¿A qué misterioso personaje pertenece la tumba más visitada del cementerio judío?

Nadie conoce su nombre real, pero tiene miles de seguidores en el mundo. Cientos visitan cada año su sepulcro en el Cementerio Israelita de La Paz

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Tumba de monsieur Shoshani.
Tumba de monsieur Shoshani.

Desde que la Kehila (Comunidad Israelita del Uruguay) fundó el Cementerio Judío de La Paz, hace poco más de un siglo, nunca una tumba ha sido tan visitada como la de monsieur Shoshani (1895-1968). La dimensión filosófica de este personaje tan enigmático (de quien no se conoce su verdadero nombre ni el sitio en el que nació) es enorme. Todos los años llegan cientos de personas a colocar pequeñas piedras sobre la lápida del maestro cabalista y talmudista (experto en la Cábala, una corriente de interpretación mística y alegórica del Antiguo Testamento y en el Talmud, libro sagrado del judaísmo).

Shoshani manejaba siete idiomas. También era matemático y practicaba el esoterismo. Fue maestro del escritor y Premio Nobel de la Paz Elie Wiesel y del filósofo lituano Emmanuel Levinas. Quienes lo conocieron han dicho que se veía como un indigente. No obstante, no faltan los que aseguran que fue un hombre rico, y que utilizaba su dinero para ayudar a gente pobre y estudiantes de yeshivá (centro de estudios de la Torá y el Talmud).

El Premio Nobel recordó en su libro Leyendas de nuestro tiempo el primer encuentro que tuvo con Shoshani, describiéndolo como “descuidado, mal aseado y feo”, parecido a “un vagabundo”.

Wiesel, quien fue víctima del Holocausto o Shoá, lo conoció en la postguerra, en 1947, en un tren que atravesaba la campiña francesa.

Shoshani (o Chouchani) procuró que nada de él perdurara en el tiempo (no hablaba de impartir enseñanzas sino de motivar y marcar rumbos), entre otras cosas evitando dejar publicaciones, aunque hace pocos años fueron hallados unos cuadernos suyos con intrincados apuntes (se encuentran en la Biblioteca Nacional de Israel y se puede acceder a ellos a través de Internet).

Evidentemente no logró su propósito, pues su legado sigue movilizando y no parece tener fecha de caducidad.

En su lápida del extendido cementerio canario (donde no se pueden construir nichos en altura porque los cuerpos deben reposar en la tierra), se lee el siguiente epitafio redactado por el mismísimo Premio Nobel de la Paz quien, además, pagó la tumba: “Rabino y sabio Shoshani de bendita memoria, su nacimiento y su vida están sellados en un enigma”. Más allá de esta dedicatoria, Shoshani no fue rabino, aunque así sea reconocido por muchos.

El psicólogo clínico, psicoanalista y docente Jorge Schneidermann es una de las personas que más conoce sobre la vida y obra de Shoshani. “Fue un individuo que estaba sometido a un apartamiento de los placeres mundanos, que era fácil de ser confundido con un indigente y que se entremezclaba en todos los ámbitos de la sociedad, que no tenía ningún problema con meterse en cualquier calle para charlar con la gente. Era un sujeto también sumamente apartado de los rigores de la ortodoxia judía, que daba cumplimiento a la preceptiva mosaica pero que evidentemente estaba muy imbuido de la filosofía socrática”, explica Schneidermann a Revista Domingo.

Y agrega: “Fue alguien que estudió las diferentes expresiones de la cultura universal pero que había recalado muchísimo en la mayéutica. Tenía alumnos aquí y también en Buenos Aires. Daba seminarios y no permitía que tomaran apuntes. Decía que él simplemente incentivaba la búsqueda interior y que de esa manera cada uno iba a poder encontrar el camino de su propia verdad”.

Shoshani en dos de las pocas fotos que se conocen de su vida.

Una mente brillante

Según ha escrito Martín Kalenberg en el portal judío TuMeser, los alumnos de Shoshani decían que tenía una memoria fotográfica. Recordaba pasajes del Talmud y de la Biblia hebrea al pie de la letra. Y no solo los sabía, sino que también podía interpretarlos con un don magistral, citando a los exégetas clásicos e introduciendo innovaciones propias.

“El Premio Nobel de la Paz lo comparó a Kafka y al maestro jasídico Rabi Najman de Breslav, quienes quisieron que sus obras se quemaran luego de fallecer. Shoshani también procuró que nada de él perdure en el tiempo”, dice Kalenberg. Y añade sobre otro discípulo famoso: “Levinas, el principal filósofo judío del siglo XX, expresó que Shoshani fue su inspiración y guía para el estudio del Talmud y para la concreción de sus obras académicas vinculadas a lecturas talmúdicas”.

