EL PERSONAJE
Hace 22 años que se viste de rojo para sentarse bajo un árbol decorado en un shopping, filmar comerciales o aparecer en la Navidad de hogares montevideanos.
Detrás de la reja semiabierta hay un portón repleto de chirimbolos de colores. Una señora de pelo castaño largo recogido en una cola abre la puerta del costado y después del saludo advierte que la decoración la hicieron a las corridas, un día antes de la entrevista. En la casa de ese Papá Noel diciembre es tan ajetreado que el 8, el Día de la Virgen, el día del arbolito, pasa en un suspiro. El árbol es discreto y pequeño: unas ramas rústicas envueltas en guirnaldas plateadas. Por lo demás, la Navidad está en todos los rincones del living comedor: en el hueco de un aparador que va de pared a pared y del piso al techo, el pesebre centellea con las lucecitas cálidas en medio de un ambiente oscuro, hay gorritos rojos en los adornos, más chirimbolos en la mesa ratona y, así, hay Navidad.
“Ya viene Papá Noel”, bromea la señora —es Andrea, la esposa—. Aún con la remera gris que viste y el andar tan uruguayo, despacio y cansado, Alejandro Bellocq es Papá Noel: el pelo y la barba blancos y tupidos, los ojos claros detrás de unos lentes de armazón finita. “El pelo y la barba me los decoloro”. Casi al final de la entrevista contará su secreto profesional y señalará con un dedo las raíces del bigote mientras ríe. “Acá ya se ve el crecimiento. Pero es rubio con canas”. Aún así, confiesa, varias veces en el año algún niño —y los adultos no se quedan atrás— lo cruza en la calle y lo señala como reconociendo en ese señor a Papá Noel. Veintidós años después de haber empezado a trabajar como uno de los protagonistas de la Navidad se hace difícil escaparle del todo al personaje.
—Tiene tres hijos entre 22 y 29 años que alguna vez, de niños, le deben haber preguntado por Papá Noel. ¿Qué les decía?
—Que tenía mucho trabajo y que yo como era muy parecido lo ayudaba leyendo las cartas y repartiendo los regalos.
Todo empezó en los años 90. Alejandro trabajaba en un hogar de niños del INAME (hoy INAU, todavía es funcionario de la institución) y en un festejo para juntar fondos se vistió con el pantalón rojo, chaquetón rojo, gorro rojo, bordes y pelo y barba blancos. Un tiempo después, a la salida de la parroquia empezó a conversar con una señora que tenía una agencia de modelos. “Y enganché”, dice. Se anotó y empezó a trabajar para un montón de papeles, Papá Noel incluido.
Ahora lleva dos décadas bajo el árbol de Portones Shopping, ha filmado 117 comerciales, participó en videoclips, comedias, películas y series (Mal día para pescar o Tierra Rebelde, por ejemplo). “He hecho de todo un poco”. Siempre, resalta, como un complemento para sus trabajos principales hacía —además de INAU, hasta hace un par de años trabajaba en electrónica—, “changas con las que pude pagar el colegio de los nenes y cosas así”.
Diciembre es su zafra. Del 1º al 24 no para. Hasta el 23 se toma fotos y recibe las cartas de los niños y las niñas —“Las leo todas y después las quemo”, dice—, y en Nochebuena sale a repartir regalos por casas de familias. Sin la chimenea ni los renos ni el trineo, pero nadie puede negar que cumple su rol de Santa Claus al pie de la letra.
—¿Le gusta lo que hace?
—Ahora estoy más cansado, pero me gusta. Cuando tengo que rodar comerciales, por ejemplo, lo tomo como un día para hacer cosas distintas.
—Y las labores de Papá Noel, ¿las disfruta?
—El rol de Papá Noel es actualmente algo totalmente distinto a lo que era en un principio. Antes era un tema económico, una changuita, pero a medida que pasa el tiempo y uno va experimentando cosas fuertes, uno va cambiando. Ser Papá Noel lo siento como hacer servicio al prójimo. Y hay que recordar que la Navidad es la celebración del nacimiento de Jesús.
De las navidades de su infancia recuerda un árbol “altísimo” que ya venía con luces pequeñas de colores instaladas y que quedaba bien bajo la claraboya de la casa de Parque Rodó en la que vivía. Nació en el 61 y por aquel entonces no existía el regalo de Papá Noel, solo el de los Reyes Magos el 6 de enero. Pero era, para él y sus cuatro hermanos —todos varones—, pura diversión. “Éramos gente humilde, el único ingreso en el hogar era el de mi padre, pero festejábamos en el patio de la casa. La alegría era armar el arbolito. Después juntábamos vintencito por vintencito para comprar traques y alguna bengalita. Si tenías una cañita voladora eras Dios. El 6 de enero sí, salías corriendo a la calle gritando: vinieron los Reyes, los Reyes”.
—¿Cómo celebra ahora? ¿Logra disfrutar?
