Soledad Gago y el arte de narrar la vida de los otros

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Soledad Gago

Crónica uruguaya

Con la serie Uruguayas rebeldes, que tendrá pronto su tercer título, Soledad Gago se afirma en el horizonte del periodismo narrativo uruguayo.

Soledad Gago (Melo, 1993) es Licenciada en Comunicación (FIC), donde fue colaboradora activa de la cátedra de Semiótica. Desde 2014 trabaja en el diario El País de Uruguay.

—En octubre de 2020 Leila Guerriero colgó un posteo en Instagram que decía: “Yo no sé si perdemos la memoria, lo que sí me parece que perdemos, y lo veo mucho en periodistas más jóvenes, es la absoluta falta de lectura”. ¿Lo ves así?
—No, al menos en el círculo en donde me muevo. Lo que sí puedo interpretar de esa frase, y que no somos culpables nosotros —Leila es mi mayor inspiración en periodismo, pero no estoy de acuerdo—, es que hay un ritmo que exige que todo sea ya, a nivel medios y a nivel vida. Si a vos te agarran mal parada, siendo joven y con ganas de hacer cosas…

—Claro, se resiente.
—Muchas veces un periodista joven que trabaja en un diario que sale todos los días tiene que hacer una nota sin poder leerla más de tres veces. Capaz que Leila lee a ese pibe y piensa que es insuficiente, pero si a ese pibe le das tres meses para hacer una nota, te encontrás con un escritor del carajo. No creo que haya una falta de interés por la lectura o por intentar hacer las cosas mejor.

—Está condicionado por las circunstancias.
—Claro, igual no siempre. Hay gente que puede escribir todos los días, por ejemplo Guillermo Lorenzo en policiales. No se quedaba con llamar a la policía para conocer detalles sobre un caso. Se tomaba la molestia de ir hasta el lugar para intentar algo distinto. Luego leías su nota y te dabas cuenta de que era lector. Nadie escribe bien sin haber leído un puto libro en su vida.

—Igual me gustó el tirón de orejas de Leila, está bueno que no se baje la vara.
—Obvio, ella es súper exigente. Nunca trabajé con nadie tan exigente. De hecho ahora me escribió para invitarme a escribir en Gatopardo, y le voy mandando seis temas y a ninguno me ha dicho que sí.

—Jaja. ¿Y cómo llegaste a ella?
—Descubrí que quería ser periodista y escribir leyendo a Leila en facultad. En 2020, gracias a la pandemia, hice un taller de lectura que daba en El Mercurio y después le dije que me interesaba seriamente trabajar con ella.

—Bien directo.
—Sí, entonces me pidió que le mandara un texto. Le mandé tres.

—Qué proactiva, jaja.
—Soy muy insistente. Una semana después me preguntó si no quería ir a probarme al taller, y estuve de escucha desde octubre a noviembre. Para la última clase me pidió que escribiera algo, y era toda gente que escribía muy bien, así que te matan o te elevan.

—¿Cómo te fue?
—Bien. Fui preparada, no iba a leer un texto así nomás. En 2021 continué con el taller y fue así como luego me convocó para integrar una antología.

—¿Es una antología de periodistas latinoamericanos?
—Sí, y se publica en Noruega. Edita Leila, quien seleccionó a un cuerpo de periodistas de toda América Latina, así que hay una crónica por país.

—En tu caso elegiste hablar sobre Punta del Este. ¿La antología trata sobre lugares o es con temática libre?
—De todo, hay desde perfiles de gente muy emblemática, hasta temas o lugares. Debía generar cierto interés en el exterior. Para hacer la crónica de Punta del Este me dieron once meses y ya tiene ocho versiones.

—¿Y cómo fue esta experiencia?
—Me fui un mes a Punta del Este en invierno. No pasa todos los días que Leila Guerriero te llame para pedirte una nota así que lo iba a hacer bien, me pedí toda la licencia para trabajar en eso.

