NOMBRES
Es hijo de Claudio y Mariana Nannis, en los últimos años se transformó en una figura mediática con una personalidad particular.
Van 22 minutos de entrevista cuando Alex Caniggia, pelo negro sobre el rostro, barba prolija, tatuajes en la cara y en el cuello, dice que aunque le encanta Europa, también le gusta vivir en Argentina, que tiene a todos sus amigos ahí pero que también tiene amigos por el mundo, en España, en Italia, en Portugal, que se queda en Buenos Aires porque la rompe con todo lo que hace. Que se queda por eso, porque es el emperador y la rompe. Julián Weich y Carolina Papaleo, conductores del programa, le preguntan qué piensa cuando sus padres, Claudio Paul Caniggia y Mariana Nannis, se pelean en televisión. ¿Te gusta?, le pregunta Weich y él, sin darle importancia: “Y obviamente que no, a quién le gusta eso”. Y Weich: “Bueno, es que sos tan aparato que por ahí te encanta”. Y él: “No, pero bueno, pasó, son cosas de la vida, qué vas a hacer”. Y Weich: “¿Pero no intentás hablar con ellos?” Y él: “Obvio que les digo pero bueno, ya después es su pareja, es su problema, qué me tengo que meter yo ahí, yo les digo, dejen de hinchar los piiii, pero bueno”. Y después, Weich se rinde, sabe que Alex no dirá nada más, pasa a otro tema. Le dice, bueno, listo, vamos a ver imágenes de Caniggia libre, un reality que hace con su hermana en el que muestran su vida.
Y en las imágenes Alex dice cosas como estas: “A medida que pasan los años estoy cada vez más facha”; “Vine a desayunar con vos pero vos me vas a traer el desayuno a mí, yo sé que parece injusto esto, que es tu cumpleaños, pero yo soy el mejor regalo que le pueden dar a cualquiera”; “A mí me gustaría entrar a una fiesta hiperpijudo, bajar de un helicóptero, que aterrice ahí shhhhhhh, y que todos digan quién es este pijudo, la mierda. Y yo entro así con esta facha impecable, con uno que me abra la puerta de guantes blancos y entro yo ahí re facha”.
Es octubre de 2020 y la entrevista sale por Canal 9. Weich y Papaleo están sentados en el estudio, en sillones separados y Alex se ve desde una pantalla.
Dice que está en su sala gamer. De fondo se ve una pared blanca y en ella un cuadro con la forma de billete de cien dólares, una foto suya, unas luces LED y una remera del equipo Atlético de Madrid enmarcada entre vidrios: esta tiene el número 69 y dice “el puto amo”.
— ¿A quién le hacés caso?, pregunta Weich. Dice que ya no sabe de qué hablarle para que Alex le responda en serio.
—A nadie, a nadie.
—Quiero que respondas una pregunta desde el corazón, no desde el personaje.
—Pero el corazón y el personaje son lo mismo.
—¿Cuándo fue la última vez que lloraste?, insiste Papaleo.
—Te voy a contar la última vez que lloré, esta es fácil: fue cuando nací, cuando me pusieron en la cuna, dice él, exagerando las eses y las erres.
—¿Pero vos no llorás porque crees que es un síntoma de debilidad o por qué?
—No lloro porque los putos amos no lloran.
Los conductores insisten, le dicen que es un aparato, que tiene que hablar en serio, que le darían un abrazo para que fuera más feliz, que cuando sea viejo la piel tatuada se le va a caer y va a ser un asco. Lo atacan con sutileza cada vez que pueden, comentan de forma explícita que no empatizan con él, le dicen que no se parece a nadie ni a nada. Alex solo se ríe. Responde cosas como “no tomo, no fumo, no me drogo, voy a ser un viejo re loco, bien facha” o “yo soy normal” o “una vez intenté rezar en Tailandia y pedí un novio para mi hermana y una mansión en New York, eso no es ser inmaduro” o “voy a hacer un streaming para enseñarle a los barats a ser más pijudos: es ser una raza superior, tener facha, ropa, mujeres, viajes, lujo”.
Nadie sabe quién es Alexander Dimitri Caniggia. Su melliza, Charlotte, ha dicho que todo lo que hace y dice es parte de un show. Él insiste en que no. Lo único cierto, sin embargo, es que desde que llegó a Argentina, en 2012, ha construido un personaje (o no) entre la extravagancia, la arrogancia y la singularidad que lo ha llevado a estar en todas partes: en los medios, en las redes, en las conversaciones.
Entre lujos y escándalos
Claudio Paul Caniggia y Mariana Nannis fueron una de las parejas más mediáticas de los 90. Entre el lujo y la ostentación, Nannis se encargaba de mostrar la vida con su esposo en Italia, dando entrevistas para decir cosas como esta: “Baño a mi perro en agua mineral. Compro dos docenas de botellas y lo bañamos así, para que no se le caiga el pelo”, o como esta: “Mis hijos se divierten tirando huevos por la ventana”. También para contar que su esposo le era infiel y lo sabía, que ella era infiel y él también lo sabía, que se perdonaban todo estando en la cama.
Alexander y Charlotte, mellizos, nacieron en Argentina en 1993. Tienen un hermano mayor que se llama Kevin. Crecieron viajando por el mundo, viviendo en países diferentes dependiendo del contrato de su padre. Pasaron por Portugal, por Italia, por Escocia y se instalaron en Marsella, Francia.
Alex quiso ser jugador de fútbol hasta que se dio cuenta de que lo iban a comparar con su padre, un delantero veloz que jugaba con Diego Maradona y salió subcampeón del mundo en Italia 90. Y entonces no quiso ser nada más. En 2012, un amigo de la familia lo fue a buscar a la secundaria para decirle que tenía que viajar a Buenos Aires y participar de un certamen de baile conducido por Marcelo Tinelli. Él dijo que sí solo porque cualquier opción le parecía mejor que estudiar. Llegó a Bailando por un sueño y, con el rostro sin expresión, le dijo a Tinelli que no lo conocía, que no conocía a nadie de ese programa salvo a Aníbal Pachano, que lo miraba porque su ropa era especial. Desde entonces nunca más se fue de Argentina aunque, antes de la pandemia, dijo que viajaba una vez por mes a Europa. Participó de Cantando por un sueño en 2020 y renunció antes de que lo eliminaran. Ahora es parte de Masterchef Celebrity, uno de los realities más populares de Argentina. Allí cocina platos que conoció alrededor del mundo, usa ingredientes que no sabe cómo se llaman y dice que todos sus compañeros son unos barats, que él es el Zeus de la cocina. Después, hace lo mismo de siempre: un show, un personaje, una realidad inventada.