Once relatos que confirman al uruguayo como un prosista excelente, de gran complejidad.
Con dieciocho libros en su haber, entre los que destacan Aperturas, miniaturas, finales (1985), Nunca conocimos Praga (1986) y Mariposas bajo anestesia (1993), Juan Carlos Mondragón (Montevideo, 1951) es un prosista excelente y de gran complejidad, un narrador notable y un hombre al que sus vivencias —de aquí y del exilio— y su formación y gustos culturales le dan mucho qué decir. En algunos cuentos de este libro ("Estación Place Monge", "Dragón entre las nubes", "Los Marinos Cantores") Mondragón pone en juego con equilibrio los tres aspectos enumerados más arriba. En otros ("La Diana del tiempo", "Corcovado"), el prosista se desborda y, aunque el texto no deja de estar muy bien escrito, el relato naufraga. Pero el lector que navega esas aguas igual recoge tesoros —una metáfora, una idea, una frase— a flote entre los restos. Evaluando en conjunto los once relatos, hay un libro valioso —por lo arriesgado y experimental— pero no apto para lectores en busca de mero entretenimiento.
El submarino del título es varias cosas a la vez. Para empezar, es el invento del ingeniero español Isaac Peral (1851-1895), que no llegó a producirse en serie porque encalló en la burocracia y la envidia, en una España cuyas glorias pasadas, junto con los restos de su imperio colonial, terminarían de irse a pique en 1898 en la guerra contra los Estados Unidos. Es también un bar de Montevideo, en Hipólito Yrigoyen esquina Avda. Italia vieja, hoy Estanislao López, de pizza legendaria aquí y en la memoria del exilio. Este bar angosto y largo es cifra del pasado personal y colectivo perdido, recuperado en el recuerdo, o en breves retornos al país, aunque nunca del todo, porque el tiempo que pasa impide el regreso absoluto.
El submarino original simboliza también lo soñado, lo que pudo haber sido y no fue, no por azares del destino, sino porque alguien se opuso, ya sea el esposo asesino de "Der Tod und das Mädchen" —"La muerte y la doncella", que toma título de un lied de Schubert— o los militares de la dictadura, a los que se muestra brutales en "Más allá del Bósforo están los universos".
La imagen del submarino, recurrente en los cuentos, es metáfora del momento terrible y definitorio que, sumergido por años en el olvido, emerge por sorpresa. Y a confesión expresa del autor, es lo que todo relato, según la "teoría del iceberg" de Hemingway, debe dejar oculto, a veces para los personajes pero también para el lector, que debe estar muy atento entre otras cosas al entramado de citas, alusiones y referencias que invitan a leer tal o cual libro, ver cierta película, escuchar viejas músicas, andar ciertas calles, buscando la sombra de quien uno fuera. Abundan, también, las alusiones a la obra previa del mismo Mondragón.
Unas cuantas erratas ("sección" por sesión, "un ajustes de cuentas", "ancla bordado", en lugar de bordada, "Nantucked" por Nantucket, viejo puerto ballenero, y otras varias) afean un libro osado y experimental. Mondragón es coherente: en "Dragón entre nubes", elogia al pintor japonés Hokusai, que ya viejo y consagrado, afirmaba que aún le faltaban décadas de trabajo y aprendizaje. Todo escritor naufraga. El naufragio menor, del que siempre se vuelve, es el de no lograr lo que se buscaba. El definitivo, es dejar de arriesgarse en nuevas búsquedas. De ese naufragio, Mondragón todavía está lejos.
EL SUBMARINO PERAL, de Juan Carlos Mondragón. Yaugurú, 2016. Montevideo, 166 págs.
cuentos de juan carlos mondragónJuan de Marsilio