Un verano de sexo y poder en los museos de Londres

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Peter Kelleher

La moda y sus simbolismos

Desde la antigüedad hasta Gucci o Harry Styles, la vestimenta de hombres y mujeres estuvo en directa relación con la seducción y el poder.

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"Quien está cansado de Londres, está cansado de la vida”, dijo Samuel Johnson en una de las frases más famosas sobre la ciudad. En una breve vacación familiar por la capital británica tras las (literalmente) majestuosas celebraciones del jubileo, y que encima coincide con los tres días al año que tienen de sol radiante, es difícil no estar de acuerdo. Aun para alguien que vivió aquí, siempre hay algo nuevo thought provoking como dicen ellos, que estimula el pensamiento.

Queda claro mientras miro —hipnotizada, como todos a mi alrededor— una hoja de parra gigante de yeso que cubrió las partes pudendas del David de Miguel Angel, que, según el susurro generalizado, deben haber sido bastante más considerables de lo que uno recordaba de alguna clase de arte. La hoja fue diseñada a las apuradas en 1857, poco después que la reina Victoria se horrorizara al ver la parte inferior de la clásica escultura renacentista, durante la inauguración de su propio museo, el Victoria & Albert (V&A).

Para ver al David hoy hay que ir a la Galería de la Academia en Florencia, pero la hoja de parra quedó en el museo de Londres y es uno de los objetos estrella de “Fashioning Masculinities: The Art of Menswear”, la gran exposición del verano sobre el arte de la moda masculina que recorre lo que diseñadores, sastres, artistas y quienes los inspiraron, han construido —y sobre todo, deconstruido— la masculinidad a lo largo de la historia.

La exposición del venerable V&A es, siguiendo su tradición, y la de la ciudad, muy entretenida y provocadora, más allá de la esperada seriedad que acompaña la investigación. Justifica, incluso, dejar por unos instantes los jardines públicos donde todos se congregan para arremangarse en camisas, abrir escotes, sacar los anteojos de sol y, durante Wimbledon, seguir los partidos en las pantallas gigantes distribuidas al aire libre. Mientras se maravillan, incrédulos, del luminoso día. Y brindan por ello con el aperitivo Pimm´s, o las frutillas con crema.

Sótano oscuro

Al entrar en el museo, a pesar de que las exposiciones temporarias son en el sótano más oscuro, uno se sumerge en la narrativa. Hay salas dedicadas a los hombres y al uso del color rosado, que durante siglos estuvo más vinculado a la ostentación de riqueza que a cualquier tipo de simbolismo de género sexual, dado el costo de traer los pigmentos del sur de Asia. Otras que explican los dictámenes de la antigüedad clásica que crearon al hombre como objeto del deseo, sobre todo para el diseño de la ropa interior y deportiva actual —la hoja de parra siendo el patrón que se mantiene al respecto desde la pérdida de la inocencia de Adán. Aunque no es cronológica, la muestra recorre el oscurantismo medieval y los excesos del renacimiento al dandyismo.

“Ahhh ser un hombre del siglo XVIII” suspiraba, con envidia declarada, un periodista de moda a mi lado frente al retrato del Earl de Bellamont. El noble militar irlandés retratado por Sir Joshua Reynolds en 1773 está envuelto en una capa larga rosa Dior avant la lettre, con grandes flores de brocado, sombrero de plumas descomunales de avestruz, joyas y condecoraciones sostenidas por moños de seda XXL, medias de seda, zapatos dorados adornados con rosetas rosadas y espuelas más doradas aún que los zapatos, si ésto es posible.

La ironía es que la célebre pintura estaba destinada a mostrar al Earl como macho alfa de su época exudando el poder patriarcal. La fama actual del retrato se debe a que, por el contrario, se volvió el epítome del kitsch gay, al punto de ser el emblema que usa la National Gallery de Irlanda durante la semana del orgullo gay en Dublín.

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Retrato del Earl de Bellamont

Muy distinta a toda esta exuberancia es la sala “Men in Black” donde se muestra la irrupción del traje oscuro a mediados del siglo XIX cuando, según Baudelaire, en las calles de Londres y París parecía que todos estaban “celebrando algún tipo de funeral”. Devenido símbolo del capitalismo estilo Wall Street, el fin de la era de la oficina que trajo la pandemia lleva a preguntarse cómo se reinterpretará el traje. La exposición apuesta primero por el traje negro ajustado de lentejuelas que llevó Timothee Chalamet para el Festival de Venecia, y que mi hija de 12 años reconoció de inmediato extasiada, porque es el galán de su generación. Luego un modelo de Alexander McQueen de traje con pantalones cortos que dejan ver portaligas tradicionalmente femeninos en las piernas.

