Entrevistas de Mark Baker
La guerra de Vietnam los dejó crueles, paranoicos, al borde de la locura. Mark Baker recogió a lo largo de muchos años sus testimonios.
La hoy llamada República Socialista de Vietnam hunde sus raíces hasta hace 2.700 años. A lo largo de su historia vivió sometida por diversos invasores, entre ellos China, que dominó la región desde el 111 a.C. hasta el 938 de nuestra era. Pero fue en el siglo XX cuando esta nación se convertiría en una protagonista clave tras liberarse del dominio colonial francés que había comenzado en el siglo XIX, y poco después entrar en guerra con Estados Unidos. En 1954, en la batalla de Dien Bien Phu, los vietnamitas aplastaron al ejército francés obligando a su retirada del país, pero también ese mismo año en Ginebra se estableció que Vietnam quedaría dividido en dos, el Norte con un gobierno comunista encabezado por el presidente Ho Chi Minh, y el Sur, con uno capitalista y prooccidental pero de frágil sustento político y endémica inestabilidad. Trunco un intento de unificación a fines de los 50, boicoteado por Washington por temor a que el Norte pro soviético ocupara todo el territorio, en pleno inicio de la Guerra Fría se produjeron los primeros incidentes bélicos entre el Norte y el Sur.
No demoró Estados Unidos, gobernado por el general Dwight Eisenhower, en mandar “asesores” y material de guerra en apoyo de Vietnam del Sur. Ese fue el comienzo de un enfrentamiento que se agudizaría a mediados de los 60 y que se extendería hasta 1975, cuando durante la presidencia de Gerald Ford se retiraron, tras los acuerdos de paz de París, los últimos efectivos militares del más de medio millón enviados a lo largo de esa década. Pero tan alto número no le evitó sufrir la única derrota militar de su historia. Los especialistas estiman que durante ese período murieron entre cuatro y seis millones de personas, entre ellas sesenta mil estadounidenses, pero no solo esas cifras aterrorizan. Se calcula que Estados Unidos lanzó más de siete millones de toneladas de bombas sobre territorios de Vietnam, Laos y Camboya —más del triple del que había utilizado durante la Segunda Guerra Mundial—, y dejó caer, además del siniestro napalm, cuarenta y cinco millones de litros del desfoliante conocido como Agente Naranja, arrasando con casi el 20% de las selvas y con más de diez millones de hectáreas de arrozales, provocando la muerte de 400.000 pobladores y el nacimiento de 500.000 niños con enfermedades congénitas.
En 1972, cuando el gobierno de Richard Nixon aún mantenía en el sudeste asiático un nutrido contingente militar, incluso reconociendo que la guerra estaba perdida, Mark Baker (1950), un joven estudiante universitario que había podido eludir el forzoso reclutamiento, comenzó a entrevistar a algunos de los que sí habían ido a luchar en Indochina. Se tomó su tiempo, y llegó a hablar con más de ciento cincuenta soldados, enfermeras y personal que de algún modo había estado involucrado en la guerra. En 1981, con todo el material recogido, sin dar el nombre de sus entrevistados y gracias a un finísimo montaje testimonial, Baker publicó uno de los libros más destacados de toda la literatura habida sobre el conflicto: Nam. La guerra de Vietnam en palabras de los hombres y mujeres que lucharon en ella.
Olor a Vietnam
El volumen está dividido en cuatro grandes secciones, que a su vez se subdividen en el afán de ahondar en determinados episodios, evidencias y consecuencias de la guerra: I. Iniciación (“No hagas preguntas”, “Bautismo de fuego”), II. Operaciones (“Soldados rasos”, “Artes marciales”), III. Historias de guerra (“Vencedores”, “Víctimas”) y IV. El mundo (“Vuelta a casa”, “Heridos”). La primera parte da cuenta de la entrada de los jóvenes reclutas tanto al ejército como a los marines, la negativa o la indecisión de algunos, la firme determinación de otros, la mala suerte de la gran mayoría. En ese proceso inicial, que arranca en los primeros años de los 60, buena parte de los combatientes —y también de los gobernantes— suponía que la guerra no duraría más de un par de años, que aquello sería un paseo donde se enfrentarían el mayor y mejor pertrechado ejército del mundo, y un enemigo de escasos recursos, pobre preparación y cero inteligencia militar. Pero se encontraron con otra cosa.
