Un antes y un después

Totem, el grupo que marcó para siempre la música uruguaya llega en libro de Rodolfo Fuentes

La banda que tuvo un sonido realmente propio

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Totem, por Oscar Larroca. Ilustración basada en fotografía publicada en El Día Pop, sin crédito de autor, del recital de Totem en El Galpón en enero de 1971.
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por Luis Fernando Iglesias
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A fines de los sesenta y comienzo de los setenta, la música uruguaya vivía un momento de ebullición. Estaba la música instrumental melódica del Sexteto Electrónico Moderno o el pop y rock de bandas como Los Delfines, Los Killers, Cold Coffee o Psiglo, que cantaban su repertorio de covers o canciones propias en inglés. El Kinto realizó una interesante fusión del candombe con la música beat cantando en español, pero no tuvo éxito comercial. El jazz tenía una larga tradición en Montevideo siendo el Hot Club un punto central en la generación de grandes músicos. El guitarrista Eduardo Useta fue uno de ellos. Tenía un modo “limpio” de tocar la guitarra, que alguna vez Rada lo comparó con el del norteamericano Wes Montgomery, y un gran amor por la bossa nova. En 1969 había participado en el álbum Rada, que contenía el éxito “Las Manzanas”, con una orquesta dirigida por el pianista y compositor Manolo Guardia, otro pionero en la fusión del candombe con el jazz y otros ritmos. En esa orquesta, entre otros, estaba el contrabajista Federico García Vigil, el trompetista Daniel “Bachicha” Lencina, Tomás “Chocho” Paolini en saxo y Mario “Chichito” Cabral en percusión. Todos ellos asiduos concurrentes al Hot Club. Useta tocaba en centros nocturnos y varias veces lo hacía con Rada. Gracias al éxito de “Las manzanas” llegaron a salir juntos en Carnaval. Pero su actuación en pocos tablados fue un fracaso. En 1970 el cantante parte hacia Italia para integrarse a un trío de músicos uruguayos. Su desconocimiento del inglés para interpretar el repertorio internacional, hizo que tuviera que dejar la banda. Con el poco dinero que le quedaba, compra un pasaje en barco para retornar y en el día del regreso le roban su valija. Durante el viaje tuvo que subsistir cantando y pidiendo dinero. En Montevideo retoma su trabajo con Useta. Ambos estaban cansados y desilusionados. El guitarrista le dijo “…esto es una tristeza… Tenemos que armar una gran banda. Dejame a mí que yo voy a buscar la gente que sirve para este grupo”. En esos días le muestra un tema a medio hacer, que contaba con un poderoso riff al comienzo, pero que apenas se complementaba con algunas palabras en inglés. Mientras lo escuchaba, a Rada se le apareció una frase, “Dedos son dedos, días son días”. Fue el comienzo de Totem.

Rada confiesa en su biografía, escrita con Fernando Peláez, que el guitarrista “se puso las pilas para armar el grupo”. Useta habló con el padre de Daniel Lagarde, que tenía diecisiete años y tocaba en una orquesta bailable. Su hermano mayor, Antonio “Lobo” Lagarde, había tocado en El Kinto. A Daniel se lo conocía como el “Lobito”. Un bajista con gran experiencia para su edad y que sabía interpretar melodías complejas mientras conformaba una excelente base. El gran baterista Roberto Galletti había vuelto del exterior. Rada estaba de novio con su prima y se pasaba en su casa componiendo canciones todo el día. Reapareció Chichito Cabral, viejo integrante de El Kinto, para completar, junto a Galletti y Rada, la máquina percusiva en que se convertiría Totem. Pensaron incorporar un teclado, pero optaron por una segunda guitarra que aportara sonido roquero. Fue Lobito el que trajo a Eduardo “Gordo” Rey que había tocado en bandas de rock. “No nos importaba reunir gente que tocara sensacionalmente bien, sino gente con ganas de ensayar y probar cosas para crear un estilo” asegura Rada. El lugar de ensayo fue el Hot Club donde una noche llegó el comunicador Rubén Castillo para escucharlos. Los músicos tenían cierto temor a mostrar sus canciones que estaban en preparación. El juicio de Castillo fue terminante “Miren muchachos, solo me atrevo a decir una cosa: la música uruguaya se va a dividir entre antes de Totem y después de Totem”. 

