Memorias conflictivas
El director, guionista y actor Woody Allen acaba de publicar una polémica autobiografía, ocupada en gran medida por sus conflictos con Mia Farrow.
La vida y obra de Allan Stewart Konigsberg, al que todo el mundo conoce por su nombre artístico de Woody Allen, fue contada en libros y documentales. Entre los más destacados figuran los libros de Eric Lax; tanto Woody Allen. La Biografía (1991) como la exhaustiva Conversaciones con Woody Allen (2007) son muy buenos. Debe sumarse el excelente documental de más de tres horas, Woody Allen: El Documental (2011) dirigido por Robert B. Weide. Pero ninguna de estas obras fue recibida con la expectativa de la autobiografía que acaba de salir, A propósito de nada, publicada en español por Alianza Editorial. Se sabía que el director hablaría del escándalo que vivió en los noventa con quien fuera su pareja, la actriz Mia Farrow.
El 13 de enero de 1992, Farrow encontró en el departamento de Allen fotos polaroids de Soon–Yi desnuda, enterándose así del affaire que su novio mantenía con su hija adoptiva. A fines de ese año, a su vez, Mia denuncia a Woody por abuso sexual contra la hija adoptiva de ambos, Dylan, de siete años, abuso que habría ocurrido el 4 de agosto del mismo año. Comienza un largo juicio donde las acusaciones contra Allen fueron desestimadas. En 2014 Dylan, con 28 años de edad, reitera las denuncias contra su padre y relata los hechos que habrían ocurrido en el departamento de Mia. El hijo biológico de Mia y Woody, Ronan Farrow, apoya a su hermana. Al poco tiempo otro de los hijos adoptivos, Moses, niega el abuso y acusa a su madre de traumatizarlos y maltratarlos. En 2018 Soon-Yi rompió el silencio y dio su versión. Un año después, Dylan pide a los actores y actrices que dejen de ser cómplices de alguien que cometió un delito sexual y que quedó impune, y los alienta a no trabajar con Allen. Mira Sorvino, Michael Caine, Ellen Page —actualmente Elliot Page— y Colin Firth, por nombrar a unos pocos, prometieron no volver a hacerlo. Timothée Chalamet, actor de la película Día de lluvia en Nueva York (2019) se manifestó arrepentido y donó lo que había cobrado a caridad. Allen dice que el actor confesó a su hermana que hizo esa declaración porque estaba nominado al Oscar por otra película y tanto él como su agente pensaron que así tenía más posibilidades de ganarlo. Spike Lee intentó un tímido respaldo al director. Luego de la ola de críticas que recibió dijo que creía en Dylan. Diane Keaton, Alec Baldwin y Scarlett Johansson, entre otros, concluyen que al no haber una condena judicial no pueden ser ellos los que lo condenen y que volverían a trabajar con él.
Las memorias de Allen iban a ser publicadas por Grand Central Publishing, una división de Hachette Book Group. En 2019 dicho grupo publicó el libro Depredadores, resultado de la investigación de Ronan Farrow comenzada en 2017 sobre el productor cinematográfico Harvey Weinstein que terminó preso por múltiples cargos de violación y abusos sexuales. Ronan obtuvo un Pulitzer por ese trabajo publicado en principio por The New Yorker, y aseguró que era inadmisible que el mismo grupo editorial que lo editó, publicara un año después el libro de Allen. Lo calificó de “traición”, falta de ética y compasión hacia las víctimas de abuso sexual. Las presiones sobre Hachette fueron en aumento. Setenta y cinco empleados de la editorial hicieron una huelga en protesta por la publicación y hablaron con jerarcas del grupo para evitarla. En marzo de 2020 Hachette Book Group anunció que no publicaría el libro y le devolvió los derechos a Allen.
El libro, finalmente, fue publicado por la editorial independiente Arcade Publishing. Su director expresó que el trabajo de Allen era maravilloso, bien escrito, entretenido y honesto. Hubo críticos que no estuvieron de acuerdo. La editora del New York Post Maureen Callahan, lo definió como “una de las memorias más sordas, repugnantes, amargas, autocomplacientes y horriblemente indestructibles desde Mein Kampf” (Mi Lucha, de Adolf Hitler). Mónica Hesse, columnista del Washington Post, titula su nota “Si se ha quedado sin papel higiénico, las memorias de Woody Allen también están hechas de papel”, comparándolas a “un trozo gigante de pelusa en el ombligo”, y justificando a los empleados de Hachette por impedir su publicación al solidarizarse con “los sobrevivientes de agresión sexual”.
