CON el español JAVIER CERCAS
Para su último libro El monarca de las sombras, debió investigar la responsabilidad de su familia en los crímenes que se cometieron en su pueblo. Y tuvo pánico.
ESTUVO en Montevideo presentando El monarca de las sombras. Dio una conferencia en el colmado Salón Dorado de la Intendencia de Montevideo durante la última Feria Internacional del Libro. Al día siguiente atendió una nota tras otra. Se había levantado a las cuatro de la mañana para correr por la rambla y apreciar la ciudad. Javier Cercas se entregó a la charla sin prisa, con una atención cordial y apasionada.
—¿Cómo se conjuga la reconcentración que exige la escritura con la celebridad?
—No soy una celebridad, celebridades son los futbolistas. Soy sociable, expansivo, vehemente, pero me gusta estar solo y puedo pasar meses sin hablar con nadie. Son cosas complementarias y corro con la ventaja de ser profesor, si tengo que hablar en público prefiero pasarlo bien a aburrirme y aburrir a los demás. Me gusta explicar a los demás lo que quiero decir, y la promoción forma parte de mi trabajo. A veces siento que estoy haciendo "el grotesco papel del literato" —para usar una expresión de Sánchez Ferlosio—, como el hecho de estar aquí dando una nota. Pero me importa un rábano, si voy a hacer algo prefiero divertirme a hacerlo de mala gana y sufriendo. Coetzee, un gran escritor, prácticamente no habla, y asombrosamente, él también era profesor.
—¿Fuiste periodista antes de escribir ficción?
—Lo normal es el periodista que luego se vuelve escritor, modelo Hemingway o los del boom. En mi caso se dio lo contrario. Pero íntimamente pensaba que no era un profesor que de vez en cuando publicaba novelas, sino un escritor que se ganaba la vida como profesor, lo cual es muy distinto. Hice mi pequeña carrera académica, pero creo que nunca engañé a nadie, ni en España ni en Estados Unidos. En un momento determinado, por un azar, empecé a escribir en El País de Madrid, y desde entonces descubrí otra modalidad de escritura. No considero que haga periodismo, escribo en periódicos. Las crónicas están recogidas en un libro titulado Relatos reales (2000), previo a Soldados de Salamina (2001).
—Soldados de Salamina toma algunas de esas crónicas…
—La posibilidad y forma de incluirlas fue un gran descubrimiento para mí. La escritura en el periódico fue reveladora, me obligó a hacer cosas nuevas, salir a la calle, con mi libretita, a contrastar la escritura con la realidad. La necesidad de condensar te obliga a un tipo de escritura muy rápida y tensa, a decir cosas lo más complejas de la manera más transparente posible. Ahora escribo artículos, ya no diría que son crónicas. Pero sin considerarme periodista, he aprendido del periodismo; como de la historia aunque no soy historiador, y de la filosofía, aunque no soy filósofo. Los periodistas dicen que mis libros son crónicas y los ensayistas los leen como ensayos o biografías. Y todo eso es cierto. La maravilla de la novela es que es un género omnívoro, que lo aprovecha todo, y es increíblemente maleable, va cambiando siempre de forma.
—Buscas que la dificultad esté oculta tras una escritura llana. La transparencia.
—Eso es, no se trata de querer llegar a mucha gente, sino de seguir el precepto clásico. Vera ars velat artem es el ideal clásico, decir cosas complejas posibles y hacer que aquello que es difícil parezca fácil.
—Además del Quijote, que mencionaste en otras entrevistas, ¿qué otros libros o escritores encarnan para ti ese ideal?
—Los fáciles de leer y difíciles de entender, como Kafka o Beckett: se entiende todo. Lo que hacía Ilie Nastase en la cancha de tenis parecía facilísimo. Cuando intentas hacerlo comprendes que es la cosa más complicada del mundo, porque hay mucho trabajo detrás. Y por esta aspiración es que soy anti barroco. El barroco te muestra el artificio y me parece detestable, no me gusta la escritura que está llamando la atención sobre la dificultad y el virtuosismo.
UNAMUNO Y LA CRISIS.
—¿Desde cuándo querés ser escritor?
