EL PERSONAJE
Dejó huella en la fotografía de prensa, y es un apasionado del periodismo y del debate. Retirado de ese vértigo, ahora se dedica a la docencia y a sus proyectos personales.
Se define como autodidacta, pero terminó siendo un maestro de fotógrafos. Cambió la fotografía periodística de los diarios tradicionales, instruyó a los fotógrafos a su cargo en la búsqueda de la imagen original, la que pasaba inadvertida a la mayoría, la que decía otra cosa sobre la noticia de la que estaba dando cuenta.
Armando Sartorotti (63) se dedica ahora a la docencia y a sus proyectos propios. También es un “tertuliano” de la mesa de En Perspectiva. Pero no pasa un día sin encontrar una nueva imagen. Su ojo no descansa. Fue por años jefe de fotografía en el diario El Observador y de hecho formó el primer equipo de ese medio. Con algunas idas y venidas, estuvo allí hasta el año pasado. Ahora carga la cámara por su cuenta, la última vez en el Desfile de Carnaval, uno de los tres eventos que ama cubrir desde siempre. “A mí me interesan los espectáculos populares. Muchas veces son rechazados por el común denominador de los grandes fotógrafos uruguayos, de los profesionales, por aquello de que siempre es lo mismo. Pero no. Nunca es lo mismo”, dice.
Nunca es lo mismo. No se cansaba de decírselo a los jóvenes aspirantes que llegaban hambrientos de éxito en pos de una cámara profesional. “Cuando vayan a una conferencia de prensa no vayan a sacar cabezas parlantes”, les decía. El truco es esperar, convertirse en cazador con el dedo listo en el botón de la cámara. Así logró algunas de las mejores fotos periodísticas en su carrera.
Sartorotti se fogueó en la calle. Tenía 16 años cuando su padre murió, había nacido en una familia de italianos. Tenía un hermano mayor y una hermana trece años menor. No había muchas opciones: “Tuve que salir a laburar”. Hizo de todo un poco. “Estuve desde vendiendo escobas en la feria hasta carneando pollos en avícolas y cortando zapatos a mano en fábricas de calzado”, enumera.
Por fin a los 21 años entró a trabajar en una fábrica de papel. Era 1983, el espeso velo de la dictadura comenzaba a agujerearse y nacían los primeros sindicatos. Armando fue uno de los ocho empleados que habían firmado la solicitud oficial para formar la “asociación laboral”. Como resultado de ello, tres meses más tarde fue despedido junto a otros compañeros.
Dos de sus colegas tenían el oficio de diseñadores gráficos y le propusieron convertirse en socio, utilizando el dinero de la indemnización. Abrieron un estudio de diseño gráfico. “Yo no sabía nada y empecé a aprender algo de armado de páginas -en la época del armado en frío- cuando no había computadoras todavía”, recuerda.
El estudio no prosperó pero él había adquirido un oficio. Y mientras tanto se perfeccionaba en su pasatiempo preferido: la fotografía.
Eso lo llevó, casi por azar, a su primer trabajo profesional. Por entonces el incipiente movimiento de trabajadores se agrupaba en Acción Sindical Uruguaya, que hacía las veces de central. Los dirigentes de ASU conocían la afición de Sartorotti por la fotografía y le propusieron que se hiciera cargo de retratar uno de los mayores momentos históricos de la resistencia sindical: la marcha del 1° de mayo de 1983. De ese modo, el primer sobre con negativos de su carrera fue ese.
Y después vino su primera experiencia periodística neta: el diario Cinco Días, primer intento de la izquierda organizada de contar con un medio propio. El diario, primorosamente diseñado, duró menos de un mes en la calle y fue cerrado por la dictadura. De todos modos, le sirvió para vincularse con los semanarios alternativos que comenzaban a surgir como hongos después de la lluvia en aquellos años. Y terminó trabajando para cuatro de ellos en forma simultánea: Jaque, que editaba Manuel Flores Silva; Alternativa Socialista, del Partido Socialista; Brecha, con los continuadores del mítico semanario Marcha, y La Razón, del Movimiento de Rocha (Partido Nacional).
“Entonces, eso también me permitió tener una cabeza más profesional, más abierta sobre lo que debía ser mi trabajo y hacia dónde debía apuntar”, recuerda Sartorotti.
Luego de la restauración democrática la prensa tuvo su momento de florecimiento. En los quioscos competían los diarios El País, El Día, La Mañana, El Diario, Últimas Noticias, y comenzaban algunos nuevos como La República. Poco después, en 1991, se sumaría otro: El Observador Económico (que luego perdería el "Económico"). Sartorotti fue llamado para conformar el primer equipo de fotógrafos de ese diario. Ahora recita los nombres de aquellos jóvenes que primero fueron sus discípulos y luego sus pares con una mezcla de orgullo y admiración.
“Muchas veces el oficio del fotógrafo termina siendo uno muy solitario, por más que estemos diez fotógrafos juntos. Nos hace muy solitarios y en esa soledad a veces hay una cuota de soberbia, y pensamos que nosotros sabemos o no necesitamos saber, extremos que son la cabeza y la cola de la serpiente que se come a sí misma”, reflexiona.
