por Alexis Borla
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Se cumplió el primer año sin Tom Verlaine, pieza fundamental del punk rock. Television, su banda, era provocadora (que no es lo mismo que provocativa), disidente y fresca. La banda daría el primero de tres recitales frente a menos de 50 personas en el CBGB, un club debajo de un albergue para personas sin techo y que hasta entonces hospedaba, como su sigla lo indica, recitales de Country, BlueGrass & Blues, pero que a partir de ellos adquirió sitial privilegiado en la liturgia del punk neoyorkino como templo sagrado del rock.
Television sería motor de arranque para toda una generación de músicos. Verlaine componía poesías que susurraban juegos de palabras inconcebibles después de noches fumando porros y zapando canciones de The Velvet Underground, no necesariamente en ese orden.
La elocuencia de la distorsión fue el lenguaje que usaron, entendiendo que no servía de nada producir música sin derribar mitos. Verlaine en realidad se apellidaba Miller, pero su fanatismo por el poeta simbolista francés Paul Verlaine lo llevó a adoptar su apellido. Entre él y Richard Lloyd enredaban madejas de riffs guitarreros que obligaron a los taxidermistas de la música a inventar nuevas etiquetas para definir lo que estaban oyendo, porque punk era poco, y jazz no era exacto. Alguien escribió que “decir que Television es punk era como decir que Dostoyevski escribió cuentos”. Así fue como los terminaron catalogando de art rock, proto punk y quién sabe qué más... era más fácil decir que Television era como si John Coltrane tuviese una banda de punk; distintos a todo.
Pocos espectadores. El CBGB, situado en el Bowery de Manhattan, no sólo fue el lugar donde Television debutó, sino el centro neurálgico de una explosión cultural sin precedentes. Era un club barrial que, para no tener que pagar derechos de autor, le pedía a los músicos que toquen material propio, nada de covers. En unos pocos años se convirtió en refugio de marginados y artistas (suponiendo que no sean lo mismo) de la talla de Patti Smith, Talking Heads, Ramones y decenas de otros iconos del punk rock que se iban turnando, oficiando como público para las demás bandas, ya que al lugar iba realmente poca gente. Además, por estos años nace el germen de la cultura DIY (“Hazlo tu mismo”, por sus sigla en inglés), expresada en fanzines como Punk Magazine, de donde salió la acepción de “punk rock” que hoy se usa. Entre fotos de Robert Mapplethorpe (quien además hizo la tapa para el legendario álbum Horses de Patti Smith), colaboraciones con Blondie (fundamentales para que Television cruce el Atlántico) y sesiones fallidas con Brian Eno se editó el hoy vernáculo Marquee Moon (1977), un disco imposible que entre las primeras 20 palabras que se escuchan menciona que Tom quiere volar por encima de las montañas.
La narrativa hasta entonces en el punk era confrontativa, la actitud desprolija y su música poco elaborada, pero Television desarrollaba un ejercicio poético-intelectual de otro calibre. Al mismo tiempo, del otro lado del Atlántico, la ola post-punk británica adoptaba muchos de los principios de la banda: guitarras afiladas, letras introspectivas y un alejamiento deliberado de las fórmulas comerciales. Más tarde se sabría que la influencia había llegado a grupos de un amplio espectro de géneros como Joy Division, Wire y hasta U2.
Pájaros azules gritando. Verlaine es la versión masculina de Patti Smith, un poeta convertido en músico que re-escribía las canciones de los creadores de la psicodelia, los 13th Floor Elevators, porque quería tocarlas pero no le entendía la letra a Roky Erickson. Richard Lloyd, responsable de las segundas guitarras, las que dialogaban con los riffs de Tom, después de ser rockstar fue camarero, trabajó en un call center y compuso música para otras bandas en arrebatados intentos por sobrevivir. Material inflamable, su autobiografía, cuenta anécdotas que van desde los días en que Jimi Hendrix le dio clases (Richard fue el único alumno que se le conoció a Jimi) hasta cuando los Led Zeppelin le pidieron consejos. Lloyd era el resultado de internaciones psiquiátricas, coqueteos con la parca y un curioso accidente infantil cuando a sus cuatro años metió los dedos en un enchufe y de la patada que recibió quedó con tics nerviosos en su brazo derecho durante semanas. Tal vez por eso su afición a la distorsión, y quizá su romance con las guitarras Fender Telecaster.
Cuentan que durante los recitales en el CBGB, entre solos de guitarra se oían los tacos del pool de quienes no podían detener el juego para ver a una banda tocar. El prisma de acordes que tejían tenía para Lloyd connotaciones antropológicas. En una entrevista comentó que para él, la música es “el único poder tan grande como el de una guerra, pero en la dirección opuesta a la de destruirlo todo”. Vagabundos efervescentes, compusieron un disco legendario pero nunca pudieron venderlo lo suficiente como para resolver su vida económica. No es equivocado decir que ni David Bowie, ni Sonic Youth, ni The Strokes —por sólo mencionar tres artistas con apogeos en tres décadas diferentes— sonarían como sonaron si Television no hubiese existido. Grabaron un par de discos más pero la repercusión cada vez era peor y, aunque nunca llegaron a separarse, el distanciamiento pareció suceder como esas cosas que se acaban sin que se perciba qué está pasando.
Según Patti Smith, quien supo ser pareja de Tom Verlaine, su guitarra sonaba como “miles de pájaros azules gritando” y le marcó el camino a decenas de vanguardistas que de otro modo quién sabe dónde habrían terminado. El CBGB sería desde entonces para el punk lo que The Cavern fue para The Beatles: La Meca. Y la historia del club quedaría íntimamente ligada a la de la banda. Smith escribió en Eramos unos niños que Tom “estrangulaba el mástil de su guitarra” con locura y que al oírlo cantar era evidente que había leído a Rimbaud. Así fue como en ese tugurio donde los sin techo calentaban sus manos en tachos de basura con fuego, la Blank Generation enhebró la columna vertebral de lo que sería su identidad. Así fue como Tom Verlaine, a quien hace un año que se extraña, se convirtió en el campeón sin corona de la generación punk.