Historia del comunismo en Uruguay
El profesor Fernando Aparicio estudia la influencia que el líder de la Unión Soviética tuvo en tierras orientales.
Desde 1929 hasta su muerte, el georgiano Iósif Vissariónovich Dzhugashvili (1878-1953), más conocido como Stalin —que traducido significa “hecho de acero”—, fue el hombre fuerte de la Unión Soviética, el referente ideológico de los partidos comunistas del mundo y quien, tras la Segunda Guerra Mundial, administró la influencia de la URSS sobre las “democracias populares” del Este europeo.
En Treinta años de stalinismo en Uruguay, el Prof. Fernando Aparicio (Montevideo, 1955) estudia los treinta años que van entre el fin de los “Procesos de Moscú”, juicios —por llamarles de algún modo— en los que Stalin eliminó toda resistencia interna en el Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS), haciendo ejecutar a muchos líderes políticos y militares de la revolución bolchevique, hasta el aplastamiento de la “Primavera de Praga” por las fuerzas militares del Pacto de Varsovia. Fueron años en los que el Partido Comunista del Uruguay siguió una línea de defensa de las políticas interna y exterior de la URSS, lo que justifica el marco temporal del libro.
Alegato
Este trabajo está escrito con pasión desde un punto de vista antiestalinista de izquierda. El autor señala cómo las sucesivas direcciones del Partido Comunista del Uruguay seguían de forma acrítica las políticas de Moscú, con virajes tan bruscos como pasar de la lucha contra el fascismo en los años 30 a aprovar el pacto con la Alemania nazi para repartirse Polonia en 1939. El autor no escatima calificativos ni hace una disquisición teórica sobre el stalinismo, y si éste terminó con Stalin, tema sobre el que hay varias bibliotecas, partidarias y académicas. La premisa de Aparicio es que el stalinismo es una desviación autoritaria y corrupta del marxismo —la califica de degeneración— que dio al traste con el único intento serio de presentar una alternativa al capitalismo. Para el autor el stalinismo, más que la sucesión de errores de un líder, fue un sistema que siguió funcionando, aunque atenuado, en la URSS, en sus satélites y, objeto de este libro, en el Partido Comunista del Uruguay, incluso tras el deceso y condena post mortem de Stalin. Ahora, cuánto del stalinismo pudo haber estado ya en germen en las políticas impulsadas por Lenin, queriéndolo él o no, apenas se bordea.
Terror
Se asocia la palabra “purga” con el ascenso de Stalin al poder absoluto. Mediante juicios amañados, públicos o secretos, se fue condenando a muerte o a trabajos forzados —que en la remota región de Siberia tendía a ser lo mismo— a todos los enemigos reales o presuntos del líder. La catarata de acusaciones incluía siempre el ser agente del fascismo o del imperialismo, enemigo del Partido, del pueblo y de la Revolución. Casi sin excepciones los partidos comunistas del mundo defendían las decisiones del PCUS y era común que cualquier militante que discrepara en público con la política soviética terminara expulsado del Partido, bajo cargos similares a los de las purgas de la URSS.
Esa defensa a ultranza de la URSS obligó al militante comunista a constantes volteretas ideológicas, a estar contra el nazifascismo en los años 30, a defender la neutralidad en la Segunda Guerra Mundial tras el pacto Ribbentrop–Molotov, que significó que la Alemania nazi y la Unión Soviética se repartieran Polonia, para luego volverse entusiastas de la causa aliada luego de que Hitler invadiera la URSS. Subordinar el análisis de la política nacional y regional a los intereses de la “Patria del Socialismo” llevó a los comunistas uruguayos a tildar de pro nazi, en 1943, una huelga de la industria cárnica que sólo pedía el reintegro de dirigentes despedidos, o tildar de fascistas al nacionalismo neutralista del Dr. Luis Alberto de Herrera, al peronismo y al Movimiento Nacionalista Revolucionario de Bolivia, todos ellos fenómenos políticos mucho más complejos.
Gómez y Arismendi
Eugenio Gómez (1892–1973) fue el primer Secretario General del Partido Comunista uruguayo entre 1921 y 1955. Rindió culto a la personalidad de Stalin, y recibió el culto de los comunistas locales, cosa que Aparicio documenta bien, citando publicaciones que describían homenajes partidarios. Suele creerse que en 1955 un grupo de dirigentes renovadores guiados por Rodney Arismendi (1913–1989), sólido teórico marxista-leninista, depuso a Gómez y condujo una desestalinización de su partido, a tono con la llevada a cabo en la URSS luego del XX Congreso del PCUS en 1956.
Aparicio tiene una visión distinta. Para empezar, cita abundantes textos de la autoría de Arismendi elogiosos para con Stalin. En segundo lugar, señala la reiterada presencia de Arismendi y los renovadores, por años, en actos de homenaje a Gómez. En tercer lugar, presenta la destitución del líder más como una conspiración de cúpulas que como algo surgido de las bases partidarias, que seguirían con la práctica de no cuestionar a sus dirigentes. O callar los cuestionamientos.
Deshielo
El autor también es escéptico en su juicio del “deshielo” soviético, cuando dirigidos por Nikita Kruschev (1894-1971), a partir de su XX Congreso, los comunistas del URSS hicieron una dura crítica a Stalin. Para Aparicio se trató, como mucho, de una desestalinización relativa. No se mataba a los dirigentes desplazados, pero se siguió purgando dirigentes (el mismo Kruschev fue depuesto en 1964). Se enviaba a menos opositores a los campos de trabajo, pero no se los cerró. Y sobre todo, se aplastó cualquier intento de disidencia o democratización en los países del “socialismo real”. Sucedió con la Revolución Húngara de 1956 y la “Primavera de Praga” de 1968, que fueron sofocadas por las armas soviéticas.
Discrepancia y expulsión
Hubo militantes que, por honestidad intelectual, se distanciaron del PCU. Aparicio estudia con detenimiento el caso del dirigente textil Héctor Rodríguez (1918-1996), que por expresar discrepancias fue expulsado bajo cargos de desviaciones ideológicas varias. Tras los cambios de 1955 se le ofreció el reingreso. Puso como condición que se discutiera el conjunto de la línea partidaria. Fue mucho pedir.
Afean este trabajo algunas erratas históricas graves, como referirse al “rol de la URSS en la Primera Guerra Mundial desde el 22 de junio de 1941” (pág.17), o afirmar, refiriéndose al desmembramiento de Checoeslovaquia por los nazis, que “mientras Bohemia y Moravia fueron anexadas al Reich alemán, Eslovaquia se convirtió en un ‘protectorado’ entre marzo de 1939 y mayo de 1945” (pág. 306), cuando en realidad la región de los Montes Sudetes fue anexada al Reich, mientras Bohemia y Moravia fueron puestas bajo protectorado y Eslovaquia se convirtió en una república independiente títere del régimen nazi. De haber futuras reediciones, deberán corregirse.
TREINTA AÑOS DE STALINISMO EN URUGUAY (1938–1968), de Fernando Aparicio. Crítica, 2022. Montevideo, 368 págs.