EL PERSONAJE
Como artista plástica se toma el tiempo para pensar e investigar, y así motivar la reflexión del público. Además es economista, docente y escribe columnas feministas .
Paula Delgado habla y su cuerpo la acompaña en cada palabra. “Soy muy dispersa”, dice. Se la nota inquieta, y así parece ser a toda hora. Habla y transmite con los ojos, las manos y los silencios que señalan que está buscando la palabra exacta para defender, definir o describir su trabajo. Un trabajo que, por lo general, trata sobre los otros. “Es difícil hablar de otras personas. No es mi intención tampoco, pero sí es, desde mi lugar y con la mayor honestidad posible —‘honestidad’ es una palabra que me gusta más que ‘empatía’—, encontrarme y tratar de aprender otras maneras de experimentar la vida”. Con honestidad Paula Delgado hace arte. Es una artista uruguaya, una mujer de palabra fuerte, de ideas potentes. Ideas que transmuta en materiales visibles, audibles o palpables aquello en lo que trabajó e investigó por mucho tiempo, para luego exponer y conmover.
Alguien podría decir que lo de Paula es obsesión: ya van dos de sus obras que le llevaron cinco años cada una. Pero tiene que ver con “masticar”, madurar, escribir, y dormir la idea si es necesario hasta que llegue el momento y reflote. Tiene que ver con que cuando hace arte, habla de los otros, y eso no es cosa que se logre en un instante. Así le sucedió, por ejemplo, con Estar igual que el resto, la instalación que está en el Museo Nacional de Artes Visuales (MNAV) hasta el 1 de setiembre.
Era un día como cualquier otro en 2012. Vivía en Buenos Aires y caminaba por Corrientes o Santa Fe. Ya no recuerda cuál, pero le da igual porque de todas maneras lo que importa es que la aturdían las imágenes. “Buenos Aires me enloquecía a nivel visual. Las calles plagadas de publicidades y el tema de la apariencia, el cómo tenés que lucir en esa ciudad está explotado. Entonces me pregunté cómo sería si yo nunca hubiera visto nada de eso. Y me lo quedé masticando en alguna parte de la cabeza”.
En 2014 se planteó averiguar cómo era nacer ciego. “Siempre he pensado y repensado el tema de la mirada, de la imagen a través de distintos trabajos artísticos, teóricos o de investigación que he hecho. Fue cuestión de empezar a conocer gente, de conversar y descubrir que hay personas que nunca vieron imágenes, pero que igual tienen en la cabeza todos esos conceptos”. Ahora, en el museo del Parque Rodó, Paula hace eso que prácticamente es su modo de vida, cuando enseña en el Claeh o en Bellas Artes, escribe sus columnas para Búsqueda o expone su arte: comunica e intenta compartir lo que le dejó la investigación.
Será porque cuando consume arte, lo que la conmueve más es sentarse a dejar que suceda algo que la envuelva. Así, visitar su instalación es caminar por un pasillo oscuro y sentarse a escuchar y mirar un video donde personas ciegas de nacimiento y de distintas partes del mundo (Cuba, Uruguay, Suiza, Perú) hablan de sexualidad, de redes sociales, de lo que es ser lindo, de la energía de las personas o de los ojos azules.
“Para mí es poner un espejo a las personas que vemos. Porque si nos parece raro que una persona ciega se saque selfies o que diga que le gusta una persona rubia de ojos claros, ¿Por qué nos parece que en nuestro caso sí es una decisión que tomamos? ¿Realmente estamos tomando nuestras decisiones? ¿O estamos repitiendo patrones sociales?”.
—¿Vos cómo te llevás con esos patrones sociales?
—Es una deconstrucción constante. Yo creo que hoy, teniendo un mínimo de acceso teórico, decir que estás libre de patrones estéticos visuales o libre al tomar decisiones, es inocente. Siempre me estoy preguntando.
Antes de que su obra fuera sobre terceros, todo lo hacía con su cuerpo en performances. En parte porque en el arte empezó “tarde”, a los 23, y su formación artística hasta entonces había sido estudiando teatro con Alberto Restuccia y Luis Cerminara. Pero estuvo un buen tiempo interpretando personajes, mujeres por lo general, y ya cuestionando desde entonces el problema del estereotipo de lo bello. La más recordada quizá sea Candy , la reina del karaoke, un personaje con peluca rubia que aparecía en distintos espacios de la ciudad.
También estuvo su paso por Movimiento Sexy, un colectivo artístico que formó entre el 2001 y 2002 junto a Federico Aguirre, Julia Castagno, Martín Sastre y Dani Umpi. Un proceso artístico que implicaba menos soledad que ahora, que fue un impulso para sus carreras, pero que duró lo que tenía que durar.
