Sobre piojos y leones

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El País

Jorge Gutiérrez

EL AÑO PASADO Random House Mondadori reeditó dos obras maestras de la novelística que no han parado de ser leídas desde su publicación hace aproximadamente 140 años: Crimen y castigo, de Fiódor Dostoievski (Rusia, 1821-1881), y Guerra y Paz, de Lev Tolstói (Rusia, 1828-1910). La edición de Crimen y castigo reproduce la traducción colorida y por momentos irritantemente española de Rafael Cansinos Assens y la de Guerra y Paz no contiene la versión definitiva de la novela sino una versión intermedia e incompleta traducida por Gala Arias Rubio (mucho más recomendables son las traducciones de la versión definitiva de Francisco José Alcántara y José Laín Entralgo o la más reciente de Lydia Kúper).

Crimen y castigo puede ser considerada la mejor novela policial jamás escrita y una cumbre de la novela psicológica, y Guerra y Paz la mejor novela histórica y un modelo de novela épica, pero ambas desbordan los límites de cualquier género. Aparecieron por entregas (Crimen y castigo en 1866 y Guerra y Paz entre 1865 y 1869) en El mensajero ruso, órgano de prensa dirigido por Mijaíl Katkov. Para ese entonces Dostoievski y Tolstói ya eran figuras literarias prestigiosas en su país, pero con estas novelas comienza el mejor período de sus respectivas producciones y de la novelística rusa, la más destacada de la segunda mitad del siglo XIX.

UNA NUEVA CLASE DE DELITOS. Crimen y castigo es una novela urbana y en muchos pasajes, vertiginosa. Se desarrolla en el presente, está ambientada en una San Petersburgo de calles sucias y de laberínticos y sórdidos edificios de apartamentos, y gira alrededor del doble asesinato de una vieja prestamista y su hermana. Las cien primeras páginas narran los preliminares del hecho y las restantes seiscientas las consecuencias en el asesino, Raskólnikov, un estudiante universitario. Como casi todas las novelas de Dostoievski, consta en su mayor parte de diálogos y está escrita con una prosa nerviosa y algo descuidada. Sus personajes discuten exaltadamente, se desmayan, alucinan, hablan en sueños y en general se desnudan hasta quedar en el límite de lo socialmente aceptable o atravesarlo. Al tomar de la novela realista la descripción del medio social y cultural de sus personajes y combinarla con elementos distorsionadores o exageradores de las novelas romántica y de aventuras, Dostoievski creó un instrumento capaz de mostrar, como no se había hecho anteriormente ni se volvió a hacer después, a la psiquis como un campo de batalla entre los imperativos sociales y los deseos, entre la conciencia y el inconsciente. Es justo que su nombre frecuentemente aparezca asociado a Freud y la psicología moderna.

Los rusos de la época en que se desarrolla Crimen y castigo vivían una moderada perestroika después del opresivo reinado de Nicolás I. Su sucesor, Alejandro II, llevaba unos años intentando concretar un "cambio con orden" en una potencia imperialista pero subdesarrollada con respecto a los grandes países de Europa Occidental. Aunque Rusia se expandía mediante la conquista militar de los kanatos musulmanes de Asia Central, estaba lastrada por un orden social basado en el latifundio, la esclavitud de millones de campesinos y un estado policíaco y burocrático.

Pero las reformas de Alejandro II (entre ellas la emancipación de los siervos, en 1861) afectaron algunos de los seculares privilegios de la nobleza y no fueron lo suficientemente rápidas y profundas como para contentar a los sectores progresistas, que abarcaban desde liberales a socialistas utópicos. En 1881 mataron a Alejandro por partida doble: los radicales físicamente, con una bomba, y su sucesor políticamente, desmantelando la casi totalidad de sus reformas. La modesta relajación del control social que caracterizó su gobierno tuvo diversas manifestaciones, entre ellas las agitaciones estudiantiles y el aumento de la delincuencia. Explícitamente, Crimen y castigo se inscribe en un periodo de inseguridad ciudadana y el crimen del estudiante Raskólnikov es una muestra de un tipo de delito hasta entonces desconocido en la sociedad rusa. Uno de los personajes de la novela comenta que "lo más raro de todo, para mí, es que también en la clase alta de la sociedad haya aumentado en el mismo modo la criminalidad… ¿cómo explicar este desenfreno (…)?"