Si es para la oficina, ésta debería ser particularmente woke, término de moda que según el Diccionario Oxford refiere a un lugar “alerta ante la injusticia en la sociedad” y muy embanderado contra toda discriminación. En la misma línea también hay un conjunto gris oscuro que parece relativamente convencional hasta que uno mira atrás: tiene un cierre relámpago que permite exhibir la nalga si se busca un look más osado —qué hubiera pensado la reina Victoria de todo ésto, queda como una incógnita, pero es difícil imaginar una hoja de parra suficientemente grande.

La muestra termina, por supuesto, en una oda a la fluidez entre los géneros sexuales con vestidos de gala como el de Gucci, escotado y de volados celestes, que llevó el cantante Harry Styles en la portada de la revista Vogue americana que se volvió viral. Mi hija, como todo ser vivo de su edad en la pérfida Albion, lo reconoció de inmediato. No hay palabras para describir el fanatismo que Styles despierta; su mega éxito, “As it was”, es la banda sonora oficial de la ciudad. Además, se viste con prendas femeninas en sus videos y está de novio con una actriz una década mayor, a la que hace velada referencia en sus canciones, todo lo cual contribuye a que sea el icono del momento. “La moda es un espejo de la sociedad y, mediante la creación de moda suave para los hombres, el mundo quizás pueda ser un lugar amable”, concluye Claire Wilcox, una de las curadoras de la exposición.

Chicas superpoderosas

Mientras en el Victoria & Albert se celebra a los hombres suaves, en el British Museum se festeja a las mujeres fuertes.

No en lo terrenal, ya que de ésto sobra por toda la ciudad. Ocurre que tras el jubileo de platino de la reina Isabel, todavía quedan exposiciones para toda la temporada que glorifican el poder político e institucional del “sexo débil”. Una muestra corta, efectiva e interesante —puede verse incluso muy bien online— es “Fit for a Queen: Symbols and Values for Sovereignty”, de la National Gallery, y que podría traducirse como “Apto para una reina: símbolos y valores para la soberanía”. Despliega retratos de mujeres gobernantes de diferentes épocas y países, y sus atributos de poder.

Pero el British Museum va más allá. Su gran exposición del verano es sobre el poder espiritual y sobrehumano de las mujeres, y la manera cómo —fueran diosas, brujas o vírgenes— fascinaron a los hombres y dominaron. Titulada “Femenine Power: The divine to the demonic” (Poder femenino: de lo divino a lo demoníaco), muestra por ejemplo a Pele, la diosa hawaiana de los volcanes, través de máscaras, esculturas y pinturas; es una diosa que entra en erupción y destruye, pero allana el camino para una nueva vida. O Kali, de la India, con su collar de cabezas de hombres decapitados, que es honrada como liberadora del miedo y de la ignorancia. También Tlazolteolt, la diosa huasteca de la purificación, que inspira el deseo sexual y come inmundicias para limpiar la transgresión. O, claro, a la virgen María en representaciones maternales. Se cuentan sus historias.

Lo hace, por ejemplo, Mary Beard, la gran especialista en clásicos británica, que preside una sección llamada “Deseo y Pasión” donde revisita a la Venus capitolina. La obra que la inspiró, del griego Praxíteles, parece que “ocasionó el primer incidente del #MeToo de la historia” según el diario The Observer. Beard cuenta que cuando Praxíteles descubrió su nueva estatua, diseñada para el culto de la diosa Afrodita, retratándola saliendo desnuda de su baño, todos los que la vieron se sintieron abrumados por el deseo. Tanto es así que un joven se aseguró de pasar la noche en el templo, donde intentó tener sexo con la estatua. A la mañana siguiente se tiró por un precipicio, pero eso no impidió que luego los romanos y las subsiguientes civilizaciones la siguieran copiando impunemente.

