Muchas veces uno se da cuenta del valor de las cosas cuando ya no las tiene. Pero otras veces perderlas es una liberación. Ida Vitale no sabe en qué día vive, ni dimensiona que el próximo 2 de noviembre cumplirá 100 años. Ello le da, en cierta medida, una libertad que valora. Pero también añora a aquellos amigos de la Generación del 45 que, como ella, han dejado una huella indeleble en la cultura uruguaya.
“La Generación del 45 tuvo cosas buenas y cosas malas, siempre hay algo que uno acepta y algo que uno rechaza. No hablábamos tanto en ese momento. Ya cuando uno está por perderla empieza a acordarse de que hubo una generación posible. En ese momento mirábamos mucho a la Generación del 900”, comenta la poeta en una charla con Domingo en el living de su luminoso apartamento de Malvín.
La Generación del 900 fue una camada renovadora de brillantes intelectuales, integrada por figuras como Horacio Quiroga, Roberto de las Carreras, Carlos Vaz Ferreira y José Enrique Rodó. Pero después vino la Generación del 20, a la que pertenecieron Paco Espínola, Juan José Morosoli o Juana de Ibarbourou. Y la del 45, que fue una de las más fecundas. De todos modos, Vitale admite que esta generación, de la que ella es la última superviviente, fue hija de un movimiento revulsivo que les allanó el camino. Y que gozó de la prosperidad de una época en la que el dinero sobraba en este pequeño rincón del mundo, que vio de lejos el decurso de la Segunda Guerra Mundial e incluso se benefició de ella comercialmente.
“Creo que Uruguay nunca fue un país muy detallista o formalista. A nadie le preocupaba mucho en qué generación estábamos. A gatas si nos preocupaba estar vivos. Pero pienso que empezábamos a tener conciencia del pasado, que eso es siempre importante. No había rechazos, uno pensaba que todas las generaciones tenían algo bueno, sobre todo la del 900. Y no las veíamos como algo distante”, agrega durante una conversación entre paredes repletas de libros. Y en la que ofrece té con leche y masitas.
Otros integrantes de ese dream team de la cultura llamado Generación del 45 fueron Felisberto Hernández, Mario Benedetti, Idea Vilariño, Manuel Flores Mora, Amanda Berenguer, Líber Falco, Emir Rodríguez Monegal, Carlos Real de Azúa, Mario Arregui, Carlos Maggi y María Inés Silva.
Mirar hacia Europa
“¿Hoy los jóvenes miran más hacia Estados Unidos, no?”, pregunta Ida Vitale. Y sigue: “En aquella época nosotros teníamos los ojos puestos en Europa”. Esta Ciudadana Ilustre de Montevideo, además de inglés, habla italiano y francés a la perfección. Y algo de alemán (su música preferida es la clásica de ese origen). También ha traducido del italiano y del francés la obra de autores como Simone de Beauvoir, Benjamin Péret, Gaston Bachelard, Jacques Lafaye, Luigi Pirandello y Jules Supervielle.
“Mirábamos mucho a Europa, no hacíamos mal. Lo del Uruguay nos parecía poco, pensábamos que era mejor haber nacido allá, que habíamos tenido mala suerte (se ríe). Y yo siempre decía: ‘Bueno, pero si estuviéramos en Europa habría alguna guerra’. No por nacer en América te perdés todo lo bueno de Europa”, señala.
Su descubrimiento de dos escritoras uruguayas de entresiglos como Delmira Agustini y María Eugenia Vaz Ferreira, así como de la chilena Gabriela Mistral, la inclinó a la poesía lírica y “esencialista”, un punto de vista filosófico según el cual, detrás de todo lo que es aparente y accidental está lo esencial y necesario.
También habla loas de Jorge Luis Borges y recuerda cuando lo conoció en Montevideo siendo una jovencita: “Él estaba con la nariz metida en el vidrio de una librería. Yo le comenté algo y él me respondió: ‘¿Y usted quién es?’ (imita el rostro adusto de Borges) Le dije que no era nadie, por lo que me reprochó: ‘Nunca diga eso’”.
“A los argentinos siempre les envidié tener a Borges y a María Elena Walsh, que era amiga mía”, destaca.
Otro de sus grandes referentes fue el español José Bergamín, su profesor en Montevideo, aunque también fue seducida por otros escritores europeos como Juan Ramón Jiménez y muchos -en épocas en las que había menos traducciones que ahora- que le llevaron a profundizar en el aprendizaje de otros idiomas.
“Los profesores eran más europeizantes que americanizantes. Recuerdo a una profesora de francés que era muy buena y que hizo que yo me sintiera mucho más cerca de la cultura de su país. En inglés teníamos una profesora que era ceceosa (vuelve a reír), aunque era buena gente también. Y tuvimos un solo año de italiano, porque en ese momento el programa era así. Pero en mi casa había muchos libros italianos y, por mi abuelo, que era italiano, se leía en ese idioma”, recuerda.