Comisionista. El testimonio de Rodolfo Fuentes sobre el primer álbum de la banda comienza por revivir la sorpresa que le generó la primera vez que los escuchó en vivo. Para ello fue importante la figura del comisionista que operaba en la ciudad de Santa Lucía, donde vivía Fuentes. Él compró las entradas en Montevideo para un recital que tuvo lugar en el Teatro El Galpón conocido como “Segundo Concierto de la Rosa”, organizado por Leo Antúnez y Carlos Martins. Ir a Montevideo significaba una hora de viaje en tren y el comisionista, por unos pocos pesos, conseguía que tanto Fuentes como su amigo el “Gaucho” Torres fueran una sola vez: la de la noche del concierto que tuvo lugar el 20 de enero de 1971. En ese evento también tocó El Sindykato, donde todavía estaba Miguel Livichich, y Psiglo, que aún interpretaba canciones en inglés y cuyo vocalista de la época era Julio Dallier. El Totem, como se lo conocía en ese momento, tocó cuatro temas: “Biafra”, “Dedos”, el instrumental “El tábano” y “Chévere”. Parte del público tenía conciencia que era un súper grupo, con músicos que venían de otras bandas y que lograban una fusión de estilos con fuerza inusitada para esos tiempos.

Para este cronista, que era adolescente, las noticias sobre esa nueva banda uruguaya le llegaron a través de una revista extranjera. En febrero de ese año, auspiciado por el diario Acción donde trabajaba quien sería el futuro manager de la banda Alfonso López Domínguez, y por Radio Ariel donde estaba Gastón Ciarlo (Dino) quien comandó el equipo de organización, se llevó a cabo el Segundo Festival de la Música y Canción Beat en el Parque Harriague de Salto. Varios grupos y solistas nuevos concursaban mientras que otros de más experiencia como Psiglo, Génesis y Totem, completaban la grilla aportando su mayor nombre al espectáculo. Al festival llegó Daniel Ripoll, director de la revista argentina Pelo, quien hizo una crónica del evento. Criticó a las bandas que cantaban en inglés, destacó algunos bateristas como Gonzalo Farrugia y Yamandú Pérez, y no escatimó elogios hacia Totem. Gracias a ese artículo Totem quedó a la altura de las mejores del Río de la Plata, destacando su sabor regional y la originalidad de sus temas propios y en castellano. La revista establecía un canon entre los seguidores del rock, y pronto se hizo urgente escuchar a ese súper grupo a la espera de que saliera su primer disco. El álbum Totem apareció en julio de ese año. La expectativa fue colmada con un disco que marcó nuestra adolescencia y juventud. Coincidíamos con Carlos Martins y el propio Daniel Ripoll en la aseveración de que Totem era “uno de los pocos conjuntos de música moderna de América Latina que puede sentirse orgulloso de tener un sonido realmente propio”.

Estilos. Fiel a su estilo directo, Fuentes se opone a los que definen la música de Totem como Candombe Beat, aunque en el propio libro Mauricio Bosch, cuando analiza algunas canciones, utiliza dicha expresión. Tampoco le gustaba a Eduardo Useta, o al ingeniero de sonido Carlos Píriz, quien calificaba el rótulo como “… una grasada… Yo no lo usé nunca y en esa época todos lo señalábamos como una estupidez”. A su vez, Useta expresaba “¿Candombe Beat? Yo no diría eso. Lo de ‘beat’ es algo que algunos se empeñan en agregarle. Nosotros en Totem preferimos hablar simplemente de Candombe”. Según Fuentes la mezcla del beat y candombe puede ser clara en una banda como El Kinto, en canciones como “Suena blanca espuma”, pero lo de Totem es mucho más, una síntesis del rock, el jazz, toques de bossa nova junto al candombe que surgía de toda la banda, con “acentos rítmicos caribeños, africanos y afrouruguayos” y, como bien expresa Lobito Lagarde, “siempre Los Beatles”. Este cronista tuvo la fortuna de verlos actuar en vivo en bailes del Club Lagomar, a un par de metros de los músicos, en épocas en que la batería era tocada por Santiago Ameijenda. Como dice el autor, tocaban “todo para adelante” porque no existían monitores ni otras sutilezas y había momentos, como en el final de “Biafra”, que el piso parecía moverse por la fuerza que imprimía la percusión con la interrelación de las guitarras tan diferentes y complementarias de Useta y Rey, y el sutil bajo de Lagarde a lo que debe agregarse un Rada en su mejor momento como cantante. Ese profesionalismo no impedía que, en medio de una canción, el “Gordo” Rey diera un par de pasos hacia el público, pidiera una pitada de cigarrillo a una espectadora y luego continuara con su guitarra rítmica poderosa.