La base está

—Pensando en tu formación —y retomando lo que decía Leila con respecto a la profesión—, ¿cómo se hace para defender hoy el rol del periodista? ¿Qué pasa con el peso de la firma?
—Creo que cada vez es más difícil y que las firmas cada vez valen menos. Es una lástima, porque uno debe tener referentes, gente a la que mires, pero acá estamos jodidos, esa es mi percepción. Ojo, tampoco creo ser una firma que todo el mundo quiera leer.

—Pero de acuerdo con tu edad y experiencia tu recorrido es auspicioso.
—Sí, pero creo que lo esencial es saber hacia dónde uno quiere ir y pelear a capa de espada por eso. Hay que defender una manera de hacer las cosas. Cuando empezás es difícil porque hay que agachar la cabeza, pero llegó un momento en el que pude empezar a pelear por lo mío, y creo que una vez que lográs eso tenés que defender cosas: que te den el tiempo que necesitás para trabajar; que te respeten los temas, tu mirada (que es súper importante). Creo que solo así las cosas salen bien, cuando le dedicás cabeza y tiempo, no a la ligera.

—Pensé que me ibas a tirar la frase de casete sobre que el periodista se debe a los lectores.
—Sí, pero dar todo de mí para generar un texto que valga la pena es también entregarme a los lectores, porque lo escribo para que me lean. Hay alguien que te está leyendo y perdiendo su tiempo en hacerlo.

—¿Percibís que hay un deterioro del trabajo periodístico en virtud de la necesidad de adaptarse, por ejemplo, a las redes sociales? ¿Hablan de esto entre colegas?
—Creo que de todo esto se habla cuando pasan cosas puntuales. Como cuando Nacho Álvarez pone un tuit polémico. Pero en general falta hablar de periodismo, falta pila para que en las redacciones la gente pregunte “che, ¿para dónde estamos yendo?”. Pero volviendo a las redes sociales, es jodido que una persona a la que la siguen 30 mil personas pueda decir cosas que capaz lastiman o hacen daño.

—Sí, en ese sentido no solo aplica para el periodismo, sino para otras disciplinas. Hace poco la psicoanalista Alexandra Kohan criticaba el intrusismo profesional que existe en su campo. Creo que con el periodismo (en especial el cultural o incluso el deportivo) ocurre lo mismo.
—Sí. Por eso creo que debemos tener una base sólida para defender nuestro lugar desde ahí. Porque por algo somos periodistas y estamos acá. No da lo mismo que yo escriba una nota sobre Punta del Este a que venga un influencer y escriba la misma nota. Cada uno tiene su recorrido, su formación y su criterio para hacerlo y capaz que el otro no. No todos tenemos que hablar ni opinar sobre todo, ni siquiera yo. Creo que no hay que caer en ese ruido.

Un viaje al 900

—Hablemos de tu primer libro, Relatos del 900.
—Tenía 22 años cuando lo escribí y recuerdo que me dieron ocho meses para hacerlo. Meses en los que no dormí, literal, y en los que pude leer cada texto apenas una vez. En ese momento no tenía experiencia y no lo pensé. Tendría que haber dicho que no.

—¿Las crónicas los tenías escritas desde antes?
—No, las escribí para el libro. Definimos los lugares, busqué las historias y me metí de lleno. Fue todo medio rápido y la verdad es que no me gusta trabajar así. De todas maneras, ese libro funciona como recuerdo de las cosas que tenía que mejorar y me sirvió como experiencia. Además, nunca había pensado mi escritura en un formato tan largo.

—De los diez edificios emblemáticos que seleccionaste, me gustaron los textos sobre el Palacio Salvo y el Teatro Solís, donde aparecen pinceladas poéticas que completan el dato histórico.
—Para mí esos relatos fueron de experimentación absoluta, porque fue súper libre y probé recursos. Visto desde el ahora, estuvo bueno porque me tomé muchas licencias.

—A propósito del valor histórico que implicó trabajar con el pasado, en la introducción decís que “lo que queda es un intento de literatura”.
—Que fue un intento estoy completamente segura, a veces sale mejor o peor. El periodismo literario o narrativo, que es a lo que he intentado abocarme, en su definición más básica habla de un periodismo que utiliza las herramientas de la literatura para contar una historia. Y es lo que intenté hacer allí. La frase tiene que ver con eso.