Debe quedar claro que, para Dostoievski, la violencia de los pobres no necesitaba mayores explicaciones. Sufrió la pobreza y el hambre desde la adolescencia, al principio por culpa de un padre pudiente pero avaro, y después a causa de su pasión por el juego y de su incapacidad para administrarse. Lo que verdaderamente lo inquietaba era el crimen ideologizado, el que se comete no para satisfacer una necesidad vital o incluso en un arranque pasional, sino el que encuentra su justificación en un sistema de ideas del que se deduce su necesidad. Podría decirse que vio ante sí, desde los primeros metros, la cada vez más ancha carretera de barbarie que, en el siglo siguiente, desembocaría en Auschwitz, el gulag, Pol Pot e Iraq.

TODO ESTÁ PERMITIDO. Las ideas que predominaban entre los universitarios eran el liberalismo y el socialismo (que en sus formas radicales los rusos llamaban nihilismo), para Dostoievski variedades del mismo tipo de pensamiento racional, sistemático y universalista que, a partir del siglo XVIII, se impuso en Europa Occidental y después en todo el mundo como el único capaz de guiar a los hombres hacia una sociedad rica y justa. En Crimen y castigo liberalismo y socialismo tienen las mismas consecuencias: la sustitución de valores sagrados, fundados en la existencia de Dios, por valores racionales, inferidos del conocimiento científico, que dejan a los hombres librados a sí mismos. Uno de los personajes de la novela sostiene que según las nuevas ideas amar al prójimo no beneficia a nadie, sino que más bien nivela para abajo. "La Ciencia dice: ámate, ante todo, a ti mismo, porque todo en el mundo está basado en el interés personal. (...) El Derecho Económico establece que cuantos más negocios particulares existen en la sociedad (…) tanto mejor para la gestión del negocio colectivo. Así que, mirando única y exclusivamente por mí, es como precisamente miro también por todos los demás". "Desarrolle usted hasta sus consecuencias lo que acaba de despotricar -le dice, muy agitado, Raskólnikov-, y verá cómo se puede matar a la gente".

Dostoievski siempre tuvo presente los extremos de crueldad a los que pueden llegar los seres humanos y la idea de un mundo donde "todo está permitido" era su pesadilla. Sentía que las nuevas ideas quitaban de en medio toda regulación superior de las relaciones humanas y en consecuencia promovían la libertad y el poder desenfrenados ("si Dios no existe, yo soy Dios"). Ciertamente, a él (y a sus personajes) muy poco les había estado permitido. Aparte de sus constantes angustias económicas, sufría de epilepsia, no le había ido bien en el amor (su esposa, fallecida dos años antes de publicar Crimen y castigo, nunca lo había querido, y Paulina Suslova, su amante, era una de esas mujeres inestables que pueden convertir en un infierno la vida de cualquier hombre enamorado) y durante cuatro años, en el reinado de Nicolás I, había estado arbitrariamente condenado a trabajos forzados por motivos políticos en un inmundo presidio de Siberia donde convivió con todo tipo de criminales.

No tenía ninguna duda de que el "todo está permitido" sanciona la división de la humanidad en víctimas y victimarios. De hecho, las nuevas ideas son sólo un factor, y no el más importante, en la decisión de Raskólnikov de asesinar a la prestamista. Los otros son su omnipotencia y su concepto del Poder.