La grabación del primer álbum de Totem, centro de este libro, puede despertar sorpresas. Grabado bajo el sello De la Planta, fundado por el músico de Los Delfines y empresario Jorge Coyo Abuchalja y el mencionado Carlos Píriz, la grabación se hizo el 2 de mayo de 1971 con Píriz como ingeniero de sonido en las horas libres que tenía el Estudio Ion de Buenos Aires, a donde llegaron los músicos de la banda el 1 de mayo a la tardecita. Se asearon en un baño, comieron algo en un bar de enfrente, y a la una de la madrugada comenzaron a grabar. A las 10 de la mañana estaban terminadas las diez canciones que completan el disco. Tocadas en vivo con la voz guía de Rada, que luego grabaría la voz principal, y con pocas sobregrabaciones. El álbum es fiel reflejo de cómo sonaban en vivo, lo que habla de la maestría y pericia de Píriz, junto al mérito de los músicos para aprovechar esas pocas horas de grabación.

Canciones. En forma breve el autor cuenta la historia de cada uno de los músicos de Totem y en el final se hace un análisis de las canciones que integran el disco. Algunas son comentadas por Fuentes y otras por Mauricio Bosch en opiniones que nunca llevan más de una página. Se incluyen las letras y buena información de tapa y contratapa del álbum. Esa tapa con letras de una tipografía especial que se ha vuelto un icono, fue realizada en el estudio ARS de Buenos Aires. La empresa estaba integrada por Juan Bernardo Arruabarrena, director de arte de la revista Pelo, el calígrafo y tipógrafo Ricardo Rousselot, que diseñó las letras, y el uruguayo Hermenegildo “Menchi” Sábat. Entre 1970 y 1975, ARS realizó varias tapas para De la Planta y casi todas las del sello Trova, como también las de Les Luthiers y la famosa de Vinicius de Moraes En la Fusa con Maria Creuza y Toquinho.

Con excelente presentación, creativos dibujos de Larroca y muy útil información, este libro logra en forma breve y precisa explicar los secretos y la importancia de Totem y su primer disco. Ese que, como bien auguró Rubén Castillo, marcó un antes y un después en la música uruguaya.

TOTEM. TODOS TENEMOS MÚSICA, de Rodolfo Fuentes. Little Butterfly Records /La Nao Editorial, 2023. Montevideo, 112 págs.  Prólogo de Carlos Martins, ilustraciones de Óscar Larroca y la participación especial de Mauricio Bosch.

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Fotografía promocional de Totem publicada en El Día Pop sin crédito de autor. Galleti faltó a la cita.
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Totem. lustración de Oscar Larroca basada en diversas fotos.
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El origen del nombre
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Según cuenta Rada en su biografía escrita por Fernando Peláez, la banda se llamó Totem gracias a Chichito Cabral. “Estábamos ahí en el boliche y alguno dijo ‘Bo, ¿qué nombre le ponemos?’ y Chichito saltó y gritó ‘¡Totem!’”. El percusionista había viajado a Hamburgo y había visto un cartel que decía “Totenham o algo así y se le representó TOdos TEnemos Música” (Totem). Nunca se sabrá si la historia es real o una feliz creación del percusionista, pero cuando se enfrenta la leyenda y la realidad siempre hay que preferir a la primera.

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Tapa del libro Totem, Todos Tenemos Música, de Rodolfo Fuentes
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