—Siempre fui lector, ni recuerdo siquiera cuál fue el primer libro que leí. Pero el momento en que aparece el escritor tiene que ver con un desencaje. Yo vengo de un pueblito muy pequeño, Ibahernando, al que pertenecen mis primeros recuerdos, donde todo el mundo conocía a mi familia. Éramos los patricios, los ricos. A los cuatro años me trasladaron a un sitio donde no nos conocía nadie; todos los veranos volvíamos, y yo vivía a caballo entre esas dos realidades. Desde entonces soy un desarraigado y por eso soy escritor, y no lo sería si me hubiese quedado en mi pueblo. La otra herida ocurre en la adolescencia y también tiene que ver con ese pueblo. Parece mentira, me fui a los cuatro años pero todo tiene que ver con Ibahernando.
—Tu desarraigo es la marca materna, es en el fondo el desarraigo de tu madre que tú sufriste o hiciste tuyo.
—Es la marca materna, sin duda ninguna, y paterna, pero sobre todo la materna, que es brutal.
—Podemos hablar enseguida de eso, pero me decías de la adolescencia…
—Un verano, a los 14 o 15 años, me enamoré de una chica del pueblo. Esto no lo había contado hasta hace poco, y ya estoy tranquilo de haberlo hecho. Me enamoré terriblemente y entonces me tuve que marchar. Hay que tener en cuenta que en aquella época mil kilómetros eran como ir a la luna. Cuando volví a mi Gerona de lo único que tenía ganas era de colgarme de la catedral. La situación era muy seria y decidí ir por un libro más serio. Antes leía novelas de aventuras, Julio Verne, cosas del colegio, historia. Pero la situación era más seria y decidí ir a buscar el libro más serio que había en mi casa, con tan mala fortuna que resultó ser San Manuel Bueno, mártir, de Miguel de Unamuno, que es un libro que habla de un cura que pierde la fe, y tal y cual. Pues perdí la fe, empecé a beber cerveza, a fumar, me hice un lío tremendo, porque además cometí el error de seguir leyendo a Unamuno, cuyo fin fundamental no es aclararte las ideas sino confundírtelas, como él mismo dice: "Hay que confundir". Entonces entré en una especie de…
—¿De crisis?
—De la cual todavía no he salido. No, en serio, yo era un chaval normal: deportista, buen estudiante. Junto con la crisis aparecieron las chicas a descontrolarlo aún más. Y desde entonces soy escritor. Hay una frase de Pavese, que repetí muchas veces porque me encanta, y que pretende explicar un poco esto: La literatura es una defensa contra las ofensas de la vida.
—Reconfortante.
—Claro, porque si tú eres una persona feliz no necesitas la literatura, serás lector como mucho. Pero detrás del escritor hay un problema, hay un desarraigo. En mi caso hay una sensación de no encontrar sitio, una pérdida de seguridades que da origen al escritor, las de la religión, las de la familia, que son fantásticas. Fui a la literatura buscando algo. Empecé a leer de otra manera y empecé a soñar con ser escritor, pero con gran incertidumbre de poder lograrlo. En mi familia no había escritores, mi padre era veterinario, pero no era una familia letrada. Y además vivía en una provincia.
—¿En qué época?
—Poco después de la muerte de Franco.
—No parece tan mala época para arrancar, se habrán abierto posibilidades.
—Sí, puede ser, pero es que yo tampoco lo noté. Si hubiese escrito en catalán, por ejemplo, quizás me hubiese beneficiado, viviendo en Gerona, cuando empezó la recuperación y el apoyo enorme a la literatura en catalán. O pensándolo bien, quizás me hubiese perjudicado. Lo cierto es que hasta los 38, 39 años no conocí escritores en España y llevaba muchos libros escritos. Era un ovni, era un tipo aislado.
—¿Dónde publicaste tus primeros libros?
—Los publiqué en castellano, en una editorial catalana. No quisiera ser presuntuoso, pero mi primer editor, Jaume Vallcorba, creó una colección en castellano casi con el objeto de publicar mi primer libro. La editorial fracasó, gracias a que yo contribuí a que fracasara, no me leía absolutamente nadie.
—¿Cómo ves ese desencuentro con el público desde el presente?
