VACACIONES DE JULIO
Historias de titiriteros, actores, directores y artesanos: artistas que año a año suben a los escenarios para divertir a los más chicos durante las vacaciones de invierno.
Hay, en Montevideo, una casa llena de títeres y marionetas. En otro rincón, tres amigos ensayan cuentos y movimientos desde hace 25 años. Hacia la costa, en Las Toscas, un padre y dos hijos hacen rocanrol para los más chicos. Volviendo a la ciudad, cerca de la calle Rivera, una madre, hijos y amigos le cantan al shampoo y “al botón de la botonera”. En otro lado, quién sabe dónde, duerme un monstruo gigante, y un poco más lejos, hay pelucas azules guardadas por montones. Hay en Montevideo, músicos, teatreros, titiriteros, actrices y cuentistas que desde hace mucho tiempo y sin parar están en los escenarios para los más chicos.
Salen, por lo general, en invierno, se renuevan y son elegidos por los niños para sus vacaciones de julio. Cada año cantan clásicos o canciones nuevas. También cuentan historias distintas. Hacen reír, emocionan y enternecen. Ahora vuelven (ver recuadro por funciones). ¿Pero qué hay de ellos? ¿Cuáles son las historias de los artistas que siempre están para los niños?
La familia del retablillo
El chico está vestido de negro. Pantalones, chaqueta, guantes negros. Y el pasamontañas que va desde el mentón, pasa por la nuca y recubre la frente. Solo asoman boca, nariz, ojos, bigote y cejas bien marcadas. En la mano tiene un gusano amarillo. O una varilla que sostiene una línea de pelotas cálidas que, hacia un extremo, tienen una línea roja que hace de boca, pelotitas blancas que hacen de ojos, y alambres finos que son antenas. El chico se llama Martín Peraza, tiene 25 años y dice que la magia está en ver las caras de los otros creyéndose que él no existe y que la cadena de pelotas tiene vida propia y se llama Gusano Cocoliche.
A Javier Peraza, el abuelo de Martín, le pasa parecido: pantalones, chaqueta, guantes negros y el pasamontañas por el que —en su caso— asoman cejas grisáceas espesas y una voz escrupulosa que lo invade cuando tiene al Mono Monero en mano. “Lo que me parece absolutamente mágico es la especie de poder que tenés de dar vida a alguien que es inanimado, y a la vez vos mismo desaparecer. A nadie le importa el grandulón que está atrás”, dice. Pero sí importa, porque si no fuera por el titiritero el objeto no tendría vida.
Al oficio Javier lo aprendió junto a Ausonia Conde, su esposa. Él era artista plástico y ella estudiante de teatro. Juntaron lo que sabían y, libros tutoriales de por medio, fundaron Títeres De Cachiporra, que el año pasado cumplió 45 años de historia. La compañía comenzó de a dos —más amigos que ayudaban—, y con el paso de los años y el nacimiento de las nuevas generaciones se fue volviendo cosa de familia. Hoy trabajan sus nietos Martín y Raúl, y sus hijos Ernesto y Primavera.
La primera función fue en el penúltimo día de la famosa ocupación de viviendas en Cerro Norte de 1973, rodeada por una empalizada y policías. Tenían tres títeres y ninguna historia. Javier estaba en la ocupación: “Los familiares para ayudar venían y tiraban bolsas con comida para adentro. Yo le pedí a Ausonia que trajera los títeres”. Ausonia le tiró los títeres, él improvisó un retablillo con una frazada colgada en una puerta. Los niños se reían, los adultos se calmaban y, detrás del alambrado, se veía a “un grupo de policías que se entraban a reír también. Es atípico como nacimiento de una compañía, pero marca mucho”.