Esa mezcla de humildad, curiosidad, y necesidad de buscar el ángulo distinto es para Sartorotti la clave del oficio. Y recuerda algo que le sucedió a él mismo. Entre 1998 y 2002 Sartorotti tuvo a su cargo dos páginas del semanario Búsqueda para publicar la semana en fotos. De esa época recuerda la cobertura de un sonado caso de corrupción que involucró al expresidente del Banco Hipotecario, Salomón Noachas, que renunció a causa de denuncias en su contra en 2001, durante los primeros meses del gobierno de Jorge Batlle. El día de su renuncia las autoridades del banco convocaron a la prensa.
Una vez en el despacho del presidente, se le informa a los periodistas que Noachas se limitará a leer la carta de renuncia que presentará ante el presidente de la República y no aceptará preguntas. Luego que el jerarca —a la postre procesado con otros exjerarcas de la institución— terminara de leer la nota, los periodistas y fotógrafos se retiraron. Pero Sartorotti se había demorado mientras recogía su equipo. Cuando levantó la vista estaba él solo en el despacho. “Golpeo la puerta de Noachas y abro. Y antes de que digan ‘Pase’, me mando para adentro. Ahí estaba Noachas, juntando las cosas en una caja, la típica de una persona despedida”, recuerda.
Sartorotti se aclaró la garganta y le dijo al jerarca renunciante: “No le voy a preguntar nada, pero es el último momento suyo acá dentro de esta oficina que ha sido casa en parte por tantos años, déjeme sacar la foto mientras guarda sus cosas”. El exfuncionario lo miró por unos segundos y luego asintió: “Sí, tiene razón. Sáqueme, no se preocupe”.
El jueves siguiente Búsqueda tenía la foto que nadie más tenía: el protagonista del escándalo cargando sus cosas en una caja para irse. Todo un símbolo.
“Ese concepto de desmarcarse de la manada creo que es fundamental en periodismo y fundamental en fotografía”, argumenta Sartorotti. “Yo creo que los periodistas tenemos una gran responsabilidad. Creo que el buen periodismo se hace partiendo de tener un sentido crítico, que no es solamente escribir bien, que no lo hacemos con gente de Humanidades”, reflexiona.
Enamorado del Congo
En 2010, Armando Sartorotti presentó un proyecto al Ejército Nacional con la idea de viajar a las misiones de paz en el Congo y en Haití. Su idea era viajar en medio de una misión y no al final de una de estas, que es cuando habitualmente el Ejército invita a periodistas a cubrir las acciones del contingente militar uruguayo.
De ese proyecto nació el libro Más allá del deber, donde fotografió a los efectivos uruguayos en medio de complejas operaciones dentro de los territorios congoleños desgarrados por múltiples conflictos. El libro se convirtió en una obra de referencia, al punto que Naciones Unidas lo ofrece en sus bookshops como registro de una de las misiones de paz más reconocidas por el organismo multilateral.
Durante su estadía, Sartorotti comprobó que la influencia y capacidad de penetración que tienen los contingentes uruguayos es increíble. Recuerda haber visto a jóvenes capitanes uruguayos negociar cara a cara con fieros combatientes de algunas de las etnias, armados con AK-47 y toda la parafernalia, y hacerlos retroceder y dejar de asediar poblados cercanos. Y también presenció cómo los jefes tribales pedían a los comandantes uruguayos que mantuvieran sus batallones en la zona porque eran los únicos en quienes confiarían para su cuidado.
“Si vas al Congo, conocés toda su historia, hablás con la gente y conocés, terminás enamorado. Yo quiero volver siempre”, dice convencido.
Regresó en 2014 y realizó un trabajo con un refugio para mujeres que fueron víctimas de violación. Durante dos semanas las acompañó en la dura vida cotidiana, donde además de hacerse cargo de los hijos, nacidos de esa violación, debían sobrevivir en las peores condiciones.
Ahora, cinco años después, quiere volver para ver cómo les está yendo a esas mismas mujeres y sus hijos. Las condiciones de vida en el Congo no han cambiado, los conflictos recrudecen de tanto en tanto y las mujeres siguen siendo un botín de guerra. Sartorotti quiere volver y terminar de contar esa historia. “No me importa si esto me lleva los próximos cinco años”, asegura.
“Cocino muchísimo, le dedico mucho tiempo”, confiesa. Su principal comensal es su hijo de ocho años, pero se anima a todo tipo de platos. “Me gusta entender la química de los alimentos, cuando la entendés podés crear en función de esa química y no precisás más de las recetas”, asegura.
. En el pequeño fondo de su casa en Buceo, Sartorotti despunta su otro vicio: el cuidado de las plantas. Ahora está empeñado en tener un pequeño jardín al frente de su casa y está colocando panes de césped para ampliar espacios verdes.
“Más allá de lo estrictamente periodístico, me gusta hablar con la gente”, dice. Y sus vecinos lo saben bien, de hecho mientras recibía a Domingo en su casa una de sus vecinas lo llamó para pedirle ayuda “técnica” con el televisor. De buen grado fue a solucionar el entuerto.
“Estoy escribiendo una novelita”, confiesa con algo de pudor. Descubrió la escritura hace algunos años y comenzó a probarse también en ese terreno. Tiene una docena de cuentos escritos, “cada vez que los releo los termino reescribiendo”, dice. Pero no se desanima.