por José Arenas
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Hay diversos caminos para arrimarse a la literatura de Alberto Fuguet. Si se llega a través de una novela como Sudor, del 2016, se encuentra un autor desaforado, poético, creador de escenas, frases y situaciones de enorme belleza al mismo tiempo que ve una crítica mordaz al mundo del backstage literario, la subtrama editorial, la prensa cultural, etc. También se da de frente con una historia de amor, un relato de obsesiones y, de paso, la gran novela de la cultura gay en lo que va del nuevo siglo. Hasta ahora, los tics del mundo de los hombres gays no han sido tan bien retratados en ninguna otra novela sudamericana. Claro que ésta es una novela ambiciosa de casi 600 páginas.
El primer Fuguet. Pero hay otros Fuguet. Está el de Sobredosis, de 1988, su primer libro. Una serie de cuentos ácidos (léase “Pelando a Rocío”), maliciosos y adictivos donde lo importante no está en la estética, sino en el gesto: para la época, Fuguet era de los pocos escritores latinoamericanos que rompía con el molde de la pretendida trascendencia intelectual heredada del Boom de los 60 e incluía elementos de la cultura pop, casi adolescente, reivindicando a marginados del canon como Manuel Puig o, más cerca en el tiempo, Andrés Caicedo. Los cuentos son una serie de entretenidos y afilados textos de bombardeo pesimista a lo Bret Easton Ellis, y eso puede parecer escaso a priori pero lo cierto es que pocos autores en Latinoamérica lo hacían porque aún sobrevolaba la herencia obligada del Boom.
Otras eras. En un salto temporal se puede encontrar al Fuguet de Missing: una investigación (2009), una novela de no ficción en la que el autor va a grupa de un misterio intrafamiliar y sale en busca de un pariente desaparecido. Partiendo de la premisa de que su tío era alguien agradable pero una oveja negra en la familia que siempre se metía en algún problema, Fuguet se pregunta por qué de un día para otro no lo vio más, por qué nadie más habló de él, dónde está. El resultado es un diario melodramático de un autor que pone color al cuerpo ausente esperando una aventura y se encuentra con una pequeña road movie de poca monta en la que, en escaso tiempo y nada de asombro, encuentra a su tío y éste le cuenta por qué desapareció. Esta explicación no es más que un largo verso que poco le importa al lector y que podría haberse quedado en una charla particular. Como punto a favor, la estructura de la novela: artículos de revistas, narrativa y verso se funden en una sola obra donde la forma está al servicio del discurso. Si el tío habla es verso, y nada mejor que el verso para un “versero”, si habla Fuguet es crónica de viaje, si habla la familia es memoria novelada. Cada voz tiene su tono y su registro.
Mala onda. Ahora es 1991 y sale a la calle la primera novela del autor chileno, Mala onda. Situada en 1980, esta novela de aprendizaje narra tres días de “rebeldía” de un joven, Matías Vicuña, de una clase acomodada y cuyo acto subversivo en el Chile de Pinochet es salir a la calle durante esos días, con poco dinero, y ver con sus propios ojos algo que esté fuera de su burbuja de privilegios.
Tomando de forma explícita la referencia de The Catcher in the Rye (El guardián entre el centeno) de J.D. Salinger, Fuguet agrega un poco de apatía dañina a su personaje principal y lo hace un bocón que critica sin un sentido claro todo el establishment de izquierda y de sus compañeros que escuchan rebeldes canciones de Violeta Parra mientras él tira su playlist de bandas norteamericanas, grupos pop, marcas de perfumes, de ropas, lugares exclusivos y otros detalles siguiendo con el estilo de Easton Ellis. Alerta de spoiler: el joven depone su rebeldía y vuelve a gozar de su familia regañona pero millonaria.
Con Mala onda otra vez aparece el gesto de ruptura. Alejarse y quebrar toda idea de una América Latina mítica, mágica, asiestada y pueblerina. La primera novela de Fuguet es un salto para develar lo que entiende —él y sus congéneres— como un idilio falso creado por el Realismo Mágico. Esta idea tendrá su pico de furia y excelencia con la novela La Virgen de los Sicarios de Fernando Vallejo, de 1994.
Ciertos chicos. Ahora como publicación reciente aparece Ciertos chicos, una novela en la que Alberto Fuguet sigue explorando la temática de amor gay que empezara a ser parte central de su obra luego de No ficción (2015), y que, como en un álbum aniversario de una banda con más de tres décadas de carrera, echa mano a los grandes éxitos de su trayectoria y los vuelca en reversiones.
Otra vez la novela se ubica en la década de los 80, ya no con un solo protagonista sino con dos chicos que funcionan como el interés romántico de este libro que, al igual que varios de los textos de Fuguet, parece una obra escrita para el adolescente que fue. Trata de un chico de familia promedio que está a punto de terminar el liceo e ingresar a la Facultad, mientras que la contracara de esta fórmula amorosa es un muchacho que quiere volver a Inglaterra, aburrido de un Chile cuyos asuntos políticos y culturales le son ajenos mientras se encierra en la elaboración de fanzines sobre bandas musicales.
Ciertos chicos se vuelve una novela rosa, y eso no tendría nada de malo si no pareciera que detrás de la escritura del texto hay un autor que no puede salir de una década idealizada. Fuguet ha quedado pegado a la frivolidad de los 80 y a sus partes menos interesantes. En el universo del autor no existe el fulgor de una contracultura real, no hay una pasión desbordada en sus personajes —la ira existencial de Matías Vicuña se ha apagado—, no aparece un ir y venir juvenil real. Su novela se vuelve un intento módico de “lo otro”, es decir, se pone en escena a dos jóvenes enamorados que no participan en una militancia de derecha o de izquierda, y que están conociéndose entre ellos a la vez que exploran lo que les pasa por dentro.
Lo pretencioso es la épica de la no épica o la historia de aquellos a quienes no les pasó nada a nivel social en mitad de una coyuntura quebrada por todos lados. Con cierta ternura la fórmula fracasa y el barco del lector comienza a llenarse de agua en mitad de la novela. Todo se vuelve predecible. Aquel promotor furioso del movimiento McOndo vuelve a lo seguro con ingredientes similares a los de un primer planteo exitoso, un spin off sui generis de Mala onda. No lo logra. En esta nueva era, citando a Jorge Asís, en la mesa de los transgresores Alberto Fuguet ni siquiera ceba el mate.
CIERTOS CHICOS, de Alberto Fuguet. Tusquets, 2024. Montevideo, 456 págs.