En aquellos días, Paula veía todo como un juego que a larga tenía un sentido. Hoy, Paula hace lo que hace porque le gusta responderse y preguntarse cosas. Así se fue a estudiar una maestría en Industria Cultural a Londres o a hacer residencias en Viena, Johannesburgo o Praga. “Para un artista es enriquecedor salir de Uruguay”, comenta. Y eso de darse de cara con el mundo le pasó cuando hizo su primer viaje a Europa.
Se fue con una idea idealizada del arte que podría encontrar. Llegó y se decepcionó. Era más de lo mismo. Estaba enojada porque el centro de todo era el cuerpo de la mujer. “Siempre desde el mismo lugar, ese de la belleza o del deseo o el objeto. Me quejé con un amigo y él me dijo que por qué no hacía yo eso que quería encontrar”.
Era 1999 y quedó la idea rondando. En 2002 escribió un proyecto y en 2005 empezó a trabajar en Cómo sos tan lindo, una de las exposiciones más importantes de su carrera. Desde ahí fueron cinco años de hacer escuchar, amigarse con una cámara fotográfica, aprender del otro, retratar a otro. Los otros eran hombres de distintas edades y países.
“La producción visual estaba llena de imágenes de mujeres hechas por hombres, pero también cuando nosotras nos pensamos volvemos a poner nuestros cuerpos en el foco. Ahí empecé a trabajar la masculinidad. ¿Por qué a los hombres nunca nadie les pregunta cómo se sienten con sus cuerpos o qué les pesa, o no les pesa, de los estereotipos?”.
Feminismo
Paula busca las palabras exactas defender, definir o describir su trabajo, porque sabe que estar en el mundo del arte, o en cualquier mundo, permanecer y hacerse visible no es tarea sencilla. “Yo te podría decir que no siento las trabas. Pero si voy a los números, están. Las diferencias de cantidad de mujeres artistas haciendo muestras individuales en museos o su presencia en la prensa frente a los hombres, están. No es solo acá, es algo global. Acá no hay estadísticas, pero donde hay estadísticas te muestran eso. Lo que yo sienta o piense no importa mucho cuando los datos me muestran la realidad”.
Paula es economista de formación, y aunque hoy no ejerce, no puede evitar el pensamiento en términos duros. Incluso a la hora de escribir sus columnas, donde habla -justamente- de feminismo, pone todo desde el lado de la racionalidad. Sabe que está hablado de algo “noble o básico”, pero está al tanto de que el tema genera resistencia, por lo que a cada artículo busca una aproximación académica. “Argumento, cito mucho. Aunque sea opinión, intento sostener todo”.
—Hablás de la popularización del feminismo que está hasta en las publicidades. ¿Lo cuestionás?
—Entiendo que es un arma de doble filo que personas que no son feministas se digan como tal. Porque transforman el sentido político y la fuerza del término. Pero también me parece importante que esté ahí y que se discuta y que, para muchas mujeres que de pronto sentían un rechazo al término, ahora sea una bandera.
—¿Cómo se lucha contra la masividad de esos espacios que hablan del término desde lugares como el arte?
—Creo que contra la masividad no se puede y que el feminismo es un trabajo uno a uno. En mi trabajo artístico, por ejemplo, es casi todo discurso. Creo que el arte o la cultura es un espacio para aprovechar eso. Porque si te sale bien, podés tocarle a la gente desde otra fibra. No tienen que leer un texto, atraviesan una experiencia y se enfrentan a cosas que los dejan cuestionando.
Sus cosas
Paula no se engancha mucho ni con series ni con películas, pero cuando terminó de montar su última exposición y quedó exhausta, se encantó con la serie uruguaya Todos detrás de momo. “Me gustó la trama, las actuaciones, y yo que no soy carnavalera disfruté viendo ese entorno y me encontraba cantando las canciones”.
No para casi nunca. Es dispersa pero siempre está en la computadora, trabajando, y con tres ventanas abiertas con 30 pestañas cada una. Pero cuando va a la rambla de Montevideo, le para la cabeza por un rato. “No tengo hobbies, pero salgo a hacer ejercicio. Salgo a caminar y en algunos momentos me para la mente”.
“James Turrell es un artista que me encanta. Es cero discursivo, trabaja con la luz y te pasan cosas con lo que hace. Recuerdo una exposición en el PS1 de Nueva York en la que entrabas a una habitación rodeada de asientos, te ponías a mirar al techo sin entender mucho y de repente te dabas cuenta de que estabas viendo el cielo”.