Vinieron funciones ambulantes, cumpleaños, fiestas, escuelas. Recorrieron salas montevideanas, hicieron su versión de "El principito" en el Solís y se fueron al interior y por el mundo. Ganaron Florencios, una mención en Carnaval y representaron a America Latina en un festival canadiense. Y dice Ausonia: “Siempre se trató de tener un contenido y un respeto hacia el espectador, por más chiquito que sea, porque el niño es un hombre en potencia”.
La familia rebelde
Entre el arpa, los violines, los vientos y los xilófonos estaba la banda familiar. Roy, Bruno y Pablo Berocay alcanzaron algo que nunca se habían imaginado: habían compuesto y estaban tocando con la Orquesta Juvenil del Sodre y, encima de ellos —estaban en el foso— bailaban y actuaban chicos de la Escuela Nacional de Danza, guiados por la voz y las artimañas del Sapo Ruperto, ese personaje que a esta altura ya tiene vida propia.
La ocasión fue especial. En 2017 el Sodre convocó a Ruperto Rocanrol para componer y actuar en conjunto. Este año se repite. “A veces uno alcanza cosas con las que soñó y está bueno, pero otras veces alcanzás cosas que ni siquiera te habías animado a soñar”, confiesa Roy, y aunque siempre quiere separar al sapo de Ruperto Rocanrol, dice que volver a ver al personaje en el Auditorio lo emociona.
Pero Ruperto Rocanrol es más que este espectáculo de "Cuentos de la selva". “Es una banda, no es teatro”, y en su naturaleza está el ponerse del lado de los niños, está la irreverencia. Quizá en eso, y en que son padre e hijos, está la llegada y el amor de su público que los ha hecho permanecer en escena por diez años. Y en salir del escenario para que los niños se les acerquen y les hablen y les cuenten como si fueran amigos de toda la vida. “Para enseñar están los padres y los maestros. Nosotros queremos que el niño se divierta, que se libere. Y creo, que al final, aprender a divertirse también es educativo, sobre todo en este país con gente tan tímida que le cuesta soltarse”.
Un personaje que hizo historia
Aunque Ruperto Rocanrol es una banda que del sapo famoso solo toma el nombre, en vacaciones la familia Berocay aprovecha para invitar al personaje a sorprender a su público. Los niños quieren cantar, pero también lo quieren a él. Lo creó Roy Berocay con sus libros, pero hoy es casi una entidad propia que hasta tiene estatua en el Parque del Plata. “Yo le debo muchísimo. Creo que cuando creás algo de lo que la gente se apropia y lo convierte en suyo, es un orgullo. Y me pasa que de verlo arriba del escenario me acostumbro a que tenga su entidad propia, su sentido del humor y sarcasmo. Existe por fuera de mi imaginación”, confiesa Roy. En Cuentos de la selva el Sapo Ruperto tiene mayor participación, es el maestro de ceremonias que va llevando las historias de Quiroga.
Creer para que funcione
Para contarle a un niño, hay que hablar con la verdad. La suficiente como para que la historia más alocada de todas convenza. Para contarle a un niño, lo otro es tener imaginación. Tanta como para que eso alocado suceda. Para que un muñeco se transforme en monstruo, y para que ese monstruo al final sea un padre que, parecía, no pasaba suficiente tiempo con su hija. Después, el tiempo y los espacios para crear se hacen. Lo dice Damián Barrera, que creó la historia de "Señor M" entre las horas libres de trabajar en bares españoles y los trayectos en ruta cuando aparecían trabajos de actuación en otras ciudades.
“Tenía mucho tiempo para pensar y empezó a surgir la idea que me taladró la cabeza, que fue la imagen final de "Señor M": una niña solitaria que imaginaba a un amigo, un monstruo, y que era el único momento donde se sentía bien. Me imaginé qué pasaba si ese amigo, cuando ella se dormía, se sacaba la máscara y era su padre. Esa imagen me rompía emotivamente”. Después fue cuestión de pensar la rutina de los personajes.
