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Il Porcellino lo ha visto todo. Su nombre en italiano (cuya traducción sería lechón o cochinillo) es irónico, pues se trata de un jabalí adulto y salvaje. La escultura original está en Florencia y se remonta al siglo XVII. La copia del Hipódromo de Maroñas (foto superior) está allí desde hace muchas décadas, incólume, a la vera de la pista, donde ha sido testigo silencioso de la gloria, caída y renacer del “Circo de Ituzaingó”.
El 29 de junio del 2003 no fue un día más para el barrio Maroñas ni mucho menos para el mundo de la hípica nacional. Ese día, luego de cinco años de cerrado (y de haber sido completamente abandonado y saqueado -Il Porcellino se salvó de milagro-), el Hipódromo Nacional de Maroñas reabrió sus puertas para volver a convertirse en el corazón del turf nacional. Y a latir para darle una inyección de vida a un barrio que se había transformado en una de las zonas más pauperizadas de Montevideo.
El entonces presidente Jorge Batlle estuvo al frente de la inauguración, en la que participaron más de 10.000 personas. El acto oficial se caracterizó por una marcada sobriedad. Y alcanzó su punto más emotivo cuando la banda militar que había sido convocada comenzó a entonar el tango que Carlos Gardel hiciera famoso: Por una cabeza, el cual fue coreado por buena parte del público.
Este resurgir de Maroñas fue posible gracias a una concesión del Estado a la empresa HRU S.A., que se formó en 2002 por un acuerdo de dos grandes compañías, la Sociedad Latinoamericana de Inversiones (Grupo SLI) y Codere S.A., líder iberoamericano en la industria del entretenimiento, con actividad en ocho países de Europa y América. Esta última firma dirige hoy cuatro hipódromos y mantiene una fuerte presencia en el mundo de las apuestas y el juego: gestiona más de 53.000 máquinas, 180 salas y 1.800 puntos de apuestas deportivas en varios países. HRU lleva invertidos en Uruguay más de US$ 100 millones y emplea a más de 1.000 personas
El año de la reinauguración, por un acuerdo con la Dirección General de Casinos, la empresa abrió las primeras tres salas de juego (imprescindibles para el mantenimiento del negocio en los tiempos que corren) en Montevideo Shopping, en 18 de Julio y Yaguarón (en el histórico edificio de El Día) y Géant. La concesión contempla también la explotación de servicios de gastronomía y agencia hípica, así como de otras dos salas de juego en Las Piedras y Pando.
Hoy, la actividad da trabajo de forma directa o indirecta a aproximadamente 45.000 personas. “Nosotros corremos en el entorno de 1.000 carreras por año, con un promedio de 10 caballos en cada una de ellas. Atrás de cada purasangre hay siete personas: un propietario, un jockey, un entrenador, un veterinario, un capataz, un peón y un sereno. Todas cobran al jueves siguiente de la carrera en Redpagos presentado su cédula de identidad, no dependen de nadie para cobrar”, comenta a Domingo Horacio Ramos, gerente del Hipódromo de Maroñas.
Apuestas online y presenciales
Con motivo de los 20 años de la reapertura de Maroñas, se inauguró en el edificio sede una muestra de imágenes (entre las que hay algunas pertenecientes al archivo de El País) que cuenta con la curaduría del fotógrafo Armando Sartorotti. En ella puede verse tanto el paupérrimo estado de abandono en el que llegó a quedar el hipódromo así como su época de mayor fulgor, aquellos años en los que damas y caballeros concurrían con sus mejores galas a ver las carreras a través de prismáticos y pavonearse socialmente.
Hoy, sin contar el Gran Premio José Pedro Ramírez que se corre el día de Reyes y sigue atrayendo a multitudes de fanáticos y curiosos, unas 1.000 personas concurren los domingos a Maroñas y unas 600 los sábados, los dos días tradicionales de carreras. Con el fútbol como gran competidor, hasta los más burreros optan por quedarse los fines de semana en sus casas, hacer apuestas online y seguir las “reuniones” por la transmisión que, con notable nitidez, llega vía streaming a todo el mundo.
“Hoy tenemos servicio de televisión, cómputos, apuestas, atención al cliente, gastronomía, la operativa general de carreras y veterinaria. Somos unas 283 personas las que trabajamos los días de las reuniones. Durante la semana somos menos, porque hay muchos jornaleros”, apunta Ramos.