—Además de la antología de Noruega, ¿hay algo más en el cajón?
—Desde fines de 2019 estoy laburando en la historia de Ciro Tamayo (actual Primer bailarín del Ballet Nacional del Sodre), que lo trajo Julio Bocca como LA promesa. Me falta un montón y no sé para cuándo pero va a salir porque es mi proyecto más importante.

—¿Qué estás leyendo ahora?
—En este momento a Cristina Peri Rossi, porque voy a escribir un perfil sobre ella. En paralelo estoy con Los detectives salvajes de Roberto Bolaño, que había empezado en 2017 y me había quedado pendiente.

—¿Qué escritores uruguayos?
—Mi escritora uruguaya de cabecera es Idea Vilariño, y a la Generación del 45 la he leído mucho. Más acá me interesan Leonor Courtoisie y Daniel Mella; en la dramaturgia actual Sergio Blanco y Josefina Trías. Siento con ella y su escritura una cercanía generacional muy potente.

—En una entrevista dijiste que tu libro preferido fue y sigue siendo Noches blancas de Dostoievski.
—Sí, porque fue el primer libro que me hizo dar cuenta de que todo lo que había leído hasta ese momento no estaba tan bueno. Lo mismo me pasó con Una historia sencilla, de Leila Guerriero.

—¿Tenés referentes de periodismo narrativo en Uruguay?
—Me cuesta encontrarlos, si bien hay muy buenos periodistas. Leonardo Haberkorn, por ejemplo, escribe y piensa muy bien. Otro que me gustaba, si bien es diferente, es Apegé. Igual acá falta mucho camino por recorrer en cuanto a periodismo narrativo.

Uruguayas rebeldes

—¿Cómo nace este proyecto?
—Entre las ideas que conversamos con la editorial estaba la de hacer libros de perfiles de mujeres uruguayas. Siempre quise hacerlo y entonces cuando Clara Amengual me llamó, lo hice de una.

—Fue una gran oportunidad para encontrar más lectores.
—Tal cual, además Uruguayas rebeldes me llevó a lugares y a conocer gente que nunca me hubiese imaginado.

—¿La curaduría (que entre los dos tomos suman más de 90 mujeres) se pensó en conjunto?
—Fue un laburo en equipo con Clara.

—Me gustó la función del retrato ilustrado (a cargo de Carolina Angulo), confirmando que si hay buen gusto estético este formato da muy buenos resultados.
—Sí, los retratos son espectaculares.

—¿Trabajaron de forma paralela?
—Yo le daba los textos a Clara, ella se los mandaba a Carolina, y luego el retrato volvía a mí. Pero así como ella no opinó sobre los textos, yo no opiné sobre los retratos.

—¿Por qué?
—Me parecían espectaculares, y además porque es algo sobre lo que no entiendo nada, a no ser que fuese algo muy distanciado, que no fue el caso.

—¿Cómo fue la experiencia de trabajar a una página?
—Pah, estaba condicionada no solo por la extensión, sino también por algo que habíamos acordado con la editora, y es que debía generar textos que fuesen entretenidos o disfrutables para cualquier persona.

—Muy bravo.
—Muy. Nunca había escrito para que me leyera una niña. Fue re difícil.

—¿Cuánto tenías permitido de extensión?
—Como 1.500 caracteres.

—Esto me hace acordar a lo que decía Quiroga, que para arrancar al lector de su desgano habitual, interesarlo, impresionarlo y sacudirlo, debía hacerlo en una sola y estrecha página, o mejor aún, en 1.256 palabras.
—Exacto.

—Aunque pueden decirte que te quedaste corta…
—De hecho me lo han dicho, pero Montera es un sello de literatura juvenil y hay que leerlos desde ese lugar.

—¿Habrá tercera parte?
—Sí, se demoró, pero la idea es darle un cierre a un proyecto que me significó un montón. Me generó una mirada mucho más desprejuiciada para entender un poco más mi rol como periodista.

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