NOMBRES
El intérprete encontró un papel a su medida: el Logan Roy en la serie de HBO, que empezó su tercera temporada.
Es escocés, católico, “bastante de izquierda” y fuma porro. O sea, prácticamente el polo opuesto al personaje que interpreta actualmente en la pantalla de streaming. Brian Cox, el actor en cuestión, encarna al magnate mediático —despiadado y calculador— Logan Roy en la serie de HBO Succession, otra más en la larga hilera de producciones “Prestige TV” de la señal.
El consumo de marihuana de Cox no es, aunque el estereotipo romántico lo puede insinuar, fruto de una vida dedicada a las artes y la cultura. Cox empezó a fumar cannabis bien entrado en su adultez, cuando ya era un actor consagrado (pero no una estrella). Fue lo que encontró, ha dicho, para desconectarse y poder relajarse. Cuando era joven, en vez de andar “bohemiando” por ahí como hacían muchos de sus contemporáneos y colegas, se casó y empezó a trabajar para mantenerse. No tenía una familia que pudiera financiarlo mientras él buscaba su destino, porque su padre había muerto cuando él tenía 8 años y la madre sufría, según Cox, serios problemas de salud mental.
Nació en Dundee, Escocia, hace 75 años, uno de cinco hermanos, y arrancó a actuar de adolescente en su ciudad. Se mudó a Londres cuando cumplió con el requisito de mayoría de edad para estudiar en la Academia de Londres de Música y Arte Dramática, actualmente dirigida por el Doctor Strange, Benedict Cumberbatch. La academia se especializa, como lo dice su nombre, en lo dramático. Y Cox es uno de sus más destacados egresados, lo cual es bastante decir. Ahí estudiaron notables como Jim Broadbent, Chiwitel Ejiofor, Donald Sutherland y Kim Cattrall, entre muchos.
En retrospectiva, es fácil concluir que estaba más o menos destinado a papeles no solo dramáticos, sino también que involucraran personajes rudos y ásperos, a no pocas veces del lado más cuestionado de los siempre movedizos límites morales. El rostro de Cox, en particular desde la madurez en adelante, fue adquiriendo rasgos que favorecían ese tipo de interpretaciones. Su cara no parece haber sido cincelada de mármol carrara por un maestro italiano del Renacimiento.
Más bien da la impresión que sus rasgos fueron creados a martillazo limpio en roca maciza por un artesano capaz y eficaz, más afecto a la función que a la forma. Es de esa estirpe de actores que se lucen en papeles que requieren un rostro que imponga respeto y hasta algo de miedo, personajes a menudo en posiciones de poder, con una voz cargada de truenos y centellas para dar órdenes y acallar protestas. Basta pensar en el también británico James Cosmo, quien interpretó a Jeor Mormont en Game Of Thrones (ver acá abajo), para comprender el perfil.
Cox también estudió en dos otras instituciones dramáticas de Inglaterra, muy prestigiosas: la Compañía Real Shakespeare y el Teatro Real Nacional. En resumen, un actor con todas las habilidades requeridas para poder desempeñarse en las obras más importantes de la dramaturgia británica y europea.
Pero, claro, esos escenarios son para un público reducido. Para ser reconocido masivamente, no hay todavía vehículos más eficientes que la televisión, el cine y, ahora, las plataformas de streaming.
Cox se paró en todos los escenarios de esas salas que viven de mantener vivo el legado de los dramaturgos más encumbrados, refinando sus dotes como intérprete en obras como Tito Andrónico y Rey Lear (donde compartió elenco con Laurence Olivier). Pero las cámaras de Hollywood y las luces de Broadway eran tentaciones demasiado grandes. Y él hizo como aconsejaba Oscar Wilde: sucumbió deliberadamente a ellas.
En la década de 1980 debutó en las tablas neoyorquinas en una obra de Eugene O’Neill, pero como consumado hombre de teatro también sintió el llamado de otro polo de grandes piezas dramáticas: Moscú. Durante dos años, de 1987 a 1989, Cox se radicó en la capital soviética para impartir clases de actuación.