—Fue así, eso es todo, y en el fondo fue bueno, porque mis libros son producto de un lugar periférico. Ningún escritor de Madrid escribió un libro sobre el golpe de estado del 23 de febrero de 1981 (el "Tejerazo") que es para España como escribir sobre el asesinato de Kennedy. Esa marginalidad me permitió madurar, si hubiese vivido en Madrid, a los 27 años ya hubiera estado en el ambiente literario, en una revista…
MADRE Y CORAJE.
—Podemos volver al tema de la madre. En esta novela, El monarca de las sombras, la madre formatea el destino de sus hijos. ¿Hubo un mandato materno de ser escritor?
—Las madres tienen una influencia brutal, no sé si tienes hijos.
—Tengo.
—Es tremendo
—Sobre todo, tengo madre.
—Es enorme la influencia consciente o inconsciente que tienen sobre nosotros. Un periodista que me ha entrevistado hoy ponía en duda esto, pero creo que para mi madre ha sido importantísimo que haya escrito una novela como El monarca... contando la historia de Manuel Mena, y el punto de vista de los más cercanos a su vida y afectados por su muerte.
—¿Es como reparar algo, "una defensa contra las ofensas de la vida"?
—Sí, y no es que me haya pedido que yo lo escribiese: lo sentía, ni siquiera de manera del todo consciente. Pero es algo que ella siempre ha querido.
—Quizás estaba implícito también el sueño del hijo intelectual en contraposición del hombre de armas que fue —que no tuvo otro remedio que ser— su tío Manuel Mena.
—No, mi madre es una mujer mucho más elemental, su ambición no era que yo fuera escritor. Quería que yo fuera notario, qué se yo.
—Con una vida larga y feliz.
—Eso sí, claro.
—Lo que termina diciendo la novela es que ella no quería para vos el destino de héroe.
—Exacto, eso es algo que he tardado mucho en entender, pero es así.
—En todo caso, el libro llega a una conclusión más pacifista incluso que Soldados de Salamina. También es una literatura que desmorona la épica de la guerra. A mí me costó mucho el relato de la batalla del Ebro.
—Porque es muy bélica.
—Porque es emocionalmente muy dura.
—Ah, vale, es que fue una batalla de una crueldad terrorífica.
—Es desalentadora la ausencia de lágrimas al final de la novela, cuando el narrador espera ver llorar a su madre por primera vez, para asegurar que "la guerra habría por fin acabado". ¿Cuándo se acaba esto para Javier Cercas?
—No se acaba. Tienen que pasar generaciones. Construir una sociedad pacífica y razonable cuesta muchísimo, y poquísimo destruirla. Lo sabemos muy bien, y volvemos a incurrir en los mismos errores. Yugoslavia se rompió en nada, todo ocurrió en un verano, en un verano todo salta y se pudre.
—¿Sigue vigente la mística del héroe?
—Claro, pero hay una épica antibelicista, probablemente la épica siempre es antibelicista.
—La apelación a Aquiles en tu novela apunta a esa tradición. Una figura conmovedora: destinado y víctima.
—La síntesis de Aquiles está en su aparición en la Odisea. A mí me hace saltar las lágrimas, es emocionante.
—Por eso el homenaje que le dedicas en la novela, por algo está en el título también.
—Alberto Manguel escribió que en mis libros hay una recuperación de la épica, puesto que tal vez la mejor épica es la antibelicista, aquella que muestra a la vez la fascinación y el horror de la guerra. Porque a pesar de todo, no deja de vislumbrarse una nobleza. Es evidente que este chico que murió en el matadero y que fue literalmente masacrado y que fue engañado, encierra una nobleza épica por ser capaz de jugarse la vida. Para mí el punto ciego de este libro está en la pregunta: ¿merece la pena jugarte la vida por los valores en los que crees, incluso aunque esos valores sean injustos, aun cuando la historia demuestre que son equivocados? Y para eso no hay respuesta.
—Algo que el lector descubre al final en las novelas.
—Cuando hablo de apertura final, o de ambigüedad, me refiero a no ofrecer respuestas concluyentes. En este caso tomo el destino de Manuel Mena —que para mí ha sido una pregunta central en mi vida— y lo que intento es formularla de la manera más compleja posible, es decir ¿qué había detrás de la decisión de Mena?, ¿qué significa esa herencia?, ¿qué hago con ella? Me lo planteo con todos sus matices, protegiendo a las preguntas de las respuestas. Ese es el primer deber de alguien que piensa. Y sobre todo de quien piensa narrativamente. Proteger el problema de la tentación de responder que estos son unos hijos de puta o que los otros son maravillosos, esa tentación necia que todos tenemos de contestar las preguntas demasiado rápido. La novela es ideal para postergar las respuestas.