— La vivo poco. Pero sea como sea, antes de las 12 estoy en casa, tiramos fuegos y después nos sentamos en la mesa a comer con la familia.
El mensaje
El catolicismo de Alejandro no es ningún secreto. Una Virgen en porcelana blanca en el centro de la mesa en la que se da la entrevista, un tapiz de lo que parece ser el Ángel Gabriel mirando al niño Jesús y, más atrás, una especie de póster de otra imagen de la Virgen. Pero, por las dudas, Alejandro remarca su fe en las palabras: “Yo soy muy católico. Y soy muy devoto de la Virgen. Sobre todo de la Virgen de los Treinta y Tres. Trabajando de Papá Noel he visto milagros de esa Virgen. Hubo un matrimonio joven que vino unas navidades pasadas. Me contaron que estaban con problemas de vivienda, les dije que rezaran a esa Virgen, que confiaran en ella. Se solucionó. Este año vinieron a contarme que están buscando tener un hijo, pero les está costando. Los encomendé a la Virgen, de nuevo”.
“También me quedó marcada la historia de una muchacha que se notaba que estaba mal. Iba con su hijito y yo siempre le daba golosinas a él. Un día me dijo que no le diera más, que el niño estaba con leucemia. Le dije que le rezara a la Virgen”, cuenta Alejandro. Entre un montón de cosas que pasaron, encontraron una médula para trasplantarlo. “Cuando le hicieron los estudios al niño previo al trasplante, el médico se dio cuenta de que no, de que el niño no tenía nada. Solo un poco bajos los glóbulos blancos. La muchacha vino con el niño, el abuelo, una sonrisa en la cara y me pidieron una foto con Papá Noel. Esa foto la tengo pegada en la agenda hasta el día de hoy”, dice y añade, antes de contar que ha tenido varios problemas graves de salud: “Yo mismo soy otro agradecido a la Virgen”.
Alejandro cree que para ser Papá Noel hay que estar abierto a escuchar a los demás y, aunque de afuera parezca que todo es “jojojo”, hay que tener palabras de aliento y esperanza. Entre pedidos de bicicletas y Transformers, entre niños sorprendidos cuando les dice que no comieron toda la comida o que se pelearon con sus hermanos o que no hicieron caso a mamá y papá —porque todavía no saben que esas son verdades universales—, hay otras historias que, cuando las recuerda, lo dejan con la lágrima apretada en el ojo.
Como cuando un niño que lo miraba de lejos se acercó y, fugaz, dejó un papelito en el cesto de las cartas. Papá Noel la leyó: “Deseo tener una vida mejor”, estaba escrito. “Me paré y fui atrás de él. Era un gurí de 11 años. Solo. El papá en la cárcel, la mamá no le daba mucha atención, le pegaba. Él estaba terminando sexto año. ¿Qué le decís? Uno no sabe mucho qué, pero le hablé de lo importante que es estudiar, de rezar para tener fuerza, pero que la salvación era él mismo. No lo vi más”.
O como cuando una niña que siempre iba al árbol del shopping con su hermanita enferma, un día llegó y le contó que esta había muerto. “Me pidió que resucitara a su hermana y le expliqué que no podía, que donde estaba la niña podía correr y jugar sin depender de nadie más y que desde ese lugar le enviaba un mensaje y un regalo”. Alejandro sacó uno de los peluches que decoraban el arbolito y se lo entregó. Dice que la niña se fue feliz. Y así, como esas, muchas anécdotas más que cuenta, una atrás de la otra. “Ahí aprendés que este trabajo no es solo la foto. Y que hay que decirle Feliz Navidad al niño, pero también al adulto. Y hay que dar mensajes de paz”.
Sus cosas
El primer regalo
En el hogar de su infancia Papá Noel no era una tradición. Más bien el regalo lo esperaban para el día de los Reyes Magos. Pero cuando Alejandro (el menor de cinco hermanos) ya era un preadolescente, hubo regalo en Navidad. “Era un tocadiscos de válvula que mi padre se lo compró usado a una compañera de su oficina. Era el sumun”.
La virgen de los Treinta y Tres
Alejandro se define como católico de mucha fe y devoto de la Virgen de los Treinta y Tres. Cuando conoce a alguien que necesita un poco de esperanza, siempre le recomienda que le rece a la imagen de la Virgen que está ubicada en Florida. Muchas de esas personas regresan en las navidades siguientes a contarle a él cómo les fue tras ese consejo.
Rentistas
El “Papá Noel” uruguayo ve fútbol desde que era un niño y vendía diarios viejos y hojas de laurel en la feria para ir al estadio. Es hincha de Nacional, pero desde los años 80 se hizo socio de Rentistas y entonces se convirtió en un asiduo de sus canchas. Hoy es directivo del club. “Descubrí que es mucho más lindo el fútbol en una cancha chica que en un estadio”.