En 1950, Vitale se casó con el crítico literario Ángel Rama, con quien tuvo dos hijos, Amparo y Claudio, nacidos en 1951 y 1954 respectivamente.
El exilio
Romper la raíz, transitar el camino sin espejo retrovisor, sentir el vértigo, temer a la soledad. Este es el destino de quien sufre el exilio, del que es empujado al desamparo y al desconcierto. Así lo relata Vitale en este fragmento del poema Exilios, en el que nos habla de una realidad que le tocó vivir en carne propia:
Están aquí y allá: de paso,
en ningún lado.
Cada horizonte: donde un ascua atrae.
Podrían ir hacia cualquier fisura.
No hay brújula ni voces.
Con la dictadura, la poetisa se exilió en México en 1974, enamorándose de las costumbres y cultura de ese país.
Tras conocer a Octavio Paz, este la introdujo en el comité asesor de la revista Vuelta. Además participó en la fundación del periódico Uno Más Uno y continuó dedicada a la enseñanza, impartiendo un seminario en El Colegio de México. Amplió su obra cultivando el ensayo y la crítica literaria (que ejerció en El País, Marcha, Época, Jaque y varias revistas de Latinoamérica). También tradujo libros para el Fondo de Cultura Económica e integró jurados literarios.
“Yo no podría hablar de cultura uruguaya como de mexicana. Los mexicanos tienen una cultura que les viene de atrás, nunca hubo un corte. Es una cultura que evoluciona, muy rica. En nuestro caso caímos de la nada en algo que había que hacer”, reflexiona.
Vítale regresó a Uruguay en 1984 para ser testigo del retorno a la democracia. Dirigió la página cultural del semanario Jaque y permaneció solamente un par de años en el país, para luego volver a emigrar, esta vez a Estados Unidos.
En 1989 se instaló en Austin (Texas) junto a su segundo marido, el también poeta Enrique Fierro, manteniendo el contacto con Montevideo con esporádicos viajes. Permaneció 30 años en la tierra del Tío Sam, hasta que en 2016 enviudó y decidió regresar definitivamente a su terruño. “Estados Unidos era algo que no tenía mucho que ver con nosotros, nuestra cultura era la europea. Yo siempre sentí que Estados Unidos era un país por hacer, que no era lo mismo que Europa”, señala.
Una obra profusa y vigente
La producción de Ida Vitale está caracterizada por poemas cortos, una búsqueda del sentido de las palabras y un carácter metaliterario. Ha publicado más de una veintena de poemarios y catorce libros en prosa, entre ellos, La luz de esta memoria (1949), Palabra dada (1953), Cada uno en su noche (1960), Oidor andante (1972), Jardín de sílice (1980), Parvo reino (1984), Sueños de la constancia (1988), Procura de lo imposible (1998), El abc de Byobu (2005). Sus obras más recientes son Poesía reunida (2018), De plantas y animales: acercamientos literarios (2019), y su última publicación, Tiempo sin claves (2021).
La escritora dice que todavía lee (aunque poco) y que incluso corrige algunos textos, pero no siente la necesidad de estar revisitando su propia bibliografía. Admite que no sabe “qué se hace ahora” en Uruguay en el terreno literario y da un consejo a quienes escriben o tienen la intención de hacerlo: “Que lean y no se inhiban”.
“Uno tiene que leer cosas que no lo aplasten. Si te ponés a leer cosas que no entendés, te sentís perdido”, señala.
—¿Quién remplazó a Borges? -pregunta la poeta con su voz firme.
—Nadie -contesta su interlocutor, a quien invita a volver a visitarla, la próxima vez sin lapicera ni libreta de apuntes.
La prolífica carrera de Ida Vitale la ha llevado a recibir varios premios: Octavio Paz (2009), Alfonso Reyes (2014), Reina Sofía (2015), Internacional de Poesía Federico García Lorca (2016), Max Jacob (2017) y Cervantes (2018). Fue la quinta mujer condecorada con este último galardón que se entrega en España desde 1976, y la segunda figura de las letras uruguayas en obtenerlo, después de Juan Carlos Onetti en 1980. Sin embargo, la escritora considera que los premios “tienen poca importancia”, más allá de que admite que sirven “para que la gente te lea”.
Según informó a Domingo el director de la Biblioteca Nacional, Valentín Trujillo, la institución reeditará a fines de noviembre el primer libro de poesía de Ida Vitale, La luz de esta memoria. Lo hará en La Galatea, la imprenta de la que salió la edición original de 1949.