por László Erdélyi
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La literatura de viajes ofrece notable exponentes. El libro Viaje a los paisajes invisibles, De Antártida a la Atacama del argentino Julián Varsavsky recorre a través de más de 400 páginas miles de kilómetros de sur a norte de la Argentina, también Paraguay, Bolivia y Chile. Varsavsky cuenta un viaje en el que ocurrieron pequeñas y grandes peripecias, tuvo interlocutores inolvidables, y se deslumbró con los paisajes más sobrecogedores que puede ofrecer la naturaleza, en particular con esa espina dorsal del continente llamada Los Andes. El padre de este cronista, que se crio en los Cárpatos transilvanos, cuando conoció Los Andes supo que las montañas de su infancia eran meras alturas provincianas.
El desafío de Varsavsky tenía altos referentes argentinos, como por ejemplo el magnífico El interior de Martín Caparrós (2006), que recorre parte del país, o las numerosas crónicas de viaje de la recién desaparecida Hebe Uhart publicadas en varios de sus libros y también en El País Cultural. Es que la región —y no solo Argentina— está lejos de ofrecer paisajes y pueblos “aburridos” (como el que quizá ofrecería la penillanura suavemente ondulada llamada Uruguay, algo que Hebe Uhart supo desmentir). También lo supo el autor de viajes inglés Bruce Chatwin cuando escribió el famoso En la Patagonia (1977), hoy tan admirado por extranjeros y denostado por los locales. Chatwin supo de los desiertos patagónicos e hizo poesía con ellos, escribiendo para lectores de otras latitudes. Pero muchos lo consideran mala persona.
Fin del mundo. El viajero actual cuenta con la ayuda de Google Earth, tanto que ya no percibe “más terra incógnita (sino) terra digitalis”. Varsavsky es un narrador culto que rodea sus experiencias de viaje con datos de la geología, la historia, la antropología, la psicología y más. “El fin último es ver lo que no se ve, allí donde todos miran: los hilos del mundo son transparentes”.
La épica de este libro comienza en el llamado “fin del mundo”, en la propia Antártida, con los mares embravecidos que la separan del continente. Capta los detalles que importan. Por ejemplo, en el tratamiento de la figura de Chatwin en la Patagonia. El capítulo “Bruce Chatwin era mala persona” relata sus encuentros con aquellos que recogieron al inglés en el camino haciendo dedo, lo alojaron, lo alimentaron, y le contaron sus historias, que luego en el libro aparecen leve o grotescamente tergiversadas según algunos, o “era todo verdad” según otros, aunque duela. Los misterios de “la verdad embellecida” de Chatwin, según el cineasta alemán Werner Herzog, que de eso sabe. O de la narración que resuelve la magia en sí misma, y donde poco importa el contexto real que relata.
Una de las personas que conoció a Chatwin muestra la silla donde el inglés se sentaba y charlaba con el dueño de casa, parte de un universo devocional que los visitantes de todo el mundo buscan para acercarse al irresistible misterio patagónico. En medio de esas charlas aparece, de forma lateral, la salvaje Conquista del Desierto que llevó adelante Buenos Aires, eliminando o “civilizando” a los pueblos originarios; también el enfrentamiento y luego convivencia entre tehuelches y mapuches, o un preciso abordaje de quiénes fueron los bandidos norteamericanos que cambiaron el salvaje Oeste por la Patagonia para cometer sus tropelías. Un tema lleva a otro, y a otro, y el lector queda envuelto por un fractal de datos y revelaciones, porque es falso que no hay nada en los desiertos, ya que “una cantidad inimaginable de historias y combates puebla este yermo paisaje que, a simple vista, es un mero horizonte sin fin”.
Dos centímetros por año. Si bien los paisajes de sur a norte resultan abrumadores, son los personajes entrevistados los que crecen. Por ejemplo en la visita a una colonia menonita en La Pampa, donde sus interlocutores no hablan en castellano o dicen no conocer a Messi ni a Maradona, pero en realidad sí, y luego se ríen diciendo malas palabras en alemán antiguo. O el surfista Daniel Pezzente de Miramar, un autodidacta que supo tener una infancia natural roussoniana y que en un largo capítulo (que bien pudo ser un libro aparte) trabaja las trampas que le presenta su memoria. El paseo arquitectónico por Buenos Aires, de la mano del arquitecto Eduardo Masllorens, revela misterios de una ciudad que todos creen conocer, y relativiza la supuesta genialidad de los espacios de co-work, lugares adaptados “para una generación exhibicionista, hiperactiva e inestable”. También está el pasado filo nazi de Paraguay y el intento de colonización aria de la hermana de Nietzsche, o los santos populares de Corrientes como San La Muerte, el entorno de creyentes, y algún cura violín que se desvive mirándole los pechos a las feligresas (es aterradora la historia del crimen ritual de un niño por la secta liderada por “La Bruja” Martina Bentura). Y siempre Los Andes, que crecen dos centímetros por año, la presencia de los pumas furtivos, la mirada desde lo alto de Saint-Exupéry volando sobre las montañas, o la descripción de la mejor forma de acercarse a los niños momias de Llullaillaco, víctimas de un sacrificio ritual, evitando el morbo. En cada lugar está el diálogo con los locales y su mundo, tan diferente al de los urbanitas sofisticados de capital. Por ejemplo en el intercambio de bienes, marcado por la reciprocidad: “en el mundo andino no existe la ayuda; eso no es digno: es dar lo que sobra. Acá, si das, tenés que recibir del otro” le cuentan.
El único problema que plantea la narración de Varsavsky pasa por el uso de imágenes que, por analogía o asociación, buscan potenciar un concepto, lugar o persona. Es acertado cuando señala la majestuosidad de la Antártida destacando los “hielos catedralicios”, pero despista cuando describe las ballenas de Puerto Madryn observadas desde el avión como “monstruosas serpientes marinas de estilizada mansedumbre”, lo que quizá deje al lector más cerca de un mundo fantástico que del paisaje patagónico. Genera incomodidad. Es lo que decía la premio Nobel Herta Müller respecto a la elección de las imágenes, y cómo ellas estallan —mal o bien— en la cabeza del lector. Saber elegirlas con precisión define la mejor expresión en este arte.
VIAJE A LOS PAISAJES INVISIBLES, De Antártida a Atacama, de Julián Varsavsky. Adriana Hidalgo, 2023. Buenos Aires, 413 págs.