EL VERDADERO DOMINADOR. Raskólnikov es un hijo único que al morir su padre se convirtió en el rey de la casa para su madre y su hermana, de modo que fue a estudiar a San Petersburgo convencido de que era "un Zeus" al que le esperaba un futuro brillante. Sin embargo, tuvo que dejar los estudios por motivos económicos y cuando empieza la novela pasa hambre y vive encerrado en un cuartito. Sólo sale para vagar por las calles o para humillarse empeñando sus pocas posesiones en lo de una usurera que encarna lo más cruel de una sociedad que ha desnudado, sorpresivamente, sus limitaciones personales y sociales. El sentirse en manos de una "vieja dañina" es casi incomprensible para un joven que, mientras estudiaba, escribió un artículo que dividía a los hombres en ordinarios y extraordinarios y defendía la idea de que los segundos tienen derecho a transgredir las leyes e incluso a matar para imponer sus grandes ideas. Su paradigma de hombre extraordinario es Napoleón, una figura que hirió la imaginación del siglo XIX como Hitler la del XX. Napoleón es "el verdadero dominador, al que todo le está permitido, bombardea Tolón, asuela París, olvida a su ejército en Egipto, derrocha medio millón de soldados en la retirada de Moscú (…) y todavía, después de muerto, le levantan estatuas". Raskólnikov no se conoce bien a sí mismo pero tiene un concepto muy claro del Poder. Piensa que la mayoría de los humanos son "piojos" dominados por los que tienen fuerza, inteligencia y audacia: "quien puede escupir sobre muchas cosas, ése es para ellos el legislador, y quien a más se atreve de todos, ése es quien más razón tiene". Hacia el final de la novela cuenta que antes del crimen se preguntaba si Napoleón, en su caso, lo cometería, y que llegó a la conclusión de que lo habría hecho sin culpa e incluso pensando que se trataba de un acto "monumental" por realizarlo él. El Napoleón de Raskólnikov no es el "genio" de muchos historiadores de la época sino un psicópata. De hecho, para Raskólnikov todos los hombres verdaderamente poderosos han sido criminales. Asesina a quien considera un piojo malo y perjudicial para probarse, para saber en qué lado de la humanidad está, si es "una criatura que tiembla" o alguien que tiene "derecho".

Para Raskólnikov, un individuo es más libre cuanto más derechos obtiene y cuánto más derechos obtiene mayor es su poder. Y los que tienen mucho poder son los que establecen las leyes que obedecen los piojos. El marqués de Sade, que pasó buena parte de su vida en la cárcel por ejercer la omnipotencia de la generación de sus padres en una sociedad que había empezado a ponerle límites, llevó literariamente hasta sus últimas consecuencias el "todo está permitido" en sus gélidos centros de sexo y tortura. Dostoievski, que en Siberia aprendió lo que puede sentir un "piojo" en un mundo sádico, trató de recuperar, con gran originalidad, valores superiores, más precisamente cristianos, que contuvieran las crueldades, nunca vistas en la historia por su extensión y carácter sistemático, que adivinaba en el futuro.

LA CLASE DIRIGENTE. A diferencia de Crimen y castigo, que trata de hechos de actualidad, Guerra y paz narra sucesos ocurridos cincuenta años antes, en la era napoleónica. Tiene más de 500 personajes, muchos históricos, y varios protagonistas masculinos y femeninos, en su mayoría jóvenes, cuyas vicisitudes interiores y sociales se siguen a través de quince años. Sus escenarios abarcan la mitad de Europa y son tan luminosos y aireados como los de Crimen y castigo son grises y oprimentes. Está escrita con una prosa ajustada y precisa (que se vuelve contundente como un mazo en los pasajes en los que el narrador interviene) que da cuenta con engañosa facilidad de los pensamientos y emociones de los personajes. Guerra y paz se despliega armónica, poderosamente, como si Tolstói pusiera la creación entera a consideración del lector. Dostoievski es conmovedor y profundo y es raro el lector que no tenga una sensación de descubrimiento al leerlo, pero no tiene la naturalidad de Tolstói. Como observó Nabokov, Tolstói descubrió "un método de representación de la vida que se corresponde, de la manera más agradable y exacta, con nuestra idea del tiempo". E Isaak Babel afirmó que "si el mundo escribiera, escribiría como Tolstói". No fue un elogio descabellado.