De esos 24 meses, Cox recordó años después que desarrolló una relación de amor-odio con esa cultura y sus habitantes. “Hallé que los rusos pueden ser bastante crueles. Pueden ser sentimentales también, pero el sentimentalismo y la crueldad van de la mano. Me di cuenta que habían vivido vidas muy duras, impiadosas. Si uno pasó por la experiencia de Stalingrado y Leningrado (NdR: se refiere a la carnicería en esas ciudades durante la Segunda Guerra Mundial), eso crea un carácter duro, riguroso. Por eso, evitaría hacerlos enojar. Pero amo su arte, su creatividad. Amo a Dostoievski, a Tolstói, a Lermontov”.
Décadas después, Cox regresaría a Rusia no ya para dar clases sino para conducir la serie documental sobre la historia de ese país realizada por BBC y emitida en 2017 como parte de las conmemoraciones de los cien años de la Revolución Rusa. Ahí, volvería a encontrarse con algunos de sus antiguos alumnos y, también, expondría algunos vínculos entre Escocia y Rusia.
Con todo, lo ruso es un breve apartado en la trayectoria de Cox. Ha sido Estados Unidos el país que más le ha dado y él, como varios famosos súbditos del Reino Unido (Emily Blunt, John Oliver, Craig Ferguson, Liam Neeson y más) solicitó y obtuvo la ciudadanía estadounidense. De hecho, vive la mayor parte del año en el barrio neoyorquino Brooklyn, desde hace más de una década. Dice que le gusta mucho vivir ahí, pero que no se topa con mucha gente del barrio. “Me da la impresión que gran parte de quienes vivían acá ya no están, que los corrieron”. ¿Gentrificación, Brian? Probablemente.
Cuando recién estaban arrancando las internas para las elecciones presidenciales que finalmente ganó Joe Biden, le preguntaron a Cox a quién iba a apoyar. “A Elizabeth Warren”, contestó y reafirmó eso de que es “bastante de izquierda”.
Para alguien ideológicamente identificado con la izquierda, debe ser fascinante interpretar a un personaje como Logan Roy, el patriarca de Succession. Sobre todo porque Roy está parcialmente basado en el archiderechista Rupert Murdoch, creador de Fox News, la cadena televisiva que cultiva a la parte más conservadora de la audiencia.
Murdoch, además, es uno de los más acabados exponentes de la manipulación y el sensacionalismo en el periodismo y los medios de comunicación.
Y sí: Roy le ha dado grandes satisfacciones a Cox. “Este es uno de esos papeles por los que hay que esperar muchos años”, le dijo el año pasado al conductor de televisión Bill Maher, cuando ya tenía dos temporadas de Succession en su haber y un Globo de Oro por ese papel.
La familia
Roy es el mandamás en una familia en parte inspirada en el clan Murdoch y es particularmente interesante el retrato de los hijos. El padre construyó el imperio y ellos le sacan el máximo jugo posible con una actitud que en inglés se denomina entitlement y que denota una sensación de derecho inalienable -y ya totalmente asimilado- a los privilegios que otorga el dinero y el poder. ¿El mérito? Bien, gracias. En este mundo, lo que importa es haber nacido entre sábanas de seda y saber cómo mantenerse ahí. No el esfuerzo en el sentido más convencional de la palabra.
Todo el elenco, más los invitados, tiene notables momentos en la serie, pero Cox es el centro, el punto originario en torno al cual los demás orbitan. Y ahí sale todo el talento y la experiencia acumulada del escocés, que le insufla vida a un ser oscuro pero atractivo, con una personalidad y un carácter fuertes, pero un cuerpo que va degradándose a medida que empieza a divisarse la presencia de La Parca.
No es disparatado afirmar que para Cox el papel de Logan Roy fue el que lo convirtió en una estrella, cuando ya había superado los 70 años. Antes de Succession, había actuado en cine y televisión y no solo en títulos de culto o independientes. Entre sus créditos hay superproducciones como X-Men y las películas sobre el agente secreto rebelde Jason Bourne.
Pero su reciente estrellato es otra prueba del poder que desde hace varios años tienen las series de televisión (y sus creadoras, como HBO o Netflix). Estas pueden darse el lujo de presentar y desarrollar historias y personajes con un aliento mucho más largo que lo que el cine es capaz, sujeto como está a una experiencia que a veces puede rozar lo sublime, pero que también depende mucho de los caprichos de un público que es muy a menudo joven y de gustos cambiantes. En la familiaridad del hogar, es mucho más grato disfrutar de lo diabólico de alguien como Logan Roy y su caterva familiar.