A las nueve de la mañana del 31 de diciembre de 1864, desde el mirador Bella Vista, comenzaron a disparar los brasileños con sus gruesos cañones. En minutos, la Plaza Constitución se convirtió en un infierno. El ataque fue permanente a lo largo de dos horas. Era evidente que la operación había sido estudiada y calculada. Uno de los primeros objetivos liquidado fue la Comandancia, el cuartel general de Leandro Gómez, que se desplomó como un mazo de cartas. Le siguió la torre norte de la Iglesia y la pared de ese sector, así como la mitad de la fachada principal. Sobre el final de la primera arremetida, los cañonazos alcanzaron también al Baluarte de la Ley, que durante meses se estuvo construyendo como una columna fundamental de una invasión que, entonces, parecía lejana. Dos horas más tarde el fuego de los cañones cesó, y comenzó un ataque en simultáneo por las cuatro líneas de trinchera…”*
Esto sucedía en Paysandú hace 160 años. El próximo jueves 2 de enero se cumplirá un nuevo aniversario del fin de la epopeya y del fusilamiento de Leandro Gómez. Los aniversarios nos recuerdan hechos heroicos como este, en el que mil patriotas enfrentaron, en una lucha sin parangón, a un enemigo diez veces más poderoso.
Defensa o sitio son los nombres con los que los sanduceros evocan lo ocurrido. En palabras del cónsul francés Martín Maillefer, Paysandú era entonces “una ciudad muy próspera, sin pobreza y con un venturoso futuro”. Luego de la masacre, supo bien ganarse el apodo de Heroica.
Lo que sucedió en Paysandú fue una epopeya, el término, según el Diccionario de la Real Academia Española, parece haber sido acuñado pensando en lo que allí aconteció: “Poema extenso que canta en estilo elevado las hazañas de un héroe o un hecho grandioso, y en el que suele intervenir lo sobrenatural o maravilloso”.
Acá, lo sobrenatural o maravilloso fue el coraje de sus defensores, liderados por Leandro Gómez. Mil patriotas, sin armamento adecuado, con escasez de alimento y agua, resistieron ante una fuerza invasora de 11.000 hombres, bien pertrechados y alimentados.
Venancio Flores lideraba 2.000 revolucionarios, apoyado por 8.000 soldados brasileños bajo Mena Barreto y Sousa Netto, además de las cañoneras de Pedro II, dirigidas por el almirante Tamandaré. El objetivo de Flores era derrocar al gobierno constitucional de Montevideo, liderado interinamente por Atanasio Aguirre. Los brasileños, por su parte, pactaron con Flores con la intención de reinstaurar la provincia Cisplatina y, posteriormente, avanzar hacia Paraguay (ver recuadro). La llamada Cruzada Libertadora de Flores contó con el apoyo del presidente argentino Bartolomé Mitre y el silencio cómplice de Justo José de Urquiza.
General Venancio Flores,
Comandante del Ejército Libertador.
A bordo del vapor Recife Santa Lucía, 20 de octubre de 1864. Le escribo para confirmar que he recibido la nota que Ud me ha enviado hoy, en la que me comunica que, como Jefe de la Revolución de la República Oriental del Uruguay, juzga que es necesario aunar su empeño al mío para alcanzar la solución a las dificultades internas de su país (...) Estas han sido suscitadas por el Gobierno de Montevideo al Gobierno Imperial, dado que la revolución que Ud preside reconoce la justicia de las reclamaciones del Gobierno Imperial, formuladas en las notas de la Misión especial, confiada al Sr. Consejero Saraiva y condenando los actos ofensivos al Imperio del Brasil, de parte del referido Gobierno.
Usted añade que su manifestación no tuvo eco en la posición adoptada por su país, en cuyo nombre contrae el compromiso para lograr el triunfo de la causa que representa, y dar digna reparación a nuestras reclamaciones que reconoce.
Su intención de hacer debida justicia habla de la nobleza de sus sentimientos y es la manera honrosa con que demuestra disposición para reparar estos males y ofensas.