Los personajes de Guerra y paz pertenecen a la clase dirigente. Son príncipes y condes ricos cuyas vidas en tiempos de paz transcurren en grandes casas, salones de moda y fincas rurales, y en tiempos de guerra, en el ejército. Todo sucede en un planeta diferente al de los oscuros cuartitos donde luchan y aman los pequeñoburgueses empobrecidos y desclasados de Crimen y castigo. De hecho, en Guerra y paz hay nobles y campesinos, pero no burgueses, mientras que en Crimen y castigo sólo hay burgueses. Raskólnikov vive en una sociedad hostil que lo ha expulsado; los protagonistas de Guerra y paz, en cambio, reciben de la sociedad todo lo que necesitan, y aunque ésta les pide sacrificios (exponerse a la muerte en la guerra), éstos pueden convertirse en oportunidades de superación personal y enaltecimiento. Es imposible imaginar a Raskólnikov enrolándose en el ejército para defender a la patria del mismo modo que es imposible imaginar a Andrei Bolkonski matando a una prestamista. El mundo calidoscópico y por momentos alucinatorio de Crimen y castigo está mirado desde el suelo y San Petersburgo nunca puede ser imaginada en su totalidad, mientras que Moscú en Guerra y paz a menudo aparece vista desde lejos, completa y majestuosa en un claro día, como sólo puede visualizarla alguien que la siente como el escenario de una vida social ordenada y de una nación de la cual representa el centro histórico y moral.

Raskólnikov no habría incluido al conde Tolstói entre los "piojos". La madre de Tolstói nació princesa y su bienhumorado y hospitalario padre le legó el título, tierras, cientos de siervos y una biblioteca de 20.000 volúmenes. Lev escribió Guerra y Paz en los primeros años de su matrimonio con Sofía Behrs, cuando estaba en la treintena y enamorado, y había empezado a administrar sensatamente sus bienes después de una juventud caótica. Todo le parecía en orden y bien encaminado. En la Nota del Autor de la versión traducida por Arias Rubio, que no figura en la edición definitiva, escribió: "yo digo sin miedo que soy un aristócrata, de nacimiento, por costumbre y por posición". Y añade que es incapaz de comprender lo que piensa la "gente de clase baja (…) igual que no puedo comprender qué es lo que piensa una vaca cuando la ordeñan y qué piensa un caballo cuando acarrea un tonel". Por eso las únicas personas "de clase baja" de Guerra y Paz son los campesinos de la finca del príncipe Bolkonski, que aparecen vistos desde el punto de vista de los amos y con algo de manada tan pronto obediente como díscola. Hay que decir que el orgullo aristocrático que rezuma de la citada Nota del Autor revela, más que un sentimiento consecuente, la enormidad de las contradicciones de Tolstói, un hombre implacablemente honesto y de elevada moral que hasta su muerte hizo todo lo que un aristócrata podía hacer por los campesinos: trabajó por su emancipación, fundó escuelas y desarrolló teorías y prácticas educativas para sus hijos, escribió obras que pudieran comprender, se vistió como ellos, aró el suelo como ellos e incluso intentó legarles sus bienes para espanto y desprecio de su esposa y la mayoría de sus hijos.

EL PODER BIEN EJERCIDO. En Guerra y Paz, Tolstói mira el problema de la libertad y el poder desde el punto de vista de los que tienen las prerrogativas y responsabilidades de la dirección. Dostoievski tenía buenos motivos para temerle al poder, él no. Al fin de cuentas, tenía poder sobre cientos de personas y nunca se le había ocurrido emplearlo para convertirlas en víctimas, sino todo lo contrario. En realidad, una de sus mayores preocupaciones en Guerra y paz es desmitificar a los poderosos.

Tolstói se oponía a la reverente corriente historiográfica de su época que ponía el énfasis en los "grandes hombres" como motor de la civilización. Él no los reverenciaba en absoluto. Ni siquiera lo impresionaban. Nacido en la clase social que tradicionalmente los había producido, sabía muy bien que no son mejores ni peores que los demás. Su Napoleón no es el "verdadero dominador" de Dostoievski sino un hombrecito pedante y es notable la precisa objetividad con que muestra las pocas luces de los hombres y mujeres que dirigían Rusia mientras un ejército de 600.000 hombres invadía el país. Para él las decisiones de los poderosos son las más condicionadas de todas y, en consecuencia, las menos libres, porque dependen para su cumplimiento de la voluntad o posibilidades de muchos hombres y circunstancias.

La guerra, la actividad humana en que el poder se expresa más verticalmente, ilustra la poca importancia que la voluntad del líder tiene en los resultados. Entre numerosas pruebas, cita textualmente las elogiadas órdenes que Napoleón dio a su ejército antes de la batalla de Borodino y a continuación describe los hechos y muestra como "ninguna fue cumplida, ni podía serlo".

