Última novela de Gustavo Espinosa antes que reviente la tempestad

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Gustavo Espinosa
Nota a Gustavo Espinosa, escritor uruguayo, ND 20160804, foto Marcelo Bonjour
Archivo El Pais

Sobre poetas imaginarios, y más

Se titula La galaxia Góngora.

Acaso La galaxia Góngora (2021), nuevo libro del siempre bien ponderado Gustavo Espinosa (Treinta y Tres, 1961), sea el texto más complejo que le llega a los lectores de su obra, compuesta mayoritariamente por nouvelles de muy buena factura técnica y conceptual, como Carlota podrida (2009), Las arañas de Marte (2011) o Todo termina aquí (2016). Acaso este último trabajo se parezca más al primero del autor, China es un frasco de fetos (2001), más que a ningún otro intento en su especie, ya que en ambos se aprecia y mantiene una ambición efervescente por trabajar con la palabra y llevarla a límites insospechados, así como un reiterado interés en desafiar la forma mediante la alternancia de registros para construir una historia potente o, como ocurre aquí, varias historias.

Extenso poema inédito

Uno de los hilos narrativos que se entreteje en esta novela es sobre un poeta imaginario, Evergisto Richar Cuenca (sí, sin la “d”), nacido en la ciudad de Vergara, departamento de Treinta y Tres, quien a su muerte (en 2007) deja a la posteridad un extenso poema inédito de 1.902 versos repartidos concienzudamente entre endecasílabos y heptasílabos, y que puede catalogarse como una continuación de las Soledades (1613) del mejor poeta de la lengua castellana, Luis de Góngora y Argote (1561-1627).

A su vez, el argumento de este poema póstumo sitúa a Góngora como uno de sus protagonistas, ya que es abducido y cronotransportado desde el siglo XVII al presente, corporizándose espiritualmente en el pueblo de Vergara. Así, la primera parte de la novela trata sobre la reconstrucción biográfica de E. R. Cuenca, poeta digamos apócrifo, y en la segunda parte se nos da a conocer el poema largo en cuestión, llamado La galaxia Góngora (Soledad N).

Ahora bien, la historia de E. R. Cuenca se presenta gracias al esforzado trabajo que realiza un narrador-investigador-cronista, quien examina en detalle la peripecia vital del poeta, con la intención de realizar un retrato más o menos acabado y documentado de su vida y de su breve trayectoria literaria —aunque carente de esa épica que ciertas biografías o autobiografías suelen tener—, un poco al estilo de El castillo alto (1966) de Stanislaw Lem.

Este “ejercicio de filología imaginaria” (así lo denominó Espinosa en una entrevista radial en 2021), es logrado a través de la puesta en práctica de una rica batería de recursos (entre los que comparecen crítica literaria, anécdotas, fichas de lectura, prensa, citas, glosas y otros insumos) que le imprimen al texto un estilo llamémosle culteranista (en homenaje, claro está, a esa corriente estética incluida dentro del Barroco y perfeccionada por Góngora), en el que abunda la intertextualidad, así como la aparición de referencias reales e inventadas que se mezclan inteligentemente con una alta y bien dosificada dosis de humor. Este condimento se vuelve un aspecto crucial y funcionará como un bálsamo para aquellos lectores menos pacientes o menos acostumbrados a lidiar con la porosidad del discurso literario cuando muestra su faceta más argumentativa, aunque en este caso mantenga intacta la fluidez y vitalidad de un sólido protocolo ficcional.

Carlyle, Borges, Bolaño

El falso ensayo literario sobre una obra de arte inventada o un autor inexistente, no solo deja entrever el extenso callejón de lecturas de Espinosa (y su fascinación juvenil por la escritura de Jorge Luis Borges, por ejemplo), sino que también deja clara la filiación de la novela con una tradición temática y estilística, junto a antecedentes relevantes como Sartor Resartus (1836) de Thomas Carlyle, El Aleph (1945) del mencionado Borges (textos donde la voz del narrador se identifica con la del autor o la del protagonista o con ambas), e incluso como en Estrella distante (1996) de Roberto Bolaño, donde en primera persona se cuenta la historia de Alberto Ruiz-Tagle, un misterioso poeta autodidacta que frecuenta los talleres literarios del Chile durante el gobierno de Salvador Allende, pero que a la postre se esconde detrás de otra identidad. En ese caso Bolaño realiza un manejo fragmentario de la narración, escondiendo, colocando al lector en ángulos ciegos para provocar la sorpresa, para jugar con la incertidumbre. En cambio la estrategia que implementa Espinosa es contraria, no hay nada que ocultar sino mucho que rescatar, que contar para entender cómo E. R. Cuenca fue capaz de escribir semejante texto y por qué.

En este sentido, como bien apunta María José Olivera Mazzini con relación a las reflexiones metatextuales, paródicas y eruditas en La galaxia Góngora, se trata de indicios que en la obra de Espinosa ya se podían rastrear, por ejemplo, “en las cartas de Sergio Techera a Charlotte Rampling (Carlota Podrida), en el intercambio entre narrador y narratario de Las arañas de Marte (2011) y en las entregas de folletín que escribe el profesor Gustavo Espinosa sobre Fernando Electrón Larrosa, Hebercito Mondongo Espel y Ana Culo de Buje en Todo termina aquí (2016)”.

Por si fuera poco, junto al entramado discursivo mediante el cual uno de los narradores intenta rescatar la figura de Cuenca, corre paralelamente otra historia, algo más convencional por cierto, la de Juan Rollfinke —apodado el Chancho Blanco— y la de su familia, ya que sus vidas también transcurren en Vergara y cuyas desgracias se intensifican a partir del quiebre de la tablita (o crisis del crack) ocurrido en Uruguay en 1982. Mencionar algo de esa historia sería caer en el espóiler, de modo que vale la pena descubrirla en la lectura.

Por último, hacia los capítulos finales, se podrá disfrutar de momentos muy estimulantes, carísimos a la profesión literaria e investigativa, principalmente en aquellos pasajes donde el cronista deja entrever la génesis del texto que se dará a conocer en la segunda parte. Allí el componente paródico que aportan las notas al pie de la anotadora ficticia, Graciela Gancio Mandián, no tienen desperdicio y mantienen hasta el final el pacto seudoficticio que planea la historia (la del texto, la del poeta).

En cuanto a E. R. Cuenca, no solo deja un libro inédito y otro publicado (al que llamó “Labios mayores”, ya verán por qué), sino que gracias al narrador-investigador accedemos al detalle forense de su legado, tanto de los objetos como de las pertenencias del poeta, que son exhibidos con un laconismo emotivo y respetuoso. Cualquier similitud con la realidad es pura coincidencia, y tal como dice el narrador principal de La galaxia Góngora: “un hombre inteligente nunca debe aclarar —ni siquiera saber— si está hablando en serio o en broma”. Vaya verdad.

LA GALAXIA GÓNGORA, de Gustavo Espinosa. Hum, 2021. Montevideo, 235 págs.

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