Otras no fueron tan contundentes. El crítico literario del New York Times, Dwight Garner, dijo que el libro es “a veces atractivo, a veces divertido, triste y con algo de mal gusto”, y censura la forma en que varias veces refiere al atractivo sexual de mujeres que menciona, así como la desubicada y anacrónica dedicatoria: “Para Soon-Yi, la mejor. La tenía comiendo de la mano y de pronto noté que me faltaba el brazo “.
Beisbolista frustrado
Allen nació el 1o. de diciembre de 1935. Su infancia transcurrió en Brooklyn en una casa llena de parientes, a cinco minutos de subte de Coney Island y su playa. El autor se empeña en contradecir a quienes buscan rasgos autobiográficos en sus películas, pero reconoce que es en Días de Radio (1987) donde su infancia más se refleja. En dicha película el personaje del niño, al que Allen le da su voz, recuerda: “Mis padres no solían pegarme, lo hicieron sólo una vez: empezaron en febrero de 1940 y terminaron en mayo del 43”. Su abuelo tenía mucho dinero, pero lo perdió todo en Wall Street y su padre, Martin, tuvo muchos trabajos, algunos legales y otros no tanto. Corredor de apuestas, taxista —como el padre de la película citada— y varios más fueron sus empleos hasta que conoció a la madre de Allen, Nettie. Un matrimonio que hacía de las peleas una rutina, salvo en los tiempos en que no se dirigían la palabra. Dos personas tan opuestas “… que no se ponían de acuerdo en nada excepto Hitler y mis calificaciones escolares… siguieron casados por setenta años, sospecho que por puro rencor. De todas formas, estoy seguro de que se quisieron a su manera, una manera que probablemente solo compartan algunas tribus de cazadores de cabezas de Borneo”. Estas observaciones marcan el tono de sus memorias que harán que la sonrisa, y en varios puntos la carcajada, se le escape al lector.
Hasta los cinco años fue un niño feliz, pero a esa edad entendió la mortalidad y se volvió reservado y huraño. Cuando tenía ocho años llegó su hermana, Letty Aronson. “Ya no habrá regalos para ti, sino para ella” le advirtieron sus padres. La relación entre ambos ha sido muy buena. Nunca peleaban y, luego del incidente del escándalo de 1992, Aronson se transformó en productora de las últimas veintiséis películas del director.
Allen intenta desmentir algunos clisés sobre sí mismo. Acepta ser tímido e hipocondríaco, pero, a diferencia de sus personajes, no es neurótico, aunque no soporta llegar a reuniones cuando ya hay otras personas. Reitera, una y otra vez, que no es un intelectual, error de apreciación que él atribuye a los lentes que utiliza desde muy joven, y que sus películas solamente pueden definirse como artísticas porque a veces pierden dinero. Fue un buen deportista que soñaba con ser beisbolista de éxito y aún hoy fantasea con que en esa vida pudo ser más feliz. Los libros, reconoce, llegaron recién años después. Odió el colegio. Su madre quería que accediera a un empleo, pero cuando vio la facilidad que tenía su hijo para contar y escribir chistes, lo alentó a que los enviara a algún periódico. El éxito fue casi inmediato y resolvió cambiar su nombre para que no lo reconocieran como el autor de las bromas. Se quedó con el Allan —devenido Allen— y le agregó Woody porque sonaba cómico. A los dieciocho años se había casado con Harlene Rosen y pudo salir de la casa de sus padres, pero también tenía más responsabilidades. Varios comediantes exitosos de la época como Sid Caesar contrataron sus servicios como escritor. Conoce a los representantes Jack Rollins y Charles Joffe, quienes lo acompañarán por toda su vida, y lo convencen de que cuente sus chistes en público. Comienza una exitosa carrera en el stand up. Pronto su cara fue familiar en varios shows de televisión gracias a una estrategia de saturación pensada por Rollins. Un día un productor le propuso que hiciera un guion para una película. En ¿Qué hay de nuevo, Pussycat? (1965) se reservó un pequeño papel, pero destrozaron su guion.