Debo declararle que será una gran satisfacción cooperar con Ud. para el gran propósito de establecer la paz en la República y reatar las relaciones con el Imperio, rotas por la imprudencia de aquel Gobierno, tan antipático como injusto en todos sus actos. Para que esta cooperación se haga realidad, la División del Ejército Imperial penetrará en el Estado Oriental como lo conocemos. La Escuadra de mi Comando se apoderará de Salto y Paysandú, en represalia. Inmediatamente subordinará a estas poblaciones a su jurisdicción, en base al compromiso de reparación que ha contraído, entregando a las Autoridades que Ud. designe para hacerse cargo y tan solo conservará la fuerza para que no caigan nuevamente en el Poder de Montevideo.
No dudaré en dar apoyo a las fuerzas que dependen de Ud. (...) Creo que Ud apreciará cuán eficaz es el respaldo que le garantizo bajo mi responsabilidad. El mismo se traducirá inmediatamente en hechos, y reconocerá en ellos una prueba más de simpatía del Brasil por la República Oriental, cuyos males terminarían en concomitancia a la constitución de un Gobierno que la mayoría de la nación desea y que solo encontrará oposición en un reducido número de ciudadanos.
Que Dios lo proteja.
Almirante Joaquín Marques Lisboa Barón de Tamandaré Comandante en jefe de la Marina Imperial
Aguardando refuerzos de Montevideo que nunca llegaron, Leandro Gómez y sus hombres se enfrentaron a los invasores. Diplomáticos europeos mediaron una tregua para evacuar a mujeres, niños y ancianos, quienes fueron trasladados a la Isla de la Caridad, a un kilómetro y medio del puerto. Desde allí, como en la platea de un teatro trágico, contemplaban cómo sus casas eran derribadas e incendiadas. El ataque final comenzó el 31 de diciembre. En dos días, Paysandú quedó reducida a escombros y convertida en un cementerio a cielo abierto.
(…) Leandro Gómez supo siempre que iba camino al cadalso. Y no le importaba tanto su propia muerte, como la de los centenares de soldados que habían caído y seguían cayendo bajo las balas y las bombas de la traición. Como el primer día, aquel amanecer del 2 de enero, seguía pensando que en la defensa de Paysandú se había luchado por la independencia y la libertad del país. Aunque a la vista estaba la derrota. Su derrota. Para entonces, la bandera del Imperio de Brasil flameaba en la cúpula maltrecha de la Iglesia…
(…) Le ordenaron que se parara contra la pared. El sol del mediodía le quemaba la cara. Se escuchó la voz del Goyo Jeta que, fusil en mano, irrumpió en el patio, y gritó: “¡A este hijo de mil putas me lo cargo yo!” Leandro Gómez lo miró con la templanza de quien sabe que va a morir por una causa justa. Pensó en sus hijos: Leandro, Faustina, César y Luz Elena, y la historia que les contarían cuando fueran adultos y preguntaran por su padre.
“Adiós, mis hijos queridos”, se le escuchó decir.
“Conque cuando sucumba”, exclamó su verdugo y le disparó tres veces en el pecho.*
Venancio Flores ingresó a Paysandú alrededor de las cinco de la tarde. Las aves de rapiña sobrevolaban las calles, cubiertas de cadáveres. Un par de días después, acompañado por el ejército brasileño, marchó hacia Montevideo. Tamandaré, con sus cañoneras, se sumó al avance, bloqueando el puerto y apuntando sus armas hacia la ciudad. Días más tarde, el pacto se cumplía. Flores entraba triunfante a la capital gritando: “¡Viva la patria! ¡Viva el pueblo oriental! ¡Viva la unión sincera de los orientales! ¡Viva el noble pueblo brasileño! ¡Viva el emperador de Brasil!”
Sin embargo, las aspiraciones de Tamandaré y Mena Barreto de convertir nuevamente a Uruguay en la provincia Cisplatina fracasaron. La presencia en Montevideo del diplomático brasileño José María da Silva Paranhos, máximo representante de Pedro II en el Río de la Plata, fue clave para desactivar ese objetivo.
* Textos tomados de El precio de una traición, del autor de la nota.