Maroñas cuenta con más de 25 agencias de simulcasting de carreras en todo el país. Y sus espectáculos pueden captar apuestas desde los rincones más recónditos del mundo. Si para muestra basta un botón, una anécdota pinta de cuerpo entero el fenómeno: hace algunos años, una persona tuvo un problema con un caballo en las gateras. Nadie lo vio en Uruguay, pero la empresa recibió una queja de una protectora de animales que se encuentra en Australia.
“Hay una cantidad de gente que trabaja en puestos fijos acá en Maroñas y después tenemos un call center con unas 25 personas. El circuito nacional puede verse por todos los cables del país. A nivel sudamericano estamos yendo por ahora a México, Panamá y Brasil. Después tenemos Estados Unidos, donde hay una distribución local. Y llegamos a Europa. Lo hacemos por distintas vías, en la mayoría de los casos por streaming. Para Estados Unidos, por ejemplo, salimos en directo por el satélite que tenemos. La distribución por distintos canales, como las apuestas que hace la empresa internacional SIS, repercute en la mayoría de Europa, Turquía y Australia”, comenta Ramos. El volumen de apuestas que llega desde el exterior tiene una incidencia en el negocio de entre 10% y 12%.
“Nuestro Totalizador (pantalla electrónica en el campo que refleja las apuestas del día) es de unos $ 500.000. El 28% es para nosotros y el resto se devuelve a los apostadores”, explica el gerente de Maroñas en una entrevista realizada junto a la pista. De ese 28% de retención, dos terceras partes son para la empresa y una tercera parte para el Premio Hípico, que es lo que se distribuye entre los competidores. Estos últimos se reparten la “bolsa” de la siguiente manera: 60% para el primero, 21% para el segundo, 13% para el tercero y 6% para el cuarto. Dentro de la carrera, el 70% del premio es para el propietario, 10% para el jockey, 10% para el entrenador y el restante 10% para el veterinario, capataz y peones. El Premio Hípico es complementado por la Dirección Nacional de Casinos, que vuelca una parte de lo recaudado por el juego.
Amor por los caballos y las carreras
Todas estas personas, desde el propietario al peón, comparten la pasión por una actividad que existe desde que se domesticó al caballo hace cinco o seis mil años. Dentro de Maroñas hay incontables historias de vida que refrendan este amor por la profesión y los animales.
Mario Hampstead González es el jockey más alto del país (1.74, una enormidad en un mundo que parece liliputiense) y lleva la yerra de la hípica desde su nacimiento. Su segundo nombre es el de un caballo triple coronado (ganador de las tres carreras más importantes que hay en cada generación: Polla, Jockey Club y Gran Premio Nacional), que corría cuando él nació en 1979. Y su primer nombre el del jinete que lo montaba.
“Es por una promesa de mi padre, quien también fue jockey durante 25 años. Yo iba a ser operador Windows, pero a mi viejo le dio un infarto estando en Argentina y me quedé con mi hermano a cargo, que tenía seis años (hoy es entrenador). Cuando tenía 12 años se me dio vuelta la vida. Quedamos sin nada y salí a buscar trabajo. Así fue que empecé con los caballos. Hace 25 años que corro”, comenta Mario Hampstead a Domingo.
Como jinete profesional debe seguir una estricta dieta con una nutricionista, lo cual le permite mantenerse en el peso correcto. Come cuatro veces al día y pesa 53,5 kilos. ¿El secreto? Entrena de lunes a lunes (de 6:30 a 11:30) y adicionalmente sale a correr tres veces a la semana. “Estoy más liviano que cuando empecé. Como banana, churrasco, pollo, mucha ensalada de fruta”, anota.
Su profesión le ha permitido comprar una casa y mantener a su familia. También es de los pocos que ha ganado en Uruguay cinco Grupos 1, una competencia que se hace tres veces al año y que deja mejores dividendos. “Los purasangres son los que te hacen bueno. El 95% es el caballo, el 3% el entrenador y el 2% el jockey”, responde con humildad.
Mario tiene dos mellizas de 18 años y un hijo de 3, pero no le gustaría que siguieran sus pasos. “Esto es muy peligroso. Yo perdí el bazo hace 20 años en una caída fea. Y tengo las dos muñecas quebradas, hace cuatro años me tuvieron que poner clavos y tornillos”, señala.
Otra persona que lleva la hípica en su ADN es Daniel Pintos (50), uno de los peones de Maroñas. Su padre fue militar y campeón ecuestre. “Desde los 17 años trabajo con los caballos. Estuve en Argentina también junto a varios cuidadores”, comenta a Domingo.
Daniel dice que el trabajo es muy sacrificado. Y que para hacerlo es fundamental querer a los animales. “Hay que estar todos los días, llueva o haga frío. Y te tiene que gustar, no es solamente lo económico. Mis hermanos también están en esto”.