Allen dijo que si él la hubiera dirigido sería una película mucho más graciosa y con mucho menos éxito. Aprendió la lección; en cuatro años más sería guionista y director de sus películas, con total control sobre las mismas, y actuaría en ellas. Algo que hace más fácil la tarea de dirigir, según Woody, al no tener que dar instrucciones a ese actor. Su técnica de dirección es contada, al detalle, en este libro. Nunca ensaya, salvo en Interiores (1978), película que considera un fracaso y deja libertad a los intérpretes para que cambien el texto e improvisen. Algunas de las mejores líneas de sus películas fueron creadas por sus actores y actrices, algo de lo que se siente orgulloso.
Amor y odio
Las mujeres han marcado la vida de Allen. Están su segundo matrimonio con Louis Lasser, su amor y amistad con Diane Keaton, el noviazgo con Mia Farrow, y su actual matrimonio con Soon-Yi, con la que han adoptado dos hijas que van a la Universidad.
Era obvio que el escándalo con Farrow y la acusación posterior de Dylan, iba tener un lugar preponderante en su libro. También era un gancho para posibles compradores. El tema abarca más de la cuarta parte de la historia. Es lógico que Allen quiera defenderse de una acusación tan grave pero ese rencor que siente lo lleva a bordear la desubicación. Hace un resumen de las patologías de los familiares de Mía, la acusa de adoptar hijos como hobby a los que luego maltrata, sugiere que ella pudo haberse acostado con el juez de la causa o que sometió a cruentas operaciones a Ronan —que Mia ha sugerido que puede ser hijo de Sinatra— para que fuera más alto. El espacio que ocupa el conflicto va en detrimento de la profundidad con la que habla de sus más de cincuenta películas, aunque es posible que no tenga mucho más que decir. Jamás las vuelve a ver. Su relación con actores y actrices es cordial —nunca tuvo ninguna denuncia por acoso o trato indebido— pero superficial. Resalta la importancia de la escritura; afirma que siempre que la película no funciona hay que revisar el guion.
Allen es un buen escritor, algo que se nota en este libro ameno y divertido, escrito en su máquina de escribir portátil Olimpia con la que trabaja hace más de cincuenta años. No es que se niegue a los cambios, sino que es perezoso para entenderlos. Es cierto que a veces vuelve sobre algo que ya ha contado, pero lo arregla con un “como ya lo dije”, y hay un aire general de concordia en estas páginas con quienes lo han ayudado. Refiere con más detalle a algunas de las películas que lo han dejado satisfecho, como La Rosa Púrpura del Cairo (1985) donde se ve reflejado en el personaje de Mia, alguien que huye de la realidad sentado en una fresca sala de cine o en la forma en que filmó y editó Maridos y Esposas (1992), donde reconoce el profesionalismo de Farrow dado que tuvo que compartir algunas escenas con ella cuando ya había descubierto su affaire con Soon–Yi. A pesar del tono a veces superficial y el extenso relato de su controversia con Farrow y Dylan, estas memorias son disfrutables sobre todo para quienes aprecian el trabajo del director.
Desde que entendió que era mortal ha intentado distraer el tiempo a través de la escritura. Un escritor que luego trata de plasmar lo escrito en una película, lo que no es fácil. El cine, donde nos ha dado más de cincuenta películas entre las que se encuentran algunas de las más importantes del siglo XX, es una consecuencia de ese gusto por escribir historias y ser gracioso. Aunque prefiera el drama y no haya quedado satisfecho con ninguno de los que ha hecho. Confiesa que no haber realizado una gran película en su vida —algunas llegan a conformarlo o están bien— no es algo que lo desvele. A esta altura solamente desea vivir lo más posible junto a su esposa, escribir todos los días, filmar una película cuando puede y llegar temprano a casa para ver deportes por televisión. No le importa si la gente ve en él a un buen director o a un pedófilo, ni tiene expectativas por su legado. Antes que vivir en el recuerdo del público prefiere hacerlo en su departamento de Manhattan, y solo desea que, cuando muera, sus cenizas sean esparcidas cerca de una farmacia.
A PROPÓSITO DE NADA. Autobiografía de Woody Allen. Alianza Editorial, 2020. Madrid, 439 págs. Traducido por Eduardo Hojman.
Doce grandes películas para ver
Annie Hall (1977), Manhattan (1979), Zelig (1983), La rosa púrpura de El Cairo (1985), Hannah y sus hermanas (1986), Días de radio (1987), Crímenes y Pecados (1989), Maridos y Esposas (1992), Poderosa Afrodita (1995), Los Secretos de Harry (1997), Medianoche en París (2011), Blue Jasmine (2013).