EDUCACIÓN
La escuela y el destaque a buenos alumnos, ¿afecta la confianza de los niños? ¿Hay una forma correcta de trabajar las calificaciones?
Agustina tiene 26 y nunca pudo olvidar el día que la maestra de 5° año le dijo a su grupo de amigas que tres de ellas eran un sobresaliente firme, y que las otras tres, incluida Agustina, eran uno “tambaleante”. Cuando llegó el momento de elegir el abanderado, sintió que no merecía encabezar la lista de mejores alumnos ni ser votada, que su esfuerzo no había sido el suficiente.
La elección de los abanderados —que se hace a esta altura del año— y los sistemas de calificaciones son una antesala para “una sociedad de máxima competitividad”, define Fanny Berger, psicóloga clínica gestáltica y escritora.
En Uruguay el tema se ha debatido. En 2018, por ejemplo, cuando Primaria propuso que la elección de los abanderados pasara de la meritocracia a la democracia, solo por votación y sin la preselección previa, con niños electores y elegibles. Los más votados rotarían el lugar en las banderas para los distintos actos.
Antes hubo una propuesta del diputado socialista Enzo Malán. Las críticas se referían a que el sistema actual solo reconoce el rendimiento académico, en menoscabo de capacidades como el compañerismo, el desempeño artístico, deportivo, etcétera. La diferencia entre la propuesta del diputado y la de Primaria estaba en que para el político debía ser sin voto ni selección, solo una rotación entre todos los compañeros.
La discusión no se soslayó en figuras del Estado. Las redes sociales también armaron su propio debate. En Twitter, por ejemplo, muchos cuestionaron la presión que genera todo el asunto cuando se es niño. Otros, que el sistema de votación desmotivaba a aquellos que se esfuerzan todo el año. Otros, que el éxito real del esfuerzo se medía después, en el mundo adulto del laburante.
Ni esta ni otras cuestiones vinculadas al reconocimiento de los alumnos en el aula son un tema sencillo. Lo que está en juego, aunque a veces se pase por alto, es lasalud psíquica de los más chicos. Tanto quien lleva la bandera como quien tiene un sobresaliente o un muy bueno sabe que su comportamiento, su trabajo y sus resultados están siendo observados. ¿Qué pasa con el autoestima de los niños y las niñas en ese proceso? ¿Qué pasa con la respuesta al fracaso, con la frustración, con la confianza? ¿Qué pasa cuando explícita o implícitamente sobrevuela la idea del mejor alumno de la clase?
Para empezar, tanto para Berger como para la psicóloga y psicopedagoga Galia Leibovici, lo primero es definir qué es un buen alumno, porque, es cierto, el rendimiento académico, llegar al tan deseado Sote (hay docentes que le suman un “Sote flechado” en las tareas), no es lo único que importa. Un buen alumno es desde el que rinde académicamente, al que ayuda a sus compañeros y genera buenos vínculos, así como también aquellos que aunque tengan problemas de aprendizaje demuestran perseverancia. El solidario, el que colabora con actividades de la escuela que van más allá de sus exigencias como estudiante. Y la lista puede seguir por caminos tan singulares como niños hay.
“Lo que no es saludable es que ponderemos un único aspecto del alumno. Porque entonces sí es un punto peligroso . Hay alumnos que quizá por sus características no van a lograr una calificación sobresaliente, pero sí tendrán o lograrán una buena actitud y disposición hacia el aprendizaje, y a ese chico también hay que ponderarlo y felicitarlo”, explica Leibovici.
En el adulto, el del hogar y el del salón de clase, está en parte la responsabilidad de trabajar el autoestima de los más chicos. Sobre esto, la psicopedagoga añade que “el reforzamiento positivo que los adultos hagamos a los niños favorece su autoestima y su autoconcepto como un niño que aprende, pero tampoco está bueno que el niño dependa solo del reconocimiento del adulto”.
Lo que le sucedió a Agustina en 5° de escuela —aunque considera que hubo más factores que no recuerda— se transformó en una mochila que cargó mucho tiempo más. Le dio vergüenza que la maestra la expusiera frente a sus amigas, y hasta sexto no pudo evitar comparar sus notas con las ajenas. En el liceo se preocupó año a año por mantener las calificaciones más altas y el estrés pasó a formar parte de su vida. Hoy, ya adulta, cada vez que entrega un informe en su trabajo siente que podía haber dado más y nunca está conforme. Sabe que es algo que tendría que trabajar.
Las exigencias a lo largo de la vida marcan. Leibovici reafirma que hay que reforzar las buenas acciones de los chicos, los buenos sentimientos y el comportamiento. “Los niños, que están construyendo su personalidad y su forma de ver el mundo, necesitan que el adulto les vaya devolviendo el mensaje de por dónde es bueno seguir”. Sin embargo, hay que poner atención en que las exigencias no se conviertan en expectativas inaccesibles y frustrantes.
Sobre esto, Berger menciona que “la autoestima se forma en base a lo que uno espera de uno mismo y cómo los otros te devuelven lo que sos”. Pero lo que importa, eso a lo que padre y madre deben prestar atención, es que los hijos acudan a una institución y se vinculen con un grupo de amigos que sean para él. “Hay que analizar si el colegio o la escuela que se elige es adecuada para sus recursos personales, para sus habilidades. Y que los amigos sean chicos que manejen sus mismos valores. El niño tiene que estar entre sus iguales, en un lugar donde florezca, sea respetado y no sea discriminado”.
Tiene que haber incentivo al esfuerzo y la perseverancia, pero también diálogo entre el submundo de los grandes y el de los más chicos. Contratos que permitan al adulto comprender al niño, y al niño disfrutar el camino hacia la adultez.
Cómo afecta el esfuerzo a las niñas
¿Por qué las niñas superan a los niños en la escuela, pero pierden en la oficina?, se pregunta Lisa Damour, psicóloga especialista en estrés y ansiedad adolescente, en un artículo de The New York Times. Así analiza una deficiencia y diferenciación en la formación de la autopercepción y confianza entre chicos y chicas a nivel escolar y liceal. Y asegura que afecta en el futuro. En sus consultas los padres plantean que los hijos varones “hacen lo suficiente para sacarse a los adultos de encima”, mientras las chicas buscan la máxima seguridad para entregar una tarea. Cuando crecen, las mujeres sienten que sus capacidades no son suficientes, lo que las frena, muchas veces, para presentarse a una entrevista de trabajo. Para Damour padres y maestros “deben dejar de aplaudir el trabajo excesivo ineficiente, aunque dé como resultado buenas notas”, algo que, resalta la psicóloga, sucede más hacia las niñas. Con esto pueden relacionarse estudios que indican que para muchos adultos el buen niño es aquel que se ajusta mejor a las reglas. Ese chico, explica Galia Leibovici, “cuando crece no necesariamente logra ser exitoso, porque se produce una sobreacomodación al adulto y no logra desarrollar estrategias propias para enfrentar los diferentes desafíos de la vida”.