Gran hermano equino
Luego de anotarse el lunes previo a la carrera, los caballos deben llegar a Maroñas (o estar prontos porque muchos habitan en las villas hípicas dentro del hipódromo) una hora antes de la competencia y pasar por el servicio veterinario, que se encarga de confirmar su identidad. Después de este paso se pesa el animal, lo cual arroja un dato muy importante para la apuesta y los que se dedican a ver el desempeño de un purasangre en la pista. Si tiene mucho peso es porque quizás le falta entrenamiento.
Cada caballo está chipeado. De todos modos, Maroñas (vía Stud Book, el “Registro Civil” equino) tiene reseñas propias para darle mayores garantías a las carreras. Hay quienes recuerdan antiguas anécdotas, principalmente en el interior: cuando no existían estos registros y dispositivos electrónicos, se fraguaban las identidades de los caballos, incluso pintándoles manchas en el cuerpo para hacerlos parecer a otros, que llegaban a borrarse con la caída de una lluvia.
El entrenador es el encargado de llevar el equipo con el que el caballo va a correr. El peso final es el que tiene que cumplir el jockey más la montura. Se excluye la fusta y el casco. El jinete -que pasa por un control médico previo- es pesado con y sin equipo, antes y después de la carrera. Esto se hace para saber si en algún momento se despojó de peso (como el que acostumbra a ponerse en la montura) antes de ingresar a la pista. “Desde que el caballo entra al servicio veterinario hasta que termina de correr está controlado por cámaras. Siempre hay una cámara que lo está siguiendo. Y en todas las carreras se le hace examen antidoping al primero y al segundo”, explica Ramos.
El VAR antes del VAR
Una de las partes más interesantes de la modernidad en las carreras es el Comisariato, una suerte de VAR que controla las corridas palmo a palmo gracias a potentes cámaras que se encuentran dispuestas estratégicamente a lo largo del circuito. Entre otras cosas, el Comisariato permite fiscalizar y sancionar el maltrato animal, algo que se ha impuesto en los últimos años a nivel mundial.
En este sentido, no está permitido que los jinetes den más de ocho fustazos al caballo, ni tres seguidos. Tampoco se lo puede atizar cuando no hay posibilidad de colarse entre los primeros puestos. Cada movimiento de fusta, en cada caballo, es controlado desde esta sala ubicada en las alturas de uno de los edificios de Maroñas. Y el exceso es castigado con multas y suspensiones.
“Somos la autoridad máxima el día de la carreras”, dice a Domingo Pablo Máspoli, presidente del Comisariato del Hipódromo de Maroñas y de Las Piedras. Y agrega mientras señala los monitores con su dedo índice: “Esto que estamos viendo acá son las distintas tomas de siete cámaras. Son imágenes de frente, de costado y de atrás”. La nitidez de la transmisión es sorprendente y hace muchos años -en un episodio que no todos recuerdan- permitió captar a un jockey que le dio un fustazo en el rostro a otro. Un hecho totalmente excepcional.
“Lo que vemos son posibles irregularidades en el transcurso de la carrera, como por ejemplo molestias de un caballo a otro o de los propios jinetes. Esto a veces lo declaran los propios jockeys. Luego de la carrera, el Comisariato oficializa el resultado, lo cual habilita a que los apostadores puedan cobrar. De todos modos, es muy difícil que se llegue a anular una carrera. Se puede ‘distanciar’ (colocar un puesto más atrás) a un caballo, pero no siempre una molestia determina eso”, aclara Máspoli.
Veinte años es mucho
Por Héctor "Puchi" García
Veinte años no son nada, viejo refrán usado de acuerdo al tiempo que uno quiera. Para el turf 20 años han sido mucho, ya que vinieron luego de siete años de sufrimiento para la actividad. La fecha del 29 de junio de 2003 quedó grabada en los burreros que peinan canas, que vieron los Ramírez de los 90, el primer Latino, la última Triple Corona y cómo en esa tarde volvía a latir un barrio. En estos 20 años hemos tenido dos triple coronados, tres Latinos organizados, la inauguración de la pista de césped, las nuevas villas hípicas. Incluimos el nacimiento del Sistema Integrado Nacional de Turf y el regreso de Las Piedras a manos privadas que marca, entre otros hitos, las dos décadas del nuevo Maroñas. También está el regreso al concierto mundial, ubicando a Maroñas en el Tomo II de la IFHA (la FIFA del turf), con clásicos como el Ramírez que marcan a nuestro turf como ejemplo de Sudamérica, donde comanda en relación premio hípico-pensión.