—E ir dando más de una, como ocurre con la foto de Mena, cuya mirada va revelando al narrador que la observa distintas cosas, hasta llegar al vacío del horror.
—Sí, porque la foto dice y significa muchas cosas. En la foto de Anatomía de un instante (2009) está el destino entero no solo de un hombre sino de un país. El gesto del soldado significa tantas cosas que no sabemos qué significa. La novela despliega que la realidad es siempre más compleja de lo que parece o que siempre hay detrás otras cosas, y ojo que esto no es relativismo, en absoluto.
RELATO Y ARCHIVO.
—Soldados… generó polémica, a algunos les pareció demasiado benévola con la derecha. ¿Cómo fue recibida esta última?
—Miguel Barrero afirmó en El País de Madrid que había gente que estaba en contra de El monarca... antes de que se publicase. Incluso una vez que se publicó, alguien se expresó contra el libro en la radio y el periodista le preguntó: ¿Pero habrás leído el libro? Y el otro dijo: "No, no me hace falta". Es triste y delata falta de honestidad intelectual. Un linchamiento de un libro en las redes cuando no ha salido todavía muestra un problema de fondo ajeno al libro.
—¿Se hace una lectura muy básica de la política o no se entiende la índole de la novela?
—Creo que tiene que ver con el hecho de que soy un escritor conocido. Si en las novelas nunca digo sí o no, en los artículos me he comprometido con cosas que no tienen buena prensa. He sido crítico con lo que ocurre en Cataluña, he sido crítico con Podemos. Esto ha molestado a alguna izquierda; escribo en el periódico más leído de España; y encima hablo de mi familia falangista. Está, ya eres un fascista. No creo que hoy seamos más simples y más tontos y más fanáticos que nunca, es que los fanatismos y la estupidez se hacen visibles porque los medios de comunicación tienen un poder brutal.
—¿Por ese posible linchamiento postergaste la escritura de este libro?
—La postergué por varios motivos. Quizá el principal sea que no sabía cómo abordarlo, cómo convertirlo de particular en universal, que es lo que hace la literatura, que debe ser para todos. No sabía cómo decir que el destino de un niño de Extremadura que muere en combate como tantos otros es algo que nos atañe a todos. Y había algo mucho más elemental, que entenderás muy bien, que para escribir este libro yo tenía que saber qué había hecho mi familia.
—¿Y fuiste a los archivos?
—Esa fue la batalla principal del libro: desenterrar una historia prácticamente borrada. Yo creía que no iba a encontrar nada. Invento un historiador porque necesito una perspectiva que tome distancia para presentar los datos y que opere con frialdad, con una exactitud que pueda corregirme a mí y a las versiones que fui armando. Estamos hablando de cosas muy serias, de la responsabilidad de mi familia en los crímenes que se cometieron en el pueblo, y eso tuve que averiguarlo, y eso a mí me daba pánico, no miedo, pánico... y a ti te daría pánico, créeme. A cualquiera, y por eso la gente no lo hace y me parece bien que no lo haga, pero los escritores no podemos ser cobardes. Podemos ser razonablemente cobardes en la vida, pero cuando escribes tienes que ir a fondo. Un escritor cobarde es como un torero cobarde, te has equivocado de oficio, chico.
—¿Cómo fue recibida la novela en el pueblo?
—No lo sé.
—¿No has ido?
—Fui en verano, muy poco… Me he negado, me ha dado miedo. Creo que lo sabré con el tiempo. Por una parte la gente muy orgullosa de que salga un libro sobre el pueblo, pero por otro lado sé que ha habido reacciones por parte de la familia, es natural.
—El gran tema de tu literatura es la búsqueda de la verdad. En la conferencia hiciste un distingo claro para quienes te tildan de relativista: dijiste que la verdad existe, puesto que a tal lo fusilaron en tal lado. ¿La literatura puede aspirar a una verdad moral? ¿Crees que la literatura puede mejorar la condición humana? ¿Puede ser útil, además de agradable?