La sensación que se tiene al leer Guerra y paz es que, en el fondo, el poder no es más que una ilusión de la que participan tanto los que mandan como los que obedecen. El que obedece cree que el líder sabe lo que hace y éste cree que lo obedecen. Pero el líder nunca conoce ni puede controlar todas las variables de una situación cambiante y el que obedece nunca hace exactamente lo que le mandan, de modo que el resultado no puede predecirse. No hay hombres ordinarios y extraordinarios sino relaciones complejas entre hombres que desempeñan roles diferentes. El pensamiento, aún el desinteresado, simplifica los sucesos, amplificando la importancia del líder y reduciendo la de los subalternos. Un soldado que se asusta y echa a correr contagiando a sus camaradas, puede decidir el curso de una batalla. Un individuo decidido puede dar inicio a la caída de un gobierno.

Las ideas de Dostoievski y Tolstói acerca del poder son diferentes. Las del primero giran alrededor de sus efectos directos sobre el individuo; las del segundo alrededor de sus efectos históricos sobre las masas. Dostoievski tiene presente los sufrimientos concretos de los que no deciden, Tolstói los disuelve en las mareas humanas que moviliza una guerra. No obstante, la visión de Tolstói supone que el poder siempre es mucho más débil de lo que parece. Apunta a que se le pierda respeto. Por otra parte, Raskólnikov supera su ambición de poder renunciando completamente a éste. En Guerra y paz, en cambio, Tolstói trata al poder como una relación natural entre los hombres. Su posición es la de un hombre que siente al poder, no como una orgía del deseo omnipotente, sino como una responsabilidad que alguien siempre tiene que asumir. Quien lo ejerce bien no es aquel al que todo le está permitido sino aquel capaz de comprender las circunstancias y la voluntad de los otros hombres y de actuar a favor de ellas, es decir, alguien al que en cierto modo nada le está permitido. En Guerra y Paz, el poder bien ejercido está representado por un personaje histórico, el príncipe Kutúzov, comandante en jefe de los ejércitos rusos. Kutúzov, un anciano grueso y achacoso, que repite que obligará a los franceses a comer carne de caballo con "paciencia y tiempo", se agiganta a medida que transcurre la novela en la misma medida en que Napoleón se empequeñece. Es el hombre que ha vivido mucho y acepta los límites de su libertad. Denostado por todos, pero sintiendo la voluntad inquebrantable de los rusos de expulsar a los invasores y la inestable situación de éstos, trata de preservar el mayor número de vidas mientras espera que las fuerzas actúen en su favor. No gana una sola batalla y sin embargo consigue que Napoleón huya cobardemente dejando a medio millón de sus hombres detrás. Es la otra cara del poder, esa que el hombre corriente cree que no existe y los gobernantes emplean para justificarse cuando dicen que el poder es una carga o que tienen vocación de servicio. Es imposible saber en cuántas personas Dostoievski y Tolstói dejaron una huella y menos aún la naturaleza de esa huella. Es seguro, en cambio, que los dos escritores rusos más grandes de la historia no dejaron ninguna en los gobernantes de su país. Ni los zares ni sus sucesores soviéticos renunciaron a la crueldad o intentaron ejercer bien el poder. Las deportaciones masivas, las condenas arbitrarias y la red de lagers que los zares erigieron en las heladas extensiones de Siberia se prolongaron y multiplicaron en el siglo XX. Raskólnikov mató a un "piojo" y se arrepintió y Kutúzov trato de evitar muertes inútiles. Stalin, el "verdadero dominador", mandó matar a millones sin sentir la menor culpa. Pero al menos, a diferencia de Napoleón, no le levantaron más estatuas después de muerto.

CRIMEN Y CASTIGO, de Fiódor M. Dostoievski. Random House Mondadori, Barcelona, 2007. Distribuye Sudamericana. 686 págs.

GUERRA Y PAZ, de Lev Tolstói. Random House Mondadori, Barcelona, 2007. Distribuye Sudamericana. 1175 págs.

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