Sobre las capacidades intelectuales del hombre que ocupa la tumba más enigmática del cementerio judío, agrega Schneidermann: “También era un experto en el Corán, se lo sabía de memoria. Hay ciertas teorías de que pudo haber padecido alguna de esas patologías que implican tener una capacidad de memoria prodigiosa. Tenía una memoria cósmica, para decirlo de alguna manera”.

Según el psicólogo y docente, Shoshani se manejaba tanto dentro del plano esotérico como del exotérico. “Si bien era reacio a incorporar los hábitos mundanos, era un individuo que conocía al dedillo la idiosincrasia de cada país donde vivió. Hablaba perfectamente idish, hebreo, arameo, árabe, inglés, alemán y castellano”.

La entrada de Wikipedia en francés sobre este misterioso personaje se titula Monsieur Chouchani (“Señor Shoshani”), denominación de otra época -como dice Kalenberg- en la cual para demostrar erudición no era necesario erigirse en licenciado, magíster o doctor.

Shoshani en su juventud.
Shoshani en su juventud.

Venir a morir en Uruguay

En 2017 la figura de Shoshani fue abordada por el periodista Marcelo Gallardo en una nota para El País, a propósito de la historia de vida de un anticuario francés llamado Georges Jancou, quien decidió venir a morir a Uruguay para ser sepultado junto a su maestro.

Cuando Jancou y su esposa Jenny Tapinka visitaron en 1998 una librería del barrio Montmarte de París, el anticuario se sintió fuertemente conmovido al toparse con el libro Monsieur Shoshani. El enigma de un maestro del siglo XX, del escritor francés Salomón Malka. La tapa exhibía tres fotos del protagonista, todas de la misma época. Y Jancou conocía ese rostro.

“Mi esposo quedó como petrificado cuando vio el libro”, contó Jenny Tapinka a El País en su residencia de Maldonado. El libro llevaba un prólogo de Elie Wiesel.

A partir de ese día, la vida del anticuario cambió para siempre. Como Malkas, como el Premio Nobel, también Georges Jancou se sintió atraído por la enigmática personalidad del señor Shoshani, quien había vivido en el segundo piso de un pequeño edificio de Montevideo ubicado en la calle Maldonado al 1093.

Cincuenta años atrás, en 1947, Jancou había mantenido una breve pero significativa relación con el protagonista del libro. El anticuario tenía 13 años cuando recibió de Shoshani la enseñanza que todo judío debe tener antes de celebrar el Bar Mitzvá, la ceremonia de la madurez religiosa. Jancou aseguró que luego de ese encuentro jamás volvió a ver a su maestro.

A lo largo de los años lo buscó por todos lados. Solo escuchó rumores de él; algunos lo ubicaban en Israel, otros en Estados Unidos. Hasta que el libro le dio la pista para hallarlo: Shoshani había fallecido el 26 de enero de 1968 y estaba enterrado en un lugar desconocido para Jancou. Era una ciudad extraña de un país lejano: sus restos reposaban en el cementerio israelita de La Paz, en el departamento de Canelones, Uruguay.

¿Por qué concurre la gente a su tumba? Así lo interpreta Schneidermann: “Hay muchas personas que valoran la figura de Shoshani porque entendían que era un gran polo energético. No desde una perspectiva paranormal, sino porque era una persona que irradiaba sabiduría y que se constituyó en referente de la transmisión del legado ancestral. No es tanto que la gente le va a pedir milagros, sino que se entiende que allí se puede encontrar recogimiento y una ascensión hacia los planos más elevados de la espiritualidad”.

Una vida de película

Desde hace varios años el cineasta franco-israelí Michael Grynszpan se encuentra elaborando un documental sobre Shoshani, que incluye una visita que realizó a Montevideo en ocasión de cumplirse, hace cuatro años, el 50° aniversario del fallecimiento, ocurrido en Durazno el 26 de enero de 1968. En ese momento se hizo en el cementerio judío, bajo una pertinaz lluvia, una ceremonia de homenaje. Grynszpan realizó un pormenorizado rastreo que le posibilitó entrevistar a allegados y exalumnos del maestro en Israel, Francia y Estados Unidos.

Diego Moraes, autor del libro Maestros del esoterismo del Río de la Plata, dijo a El País en 2018 que Shoshani fue uno de los representantes más importantes del esoterismo en esta zona del continente

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