Cada vez que se habla de la hípica de la región, Maroñas es ejemplo claro de transparencia en cuanto a envíos de muestras a laboratorios certificados por la IFHA, con un Servicio Veterinario que cada año es galardonado con certificados ISO 9000. Los haras nuestros trabajan sin cesar en mejora genética, los propietarios invierten para que la cadena productiva camine y permita que más de 50.000 personas puedan vivir directa o indirectamente del turf. Un turf que tiene apoyo estatal sin importar el color del gobierno, con una Dirección de Casinos que no solo lo promueve, sino que lo apoya los 365 días del año. Maroñas vive y hace latir al viejo y querido barrio de Ituzaingó.
Carreras y fútbol: dos legados de los ingleses
El primer hipódromo construido en la zona donde hoy se ubica Maroñas fue levantado en 1874 por la comunidad inglesa. Los mismos que propagaron el fútbol por el mundo fueron quienes hicieron de las carreras de caballos un fenómeno global. Aquel hipódromo primigenio se denominó Pueblo Ituzaingó, aunque era conocido como “Circo de Maroñas”, porque esos terrenos pertenecieron a un acaudalado pulpero de nombre Juan Maroñas.
La pista original tenía una extensión de 1.750 metros y, en sus primeros años, la organización de las carreras corría por parte de comisiones de propietarios y aficionados, hasta que el 14 de agosto de 1877 el gobierno nacional dictó el primer Reglamento de Carreras.
El primer palco de socios, hecho de tablones y chapa, se llevó desde el paraje denominado Azotea de Lima, en la zona de Piedras Blancas, donde se corrieron las primeras carreras, pero el mismo fue sustituido en 1888 por una tribuna más amplia, realizada por el constructor italiano Ángel Battaglia.
La primera renovación del hipódromo vino de la mano de José Pedro Ramírez, quien asumió la presidencia de la Comisión de Organización de las Carreras Nacionales un año antes y se convirtió en uno de los propietarios del hipódromo junto a Gonzalo Ramírez y Juan y Alejandro Victorica. Al año siguiente se fundó el Jockey Club de Montevideo, ocupando Ramírez la vicepresidencia.
Sin dudas un capítulo aparte en la larga historia hípica del país lo marcó el Jockey Club, sede social de los carreristas que estuvo hasta sus últimos días en 18 de Julio entre Andes y Convención. Desde su inauguración en la década de 1920 hasta los años 70, este palacete sirvió como espacio de reunión para la aristocracia “burrera”. Era un lugar de acceso restringido, donde los aspirantes a socios debían llegar recomendados y pasar por un proceso de selección que aprobaba la Junta Directiva.
Contaba con gimnasio, peluquería, sala de juegos, cancha de paleta y restaurantes, entre otros. Pero con el declive de la actividad hípica, el local cerró y terminó siendo rematado. En 2016 se anunció que el grupo Pestana de Portugal había comprado el inmueble para abrir allí su primer hotel cinco estrellas en Uruguay. Pero desde entonces el majestuoso edificio Art Decó, declarado Monumento Histórico Nacional, permanece cerrado.
Tras la quiebra del Jockey Club, el Hipódromo de Maroñas cerró el 14 de diciembre de 1997. Permaneció abandonado por más de cinco años, en los cuales literalmente fue saqueado. Se robaron canillas, puertas, ventanas y todo lo que pudiera tener valor. Luego pasó a manos del Estado y más adelante fue adjudicado a la empresa Hípica Rioplatense. La reinauguración, hace 20 años, intentó recuperar la elegancia al extremo: muchos recuerdan que al comienzo no se permitía concurrir al palco de championes o ropa deportiva.
Al igual que el edificio del Jockey Club sobre 18 de Julio, el Hipódromo Nacional de Maroñas es Monumento Histórico Nacional. Tras dos décadas de concesión, hoy se vanagloria de que en sus pistas corran los purasangre más importantes de la región, en contiendas de categoría internacional. Y porque sus carreras llegan a los rincones más recónditos del mundo, desde donde también es posible apostar.
Maroñas cuenta con una pista principal de 2.065 metros por 24 metros de ancho y una auxiliar de 2.000 metros. Su capacidad es de 2.426 personas sentadas y de aproximadamente 5.500 de pie. Posee un estacionamiento con capacidad para 697 automóviles.
En el predio funcionan también un Caif y una policlínica de ASSE. Además, hay una Escuela de Jockeys y Vareadores en el hipódromo de Las Piedras, de la que han egresado 69 personas entre 2014 y 2022.