En primer lugar, y corroborando el panorama de la Guerra fría, la Unión Soviética y China no tardaron en equipar tanto al ejército regular de Vietnam del Norte como a los guerrilleros comunistas del Vietcong que actuaban en el Sur. En segundo lugar, ningún gobernante ni alto jefe militar estadounidense había estimado que se enfrentarían a unas milicias disciplinadas, convencidas en su ideología y por sobre todo valientes, y que el ejército de Vietnam del Sur estaba diezmado por la inobediencia y la corrupción. Y en tercero, que esa misma soberbia pareció marcar desde un principio la cadena de mandos y la organización de la tropa. “La situación enseguida se vuelve primitiva. Los líderes son automáticamente los tíos más grandes, los que pueden imponer su voluntad por la fuerza... Todo el mundo entiende la fuerza bruta. Un tipo que mide 1,90 m y pesa 120 kg se convierte en el líder de tu pelotón y, por tonto que sea, quien está al mando es él”, dice uno de los entrevistados. La aleatoriedad y los abusos ejercidos por estos oficiales improvisados fue una de las primeras variables que debilitaron las escasas convicciones de unos muchachos que, quizás demasiado pronto, se empezaron a preguntar por qué y para qué estaban luchando, y cuáles eran los verdaderos motivos de esa guerra.
Los pronósticos pronto dejaron de coincidir con las promesas políticas. Muchos de los que iban llegando al terreno de operaciones habían sido reclutados a los diecisiete años, algunos habían cumplido los dieciocho recién en el viaje en avión, y de un momento para otro se encontraron con un mundo que jamás habían imaginado: junglas, túneles, constantes bombardeos, emboscadas, minas terrestres, ataques feroces a altas horas de la madrugada, la muerte de sus amigos o compañeros de pelotón, y operaciones en respuesta que las más de las veces no ofrecían una razón que las justificara. “Si hay algo de Nam que no puedo olvidar es el olor. Ese olor”, le confiesa un excombatiente a Baker. “Ese olor a napalm y a carne humana quemada. Eso vivirá conmigo hasta el día que me muera. No hay nada que huela igual que Vietnam.”
Lentamente, estos jóvenes de clase media baja o pertenecientes a las franjas obreras, de donde provenía el mayor número de conscriptos, se vieron expuestos a una serie de actividades y prácticas inhumanas. En Vietnam no se tomaban prisioneros: el enemigo, fuera tal o apenas sospechoso de serlo, era ejecutado brindara o no la información buscada. Y tampoco se hacía demasiada diferencia entre guerrilleros y población civil. Luego, había que resolver el tema de las víctimas. “Ese día recogimos un centenar de cadáveres”, recordaría otro de los soldados, “no solo en mi unidad, sino en las varias que había. En Nam teníamos una costumbre: cortarles las orejas. Eran trofeos. Si tenías un collar de orejas quería decir que eras un buen asesino, un buen soldado. Se nos alentaba a cortar orejas, narices, los penes de los hombres. A las mujeres les cortábamos un pecho.”
¿Ese era yo?
La guerra cambió a los que iban llegando, los hizo distintos, crueles, paranoicos; acentuó sus problemas vinculares y los puso al borde de la locura, cuando no resultaron vencidos por ella. “Mientras charlábamos”, cuenta otro entrevistado, “miré por encima del hombro y vi que había otra persona en el barracón. Me sobresalté, porque no había oído entrar a nadie. Y entonces me di cuenta de que me estaba viendo a mí mismo reflejado en un espejo y que no me había reconocido. ¿Ese era yo? Tuve que sonreír para asegurarme. Era el reflejo de un desconocido. Había cambiado. Era la primera vez que me veía. Me había convertido en uno de esos tíos que había visto al llegar a Vietnam. Tenía la misma mirada que ellos.”
Y mientras la muerte se enseñoreaba entre la tropa, en Estados Unidos crecía un movimiento antibelicista iniciado por estudiantes e intelectuales pero que poco a poco fue ganando a toda la opinión pública. Algunos sucesos de brutalidad insospechada, como la matanza de civiles de la zona de My Lai (1968) que fue denunciada por medios de prensa independientes, el constante envío de tropas y el constante arribo de víctimas, comenzaron a socavar a un gobierno tras otro, ya el del demócrata Lyndon B. Johnson o ya los dos períodos del republicano Richard Nixon. “No me creo que solo murieron 53.000 personas en Vietnam, ni por asomo”, le dice alguien a Baker. “No tengo ni idea de cómo se pueden maquillar miles de muertes, pero estoy convencido de que murieron miles de americanos más de los que constan oficialmente en los informes.”