La exposición fue calificada como “Tremenda” por The Telegraph, y “Feroz” por The Times. Pero tuvo un giro curatorial que está de moda, y que fue bastante criticado. En un evidente esfuerzo por democratizar las miradas, participaron —además de académicos— humoristas y podcasters. Se banalizaron entonces los extraordinarios artefactos culturales acompañándolos de comentarios del estilo “es hora de abrazar nuestros instintos de leonas” o “es casi como si a las mujeres no se les permitieran emociones, emociones grandes, complicadas y desordenadas”. Según Time Out, la sensación tras leer estas frases que dominan las paredes del museo es la de un “revoltijo condescendiente” similar a “estar atrapado en una reunión con un grupo de ejecutivos publicitarios masculinos que intentan descubrir cómo vender tampones”.

Rusos y menopausia

Tenía razón Paul Theroux cuando corrigió a Johnson diciendo que “quien está cansado de Londres quizá no esté cansado de la vida; puede ser que simplemente no encuentre lugar para estacionar”. A pesar de lo que dicen la frases de los podcasters en el museo, justo en el centro de Londres hay muchos problemas de tránsito a causa de las “emociones grandes” de las mujeres. En el Parlamento varias estrellas de televisión se presentaron para demandar un “Menopause Mandate” para las desigualdades que enfrentan las mujeres afectadas por la menopausia. Según The Times esto significa garantizarles en el trabajo el acceso a hormonas y a ventiladores para contrarrestar los típicos calores de origen biológico. Cabe señalar que el aire acondicionado en Inglaterra permanece, aún en las instituciones más poderosas como el Parlamento, todavía en la categoría “te la debo”, lo cual es un shock para quien viene de los Estados Unidos.

El matutino estima que se pierden 14 millones de días laborales al año por la menopausia. Se quiere romper el tabú y el sexismo de los médicos y de los empleadores. Se lo cuento a mi marido buscando escandalizar. Me comenta sin pestañear que, en el estudio de abogados inglés donde él trabaja, desde hace meses que una versión del “Menopause Mandate” ya está en efecto, y como directiva para todas las filiales a nivel mundial.

Mientras, leyendo el diario, aparece otro tipo de demanda de las mujeres, y para distintas edades. La noticia, en el mismo matutino conservador y a todo el ancho de página, alerta sobre una “escasez nacional de mayordomos desnudos”. Hay que adorar a los ingleses.

Durante la pandemia estaba prohibido hacer fiestas, salvo el ex Primer Ministro Boris Johnson y su pandilla que participaron del documentado “Partygate” que contribuyó a costarle el puesto. Este verano todo el mundo parece estar celebrando casamientos atrasados, cuyo paso previo es la despedida de soltera. En Estados Unidos el stripper que se contrata por definición parece salido del show hot Chippendales y llega vestido de policía. El equivalente en Gran Bretaña, en cambio, llega de mayordomo (el efecto Downton Abbey es realmente poderoso). La demanda está por las nubes pero la oferta está bajísima porque éste era un trabajo de inmigrantes jóvenes del resto de Europa que, tras el Brexit, no volvieron.

Otros que faltan son los rusos. Después que a Londres se la rebautizara como “Londongrad” por la bienvenida que dio a los oligarcas fastuosos, de pronto son persona non grata. Donde más se sintió fue en el fútbol, cuando el dueño del Chelsea FC, Román Abramóvich, fue sancionado por el gobierno británico. Desde los jugadores hasta los aguateros vieron evaporarse su futuro: un empleado incluso se suicidó, y los socios quedaron desesperados. El único museo al que mi hijo fan de diez años quería ir desde lo más profundo era al del Chelsea, donde se guardan los trofeos y se revive su gloria. Encontramos toda el área alrededor de Stamford Bridge muy abandonada, sumergida en un pozo de vergüenza y depresión. Shelley dijo que “el infierno es una ciudad muy parecida a Londres”, e intuyo que mi hijo así lo sintió.

Pero el club fue recién vendido a un norteamericano, Todd Boehly, de Los Angeles Dodgers. Las restricciones más onerosas se comenzaron a levantar. Es que todo Londres siempre se reinventa de alguna forma. Verano 2023 nos encontrará allí. Además, los museos siempre son de vanguardia, y el speaker del House of Commons, Sir Lindsay Holt, ya anunció planes para convertir a la Cámara de los Comunes en un espacio laboral “menopause friendly”. Habrá que estar para comprobarlo.

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