Ben Johnson: el atleta proscripto que sigue pagando por sus errores y escándalos del pasado

Tras Juegos Olímpicos de Seúl 1988, se reinventó como entrenador personal. Fracasó con una marca de ropa propia y grabó comerciales.

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Ben Johnson.

Un fraude de proporciones olímpicas, así lo consideró la prensa en su momento. El “hombre más rápido del mundo” tocó el cielo en el Estadio de Seúl en 1988 y cayó estrepitosamente horas después, generando un escándalo monumental. El consumo de estupefacientes condenó para siempre y empujó al ostracismo al canadiense Ben Johnson, quien, aunque jamás pudo terminar de pagar tamaña vergüenza, se mantuvo ligado al deporte, incluso llegando a entrenar a Diego Armando Maradona.

Luego de su retiro forzado y de tener que devolver las medallas que le entregaron en Seúl, Ben Johnson se reinventó como entrenador personal de figuras del deporte, una de las cuales fue el ídolo de la selección argentina. Es que tras la durísima sanción que recibió, siempre intentó mantener su nivel de vida y se rodeó de personas que podían pagarle suculentos salarios. Por eso también entrenó al hijo del dictador libio Muamar el Gadafi, quien quería empezar una carrera como futbolista (y era otro consumidor de sustancias prohibidas).

Johnson aceptó mucho después de los Juegos Olímpicos de Seúl que había consumido esteroides por recomendación de su entrenador y médico de cabecera, asegurando que no sabía qué producían en su cuerpo ni para qué servían. Fue sancionado por dos años y regresó, pero nunca volvió a mostrar un gran desempeño en las pistas.

El golpe de gracia a su carrera se lo dio él mismo. En 1993, ganó una prueba de 50 metros y casi rompió el récord mundial, pero le hicieron un test antidopaje y salió positivo para testosterona. Volvió tiempo después y dio positivo por tercera vez. Esta vez lo suspendieron de por vida y todos sus registros fueron borrados.

Con su carrera deportiva dinamitada, Johnson probó suerte con una línea de ropa propia y vendiendo suplementos deportivos, pero fracasó. E intentó sacarle rédito a su desgracia con la ironía, aunque tampoco le fue demasiado bien. En 2006 participó en la publicidad de una bebida energética llamada Cheetah Power Surge, en la que se burlaba de su caso, lo cual generó el rechazo del público. En 2017, volvió a aparecer en una publicidad para una aplicación de una casa de apuestas en la que decía que “dio positivo en velocidad y potencia, una y otra vez”, mofándose nuevamente del escándalo que puso fin a su carrera. Los autores del anuncio de la empresa australiana Sportsbet habían optado por la ironía, pero eso generó el enojo del gobierno de su país, que los acusó de hacer “apología a las drogas”.

“Destinan una enorme cantidad de dinero para un dopado, la publicidad envía el mensaje de que hacer trampas está bien. Es un insulto para los atletas limpios. Francamente creo que deberían retirar esa publicidad y pagar a un joven deportista la misma suma de dinero que han dado a un dopado constatado”, declaró entonces el ministro australiano de Deportes, Greg Hunt. A estos dichos se sumó el hecho de que la Agencia Australiana Antidopaje (ASADA) presentó una denuncia contra Sportsbet. “Esta publicidad envía el mal mensaje de que la utilización de productos dopantes en el deporte es normal”, indicó la agencia en un comunicado.

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Ben Johnson en sus días de gloria.

“La carrera más sucia”

Johnson nació en Jamaica, pero se nacionalizó canadiense y desde joven llamó la atención por su increíble velocidad y musculatura. Su carrera despegó en los años 80, y en 1987 logró romper el récord mundial en los 100 metros lisos en el Mundial de Roma, con una marca de 9.83 segundos. En Seúl, al año siguiente, ganó la final de los 100 metros lisos con un tiempo de 9.79 segundos, estableciendo un nuevo récord mundial (hoy día superado) al vencer al favorito, el estadounidense Carl Lewis. Pero había muchas señales de sospecha: previo a los Juegos Olímpicos, Johnson estuvo lesionado por un año, mientras que Lewis (quien ya le había ganado varias carreras) se mantenía entrenando y mostrando un buen nivel competitivo.

Otra cosa que lo delataba eran sus ojos, más amarillos de lo normal, lo que indicaba la posibilidad de que el canadiense hubiera consumido drogas. Unas horas después, se confirmó que había dado positivo de estanozolol, un anabolizante que mejoraba su desempeño en la pista.

Dos halterófilos búlgaros, Mitko Grablev y Angel Guenchev, habían perdido sus oros olímpicos pocos días antes por sendos resultados positivos, pero la magnitud del fraude de Johnson no tenía parangón. Para muchos, este positivo marcó un antes y un después en la historia del dopaje en el deporte y resquebrajó, quizá para siempre, la confianza en los competidores. “Yo no hice nada malo. Me usaron como un póster infantil sobre las drogas en el deporte, pero la mayoría de los atletas las usaba en 1988. Todos los que corrieron esa final usaban drogas”, declaró una vez. Algo similar manifestó en una entrevista con La Nación, el 9 de julio de 1997, cuando dijo que todos los atletas de elite utilizaban sustancias prohibidas para mejorar su rendimiento.

Irse por la puerta de atrás

Johnson literalmente tuvo que huir de Seúl. Y lo hizo sin casi poder caminar por el aeropuerto debido a la masa de periodistas que lo acosaban. Una escena parecida se encontró en la escala que hizo en Nueva York y en su llegada a Toronto. La prensa acampó después durante seis meses a la puerta de su casa. El “récord de los récords” de aquellos Juegos que se aseguraba iba a durar “medio siglo”, apenas se mantuvo tres días: la medalla de oro que devolvió le fue entregada a Carl Lewis en un acto sin protocolos.

Treinta años después de estos hechos, el escritor Richard Moore publicó el libro La carrera más sucia de la historia, en la que repasa algunas teorías conspiranoicas que se tejieron en su momento sobre el suceso. “Prácticamente todos los finalistas fueron posteriormente relacionados de alguna manera con el dopaje. ¿Cómo fue cazado Ben Johnson? ¿Fue víctima de un sabotaje?”, se pregunta el autor en un libro que entrelaza el deporte con el espionaje, la corrupción y la connivencia con el uso de sustancias prohibidas (e intereses ocultos) de altos dirigentes del deporte. El libro parte de entrevistas directas con Johnson y Lewis, entre otros, para reconstruir aquella “carrera maldita” y sus repercusiones ulteriores.

“Creo que podría haber ganado aquellos Juegos Olímpicos sin haber consumido drogas, pero eso nunca ocurrió”, se sinceró Johnson después sobre uno de los mayores escándalos en la historia del deporte.

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