la nada, esa Nada con mayúscula que hizo la gloria de uno de los más grandes poetas del siglo XIX: Stéphane Mallarmé. En 1887, una fecha tan inolvidable como la de la Comuna de París de 1871, Mallarmé dejó dicho que se publicara Un golpe de dados no abolirá el azar, un poema-libro insólito para la época y para cualquier época que no sea tan falsamente estable como la nuestra. Mallarmé advierte en el prefacio que de ahí saldrá “nada o casi un arte”, una suerte de contradicción que se aclarará algún día, no hoy. Sin embargo, el coup (como llaman los franceses en su acepción de “golpe”) es un poema donde se aborda la Nada como un posible, como materia gráfico-sonora que se puede “trabajar”. Los signos dispuestos en la página con mucho aire en medio valoran la página que deja por un momento de ser página para ser su color, el blanco. El blanco pasa, por gracia mallarmeana, a tener característica de universo no como abolición de todos los colores sino como su totalidad: el color universal. Lo que se inventa para la poesía en ese momento de 1887 no tiene límites. Tiene sorderas, olvidos, soslayos. Una manera de “hacer de cuenta” (como si la cuenta titubeara) que aquí no ha pasado nada. Y aquí ha pasado si no todo lo que puede pasar, sí ha pasado todo lo que se quiere que pase. El deseo impera libre y —por suerte o por mala suerte— se impone como voluntad.

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