"Señor M" fue, para Barrera, el ticket de regreso al Uruguay. Había vivido unos ocho años en España y quería volver a su casa. Pero para hacerlo, tenía que seguir en el arte. Los años afuera no le habían permitido hacerse una carrera en el circuito local, por lo que se las ingenió para llegar con trabajo pronto: un guion y la intención de actuar y dirigir un espectáculo para niños. Además, en España aprendió a crear sus propios muñecos. Y así nació la compañía Bestia Peluda Teatro, en 2012. Ese año regresó, y al final, se llevó su primer Premio Florencio como director. Los otros fueron en 2015 (por "Viaje al centro de la Tierra") y en 2017 (por "El lugar de las luciérnagas", con la Comedia Nacional).
Ahora ya hace nueve años que Barrera está en el circuito. Ha contado historias que van desde dibujos que cobran vida hasta cómo sobrevivir la muerte de un hijo. Dice que a un niño se le puede contar todo. Que hay que contarle todo. “Y me parece que lo interesante con el trabajo con niños es que no te dejan mentir. Si vos te metés desde un lugar demasiado lúdico o demasiado liviano, capaz que no compran. Tenés que estar jugando en serio: con mucha verdad, y si aparece eso, funciona”.
Contar cantando
L’Arcaza empezó como tres amigos convencidos de que para hacer teatro había que vivir exclusivamente de eso. Lo hicieron por un buen tiempo y llegaron a tener un fondo común a donde iban todos los ingresos que lograban, juntos o separados. Hicieron giras a dedo, empezaron en los campings de Rocha, fueron a los parques montevideanos y han viajado por todo el país. Hoy, su popularidad como los que cuentan los relatos de Susana Olaondo hace que los padres y niños los busquen en la cartelera de julio. Este año, para sacudirse, cambiaron un poco.
Pablo Albertoni, Richard Riveiro y Fabiana García han sido L’arcaza por 25 años y necesitaban salir de la lógica de ser siempre tres por todo y para todo. Además la posibilidad de congeniar ideas los potencia. Por eso llamaron a Damián Barrera, de Bestia Peluda, para que los dirija al interpretar los "Cuentos de la selva". “Somos unos exploradores naturalistas fanáticos de la naturaleza y de la selva que venimos a contar los cuentos de Quiroga como una forma de traer la naturaleza a la ciudad”, comenta Albertoni.
Cascos verdes o boina amarilla. Chaquetas cuadrillé, rojas o caquis. Pantalones militares o más cuadritos. Lentes curiosos y todo lo que necesario para explorar la selva misionera y, a la vez, transformarse en yacarés, monos, tigres, tortugas. No solo eso, porque para estar en un escenario para niños, hay que saber contar: tener la voz dulce, suave, rasposa, gruesa, grave, aguda. Y hay que tener algo para contar. O cantar contando. Hay que saber emocionar y, sobre todo, nunca perder dos cosas: el niño interno y el respeto por todos los niños.
“El teatro para niños está postergado dentro del teatro nacional. En las premiaciones está separado y las temporadas de niño dependen de la de adulto. En vacaciones a veces hay muchas obras que se hacen con poco tiempo y por ende con poco respeto”. Albertoni está convencido de que el esmero, el quedarse a charlar con los niños después de la función, y el entender que son un público cargado de su bagaje, demuestran ese respeto. Los niños saltando las butacas para rodear el escenario, cantar y gritar, son la prueba.
La peluca que todos conocen
En las pestañas hay verde. Tan brillante que cuando se apaga la luz, los ojos se ven de todos lados. Los párpados están pintados con brillantina de colores. Pero ahí, aunque los ojos brillen más, lo que realmente importa es el pelo celeste con claritos lilas que, en una década, se convirtió en el ícono de la Tía Libi (Liliana Enciso).
“En toda familia hay una tía de esas medias escandalosas, que es la más divertida de nuestra infancia y la que más escondemos en la adolescencia, y yo quería tener a esa tía para acompañar las canciones de María Elena Walsh”, cuenta Liliana a "Revista Domingo".