Y la llegada a casa no fue mucho más amable para quienes regresaban a su país tras interminables meses de servicio. En muchos lugares los exsoldados eran tratados con desprecio y considerados criminales. “Caminando por las calles de Berkeley”, cuenta uno de ellos, “me sentí como un marciano recién llegado a la Tierra. Todo el mundo me miraba; oía todo tipo de comentarios. La gente me escupía. Estaba más asustado paseando por aquella calle que en Vietnam.”
“Vietnam dejó a los americanos hechos una mierda en gran variedad de formas y cuando volvieron a casa así es como les hicieron sentir”, cuenta el propio Baker en un apartado de las páginas finales de su libro. “Los desecharon, como platos de plástico después de un picnic. Eran soldados de usar y tirar, hombres y mujeres a los que trataron como a la basura del vertedero. Muchos siguen vagando sin rumbo por la calle, corriendo de un lado a otro...
“Nadie hablaba con ellos. Es como si todos los que pudieran decirnos algo sobre lo que había pasado estuvieran muertos. Para muchos sobrevivir fue el gran premio. Teniendo en cuenta la experiencia que vivieron, combinada con el recibimiento que experimentaron, se entiende que muchos veteranos sucumbieran a las drogas, terminaran en la calle, fueran incapaces de seguir adelante. Pero lo increíble es que la mayoría de los hombres y mujeres que lucharon en esa guerra volvieron en silencio, sin fanfarria y sin apoyo y se convirtieron en maridos y mujeres, padres y madres, miembros respetables de su sociedad. Heridos, pero resilientes.”
Todo un futuro
Baker es autor de otros trabajos de investigación y por lo general sus títulos se convierten en best sellers. El resto de su obra no ha sido traducida al español, pero ha escrito sobre casos policiales, desarrollado perfiles sobre la labor de los fiscales, ha entrevistado a algunos de los delincuentes más buscados de su país. El discurso de Nam se potencia en un relato armado sobre muchas voces. El alemán Hans Magnus Enzensberger, en la novela El corto verano de la anarquía. Vida y muerte de Durruti (1972), también estructurada en base a entrevistas, testimonios orales, versiones de prensa y material de propaganda política, dijo que esos “personajes anónimos y desconocidos” dan forma a una voz colectiva, y que de las distintas narraciones “surge la historia. Así ha sido transmitida la historia desde los tiempos más antiguos: como leyenda, epopeya o novela colectiva.”
Nam es un libro desgarrador y notable, aunque en esta edición es reprochable la labor de los traductores, inundando el libro de madridismos insufribles (“tíos”, “chavales”, “joder”, “cabrón”, etc.). La guerra y aquella lejana tierra han inspirado otras obras de particular importancia, como el libro Las cosas que llevaban los hombres que lucharon, de Tim O’Brien, quien estuvo en el frente de batalla, o incluso en la época de la ocupación francesa, con una de las mejores novelas del siglo XX: El americano impasible, de Graham Greene. Incontables músicos han dedicado composiciones ya legendarias y el cine también ofrece una nutrida lista de títulos, entre ellos Apocalypse Now, El francotirador, Nacido el 4 de julio y Platoon. También hay una extensa y excelente serie documental, La guerra de Vietnam, de Ken Burns y Lynn Novick.
Sin paradojas mediantes, hoy la República Socialista de Vietnam es uno de los mayores aliados comerciales de Estados Unidos. Siendo uno de los países más poblados del mundo (casi cien millones de habitantes), desde 1986 y siguiendo el modelo chino implementó un sistema de mercado libre que ha registrado guarismos espectaculares de crecimiento.
El cincuenta por ciento de los vietnamitas tiene hoy menos de veinticinco años y la edad media de su población es de 27 años. Todo un futuro por delante.
NAM. La guerra de Vietnam en palabras de los hombres y mujeres que lucharon en ella, de Mark Baker. Contra, 2020. Barcelona, 349 págs. Trad. de Elena Masip y Darío M. Pereda.