—Este es un motivo por el cual digo que soy post-postmoderno, en cuanto creo que la literatura es útil, siempre que no se proponga serlo de manera programática, puesto que ya sería pedagogía o propaganda. Es útil, es evidente que es útil, lo sabemos todos porque nos ha sido útil. A ti y a mí nos ha vuelto la vida más compleja, más rica y somos mucho menos necios gracias a lo que hemos leído, así de fácil. La otra pregunta sería ¿para qué nos sirve?
—¿En el sentido histórico y político, o en ese sentido personal?
—En todos los sentidos. Lo que hacen las grandes obras es permitirnos entender la realidad. Si un Shakespeare o un Dostoievski nos permitiesen entender por qué Hitler fue capaz de seducir no solo al país probablemente más civilizado de su época, sino a medio mundo, empezaríamos a tener instrumentos para que algo semejante no vuelva a ocurrir. El primer ministro francés, cuando ocurren los atentados del Bataclán manifestó: "A esta gente no hay que entenderla, basta con combatirla". Está todo dicho.
—En tu conferencia te referiste a los chicos que mueren en los atentados suicidas yihadistas como víctimas. Solemos verlos como victimarios.
—Y lo son, son víctimas, pero han matado a no se cuánta gente.
—Es interesante pensarlo en relación a Manuel Mena o cualquier otro de sus coetáneos.
—Manuel Mena era lo mismo. Si aquí encontráramos una bomba tendríamos que llamar a alguien que la entienda, para luego desactivarla. Eso es lo que hace el pensamiento, eso es lo que hace la verdadera literatura.
PACTO DE RECUERDO.
—España ha cambiado en los últimos cuarenta años.
—Los últimos cuarenta años han sido los mejores de la modernidad, es un cliché pero es así. Pero ya estamos intentando cargárnoslo, ¿sabes por qué? Llevaban demasiado tiempo los franceses sin matarse y… "antes la barbarie que el aburrimiento", decía Théophile Gautier. Es terrorífico, pero es así. Es lo que estamos viviendo en Cataluña y en Europa. Se cometen los mismos errores porque se olvida. La transición española salió bien no porque hubiera un pacto de olvido, sino porque hubo un pacto de recuerdo: todo el mundo se acordaba muy bien de la guerra y no querían volver. Y ahora estamos en una época donde todo el mundo sacraliza la memoria. Pero una memoria decorativa, edulcorada, falsa, y el resultado es que volvemos a incurrir exactamente en los mismo errores.
—¿Va a terminar mal la cosa en Cataluña?
—Se trata de un estado de delirio. Hay una frase contundente de Bernard Shaw: "lo único que se aprende de la experiencia es que no se aprende nada de la experiencia". Estamos exactamente como en los años 30, pero no solo en España. Esto de Cataluña es una manifestación más de la crisis que ha vivido Europa y Occidente.
—La inclusión del paso doble "Suspiros de España" al comienzo y al final de Soldados…, ¿no es otro modo de reforzar el estereotipo del destino trágico de España?
—Es que los pasos dobles… Siempre que lo escuchaba me parecía la canción más triste del mundo, desde pequeño a mí me avergonzaba toda esta cosa de España. Está ahí porque está ahí, no sé por qué está ahí…
—¿Expresa una vergüenza?
—Mi vergüenza y la vergüenza de mi país, algo que vislumbro más claramente en El monarca…, porque supuso afrontar una vergüenza más íntima y secreta, la que yo he sentido de mis orígenes.
—¿Después del proceso de descubrimiento que supuso el escribir las novelas, a qué personaje quisiste más, a Miralles o a Manuel Mena?
—A Miralles. Es el único héroe que he creado y que no voy a volver a crear nunca, porque héroe solo hay uno, o medio. Mena es un niño engañado.
—Buscabas un héroe y encontraste un derrotado.
—¿En Miralles?
—Sí, y también en Mena.
—Los triunfadores en mis libros no existen, o son unos imbéciles.
EL MONARCA DE LAS SOMBRAS, de Javier Cercas. Random House, 2017. Buenos Aires, 284 págs. Distribuye Penguin Random House.
Las ediciones de los otros títulos de Cercas citados son EL PUNTO CIEGO (Random House, 2016), ANATOMÍA DE UN INSTANTE (Random House, 2009) y SOLDADOS DE SALAMINA (Tusquets, 2001).