En la escena, hace 13 años, Libi canta y baila canciones, invita a Peter Pan, a Aladdin, Garfio, Jafar y hasta aparece Manuelita. Todo sucede muy rápido, pero los niños —unos muy chiquitos, otros más grandes—, se hipnotizan. Los abuelos se ríen y cuando sale del escenario y charla con todos, hay adultos que le agradecen por traer esas canciones, esas historias de sus propias infancias.
La belleza de las canciones
“Mi viejo decía que la música era la comunicación más perfectas que inventó el hombre. Un arca que guarda recuerdos, sentimientos y conocimiento, y se transmite. Por eso una canción te sigue emocionando aunque no sepas el motivo por el que se creó, o ya haya desaparecido quien la creó. Es un viaje en el tiempo”. Martín Buscaglia nació en una casa de músicos. Él y su hermano Paolo crecieron viendo a su padre, Horacio, y a su madre, Nancy Guguich componer canciones para niños y enseñar música. Eran los hijos de los de Canciones Para No Dormir La Siesta.
Lo heredaron, dice Martín, así como en una casa de padres dentistas un hijo sale dentista o en la de abogados, los hijos son abogados. “O rompés completamente o ves la pasión y seguís”. Martín y Paolo crecieron y, aunque tienen sus carreras en paralelo, están metidos en el proyecto familiar y de amigos que ya tiene 21 años. “Cantacuentos surge de una pulsión creativa y educativa que tiene Nancy, mi vieja, desde siempre. Lo que la llevó a hacer música desde que arrancó en los tiempos predictadura, hasta con Canciones Para No Dormir La Siesta en dictadura, que permitía aflojar los tornillos a los adultos que estaban en ese mundo nefasto y terrorífico”. Ellos hoy la siguen.
Aunque están en los 21 años de la banda, siguen con los festejos de los 20. Empezó con un cancionero (letras y acordes) que publicó Criatura Editora, tuvo su fiesta en la Zitarrosa en el invierno pasado, y ahora, en setiembre, tendrá su gran celebración en el Sodre. Ahí tocarán junto a orquesta y coro juveniles del Sodre. Además, la familia se completa en el escenario. Martín pasó 10 años solo en composición y producción y ahora vuelve a subir.
Para Martín, cantarle y contarle a niños no tiene diferencia. “El hablar de música para niños lo puedo entender como una convención o guía, pero la música en sí misma no es solo para niños. Es para todos. Queda comprobado cuando escucha alguien de cualquier franja etaria las grandes músicas y músicos de esta y otras eras. Es para todos: es para vos, para mí, para los hijos, y para nuestros abuelos. Si hay belleza —la belleza es muy compleja— tiene que haber cariño, inteligencia y misterio ahí adentro. Y un niño es un radar infalible de todo eso”.
Días, horarios y salas de los que ya son clásicos de julio
Sábados y domingos de vacaciones, a las 16.00, Títeres De Cachiporra hace "Una historia sin desperdicio". La familia de titiriteros reflexiona sobre la convivencia a través de sombras, luz negra, títeres de mano y varilla para toda la familia.
L’Arcaza y Bestia Peluda Teatro están en Sala Verdi con una adaptación de los "Cuentos de la selva" de Horacio Quiroga. Dirige Damián Barrera. Están desde el 27 de junio al 13 de julio con horarios que van de 11.00 a 17.00.
El Sodre repone "Cuentos de la selva" con coreografías de Andrea Salazar, Martín Inthamoussú y Marina Sánchez, música de Ruperto Rocanrol. Actúan la Orquesta Juvenil del Sodre y la Escuela Nacional de Danza. Del 3 al 7 de julio entre 15.00 y 17.30.
Desde el 1 al 14 de julio, a las 16.00 en Teatro el Centro, está "El fantástico viaje de Tía Libi". Un recorrido por canciones de María Elena Walsh con personajes de los cuentos más famosos de Disney.